¿Cuál es el fondo de la guerra genocida de Israel y Occidente? Beirut. Por Alastair Crooke (*), Strategic Culture Foundation

¿Cuál es el fondo de la guerra genocida de Israel y Occidente? Beirut. Por Alastair Crooke (*), Strategic Culture Foundation

En todos los frentes, el paradigma interno israelí se está fracturando; y externamente, Occidente se está fracturando a su vez y se está convirtiendo en un paria en la escena mundial. La facilitación explícita por parte de los dirigentes occidentales de una limpieza sangrienta de los palestinos ha inculcado el viejo espectro del “orientalismo” y el colonialismo en el horizonte. Y está llevando a Occidente a ser “el intocable del mundo” (junto con Israel).

En general, el objetivo del gobierno de Israel parece ser converger –y luego canalizar– múltiples tensiones en una amplia escalada militar de degeneración (una gran guerra) –que de alguna manera traería una restauración de la disuasión. Tal curso implica que simultáneamente Israel daría así la espalda a las súplicas occidentales de que actúe de algún modo “razonablemente”. En su mayoría, Occidente define esta “razonabilidad” como la aceptación por parte de Israel de la quimera de un paso a la “normalidad” que llega a través del príncipe heredero saudí, a cambio de que un Israel arrepentido deshaga siete décadas de supremacismo judío (es decir, que acepte un Estado palestino).

La tensión central en el cálculo occidental-israelí es que Estados Unidos y la UE se mueven en una dirección –volver al fracasado enfoque de Oslo– mientras que las encuestas subrayan que los electores judíos marchan firmemente en la otra dirección.

Mayoría de israelíes odia a los palestinos

Una encuesta reciente realizada por el Jerusalem Centre for Public Affairs (Centro de Asuntos Públicos de Jerusalén) muestra que, desde el 7 de octubre, el 79% de todos los encuestados judíos se oponen al establecimiento de un Estado palestino sobre las líneas de 1967 (el 68% se oponía antes del 7 de octubre); el 74% se opone incluso a cambio de la normalización con Arabia Saudí. Y como reflejo de la división interna israelí, “sólo el 24% de los votantes de izquierdas apoyan un Estado [palestino] sin condiciones”.

En resumen, mientras los dirigentes institucionales occidentales se aferran a la cada vez más reducida izquierda liberal secular israelí, los israelíes en su conjunto (incluidos los jóvenes) se están moviendo con fuerza hacia la derecha.

Una reciente encuesta de Pew muestra que el 73% de la población israelí apoya la respuesta militar en Gaza, aunque un tercio de los israelíes se quejó de que no se había ido lo suficientemente lejos. Una pluralidad de israelíes cree que Israel debería gobernar la Franja de Gaza. Y Netanyahu, tras la amenaza de detención por la CPI, está superando a Gantz (líder de la Unión Nacional) en índices de aprobación.

Parece que el “consenso occidental” prefiere no darse cuenta de esta incómoda dinámica.

Además, otra división israelí se refiere al propósito de la guerra: ¿Se trata de devolver a los ciudadanos judíos la sensación de seguridad personal y física que perdieron tras el 7 de octubre?

Es decir: ¿Se trata de restaurar el sentido de Israel como reducto, espacio seguro en un mundo hostil? ¿O, por el contrario, el objetivo principal de la lucha actual es establecer un Israel plenamente judaizado en la “Tierra de Israel” (es decir, toda la tierra entre el río y el mar)?

Esto constituye una división clave. Quienes ven a Israel principalmente como el reducto seguro al que los judíos podrían huir tras el holocausto europeo, naturalmente se muestran más circunspectos ante el riesgo de una guerra más amplia (es decir, con Hezbolá), una guerra que podría ver la “retaguardia” civil directamente atacada por el vasto arsenal de misiles de Hezbolá. Para este grupo, la seguridad es primordial.

Por otro lado, la mayoría de los israelíes considera que el riesgo de una guerra más amplia es inevitable y, de hecho, muchos lo acogen con satisfacción si queremos que el proyecto sionista se establezca plenamente en la Tierra de Israel.

Esta realidad puede resultar difícil de comprender para los occidentales seculares, pero el 7 de octubre ha revitalizado la visión bíblica en Israel, en lugar de suscitar un exceso de cautela ante la guerra o un deseo de acercamiento a los Estados árabes.

«La sanguinaria doctrina de Smotrich»

La cuestión aquí es que una “Nueva Guerra de Independencia” puede ser mantenida en alto ante el público israelí como la “visión” metafísica del camino a seguir, mientras que el gobierno israelí intenta seguir el camino más mundano de jugar a largo plazo, lo que lleva al pleno control de la matriz militar sobre la tierra entre el río y el mar, y la eliminación de las poblaciones que no se someten a la doctrina de Smotrich de “aceptar o irse”.

(Nota de la Redacción: Hace seis años, Bezalel Smotrich, entonces un joven parlamentario en su primer mandato, hizo público un “Plan Definitivo”, una especie de solución para el conflicto palestino-israelí. Según el diputado de extrema derecha –en la actualidad ministro de Finanzas de Israel y máxima autoridad en Cisjordania– la contradicción consustancial entre las aspiraciones nacionales judías y palestinas no permite ningún tipo de compromiso, ni reconciliación, ni partición. En vez de mantener la ficción de que es posible un acuerdo político, señalaba, la cuestión debe resolverse unilateralmente de una vez por todas. Smotrich asume el confinamiento israelí del enclave de Gaza como solución ideal para lo que denomina el “reto demográfico” que plantea la propia existencia de los palestinos.

Para Cisjordania, sin embargo, reclama su total anexión. ofreciendo a los 3 millones de residentes palestinos la posibilidad de elegir: o renuncian a sus aspiraciones nacionales y siguen viviendo en su tierra con un estatuto inferior, o emigran al extranjero. Si, por el contrario, optan por resistir a Israel se les identificará como terroristas y el ejército israelí “matará a quienes tenga que matar”. Cuando presentó su plan ante figuras religioso-sionistas y le preguntaron si también se refería a matar a familias, mujeres, niños y niñas, Smotrich respondió: “En la guerra como en la guerra”.

A juzgar por la reacción de la mayoría de residentes en Israel, la opinión pública mayoritaria ha interiorizado completamente la lógica del plan de Smotrich).

Élites imperialistas asumen la misma doctrina

El cisma entre Israel como “espacio seguro” secular posterior al holocausto y la visión sionista bíblica que contrasta establece una frontera entre los dos zeitgeist (espíritu de los tiempos) que es a la vez porosa y a veces se solapa. Sin embargo, esta división israelí se ha extendido a la política estadounidense y, de forma más dispersa, ha entrado en la política europea.

Para la diáspora judía que vive en Occidente, mantener a Israel como un espacio seguro es de vital importancia ya que, en la medida en que Israel se vuelve inseguro, los judíos sienten que su propia inseguridad personal empeora, pari passu (con igual fuerza o al mismo nivel). En cierto sentido, la proyección israelí de una fuerte disuasión en Oriente Medio es un “paraguas” que se extiende también a la diáspora. Quieren tranquilidad en la región. La “visión” bíblica tiene un matiz francamente demasiado polarizador.

Sin embargo, esas mismas estructuras de poder que se esfuerzan por mantener el paradigma del hombre fuerte israelí en la conciencia occidental se encuentran ahora con que sus esfuerzos tienden a destrozar esas estructuras políticas occidentales, de las que dependen, alienando así a grupos clave, en particular a los jóvenes. Una encuesta reciente entre jóvenes británicos de 18 a 24 años reveló que la mayoría (54%) estaba de acuerdo en que “el Estado de Israel no debería existir”. Sólo el 21% se mostraba en desacuerdo con esta afirmación.

El ejercicio del poder de los grupos de presión para obligar a Occidente a apoyar de forma unida a Israel y sus objetivos disuasorios -unido a la falta de empatía humana hacia los palestinos- está infligiendo grandes pérdidas a las estructuras de liderazgo institucional a medida que los partidos mayoritarios subyacentes se fracturan en distintas direcciones.

El daño se ve exacerbado por el “punto ciego de la realidad” del campo pacifista occidental. Lo oímos todo el tiempo: la única solución es la de dos Estados que convivan pacíficamente en las líneas de 1967 (tal y como se recoge en las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de la ONU). Aparte de en Occidente, el mismo mantra es ensayado también (como nos recuerda el campo de la paz) por la Liga Árabe.

Parece tan sencillo.

De hecho, es “sencillo”, pero sólo si se ignora la realidad de que ese Estado palestino sólo puede “ser” soberano por la fuerza, por la fuerza militar.

La realidad es que hay 750 mil colonos ocupando Cisjordania y Jerusalén Este (y otros 25 mil colonos viviendo en los Altos del Golán sirios). ¿Quién los expulsará? Israel no lo hará. Lucharán hasta el último colono, muchos de los cuales son fanáticos. Fueron invitados y colocados allí en los años transcurridos desde la guerra de 1973 (en gran parte por los sucesivos gobiernos laboristas), precisamente para obstruir la posible existencia de un Estado palestino.

La Resistencia sabe cuál es la realidad

La pregunta a la que no responden quienes dicen que “la solución es sencilla”, que dos Estados que convivan en paz: ¿Tiene Occidente la voluntad o la determinación política de crear un Estado palestino por la fuerza de las armas, en contra de la voluntad actual de una pluralidad de israelíes? La respuesta, inevitablemente, es “no”. Occidente no tiene la “voluntad”, y entonces surge la sospecha de que en el fondo lo saben. (Tal vez anhelen una solución y teman que, si no hay “calma en Gaza”, las tensiones aumenten también en la diáspora).

La dura realidad es que la Resistencia ha entendido la realidad de la situación mejor que sus homólogos occidentales: desde el proceso de Oslo de 1993, la perspectiva de un Estado palestino putativo (considerado como propio o legítimo sin serlo) no ha hecho más que retroceder, en lugar de avanzar un ápice. ¿Por qué Occidente no tomó medidas correctoras durante tres décadas, y sólo entonces recordó el dilema cuando se convirtió en una crisis?

La Resistencia ha apreciado mejor la contradicción inherente e insostenible de que un pueblo se apropie de derechos y privilegios especiales sobre otro, compartiendo la misma tierra, y que tal escenario no podría persistir por mucho tiempo, sin romper la región (testigo de las guerras y la devastación a las que ya ha conducido el mantenimiento del paradigma existente).

La región se encuentra al borde del abismo, y los “acontecimientos” pueden empujarla al precipicio en cualquier momento, a pesar de los esfuerzos de los actores regionales por controlar el movimiento ascendente en la escala de la escalada.

Es probable que la guerra sea larga. Y es probable que sólo se encuentre una solución si Israel, por uno u otro medio, se enfrenta a la contradicción interna del paradigma del sionismo y empieza a ver el futuro de otra manera.

Y de eso, por el momento, no hay señales.

(*) Alastair Crooke es un antiguo diplomático británico, fundador y director del “Foro sobre Conflictos”, con sede en Beirut.