1980: Cómo fue el ajusticiamiento del último marino yanqui Managua. Testimonio del héroe Enrique Gorriarán Merlo en 2003

1980: Cómo fue el ajusticiamiento del último marino yanqui Managua. Testimonio del héroe Enrique Gorriarán Merlo en 2003

Los días del dictador estaban contados desde mayo de 1980 cuando el comando guerrillero lo ubicó en Asunción. Cuando fue localizado Anastasio Somoza Debayle –el último marino yanqui que ejerció el poder en Nicaragua– los guerrilleros alquilaron una casa en Avenida España a nombre del cantante español Julio Iglesias. Los guerrilleros supuestamente compraron armamento en el mercado negro del Paraguay y lo embuzonaron cerca de la frontera del lado argentino. Entre las armas se encontraban una bazuka, un M-16 y un Ingram.

La conspiración contra el dictador Anastasio Somoza Debayle surgió de una conversación entre amigos que disfrutaban de cervezas y asados en el restaurante capitalino Los Gauchos, donde Ramón, Santiago y Armando solían reunirse una vez a la semana a recordar la época guerrillera.

Según el testimonio que los guerrilleros argentinos brindaron a Claribel Alegría y D.J. Flakoll, la posibilidad de que el dictador muriera de viejo en un exilio dorado les provocaba asco.

“Da rabia pensar que ese criminal está gozando de sus millones en Paraguay”- decía Armando.

– “¡Ah no!, añadió, sería una vergüenza histórica permitir que ese asesino se muera tranquilamente en su cama de tanto beber guaro”.

El Héroe Enrique Gorriarán Merlo, jefe del comando guerrillero que ajustició a Somoza Debayle. Foto tomada en Buenos aires, el 19 de junio de 1997, cuando Enrique ingresa a una sala judicial donde lo juzgaban por el ataque insurgente al Cuartel de La Tablada enero de 1989.

“Ramón”, “Armando”, “Francisco y “Santiago”, habían combatido con la guerrilla sandinista en el Frente Sur “Benjamín Zeledón”, como integrantes de una columna guerrillera de internacionalistas que se enfrentó a la Guardia Nacional en la zona de Rivas y San Carlos, Río San Juan, durante la ofensiva militar contra el régimen somocista.

Al ser derrocado Somoza, los guerrilleros argentinos se reencontraron en la recién bautizada “Plaza de la Revolución” el 19 de julio, en medio del júbilo del pueblo nicaragüense que celebraba el derrocamiento de la dictadura de los Somoza. Las guerrilleras argentinas, Julia, Ana y Susana, llegaron en avión horas después, reuniéndose con sus compañeros por pura casualidad en las cercanías del Hospital Militar de Managua.

Cuando se decidieron a acabar con Somoza Debayle, durante una conversación en Los Gauchos, los guerrilleros argentinos se dedicaron a prepararse militarmente y obtener información de inteligencia sobre los pasos del dictador.

Tras huir de Nicaragua el 17 de julio de 1979, Somoza Debayle –quien se jactaba de comunicarse mejor en inglés que en español–, apenas tuvo tiempo para permanecer en Miami varias horas antes que el ex Presidente Jimmy Carter le hiciera saber que era non grato en ese país. Inició así un peregrinaje que lo llevó a Panamá y finalmente a Paraguay, donde el dictador Alfredo Stroessner le ofreció asilo político.

Somoza cambió de domicilio

Según el relato que los guerrilleros hicieron a Flakoll y Alegría, el “Capitán Santiago” estableció las máximas de la operación: “entrar sin levantar sospechas”, “hacer el trabajo sin que te agarren” y “salir sin dejar huella”. Las dos últimas no le fue posible cumplirlas.

“Ramón”, seudónimo de Enrique Gorriarán Merlo, decidió que los integrantes del comando serían además de él: Julia, Santiago, Susana, Armando y Ana. Julia estaba embarazada de Ramón y así formó parte de la operación. Osvaldo era el séptimo miembro del grupo.

Se dedicaron a obtener documentación falsa que les permitiera entrar a Paraguay sin levantar sospechas, introducir las armas necesarias para la operación y a especializarse en técnicas conspirativas. (Aprender a arreglar encuentros clandestinos, pasar información y órdenes bajo secreto, detectar la vigilancia y escaparse de ella sin levantar la más mínima sospecha, entre otras técnicas).

Establecieron Colombia como centro de entrenamiento, preparándose cada uno de ellos en el uso de la bazuka. De inmediato, procedieron a localizar a Somoza en el Paraguay.

Averiguaron en recortes periodísticos de la época que “Somoza vivía en la Avenida Marisca López en Asunción y que cada vez que aparecía en la ciudad en un limosina con chofer, lo acompañaba invariablemente un Ford Falcon rojo con cuatro guardaespaldas adentro”.

Sin embargo, después confirmaron que Somoza había cambiado de domicilio. Decidieron llamar “Eduardo” a Somoza, después que Susana y Francisco dieran –tras seis días de exploración–, con la casa del dictador en Asunción, capital del Paraguay.

Después que reubicaron la residencia de Somoza en la Avenida España, para los primeros días de julio de 1980, habían logrado establecer un sistema de vigilancia de la residencia, anotar los datos de las matrículas de los vehículos que usaba Somoza y establecer el principal problema de la operación: Somoza tenía una rutina completamente irregular.

Quiosco de revistas para chequeo

Somoza, quien vivía entonces con su amante Dinorah Sampson, tenía a su disposición dos limosinas Mercedes Benz (una blanca y otra azul), un Falcon rojo (para sus guardaespaldas) y un Cherokee Chief, de uso general.

Ramón narró a Alegría y Flakoll que la avenida donde vivía Somoza era muy transitada, no había puestos naturales de observación, por lo que los chequeos tuvieron que efectuarse desde un supermercado, dos estaciones de servicio y un recorrido a pie de diez cuadras y de 45 minutos de duración.

Mientras los guerrilleros dirigidos por Ramón establecían el cerco de vigilancia alrededor de Somoza, otro grupo integrado por los guerrilleros Pedro, Francisco y Osvaldo, se encargaban de trasladar el buzón de armas desde la frontera argentina, el cual después fue embuzonado en casas de seguridad utilizadas por los guerrilleros.

El armamento para la operación incluía una bazuka, un M-16, un Ingram, entre otros, que habían sido comprados por los guerrilleros en el mercado negro de armas del Paraguay y embuzonado cerca de la frontera del lado argentino.

Después de cuarenta días de intentar ver a Somoza, Armando logra avistarlo casualmente el 22 de julio de 1980. Como se tenía problemas con el “chequeo del objetivo” Osvaldo ideó comprar un kiosco de venta de revistas a 250 metros de la casa de Somoza, desde donde se mejoró la observación. Allí, Osvaldo vendía revistas pornográficas a los policías con quienes hizo amistad sin que sospecharan de él en lo absoluto.

Antes de que Armando viera a Somoza el 22 de julio, habían visto el Mercedes blanco de Somoza y el Falcon rojo de sus guardaespaldas en varios restaurantes de lujo en Asunción, por lo que estudiaron la posibilidad de efectuar el atentado en dichos lugares. También pensaron alquilar un camión para vender verduras sobre la Avenida España y esconder en el mismo las armas hasta que apareciera el dictador.

Sin embargo, posteriormente descubrieron una entrada trasera a la casa de Somoza por donde también salía su caravana. Pero el 21 de agosto de 1980, Osvaldo no volvió a ver salir a Somoza de su casa desde su puesto de observación en el kiosco de revistas.

En las narices del ejército paraguayo

Cuando el grupo de guerrilleros se dio cuenta que los movimientos de Somoza eran caprichosos por completo, descubrieron que uno de los pocos movimientos previsibles era que “siempre salía de su casa en el Mercedes Benz, continuaba recto por la Avenida España, en vez de doblar a un lado o al otro, en la intersección donde estaban los semáforos”, narraron los guerrilleros a Alegría y Flakoll.

Luego averiguaron que dos de las casas ubicadas sobre la Avenida estaban en alquiler y rentaron una de ellas con la estratagema de que era para Julio Iglesias, quien en su último disco había dedicado tres canciones al Paraguay. De ese modo habían logrado establecer una base operativa sobre la ruta del dictador, rentada por tres meses a $4,500 dólares.

Pero la Avenida España era un nido de víboras, según explicó Ramón a Claribel Alegría y Bud Flakoll: “A 400 metros estaba el Estado Mayor del Ejército, a 300 metros la Embajada Norteamericana. Enfrente de la casa de Stroessner había una custodia de seguridad permanente. Tuvimos que cuidar mucho de cada uno de nuestros movimientos para no despertar la más mínima sospecha”.

Somoza reaparece en Asunción

Después de 21 días de ausencia, Somoza reapareció en su Mercedes Benz azul, escoltado una vez más por el Falcon rojo. Era el 10 de septiembre de 1980.

Los guerrilleros entonces decidieron los últimos detalles: compraron una camioneta Chevrolet para la retirada –la cual no encendía bien cuando estaba fría–, que permitía tener un amplio campo de fuego para quien iría en la tina.

Y para la mañana del 15 de septiembre, cada uno de los guerrilleros estaba listo con sus respectivas armas: Armando con un Fal; Ramón con un rifle M-16 y 30 balas en el cargador, más una pistola Browning 9 milímetros. El arma del Capitán Santiago era un RPG-2, la bazuka.

Según relataron los guerrilleros al matrimonio Flakoll y Alegría, la señal de Osvaldo al ver la caravana de Somoza sería decir el color del auto en que vendría el dictador, vía walkie-talkie. Luego, cada uno de los guerrilleros tendrían que salir de la “Casa de Julio Iglesias” y apostarse en sus respectivos lugares en un lapso de veinte segundos.

Llegó la “Hora Cero”

El miércoles 17 de septiembre de 1980, después de arreglar el problema de comunicación de los walkie-talkie, ensayar la emboscada a Somoza y acordar encender la camioneta cada hora para que funcionara al momento del escape, los guerrilleros estaban en disposición de avanzar a sus posiciones en un lapso de trece segundos, desde el interior de la “casa de Julio Iglesias”.

La “Hora Cero” llegó a las 10:35 de la mañana del 17 de septiembre de 1980, cuando Osvaldo divisó su caravana desde el kiosco de revistas y transmitió la señal convenida a los guerrilleros a través de los radio-comunicadores.

– “¡Blanco! ¡Blanco!”, dijo.

“Julio César Gallardo, antiguo chofer y guardaespaldas de Somoza, manejaba el Mercedes. Atrás, junto al ex dictador iba Joseph Bainitin, su asesor económico de nacionalidad norteamericana”, narran Alegría y Flakoll.

De acuerdo al plan convenido, Ramón se apostó con su M-16 en el jardín de la “casa de Julio Iglesias”, mientras Armando salió con la camioneta Cherokee al borde de la acera para estar listo a interceptar la caravana de Somoza. El Mercedes Benz de Somoza estaba a unos cien metros detenido por el semáforo en rojo, detrás de unos seis vehículos.

Cuando el semáforo dio luz verde, Armando calculó el tiempo para dejar pasar unos tres vehículos e interceptar el Mercedes, mientras Ramón esperaba para dar la señal de salir a Santiago con la bazuka.

En ese momento, ya no había marcha atrás.

Fallo primer bazucazo

Armando irrumpió en la calle con la Cherokee haciendo frenar una Volkswagen Combi. “El Mercedes de Somoza frenó. Ramón escuchó un ruido detrás suyo, se volvió y vio a Santiago luchando con la bazuca. Pensó que se había deslizado, que se había caído; giró sobre sus talones, levantó el M-16 a la altura del hombro y empezó a disparar”, narran Alegría y Flakoll.

El plan inicial señalaba que Santiago dispararía la bazuca primero por si el Mercedes era blindado, pero se le atoró el proyectil y Ramón tuvo que abrir fuego.

Al fallar el primer tiro de la bazuca, Santiago se arrodilló, sacó el proyectil defectuoso y la volvió a cargar, se puso de pie, tomó puntería de nuevo, pero no disparó.

Según el relato de Claribel Alegría y Bud Flakoll, después de la primer ráfaga de M-16, “la limosina de Somoza con el chofer ya muerto, se había ido a la deriva hacia la casa operativa, deteniéndose junto a la cuneta, frente a Ramón, quien metódicamente seguía disparándole al asiento trasero. La limosina no era blindada y cada uno de los tiros entró a través de los cristales rotos de la ventanilla de atrás. Ramón estaba tan cerca del Mercedes que un proyectil de bazuca en ese momento lo hubiera matado”.

Según Ramón, en los siguientes instantes, la custodia de Somoza comenzó a disparar, hasta que le dio la señal a Santiago para que disparara la bazuca.

“La explosión fue impresionante. (El techo y una puerta delantera del Mercedes volaron en pedazos) Pudimos ver el auto totalmente destrozado y la custodia escondida detrás de un murito de la casa de al lado. Ya no tiraban más”, recordó Ramón.

Un testigo, el doctor Julio César Troche dijo minutos después al diario paraguayo ABC, que “escuchamos una fortísima explosión que hizo temblar toda nuestra casa y nosotros aún no queríamos mirar por el riesgo de ser alcanzados por una de las ráfagas que el sujeto enmascarado de la Chevrolet azul, a quien a cada momento se la caía la capucha, repartía a diestra y siniestra. Tras la explosión siguió nuevamente el tiroteo. Después vino el silencio”.

El Mercedes Benz quedó destrozado, los trozos del cadáver del chofer de Somoza quedaron en el pavimento a treinta metros, mientras Somoza y Bainitin quedaron muertos en el asiento de atrás.

Armando, Ramón, Osvaldo y Santiago, huyeron en la camioneta Chevrolet azul, pero a pocas cuadras tuvieron que abandonarla, pues no caminó más. Interceptaron un Mitsubishi-Lancer placas 61915 sobre la calle América, según relató su dueño Julio Eduardo Carbone, al ABC.

La radio comenzó a dar la noticia: “Le dispararon una bomba a un Mercedes Blanco”. Quince minutos después estaba identificada la víctima: Anastasio Somoza Debayle.

Mientras, los guerrilleros huían por rutas alternas. Todos, menos el Capitán Santiago.

El relato en primera persona

Testimonio de Enrique Gorriarán

  1. El taxista no la conocía, menos ella que era extranjera. Lo único que tenían en común ambos en Paraguay era la carrera.

La joven buscaba una peluquería que estaba a media cuadra de donde vivía un tal Anastasio Somoza Debayle.

La información serviría para algo más que para un corte de cabello… Paró en la delegación de la Policía.

– ¿Alguien sabe dónde vive ese señor?, preguntó el taxista.

Allí le dieron el punto exacto. Vivía en una urbanización donde cada residencia se alquilaba en más de 1 mil 500 dólares mensuales. «Vaya señor», le dijeron, «es zona exclusiva. Allí viven los más ricos».

Es Asunción, Paraguay, la ciudad del relato.

Con lo dicho por el oficial inició sin que lo supiera el ajusticiamiento de Somoza Debayle, quien moriría el 17 de septiembre, por una acción armada que dirigía Enrique Gorriarán Merlo. Es él quien cuenta esta historia, ahora que está libre tras ocho años de encierro en Argentina.

Lo indultó el Presidente saliente, Eduardo Duhalde, el 25 de mayo. Publicó sus memorias en 2003, unas 600 páginas de recuerdos, que lanzó al mundo la editorial Planeta.

Somoza Debayle escapó hacia Miami, Florida, dos días antes de su caída del poder en Nicaragua el 19 de julio de 1979.

En ese 19, finalizó la dictadura que forjó el papá de Somoza Debayle, Anastasio Somoza García desde 1934.

En Paraguay, adonde se estableció después de Miami, Somoza Debayle estaba bien custodiado. Era muy amigo del dictador Alfredo Stroesner.

«La planificación fue minuciosa», dice Gorriarán vía telefónica.

Seis meses en Paraguay haciendo contactos, viendo cómo llegar a la hora de la hora. Enrique Gorriarán estuvo cuatro meses y medio antes de septiembre de 1980, pero Hugo Irurzún (El Capitán Santiago), una de las siete personas que participaron en el ajusticiamiento, llegó seis meses antes. Fue uno de los primeros.

Lo difícil, después de localizar la casa, fue alquilar un sitio que permitiera vigilarlo 24 horas. La casa estaba a unas cuatro cuadras.

Cuatro varones y tres mujeres, entre ellas la del corte de pelo, trabajaban a la par de las manecillas del reloj. Hasta parecían que entraban en competencia.

Gorriarán dice que fueron 10 «compañeros» los participantes en total y que se recuerde, entre ellos, estaba Roberto Sánchez, hermano de Aurora Sánchez «La Cachorra», Hugo Irurzún (El Capitán Santiago), y Claudia Lareu.

El comando reclutó al dueño de un kiosco de venta de periódicos, dos cuadras antes de donde vivía Somoza Debayle.

Fue desde la venta que avisaron el 17 de septiembre que venía. Venía en el vehículo de siempre, pero el chofer no era el mismo.

«Teníamos que cuidarnos de la custodia que traía Somoza, cambiar el objetivo, y atacar el vehículo con un chofer que después supimos era de apellido Gallardo. Era la primera vez que mirábamos a ese chofer, porque el de siempre en esos días era un general suyo de apellido Genie (Samuel), que había sido jefe de la Seguridad de Somoza en Nicaragua».

Los minutos se hicieron horas, dilatados como sólo ellos suelen serlo en momentos de tensión. El primer cohete de Iruzún, «capitán Santiago», estaba malo. Hubo que cambiarlo. Se hizo. El disparo de la bazuca fue certero.

Ahí murió Somoza, mientras en Nicaragua se celebraba en las calles con el ánimo intacto de aquel 19 de julio, cuando el triunfo de la Revolución en la plaza que le pusieron ese nombre.

Otros lloraron a Somoza.

Los ánimos estaban al tenor del conflicto, pero fue la alegría de la gente la que dio ánimo a Gorriarán y sus compañeros cuando Paraguay cerró las fronteras, cuando empezaron a aparecer las fotos y retratos hablados de los implicados. Ni uno solo de los retratos era de ellos.

«Era la época en que funcionaba el Plan Cóndor. Había mucha relación entre las dictaduras de Chile, Brasil, Paraguay y Argentina. Tenían un rápido intercambio de información, pero en este caso sacaron a alguien parecido a una compañera. Luego vivimos toda la tensión. Después cruzamos Argentina, otro Brasil. Yo fui a Costa Rica y después a Nicaragua. Nos dividimos y luego nos encontramos. No recuerdo cuánto gastamos en esa ocasión».

Sí, fue como las películas de espías. Ofrecieron 50 mil dólares por ellos sin conocerlos.

Hugo Iruzún, el capitán Santiago

Sólo uno de ellos murió: Hugo Iruzún, el capitán Santiago, quien como Gorriarán había colaborado en Nicaragua con el fin de la dictadura.

Los lazos, ahora recuerda el segundo, eran fuertes. Históricos como le gusta decir.

Pero el riesgo había sido tomado por una razón estratégica.

No fue venganza. Somoza Debayle era el jefe de la contrarrevolución que amenazaba a los triunfantes sandinistas.

Había más que odio en el dictador defenestrado. «Teníamos informaciones concretas. Somoza tenía arreglado con el jefe de la Policía de Honduras, un coronel Álvarez (Gustavo Álvarez Martínez), afín al somocismo, y con los militares argentinos, con los cuales, cuando se produce el ajusticiamiento, ya había un grupo de asesores argentinos en Honduras a través de un acuerdo entre los militares argentinos y él».

Eran tiempos aquellos de dictadura en Argentina. Tiempos de Videla, de 30 mil desaparecidos y 500 niños robados, pero también era época en que los militares argentinos y Somoza creían que Estados Unidos había abandonado la lucha contra el comunismo.

Ellos se planteaban, según Gorriarán, cómo reemplazarían la carencia. Pero nada de lo contado por Gorriarán hubiera sido un hecho, si Somoza no persistiera en su empeño por volver al poder.

«Te juro que no fue venganza. Si Somoza, por ejemplo, no hubiese querido retomar el poder y hubiese, no sé, decidido irse a vivir a España. No hubiéramos hecho está acción. Por eso, insisto que fue en el contexto de la contrarrevolución. No es un atentado individual».

Cortázar y un libro frustrado

Extractos de su última entrevista, brindada al intelectual argentino Néstor Kohan N.K.: Luego de la muerte de Tosco en 1975, viene la dictadura militar (1976), el genocidio de nuestro pueblo, el exilio, tu participación en la revolución en Nicaragua (1979) y el ajusticiamiento de Anastasio Somoza.

A partir de allí lo conociste a Julio Cortázar. ¿Cómo se produjo ese encuentro con Cortázar?

Enrique Gorriarán: Julio estaba muy impactado por la revolución en Nicaragua, entonces comenzó a viajar, a visitar aquel país, frecuentemente. Entonces un día lo conocí en Nicaragua en la casa de Tomás Borge [dirigente del Frente Sandinista de Liberación Nacional-FSLN. Allí conversamos con él.

Si no sabías quien era o nunca habías visto una fotografía de Julio Cortázar podías estar conversando con él cinco horas y no te dabas cuenta. En ningún momento hacía ostentación. Si estuviera en este lugar, estaría aquí sentado conversando como lo estamos haciendo nosotros sin ningún tipo de ademán, ostentación o pose. Yo esperaba encontrarme con una persona que haría gala de su importancia y de su fama, pero me encontré con un hombre sumamente sencillo. Me llamó poderosamente la atención esa sencillez. También su inteligencia, pero eso yo lo descartaba, porque sabía que él era muy inteligente. Sí me sorprendió su sencillez. Julio estaba impactado por lo de Somoza.

¿Por el ajusticiamiento?

Enrique Gorriarán: Sí. Entonces él nos manifestó que le hubiera gustado escribir un libro sobre ese hecho. Nosotros le contamos cómo había sido. Cortázar sabía lo que había significado Somoza para Nicaragua. Nosotros le agregamos un elemento que quizás no era muy conocido. Somoza no fue ajusticiado por las cosas terribles que había hecho en el pasado dictatorial. No fue un hecho de venganza. Fue el ajusticiamiento del jefe de la contrarrevolución que ya estaba actuando contra Nicaragua y contra la nueva revolución que había triunfado en julio de 1979. Ya para esa altura había instructores en represión que la dictadura militar argentina había enviado a Honduras para reprimir internamente y organizar la contrarrevolución contra la revolución sandinista, de la mano de la CIA. Eso era lo que Somoza había acordado con la dictadura argentina desde Paraguay.

Incluso esos militares argentinos participaron activamente en la tortura en Honduras…

Enrique Gorriarán: Sí, el jefe de ellos e instructor de los contras nicaragüenses, el coronel José Osvaldo Barreiro, apodado “Balita”, está acusado de 174 desapariciones en Honduras. El gobierno de Honduras lo pide a la Argentina, no lo extraditan aunque se sabe que durante los años ’90 este torturador estaba trabajando de asesor del ministro de defensa argentino Domínguez, ministro de Carlos Saúl Menem. Este torturador y todos sus asesores estaban operando en Honduras contra Nicaragua (véase Clarín: “La exportación del terror”, suplemento especial del 24/3/2006).

Entonces nosotros siempre decimos que lo que hicimos no fue una venganza por lo que había hecho en el pasado sino una emboscada contra el jefe operante de la contrarrevolución. Lo hicimos en Paraguay porque él estaba en Paraguay, si hubiera estado en Nicaragua, lo hubiéramos hecho en Nicaragua.

¿Cómo sabían que Somoza estaba en Paraguay?

Enrique Gorriarán: Que estaba en Paraguay era público, lo que no sabíamos era donde estaba. Estuvimos seis meses hasta que lo detectamos. Entonces todo eso se lo comentamos a Cortázar. Él nos dijo que le gustaría hacer un libro al respecto, pero que no podía y entonces propuso que fuera otro escritor argentino, Osvaldo Soriano. Nos dijo que él iba a hablar con Soriano en Francia. Pero Soriano tampoco pudo.

Finalmente el libro lo hicieron la escritora salvadoreña Claribel Alegría y su esposo Bob Flakoll. Hicieron una trama novelada pero completamente ajustada a lo que sucedió en la acción. Lo que nos sorprendió de Bob, el marido de esta escritora salvadoreña, es algo que nos cuenta mientras estamos preparando las conversaciones sobre el libro. Nunca supe por qué nos cuenta eso. Quizás supuso que nosotros tendríamos información al respecto, pero nosotros no sabíamos nada. Nos contó que veinte años atrás, durante el gobierno del presidente Arturo Frondizi [1958-1962] él había trabajado de joven como agente de la CIA en la embajada norteamericana en Argentina. Obviamente él había abandonado más tarde todo eso, decepcionado y espantado. Nos contó cómo se abrió. La conoció después a Claribel, se casaron, vivieron muchísimos años juntos. Era una excelente persona.

Claribel Alegría y D.J. Flakoll

Pero ¿sabés qué misión había tenido como agente de la CIA? Estaba encargado de pasar datos sobre todo el sector cultural argentino: escritores, periodistas e intelectuales. Tenía que seguir qué posiciones tenían los intelectuales en relación a Estados Unidos. Entonces lo conversamos mucho con él. Estábamos en 1980 y 1981, ya habían sucedido la mayor parte de las desapariciones de personas en Argentina y en toda América latina, entre las cuales estaban muchos intelectuales de izquierda, marxistas o progresistas. Entonces lo conversamos y él me hizo notar cómo Estados Unidos venía planificando desde bastante tiempo antes y seleccionando entre los intelectuales antiimperialistas las futuras víctimas.

¿Qué fue de los integrantes del comando?

Artículo publicado en el año 2000

Después del bazukazo mortal, registrado a las 10:35 de la mañana del 17 de septiembre de 1980, en Asunción Paraguay, “Santiago”, “Armando” y “Ramón” huyeron en la vieja camioneta Chevrolet sin placas, a la cual no pudieron borrarle el número del chasis para dificultar su identificación.

Pero a los treinta metros la camioneta se les apagó y tuvieron que bajar rápidamente, detener un Mitsubishi Lancer subirse en el, casi no cabían en el vehículo.

Cerca del cementerio de Asunción hicieron la primera parada, para recoger un vehículo escondido. Allí se bajó “Santiago” (Hugo Irurzún), a la espera de “Osvaldo”, quien llegaría a ese punto de reunión tras abandonar el quiosco de revistas desde donde anunció al comando la llegada del Mercedes blanco de Somoza.

De acuerdo a los testimonios de los miembros del comando que quedaron con vida, recogidos en el libro “Somoza: Expediente cerrado”, los guerrilleros “Osvaldo” y “Santiago” se reunieron y viajaron juntos hasta Italramada, zona fronteriza del Paraguay, donde se despidieron. De ahí huyó “Osvaldo”, en una lanchita rumbo a Argentina.

La segunda parada del Mitsubishi fue para dejar a “Ramón” (Enrique Gorriarán Merlo) a una cuadra de un hotel donde lo esperaba “Julia”. En tanto “Susana” se encontró con “Armando” (Roberto Sánchez Nadal) en el estacionamiento de un centro comercial.

Identifican al «Capitán Santiago»

A fines de agosto, antes del operativo, “Ana” salió del Paraguay rumbo a Río de Janeiro y regresó por vía aérea el 18 de septiembre, un día después del atentado, para encontrarse con “Santiago”, de acuerdo a lo planificado. Sin embargo, en Asunción se enteró que “Santiago” estaba plenamente identificado diez horas después del atentado, es decir desde las ocho de la noche del día anterior.

“Yo sabía que él estaba en peligro. Pese a todos los planes que habíamos hecho, nunca se nos ocurrió que al otro día iba a estar él tan quemado”, recordó “Ana, durante la conversación con Claribel Alegría y Bud Flakoll, autores del libro testimonial.

El “capitán Santiago” era alto y de barba rojiza, fácilmente identificable en Paraguay, donde el ciudadano típico es bajo y de rasgos indígenas.

Cerca de las diez de la noche del 18 de septiembre, “Ana” escuchó en la radio que en Lambaré (un residencial), las autoridades paraguayas se habían enfrentado a tiros con “Santiago” y lo habían abatido de quince disparos. La guerrillera quedó conmovida.

“Lo describen a él, describen cómo estaba vestido, filman la casa y muestran los sillones donde estaban escondidas las armas, el pasaporte uruguayo, los cuatro mil dólares y los sellos con que yo iba a arreglar el pasaporte de Santiago”, refiere “Ana”.

“Santiago” fue acribillado en la casa de seguridad del comando guerrillero, después que volviera a la misma. Nadie ha logrado explicar porqué todavía permaneció ahí durante la noche del día siguiente.

Lo identificaron: Hugo Irurzún, del Ejército Guerrillero de los Pobres (ERP). Había también un identikit bastante exacto de “Julia”, pero la Policía argentina se equivocó y la identificó como a Silvia Mercedes Hodgers, una ex militante del ERP que vivía en México en ese momento.

Feroz cacería

Los identikits fueron publicados en los periódicos locales, ofreciendo una recompensa de cuatro millones de guaraníes a quien diera información sobre ellos, una cantidad inimaginable para ese entonces.

Alegría y Flakoll recuerdan en su libro testimonial, que “Susana y Armando pronto se dieron cuenta de que el dictador Stroessner había lanzado la mayor caza de hombres en la historia de Paraguay. Cerró totalmente las fronteras del país como un barón feudal que le echa candado a las puertas de su castillo, para que nadie entrara o saliera”.

Sin embargo, poco después lograron atravesar la frontera con Argentina. Luego, accidentalmente, “Susana” y “Armando” (Roberto Sánchez Nadal), se reunieron con “Osvaldo” en el mismo avión a Madrid, quien se sentó cuatro asientos adelante de ellos.

Mientras tanto, a “Julia” y “Ramón” (Enrique Gorriarán Merlo) les registraron el auto y tuvieron que pasar por tres retenes diferentes y se quedaron en un poblado cerca de la frontera con Brasil, mientras la misma era abierta semanas después. Por su parte, “Ana” también huyó a Brasil y luego se reunió en Madrid con los demás.

“Julia”, plenamente identificada por la Policía, se salvó por un pelo.

Años después de aquella acción guerrillera, “Ana”, “Julia” y “Osvaldo” viven bajo el anonimato y “Ramón” permanece encarcelado.

Según Claribel Alegría, “Susana” también murió en el ataque a La Tablada, junto a “Armando”