Carlos Fonseca como yo lo conocí (parte final) Managua. Fragmento del libro «Entre Sandino y Fonseca» de Jesús Miguel «Chuno» Blandón

(Segunda parte de dos de un fragmento de la obra «Entre Sandino y Fonseca» de Jesús Miguel «Chuno» Blandón)
Primera Parte
Hasta el momento de viajar Carlos a Moscú de Nicaragua sólo había llegado a la capital soviética el dirigente obrero Francisco Bravo.
A través de ese folleto por primera vez daba a conocer a los nicaragüenses lo que era la Unión Soviética y predicaba sin temores las bondades del sistema socialista.
La represión no se hizo esperar y Carlos fue nuevamente detenido y torturado. Después de eso ya el gobierno de Luis Somoza no lo dejó en paz y en repetidas ocasiones fue a parar a las mazmorras del régimen.
A través de su madre Carlos me envió el folleto autografiado que conservé por mucho tiempo junto a los ejemplares de Segovia.
En 1957 Carlos organizó una movilización estudiantil a nivel nacional pidiendo la libertad de Tomás Borge, todavía detenido desde la muerte del viejo Tacho. Al instituto de Matagalpa llegó como delegado Enrique Morazán, quien encabezó diversas manifestaciones en las calles de la ciudad, las cuales terminaron en casa de la mamá del dirigente preso.
En 1958 se expulsa a Fonseca del país y Luis Somoza lo manda en helicóptero a Guatemala, donde los exiliados le consiguen trabajo en una feria. A principios de 1959 viajó a Cuba donde se puso en contacto con el proceso revolucionario que ejercería determinante influencia en su formación política. Allí se preparaba para participar en la que después sería conocida como la invasión de “El Chaparral”, organizada por grupos de izquierda que intentaban derrocar a Somoza.
Es importante subrayar que el primer movimiento armado en que Carlos participa es el único con carácter definidamente antiimperialista que se había dado en Nicaragua, después de la muerte de Sandino.
En Cuba
En La Habana, Carlos tiene oportunidad de darse cuenta de que “no es oro todo lo que brilla” y que hasta la capital cubana había llegado toda una gama de personajes oportunistas y aventureros tanto de izquierda como de derecha.
Políticos que, aprovechándose de la simpatía que la revolución nicaragüense despertaba entre los cubanos, recogían dinero durante el día y por la noche se lo gastaban en El Tropicana y otros cabarets.
Dirigentes de izquierda como Noel Guerrero y otros que se paseaban armados hasta los dientes acompañados de guardaespaldas, y que a la postre fallaron en el momento en que más se les necesitaba.
Y hombres, en fin, como Chester Lacayo que habiéndoseles dado toda clase de apoyo por parte de la Revolución Cubana, se vendieron a la CIA y organizaron movimientos fantasmas contra Nicaragua en un intento de inculpar a Cuba para justificar una agresión a la isla.
Indiscutiblemente, un hombre inteligente y honrado como Carlos Fonseca, tiene que haberse dado cuenta de que una revolución debe de hacer un estricto proceso de selección entre sus cuadros si no quiere fracasar.
– ¿Qué fue lo que pasó con la revolución mexicana? – me dijo en una oportunidad. Pues cuando tomó el poder todo mundo se metió al Partido de la Revolución y entonces hubo mucha corrupción. Los resultados son muy claros.
En el capítulo correspondiente a la invasión de “El Chaparral” se dan datos sobre lo que puede significar la mala escogencia de los cuadros dirigentes, cuando en ella influyen sentimientos personales.
Es casi seguro también que allí pudo observar con mayor detenimiento a muchos comunistas que se explayaban en explicaciones teóricas sobre el proceso nicaragüense, pero quizás eran menos dispuestos que cualquier no iniciado a aportar un poco de sacrificio por la revolución popular.
Nace la leyenda
En “El Chaparral”, Carlos se destacó como combatiente; su leyenda se inició en ese lugar. Casi moribundo fue trasladado a un hospital de Tegucigalpa de donde –otro dato que lo retrata de cuerpo entero– se fugó sin estar totalmente curado y unos amigos le prestaron atención médica para su convalecencia.
Rigoberto Palma, un viejo comunista que murió siendo miembro del Comité Central del Partido Socialista Nicaragüense, habló con nosotros refiriéndose a ese momento.
Declaraba Palma que él era el responsable por parte del Partido en el movimiento de El Chaparral y que Carlos era militante de la organización, pero cuando esta ordenó a todos trasladarse de nuevo a Managua clandestinamente, el joven se negó a ello, pues había decidido tomar su propio camino.
– “Yo me vine a Managua y él se regresó a Cuba” –declaró Palma. Rigoberto Palma, fue un comunista honrado y afirmaba que en su partido no había dos militantes iguales a Carlos Fonseca, a pesar de que tenían concepciones diferentes acerca de lo que debía ser la lucha en Nicaragua.
¿Qué razones indujeron a Fonseca a romper con el partido? No es muy difícil averiguarlo si se toma en cuenta que en esa época el Partido no tenía mayor desarrollo orgánico ni un completo dominio del marxismo leninismo y, en consecuencia, falló en el examen de la realidad nicaragüense por lo cual no puso el suficiente interés en integrar a su táctica política la lucha armada en el contexto de la lucha contra la dictadura.
Carlos Fonseca había puesto en evidencia a aquellos marxistas que únicamente andaban recitando a los teóricos, y luego viajaban a la URSS, sin que de esto saliera ningún provecho para la clase que decían representar.
Poco después la historia le daría la razón al salir a luz pública la polémica entre Fidel Castro y los comunistas venezolanos, y mucho después el encuentro entre el Che Guevara y el comunista boliviano Mario Monje. Carlos había clarificado lo que después sería conocido como la “izquierda tradicional”
El 23 de julio
El 23 de junio de 1959 se había producido la “Masacre de El Chaparral” y ese mismo día se regó el rumor de que Carlos Fonseca había muerto. Dramáticamente hizo el anuncio el bachiller Manolo Morales en el atrio de la iglesia La Merced, lo que dio comienzo a una manifestación que fue disuelta por la Guardia frente a la iglesia El Calvario, en León.
Precisamente ese año en la Universidad entrábamos en calidad de novatos, entre otros, Sergio Ramírez, Rolando Avendaña Sandino, Julio Briceño, etc.
Habíamos tenido que interrumpir varias veces el curso por el asunto de Olama y Mollejones y toda la agitación que se vivía en esos días. Logramos ponernos en contacto nuevamente con Francisco Buitrago Castillo, quien estudiaba Odontología y era miembro del Centro Universitario. Mantenía sus estudios con un trabajo de laboratorista que había logrado obtener en Salubridad Pública.
La campaña de agitación estudiantil en protesta por los compañeros masacrados se prolongó, y sucesivos actos y asambleas se escenificaron en el local de la Universidad.
Los más visibles dirigentes estudiantiles como Alejandro Serrano, Fernando Gordillo, Humberto Obregón, Manolo Morales, Joaquín Solís Piura, Luis Felipe Pérez y el mismo Francisco Buitrago se encargaron de anunciar que en vez del tradicional desfile de novatos se efectuaría una velada fúnebre y una manifestación de protesta.
El 23 de Julio de 1959, un mes después de la masacre de El Chaparral, a las tres de la tarde salimos con nuestras escarapelas negras del Paraninfo Universitario. Hablaron en la velada Alejandro Serrano y Rafael Ugarte, ambos compañeros de casa.
El recorrido se prolongó durante algún tiempo. Nos encontramos con el batallón Somoza entre la Casa Prío y la Librería Recalde, viniendo por la Calle Real. En esa esquina un guardia hizo ademán de introducir su bayoneta en el pecho de Julio Briceño, y éste, sin demostrar ningún temor, se abrió la camisa y le dijo:
– ¡Máteme!
La guardia no quería que entráramos al parque, porque frente a él se encontraba el comando departamental, y nos fuimos nuevamente a la Universidad donde la manifestación terminó. Pero, poco antes de marcharnos, Fernando Gordillo se paró en la plazoleta del edificio central y dijo que había estudiantes detenidos, que fuéramos a sacarlos.
Marchamos por la Avenida Central, doblamos por el parque La Merced y caminamos nuevamente hacia la Casa Prío, donde fuimos detenidos un grupo que llevaba la bandera de la UNAN y de Nicaragua.
Fuimos llevados al comando donde estuvimos unos momentos manos arriba hasta que salió del edificio el coronel Tacho Ortiz, quien ya seguramente con la orden del Comandante Federico Prado, ordenó que se nos dejara en libertad.
Entre el club social y la Librería Recalde, detenidos por un cordón de guardias, nos esperaba el grueso de la manifestación. Allí estaba Celen Ordóñez, viejo compañero del instituto y ahora estudiante del Calasanz, a quien habíamos reclutado hacia pocos momentos para que engrosara la manifestación. Gonzalo Alvarado, estudiante del Instituto nos suplicó que le prestáramos un momento la bandera que tan orgullosamente exhibíamos. Se la entregamos, y al volver la cara vimos cómo un oficial lanzaba lo que después sabríamos era una bomba lacrimógena.
El artefacto estalló tan cerca que me puso totalmente ciego y sordo, de modo que no escuché los balazos ni los gritos de los heridos. Corrí a la loca y me metí en el restaurante El Rodeo.
Hasta después me asomé por la ventana del alto y vi lo que había sucedido. Entre los heridos, Gonzalo Alvarado había perdido una pierna y Celan Ordóñez tenía varios tendones del muslo destrozados.
El curso se interrumpió las protestas se generalizaron en todo el país y tras ser detenido después de una manifestación en Matagalpa, marché a Costa Rica.
Entrevista en San José
Carlos había viajado de La Habana nuevamente a Centroamérica y se había reunido en San José con Tomás Borge y Silvio Mayorga, con quienes mantenía relaciones desde la universidad. También estaba una gran cantidad de exiliados que habían venido de Venezuela y otros lugares. Así se fundó Juventud Revolucionaria Nicaragüense.
En el viaje a Costa Rica, por rara casualidad viajé en compañía de doña Tina Fonseca y su pequeña hija.
Una tarde, caminando por el parque central, me encontré de pronto con Carlos Fonseca, quien me saludó afectuosamente y me invitó a un café.
Hablaba con convicción profunda, sus gestos y sus palabras llevaban fuerza y seguridad.
Me contó que venía de Cuba y yo estúpidamente le pregunté que si había conocido a Fidel Castro.
Me explicó que lo más importante no eran las personas sino el proceso, la revolución misma que se estaba efectuando en la isla.
Estaba sumamente delgado y se miraba más alto de lo que realmente era. Andaba con una gorrita verde olivo sobre la cabeza y lucía un bigotito y barba incipientes. Apenas se restablecía del balazo en el pulmón.
Devoraba entonces la historia de Nicaragua, y se refirió al ex presidente Adolfo Díaz, como el hombre que había hecho más daño a Nicaragua.
– Cómo es posible decía que ese hombre anduviera tranquilo por Costa Rica y que la historia sólo dijera de él que había inaugurado una que otra obra de progreso.
Al final me habló nuevamente del humorismo, y cuando yo creía que arreglaríamos una nueva entrevista se despidió diciendo que eso no era posible.
Esa fue otra novedad introducida por Carlos Fonseca entre el exilio nicaragüense. Generalmente el exilado era un hombre que vivía en el extranjero, públicamente, comentando en los cafés noticias sobre la “inminente caída del somocismo”.
Como hemos dicho, la conducta de estos exilados era a veces hasta escandalosa. Carlos se acostumbró a vivir clandestinamente en La Habana, en México o en Costa Rica guardando casi tantas medidas de seguridad como si estuviera dentro de Nicaragua. Esto que ahora suena normal, cambió totalmente el concepto de la conspiración que tenían los nicaragüenses.
«Yo no tengo hermanos»
Con fecha 10 de junio de 1960, Carlos escribió una carta a la esposa de su padre, doña Lolita Arrieta de Amador, en la que se pone de manifiesto las buenas relaciones que guardaba con ella y cómo podía ganarse la simpatía de la gente aun en casos en qué las relaciones familiares normalmente son difíciles. La carta dice así:
“Esta carta desde hacía muchísimo tiempo que había querido escribirla pero no podría explicar las razones que me han impedido hacerlo.
“La intención de escribirla estaba movida especialmente por el deseo de expresarle una cuestión que producirá un descanso en mi conciencia. Quisiera expresarle mi gratitud por toda la generosidad que ha prodigado usted a mi existencia. Yo quisiera corresponderle en la misma forma porque es un deber. Pero mejor que yo, creo que la misma vida lo está haciendo. Esté usted segura de que la bondad con que Ud. me ha acogido tanto a mi como a todas aquellas personas que han tenido oportunidad de estar cerca de Ud., será correspondida en la forma de unos buenos hijos”.
Después habla en buenos conceptos de todos sus hermanos de padre especialmente de Fausto Orlando, a quien le auguraba un gran porvenir. Este joven, que llegó a militar en el Frente y luego defeccionó, seguramente le produjo una de sus más grandes tristezas.
Estando preso en Costa Rica, cuando se le preguntó por su hermano Fausto, declaró:
“Yo no tengo hermanos. Mis hermanos son los que están luchando conmigo”.
En otro párrafo de su carta se refiere a Gloria, que estudiaba en los Estados Unidos y dice:
“Yo creo que Gloria ha sido poco favorecida al educarse en los Estados Unidos. Creo que tiene un gran talento pero ese mediocre ambiente yanki asfixia a cualquiera. Y no lo digo yo nada más, no hasta ahora que está de moda la lucha contra esos animales, es que se piensa así. Y para que lo compruebe le referiré el resumen de una anécdota que señala Darío, nuestro gran Rubén, en un libro en que habla de su vida. Es así: «Estando Darío de unos veinte años y poseyendo ya una profunda cultura se vio en la obligación de salir de Nicaragua y con el dinero que tenía reunido con dificultades, ajustaba para viajar a Estados Unidos y cuando estaba decidido a marcharse una persona inteligente lo detuvo y le recomendó que le convenía más irse a Chile, porque allí existía un formidable ambiente artístico. Darío replicó que no podía irse a Chile porque no tenía suficiente dinero. Entonces la persona inteligente le respondió que se fuera nadando por el mar, aunque se ahogara en el camino». Como quien dice que era preferible morir en el mar que vivir en Estados Unidos. Ya pertenece al pasado la época en que la base del progreso era el ansia de dinero. Ahora el, mundo ha entrado en una nueva era”.
Al final de la carta hay una referencia al héroe de “El Chaparral”, Manuel Baldizón, quien dejara un huella profunda en el alma de todos los sobrevivientes de dicha masacre.
“Ya para terminar, quiero hacer un recuerdo doloroso. Manuel Baldizón. Ese recuerdo es una razón para continuar la vida que me he trazado. Mi vida no es mía, pertenece a los que mueren y a los que sufren porque no hay justicia”.
(firma) Carlos
Juventud Patriótica
Después del 23 de julio de 1959, la juventud nicaragüense comenzó a manifestarse con más fuerza en el terreno político y cuestionó cada vez con más energía a los partidos históricos.
Las manifestaciones de protesta se sucedían en las calles de todo el país y los arrestos, golpizas y balaceras no hacían más que enardecer los ánimos estudiantiles.
El periódico Impacto se había convertido prácticamente en un vocero de la nueva agrupación juvenil “Juventud Patriótica Nicaragüense” y era repartido en todo el país por las diferentes células de la organización, cuya bandera era rojinegra y gritaba cada vez más frecuentemente vivas al General Sandino.
Dos acontecimientos estremecieron especialmente al pueblo de Nicaragua en 1960: el asesinato de Ajax Delgado López, y el del joven estudiante del Goyena, Julio Oscar Romero, a manos de las hordas somocistas precisamente el 23 de julio, cuando se conmemoraba el primer aniversario de la masacre de León.
Al conocer de la fundación de JPN, Carlos manda una carta a Marcos Altamirano donde le dice que se vaya a Managua y que se integre a dicha organización. La oficina de JPN quedaba en la Calle de El Triunfo, a dos cuadras de Comunicaciones, y era su secretario general el Ing. Salvador Pérez Arévalo. Este se fue para México, y en el mes de Septiembre hay elección, la que se decidió a base de la capacidad oratoria de los candidatos. El Partido Socialista Nicaragüense al principio no le dio la importancia táctica que tenía la organización que contaba ya con células de 21 miembros como máximo en cada barrio.
La preocupación principal era politizar a la juventud en torno a problemas concretos que afectaban a todos sin distingos de colores políticos. Los apoyaba mucho el Padre Luis Almendarez y algunos hijos de conservadores, pero estos no ocupaban posiciones dirigentes.
Al contrario del Partido, Carlos sí buscó la manera de contactarse con JPN y especialmente con Marcos que ya era Secretario General de la organización.
Carlos jefeaba el Movimiento Nueva Nicaragua y en la reunión que tuvo con Marcos en el barrio Riguero, dijo que quería confrontar los programas de ambos movimientos y posiblemente fusionarlos en el Frente de Liberación Nacional. JPN era pluralista, pero recalcaba el sandinismo en formo sistemática.
Carlos también opinaba, al igual que JPN, que el ideario sandinista era base suficiente para iniciar la transformación del país. Marcos sostuvo que no era oportuna la fusión sino que los cuadros más sandinistas de JPN se integraran a Nueva Nicaragua, por ser esta una organización pública.
El doctor Adán Selva era uno de los dirigentes identificados con JPN y en su imprenta se editaba el periódico del movimiento.
La Escuela de Periodismo, en la cual nos habíamos matriculado un numeroso grupo de alumnos, estaba ubicada frente al Gran Hotel, en la Avenida Roosevelt y precisamente allí todos los días por la tarde se hostilizaba a la guardia que corría desesperadamente tras los estudiantes cuando oía vivas a Sandino.
La Escuela había sido fundada por un acuerdo entre la Universidad Nacional y la Embajada Americana, pero el Director del Centro Cultural Nicaragüense-Americano se oponía a que existiera en el lugar todo tipo de organización estudiantil.
Los dirigentes más visibles de la escuela eran Manuel Espinoza, Eligio Álvarez Montalván, Roberto Arévalo Alemán y otros que participaban en JPN.
El 11 de noviembre de 1960
El choque con los yankis provocó el abandono de la escuela por parte de los más progresistas; se realizó una manifestación donde se enterraba simbólicamente la escuela, demostración que fue disuelta por la guardia a culatazo limpio.
Cuando se preparaban los golpes de Jinotepe y Diriamba uno de los dirigentes del “Movimiento 11 de Noviembre” se puso en contacto con JPN. Un miembro del Comité Central le confirmó la participación de la organización, pero con la condición de que las armas estuvieran distribuidas en todo el país.
Tal condición no se cumplió y, manifiesta Marcos Altamirano, los del 11 de Noviembre engañaron a los muchachos de JPN en Jinotepe y Diriamba diciéndoles que la organización apoyaba el movimiento.
Después del fracaso de la toma de los cuarteles en Jinotepe y Diriamba la posición de Luis Somoza, que desde 1959 había venido tambaleándose, se fortaleció.
El diario “Impacto” fue destruido por las hordas nicolasianas (formadas por una paramilitar somocista llamada Nicolasa Sevilla) y su director, Ignacio “Nacho” Briones Torres, fue al exilio, mientras el heredero del dictador acusaba al embajador cubano Quintín Pino Machado de supuesta complicidad con la subversión y éste se miraba obligado a abandonar el país, provocándose oficialmente la ruptura de relaciones entre La Habana y Managua.
Las filas de Juventud Patriótica fueron diezmadas por la represión y muchos de sus miembros pasaron a la guerrilla y otros al somocismo.
Siendo directivo del Centro Universitario de la UNAN, durante la celebración de la Primera Asamblea Nacional de Estudiantes, en Diciembre de 1958. En la gráfica Egberto Ramos, Amoldo Quintonilla, Denis Hernández, Julio López Miranda, Carlos Fonseca, Salvador Guadamuz, Ernesto Somarriba, M. Carrillo Luna, Oswaldo Madriz y Alfonso Robles.
Un año más tranquilo
Aunque en 1961 se registraron invasiones guerrilleras, realmente fue un año más tranquilo para Luis Somoza y su camarilla.
En la Universidad de León el Frente Estudiantil Revolucionario estaba liderizado por algunos dirigentes que se habían venido burocratizando y pasaban a ocupar cargos en la administración universitaria, lo que le quitó un poco de arrastre entre las masas estudiantiles.
Así se trabajó en las campañas de Allan Gross Quiroz y de Juan José Ordóñez, que resultaron triunfantes y ocuparon sucesivamente la presidencia del Centro Universitario.
En esos días, Luis Somoza declaró en una conferencia de prensa que Carlos Fonseca entraba y salía de Nicaragua clandestinamente cuando le daba la gana.
Y es que ya en Matagalpa y León se rumoraba que se le miraba disfrazado visitando a familiares o a compañeros de lucha, creando el embrión de lo que con el tiempo sería la red clandestina de apoyo para el FSLN.
La gente lo escondía, porque confiaba en él y porque era atraída por el tremendo carisma que poseía, por su gran magnetismo personal.
Se estaba cambiando ya la tradición del exilado que jamás entraba al país, por lo que se mantenía muy mal informado.
Seguramente influenciado por las lecturas sobre Lenín y otros grandes conspiradores, Carlos entraba subrepticiamente, se contactaba con las agrupaciones gremiales y estudiantiles, dictaba pautas y aconsejaba.
Especialmente trabajaba con el movimiento estudiantil al que él consideraba uno de los pocos sectores donde la corrupción producida por el somocismo no había podido penetrar.
Una tarde el presidente del Centro Universitario, Juan José Órdóñez, me dijo que habían sesenta pasajes para estudiantes que quisieran viajar a Cuba a un congreso deportivo. Solamente dos hicimos el viaje, en el mes de Octubre de 1962.
Una charla en el avión
Manuel Espinoza era nuestro contacto en Managua; se encargó de enviarnos a México donde el profesor Edelberto Torres, la Dra. Palacios y el doctor Ramón Romero mantenían una especie de embajada revolucionaria de Nicaragua.
Los aviones cubanos estaban ocupados por la visita de Ben Bella a La Habana y después de esperar una semana el viernes nos presentamos al aeropuerto.
A las siete de la noche nos pasaron a la sala de espera por un estrecho pasadizo donde personal al servicio de la CIA fotografiaba a todo el que viajara a la isla.
Estaba sentado en la sala de espera, mi compañero había ido a otro lado, cuando de pronto alguien me puso la mano en el hombro. Levanté la vista y durante varios segundos no lo reconocí, pero luego al ver aquella sonrisa familiar, la calza de oro en los dientes superiores, me levanté alegre y lo abracé.
– La verdad es que estás irreconocible. No sabía quién eras.
– Esa noticia me alegra; ojalá que la Seguridad diga lo mismo.
Lucía un bigote bien crecido, anteojos oscuros y gruesos como de costumbre, traje entero color café a rayas (parecía que se lo había prestado algún señor que fuera dos o tres números más grueso que su talla).
Encima del vestido andaba un sobretodo o capa impermeable que desfiguraba más su aspecto, haciéndolo lucir gordo. La cabeza se la cubría un sombrero de, tela.
– Si hubiera sabido que no me habías visto no te hubiera hablado; pensé que ya te habías fijado en mí y por eso me acerqué.
– ¡Qué bárbaro! ¿Serías capaz de no saludarme?
Realmente en aquella época yo no tenía una noción exacta de lo que andaba haciendo Carlos, para mí era un opositor que vivía en el extranjero, como los demás.
Por eso siempre me desconcertaban sus medidas de seguridad, estando tan lejos del enemigo, según mi criterio.
En mi tremenda ignorancia llegué a decirle que le iba a presentar a mi compañero, a lo que él se opuso.
– No me presentes a nadie. Si te pregunta quién soy decile cualquier cosa. Que soy un amigo que conociste en el viaje.
«Faltan verdaderos revolucionarios»
Nos sentamos junto en el avión, mientras mi compañero lo hacía bastante lejos, un tanto extrañado de que yo fuera hablando con tan curioso personaje.
– Tenés tus amistades –me dijo en son de burla creyendo quizás que se trataba de algún excéntrico por su vestimenta.
– Casi siempre veo a tu mamá. Allá llega a mi casa a platicar. Vive afligida porque andas metido en esto. Dice que a estas horas ya serías abogado.
– Mirá hermano. Nicaragua tiene muchos abogados, pero le faltan verdaderos revolucionarios.
– Estuve en la casa del profesor Edelberto Torres, es una gran persona.
Carlos se entusiasma y se exalta.
– Ese hombre es un santo laico, ¡un verdadero santo!
Entre ellos se había creado una mutua admiración al punto que el profesor Torres afirmó una vez ante varios políticos de izquierda que no creía en nadie más que en el joven rebelde. En la dedicatoria de su magnífico libro sobre Rubén Darío, el profesor Torres se refería a Carlos calificándolo como un gran dariano.
– El doctor Ramón Romero me regaló un libro que escribió sobre Sandino. En él aparece una foto del General Heriberto Reyes, acompañado del bachiller Fernando Núñez.
Se sonríe Carlos quizás pensando en las ingenuidades de los guerrilleros de esa época.
– Esa foto no fue tomada en la selva sino en el patio de una casa en San Salvador, –dice con buen humor y sonriendo ampliamente. Pasa a otro tema.
– Oíme. Bonito el programa de radio que tenés con Chico Gutiérrez en León.
Me asusto. ¿Cómo puede haber oído el programa si la radio donde lo hago no cubre ni siquiera Nicaragua? Hasta después sabría que Carlos entraba y salía de León continuamente.
Pidió un nuevo servicio de comida y tragaba con avidez increíble.
– ¿Sabés una cosa? Es para compensar los días y semanas enteras que no como.
Cometí el error de llamar con palmas a una azafata, que provocó su inmediata protesta.
– Esta no es una sirvienta, es una compañera. Así que llamala con más cuidado.
Me revolví incómodo en el asiento. Siempre me pasaba lo mismo. Ir con Carlos era como ir con un hermano mayor o un maestro.
«Debes estudiar el marxismo»
– Mirá, La Habana es una ciudad muy hermosa y pudiera ser que te vayas por ahí divirtiéndote. Pero debes de pensar en que para que podas hacer el viaje el pueblo cubano tiene que pasar muchos sacrificios. Sería una lástima que no lo aprovecharas.
– ¿Y Chico Buitrago? Me han dicho que está en Cuba.
– Te voy a decir algo más. Debes estudiar el marxismo. Ninguna persona que quiera cultivarse puede desconocerlo. Podes estar de acuerdo en todo o solamente en parte. Yo estoy de acuerdo en todo, por supuesto.
A continuación tocó un tema interesante, que demostraba lo amplio de su pensamiento y el conocimiento exacto que tenía de la historia de Nicaragua, de lo informado que estaba sobre lo que sucedía en Nicaragua.
En esos días Pedro Joaquín Chamorro había sido enjuiciado por organizaciones obreras de izquierda. Se sacó de la bolsa un recorte de La Prensa donde aparecía un obrero gritando: “¡Paredón para Pedro Joaquín!”.
– Mirá este “camarada”. Está pidiendo paredón para Pedro Joaquín Chamorro, pero te aseguro que jamás ha pedido paredón para Somoza. Para que este hombre tenga derecho a paredonear a Pedro Joaquín, primero tendría que vérselas con Somoza.
Carlos desnudaba en esa forma a muchos izquierdistas que se dedicaban a atacar a la burguesía, porque era mucho más cómodo que atacar a Somoza.
Como hemos dicho, ciertos comunistas se negaron siempre a apoyar movimientos armados calificándolos de pugnas interburguesas. Pero tampoco se daban a la tarea de organizar sus propios movimientos clasistas, sino que se quedaban estáticos.
– Cuando regresés a Nicaragua no le contés a nadie que me has visto. No te lo digo sólo por mí, sino también por vos.
Y después hacía demostración de su conocimiento sobre la subversión en la Nicaragua post Sandino.
– Imaginate que una vez una señora tuvo escondido en su casa al coronel Manuel Gómez. Cuando la cosa se calmó, un año después, ella contó el asunto. Al producirse un nuevo movimiento la echaron presa. De modo que aunque pase el tiempo nunca digas que me viste.
Este consejo me sirvió mucho, pues si lo hubiera mencionado en el interrogatorio de la Seguridad quién sabe cuánto tiempo me hubieran mantenido preso.
Las luces del socialismo
El avión se acercaba a la isla y él se puso de pie.
– Esas son las luces del socialismo –dijo como para sí– las luces del socialismo son diferentes a las luces de las ciudades capitalistas.
Hoy quizás puedo interpretar mejor el significado de aquellas palabras. Para Carlos aquellas luces significaban la libertad, estar lejos de la sanguinaria seguridad somocista, de la CÍA. Era encontrarse con una revolución tal como lo había soñado siempre.
Experimenté lo mismo cuando regresé a Cuba, 17 años después, estando Nicaragua en plena guerra. Carlos se adelantó a su época.
– Bueno hermano, ahora nos despedimos, después de ahora ya no me conoces.
Su rostro estaba rígido, no admitía discusión. Me dio la mano con afecto, pero sin perder la energía. Después en el aeropuerto lo volví a ver, pero supe que cualquier intento de hablarle lo hubiera parado en seco.
El sábado llegamos a La Habana y el martes estallaba la Crisis de Octubre, presentándose ante nuestros ojos el indescriptible espectáculo de todo un pueblo en armas, dispuestos a morir en defensa de su soberanía.
Casi toda la semana la pasamos con Hilda Gadea, la primera esposa del Che Guevara, quien se encargaba de mostrarnos las cosas de mayor interés hasta que el gobierno estimó necesario evacuar a todos los delegados.
A nuestro regreso nos detuvo la seguridad y el encargado de interrogarme fue Jerónimo Linarte. A mi acompañante lo interrogó Franklin Wheelock.
En ese mismo año habíamos publicado con Rolando Avendaña Sandino el “Semanario Oposición”, del cual salieron 17 números, todos llenos de veneno contra Somoza. Se editaba en los talleres de “Flecha”, donde estuvo “Impacto”. A mi cargo estaba una sección llamada “La columna de los mártires” que fue donde por primera vez escribí sobre estos temas.
El mejor voceador del semanario era Francisco Moreno Avilés, quien moriría heroicamente en Pancasán.
-Yo no vendo este periódico por ganar dinero, sino porque ustedes atacan duro a los Somoza – me había dicho un día Francisco.
Nacimiento del Frente
En 1961 se fundó el Frente Sandinista. Allí estaban Carlos Fonseca, Tomás Borge y Silvio Mayorga en una época de reflujo en la lucha armada, ya que los continuos fracasos habían dejado una sensación de derrota entre los políticos opuestos al régimen.
El Frente Sandinista nace en circunstancias muy difíciles, cuando las manifestaciones y las protestas están cada vez más apagadas.
Los diferentes frentes guerrilleros de América Latina, nacidos al calor del ejemplo cubano, no habían logrado los éxitos esperados y los Estados Unidos ensayaban su réplica con la Alianza para el Progreso que obligaba a Luis Somoza a aflojar un poco las ataduras que oprimían al pueblo.
Aparecía un nuevo Luis Somoza, campechano y “democrático” que se paseaba a pie junto a los periodistas en la Avenida Central de San José.
Junto a él viajaba Rene Schick Gutiérrez, el nuevo rostro del sistema que apagaría un poco la llama rebelde, logrando engañar a muchos que creían en un proceso liberador evolutivo.
En la oposición, Fernando Agüero aglutinaba gente a su alrededor y obligaba aún a ciertas fuerzas de izquierda a, plegarse a sus gigantescos mítines.
Pero Carlos Fonseca y sus compañeros trabajaban. Las primeras redes clandestinas se fueron creando a la sombra de su prestigio.
Entre sus amigos, en los círculos estudiantiles emergía la nueva organización. Al principio, siendo el Frente desconocido, Carlos firmaba los comunicados como Secretario General, o sea que era necesario su prestigio para dar a conocer la organización.
Con el paso del tiempo, el mismo se encargaría de esfumarse en un anonimato que jamás lo ocultó totalmente, pero que tampoco hizo descansar sobre sus hombros toda la estructura del FSLN.
Así fue que, cuando los partidos políticos predicaban el civilismo e intentaban participar en la lucha electorera, el Frente se movilizaba en las montañas y en las ciudades.
En la Universidad de León el FER se encontraba ya en franca decadencia con algunos dirigentes importantes enquistados en la burocracia de la UNAN. Así llegó a la presidencia de la agrupación estudiantil, Manuel Elvir, que le entregó el poder a los socialcristianos, nueva cara de la reacción que sustituía a los conservadores en el máximo centro de estudios.
En la prisión de Somoza
Ocurrieron los primeros asaltos a bancos y luego la guerrilla apareció por primera vez en el Bocay, Patuca y Coco, al mando de Carlos Fonseca y del coronel Santos López. Mueren valiosos combatientes como Francisco Buitrago, Iván Sánchez, Jorge Navarro y otros.
No se había preparado el terreno lo suficiente como para que la guerrilla pudiera establecerse. Sería esa la última vez que el Frente utilizaría la invasión desde el extranjero.
En 1964 Carlos Fonseca fue capturado en Managua junto a Víctor Manuel Tirado López, organizándose grandes manifestaciones entre el estudiantado para que se le respetara la vida. Una de ellas fue detenida a mitad de la carretera León-Managua.
Cundo se anunció la presentación de los reos, viajamos con Rolando Avendaña y vimos primeramente a Tirado, firme, pero quizás extrañando el ambiente ya que eran sus primeros años en el país.
Al otro día presenciamos lo que sería un encuentro histórico entre Carlos Fonseca y “Mr. Auto de Prisión”, Orlando Morales Ocón.
Eran las dos de la tarde. Los periodistas llegaban más atraídos por la novedad del caso, por aquel personaje a quien consideraban un excéntrico según su escala de valores, pero no porque aquilataran la categoría del reo.
Ni siquiera Rolando Avendaña lograba comprender la importancia de aquello, aunque no podía ocultar su admiración por el guerrillero.
Estaban allí Onofre Gutiérrez con su grabadora, Luis Andara Úbeda, también un solitario agitador que lanzaba consignas y protestaba por las anomalías que se producían en el recinto.
René Fonseca, el hermano de Carlos estuvo todo el tiempo conmigo hasta que a eso de las tres entró Carlos, con su uniforme de presidiario seguido de su custodio, Alesio Gutiérrez.
Nos vio sin mirarnos. Tampoco su hermano hizo intento alguno de saludarlo. Desde un principio comenzó la guerra entre Carlos y sus jueces. Morales Ocón le preguntó si declaraba libre de halagos, presiones y amenazas, el reo se levantó iracundo y gritó:
– ¿Cómo quiere usted que me sienta libre de presiones y amenazas, cuando tengo enfrente a este esbirro, asesino y verdugo, Alesio Gutiérrez?
Se produjo un pequeño escándalo y finalmente se ordenó al custodio salir de la habitación.
Orlando le dijo algo así como que siendo estudiante de derecho Carlos estaba más obligado a respetar las leyes.
– Estas leyes son obra del somocismo. Usted no es defensor de la ley, sino de Somoza –le espetó. Morales se revolvió en su sillón.
– ¿Con qué derecho habla usted así de la ley? ¿Cuáles son las razones que usted tiene para hablar así?
«Yo acuso a los Somoza de ser asesinos»
Carlos en un gesto dramático, se quitó la camisa y dejó al descubierto las enormes cicatrices que tenía en el pecho y la espalda, productos del balazo en El Chaparral.
– Estas son mis razones. Así me he ganado el derecho de hablar de Nicaragua.
Se hizo un silencio. La curiosidad de los periodistas iba en aumento. Morales Ocón lo llamó al orden, diciendo que como acusado debía de guardar más compostura. Entonces Carlos dejó caer todo el peso de su verdad, la que después sería verdad de todo Nicaragua.
– Yo no vengo aquí como acusado. He venido a acusar a los hermanos Somoza de haber asesinado a mi compañero Francisco Buitrago y a otros compañeros más en Río Bocay. Yo acuso a los Somoza de ser asesinos.
El doctor Pedro Joaquín Chamorro, con motivo de la detención de Carlos, había escrito un editorial donde decía que el reo era un pobre muchacho, sin recursos a quien la injusticia lo había convertido en un resentido social. Agregaba que lo mejor que podía hacer el gobierno era darle una beca para que volviera a estudiar, en vez de tenerlo preso.
Fue un error del doctor Chamorro sin duda. Pero, como repito, eso no era nada extraño entonces. Muy pocos conocían bien a Carlos en aquella época y por eso no eran muchos los que aquilataban el valor de su personalidad.
Un periodista se refirió al editorial del doctor Chamorro y Carlos tuvo una respuesta genial.
– Yo jamás podré creer que un luchador incansable, que un combatiente antisomocista como el doctor Chamorro haya dicho eso. El doctor Chamorro no puede haber pensado jamás que yo me voy a vender por una beca y que abandone la lucha. Así como tampoco él se ha vendido nunca.
Un provocador le preguntó si era cierto que las autoridades lo habían curado de una enfermedad “juvenil”, calumnia con que el gobierno de Rene Schick había querido desprestigiarlo.
¡Viva Sandino!
– Vean compañeros –dijo con acento patético y voz llena de sinceridad– yo soy un asceta, casi un místico. Todo mi tiempo lo tengo dedicado a la Revolución y a la Patria. Todo eso es falso. Es un invento. Eso sería como que yo en este momento dijera que fui torturado. Que fui azotado en un sótano de la Seguridad mientras el doctor Schick presenciaba la escena, paladeando un vaso de licor y recordando sus tiempos de borracho consuetudinario.
La verdad es que jamás se había escuchado a un reo hablar en esa forma de las máximas autoridades del gobierno.
Un conocido abogado se ofreció para defenderlo y él rechazó la oferta dando muestras de que sabía quién era quien en Nicaragua.
Aceptó gustoso la defensa por parte del doctor Juan Manuel Gutiérrez.
Sólo cuando ya se iba se volvió hacia su hermano, Juan, y hacia mí y nos apretó fuertemente las manos. Ni un solo músculo de su cara se había movido.
Salió custodiado por Alesio. Antes de entrar en la “zaranda” (generalmente un camión pequeño o un jeep con barandas) se volvió hacia un grupo de estudiantes y gritó: “¡Viva Sandino!”. Fue la última vez que lo vi personalmente.
Su gigantesca obra
El Frente se desarrolló bajo su hábil dirección. Cuando se preparaba la guerrilla de Pancasán había varias células organizadas en León que provocaron estallidos en casa de Francisco Argeñal y el Mayor Quintanilla.
Con un dirigente de prestigio como Sócrates Flores, el Frente Estudiantil Revolucionario recuperó terreno rápidamente, confirmándose su avance con la aparición de Michelle Najlis y Doris Tijerino en el ámbito universitario.
Un grupo de universitarios teníamos un programa radial llamado “El Tren de las Seis” donde se atacaba satíricamente a la dictadura y a la burguesía. En el mismo participaban como actores Sócrates Flores, Adán Ramos, Mario Benito Darce y Jorge Téller. Yo me encargaba de hacer el libreto. Sócrates participaba activamente en los preparativos de Pancasán, visitando a los guerrilleros en la montaña en su calidad de futuro médico.
Así nos manteníamos relacionados con Carlos y él nos enviaba sus opiniones estimulantes sobre el programa.
Algún tiempo después Sócrates y Adán Ramos caían presos por actividades de respaldo a la guerrilla.
En 1969, cuando detuvieron a Carlos en Costa Rica, muchos periodistas nos trasladamos hacia allá con el objeto de entrevistarlo. Acompañamos a su esposa María Haydée en las gestiones que realizaba.
El periodista y hoy combatiente William Ramírez logró hacerle una trascendental entrevista para el Semanario Extra. William le preguntó si con su detención terminaba el Frente, tal como algunos decían. Su respuesta fue angustiosa, pero firme.
«El Frente no puede morir»
– ¡No, compañeros. El Frente no puede morir. Yo no soy el Frente. Soy sólo un combatiente más. El Frente no morirá mientras viva el pueblo de Nicaragua.
Eran los años setenta cuando iniciamos el programa “Ocho Columnas” en Radio Mundial, donde por primera vez se habló de lucha armada a nivel de radiodifusión nacional. La guerrilla fue el tema central de aquel programa y por supuesto, Sandino y Carlos.
A la gente le gustaba el tema aunque la mayor parte creía ya terminado al Frente. Luego vino el Diciembre Victorioso; creímos reconocer la voz de Carlos en Radio Habana cuando hablaba a nombre del Comando Juan José Quezada.
En 1975 trabajando en León se me acercaron dirigentes universitarios interesados en los libretos radiales de “Ocho Columnas” y me pidieron que hiciera un trabajo más elaborado, para que pudiera ser leído. Comenzamos a trabajar y cuando Carlos entró al país le llevaron parte del trabajo. Se entusiasmó con él y en sus saludos supe que el afecto que nos habíamos profesado perduraba a pesar de los años y de mis grandes limitaciones.
A los pocos días otro enviado me pedía oficialmente terminar el trabajo y entregar una copia a la organización en Managua.
El ejemplo de Carlos había marcado para siempre mi vida de periodista e impidió que cayera en muchas trampas de la dictadura como lo hacían otros colegas.
Su muerte provocó en mi un impacto del que aún no logro reponerme. Pero la noche de la velada fúnebre en la Universidad pude ver ante un gigantesco retrato suyo, a una cantidad de estudiantes, alegres, aplaudiendo en vez de mostrar tristeza. Comprendí que no había muerto, y ya no moriría jamás.
Carlos y Sandino
Carlos Fonseca es, junto a Sandino, el nicaragüense más grande del presente siglo. Su aporte a la lucha por la liberación nacional es gigantesco. Emergió en la vida del país en condiciones muy difíciles, cuando no se confiaba en nadie y la dictadura pregonaba que todos tenían un precio.
Antepuso la causa de la patria a su propia felicidad personal y dedicó su vida al estudio y al combate. Se empapó de la gesta de Sandino cuya bandera enarboló para que fuera la de toda Nicaragua.
Se adelantó a su época y pudo avizorar en el futuro que Nicaragua sería la trinchera más grande en la lucha antiimperialista del continente latinoamericano.
Porque como él mismo dijo: “Mi vida no es mía, pertenece a los que mueren y a los que sufren porque no hay justicia”.
Esta no ha pretendido ser en ningún momento su biografía. Solamente un mensaje para invitarlos a estudiar su vida por la que todos hemos quedado marcados.