Carlos Fonseca como yo lo conocí (primera parte) Managua. Fragmento del libro «Entre Sandino y Fonseca» de Jesús Miguel «Chuno» Blandón

Carlos Fonseca como yo lo conocí (primera parte) Managua. Fragmento del libro «Entre Sandino y Fonseca» de Jesús Miguel «Chuno» Blandón

(Primera parte de dos de un fragmento de la obra «Entre Sandino y Fonseca» de Jesús Miguel «Chuno» Blandón)

Hay Hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Pero hay quienes luchan toda la vida,
esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht

San Rafael del Norte es un pequeño pueblecito de Las Segovias situado a sólo 25 kilómetros de Jinotega. En otros tiempos había sido cuartel general de Sandino y hasta él llegaron escritores como el vasco Ramón de Belasteguigoitia y Carlenton Beals, quienes convivieron con el General de Hombres Libres.

En 1946, a doce años de la muerte del héroe, solamente era un poblado frío, donde llovía todo el año y al que sólo se podía llegar a lomo de mula.

Ubicado a 1.020 metros de altura, San Rafael era una localidad de sencillos habitantes, blancos y rubios en su mayoría, dedicados a la ganadería y al cultivo de la caña de azúcar los que tenían tierras.

Los otros vivían de los más variados quehaceres como matar cerdos, comerciar el dulce, zapatería y carpintería o simplemente trabajaban para los dueños de las fincas.

Mi tío abuelo, don Pablo Arauz, había sido fundador de una familia de músicos y telegrafistas. De sus hijos, después de la muerte de Blanca Arauz de Sandino, sólo quedaban ya la niña Chila, la Estercita, Pedro Antonio, Luis Rubén, Octavio y Miguel Ángel.

La niña Chila, encargada de la crianza de Blanquita Sandino, manejaba la oficina del telégrafo, mientras que Estercita, sordomuda de nacimiento, repartía los telegramas.

Pedro Antonio, durante 7 años secretario de Sandino, se dedicaba ahora a la música y tocaba el trombón de vara en las procesiones organizadas por el padre Mamerto Martínez. En sus ratos libres jugaba en el equipo de béisbol local y ocupaba la tercera base, mientras mi padre se defendía en la segunda.

Luis Rubén, combatiente y ayudante eterno del general, no recuerdo que tuviera ocupación fija. Había quedado un poco tonto después que lo “fusilaron” durante el genocidio que siguió el asesinato de Sandino.

A él lo habían capturado en la Vuelta de Roble, a media legua del pueblo; la familia no había podido avisarle para que se escondiera, de modo que el comandante Gabriel Castillo ordenó su ejecución.

Primero lo llevaron, junto a otros sandinistas, montaña adentro y lo tiraban a los ríos para ahogarle. Después lo sacaban moribundo y seguían caminando. Llegaron hasta una loma donde los mataron a todos y a él le pegaron el tiro de gracia que le entró por la sien y le salió por el ojo. Nadie se explicaba cómo estaba vivo, pues deambuló gravemente herido durante algún tiempo, curándose con liquidámbar, medicina de los campesinos, hasta que algunos familiares lo trajeron nuevamente al pueblo ya cuando la furia de la guardia se había calmado.

Era un hecho que ya no razonaba correctamente y, además, hay que apuntar que toda la familia de Blanca Arauz había quedado bajo una extraña protección-amenaza con que la cobijaba Anastasio Somoza García.

Incluso se hablaba en el pueblo de que el asesino de Sandino otorgaría una beca a Blanquita Segovia para estudiar en el extranjero. Esta oferta jamás fue aceptada.

Por su parte, Miguel Ángel, el burgués de la familia casado con la tía Lita, tenía tina venta y no necesitaba ya de tocar la trompeta.

Y por último estaba Octavio, Tavilla, ebrio consuetudinario, que escandalizaba a los chiquillos con sus gritos cuando andaba enloquecido por el licor.

Como toda la familia Arauz, Octavio había querido entrañablemente a Sandino y en su delirio, como el nombre del patriota estaba prohibido gritaba:

-“¡Viva el hombre!” -¿Cuál hombre? – preguntaba la gente.

-“El hombre, el hombre!” – repetía sin cesar y luego corría por la plaza a refugiarse en su miserable vivienda.

Los bandoleros

A pesar de que Blanquita y yo éramos hijos de dos primas hermanas, no recuerdo haber platicado mucho con ella. La verdad es que casi no la dejaban salir. Los muchachos del pueblo nos criábamos en un ambiente silvestre y no conocimos ni la luz eléctrica ni el automóvil, sino hasta cuando ya estábamos creciditos.

Sandino era un fantasma a quien nadie mencionaba, pero que flotaba en el ambiente. El terror somocista se había encargado de borrar hasta su recuerdo entre los simpatizantes de su gesta.

El único movimiento opositor se produjo en 1947, cuando las elecciones que le robó Somoza al doctor Enoc Aguado. Mi padre, Miguel Blandón, era el jefe de la oposición en la localidad, y en la casa se hacía toda la propaganda, interrumpida continuamente por la guardia que se lo llevaba preso a Jinotega. Allí se encargaba de sacarlo el doctor Federico López Rivera, líder antisomocista de Las Segovias.

Después de eso, solamente se oyeron alguna vez rumores de que los “bandoleros” atacarían el pueblo, entonces los hombres se iban a dormir a los cerros mientras las mujeres y los niños dormíamos en la iglesia, que era la que tenía paredes más gruesas.

Además de los Arauz había también otra familia muy conocida en el pueblo: eran los Úbeda.

Ganaderos, cultivadores de la caña o de pequeñas huertas, hombres de trabajo y de vida austera, sumamente religiosos, a veces solamente se aparecían en el pueblo para las festividades de Semana Santa.

En el Valle de Yupalí, lugar de hermosos ríos y extensos cañaverales próximo a San Rafael, vivía don Agustín Úbeda, quien se casó con doña Pancha Tercero.

Juntos procrearon a Melitina e Isaura Úbeda, la primera de las cuales contrajo matrimonió con Juan José Fonseca, unión de la que nació Agustina Fonseca Úbeda, progenitora de Carlos Fonseca.

Mi madre, Agustina Úbeda Arauz, era prima de Blanca Arauz de Sandino y de doña Agustina Fonseca Úbeda, porque en aquel pueblo tan pequeño, casi todo el mundo era pariente.

Los barrios pobres de Matagalpa

La gente emigraba de San Rafael porque era un pueblo sin vida. Algunos viajaban a la Costa Atlántica donde las minas explotadas por los gringos ofrecían oro e ilusiones a aquellos campesinos. Se iban navegando en pipantes por los grandes ríos o por la “picada”, infernales caminos poblados de serpientes y fieras salvajes, atraídos por el “paraíso” de Siuna, Bonanza o La Luz Mines Company.

Mi padre fue minero en esos lugares y ahora, ya viejo y cansado, había ido a parar en los pozos de La India, cerca de Matagalpa.

Finalmente, llegaron a dar con nuestros huesos a esta última localidad donde comenzó a trabajar en carreteras.

Doña Agustina Fonseca y doña Isaura Úbeda también vivían en Matagalpa; esta última había contraído matrimonio con el maestro talabartero don Agustín Castillo.

Con su mamá y sus hermanos Raúl, René, Juan Alberto y Gloria

Doña Agustina en cambio, pobre y sola, tenía que trabajar como cocinera. Tuvo cinco hijos, cuatro varones y una mujercita. Uno de ellos, Carlos, era hijo de Fausto Amador, quien después trabajaría como Administrador de la familia Somoza.

La madre de Carlos trabajaba como doméstica al servicio de los burgueses de la ciudad. Alquilaba una casa detrás de la iglesia de San José por la cual pagaba 40 córdobas, “y ni siquiera tenía una puerta fija sino que en la noche teníamos que ponerle camas junto a ella para que no se abriera”, según me contaría después el mismo Carlos.

Cuando era cocinera de la familia Pineda el muchacho llegaba por las tardes, la llamaba por la ventana y doña Tina le daba alguna comida, de la que sobraba. Entonces los patrones salían y lo corrían como si se tratara de algún animal dañino.

En cambio, conservaba buenos recuerdos de Nacho Lay, ciudadano chino propietario del Restaurante Shangai. Allí sí lo recibían adentro y podía comer en la cocina.

Nacho Lay descubrió que Carlos era miope, pues en el restaurante había un gigantesco reloj con enormes letras, a las que el muchacho se acercaba mucho para poder ver la hora. Entonces fue que le mandaron a poner los anteojo! que ya usaría toda la vida.

A finales de la década del 40 encontramos a Carlos vendiendo melcochas y cajetas por las calles de Matagalpa, con su pantalón chingo y descalzo, congos ojos perdidos ayudaba ya a sostener la anémica economía del hogar y a llevar comida a sus hermanos.

Los sábados por la noche vendía “Rumores”, un semanario humorístico que se tiraba en la tipografía de don Cipriano Orúe; el hijo de éste, quien después sería su compañero en el instituto, relata que ambos salían a vender y Carlos era uno de los que más ganaba..

“La diferencia era que yo gastaba el dinero en vagancias y él se lo entregaba todo a su mamá aseguraba Cipriano Orúe Mairena.

A esta infancia miserable seguramente se refería Carlos cuando escribió este poema, que es prácticamente desconocido:

16 versos del molendero

Animal de madera
zopilote raro
sin alas, cuadrúpedo
sin canto de zopilote
con el lomo chato,
terroso, terrestre.

Tres veces al día
baño de los platos,
cementerio temporal
de los platos rotos.

Comedor ocasional
de los gatos.
No te pareces a tu papá carpintero.
Los ricos con sobras te alimentan
los pobres sin sobras te hacen ayunar.

Pioneros de la lucha estudiantil

Los primeros movimientos estudiantiles de oposición a Somoza se habían hecho sentir en Matagalpa durante la campaña eleccionaria del doctor Enoc Aguado, en 1946 y 47. En el Instituto Nacional del Norte cursaban estudios un grupo de jóvenes que fueron precursores de la lucha a nivel de secundaria.

En aquel destartalado local, hacia donde iban sólo los que no tenían dinero para marcharse a otro lado, los estudiantes comenzaron a formar sus directivas y hasta quisieron hacer una organización nacional de estudiantes de secundaria.

Algunos de ellos pasaron a publicar un periódico llamado Vanguardia Juvenil, órgano del Frente Juvenil Democrático, agrupación fundada en Managua por Álvaro Ramírez González, y que era una especie de brazo juvenil del Partido Liberal Independiente, al cual pertenecía el doctor Enoc Aguado.

Figuraron en el directorio de Vanguardia Juvenil Gilberto Vargas, Luis Alberto Gutiérrez, José Ramón Gutiérrez Castro, Salvador Vílchez, Julio Cuarezma, Guillermo McEwans y Tomás Borge Martínez.

El día 7 de diciembre de 1946, Tomás –que en ese tiempo se firmaba Tomás Martínez Borge– escribía de esta manera:

“Hace pocos días se formó un Frente… compuesto por reaccionarios, aduladores y cobardes, cuyo ideal es dejar en el poder la continuación del Fiihrer nicaragüense y de la Gestapo Nica, para que sigan derramando nuestra sangre de jóvenes rebeldes; para que continúen las persecuciones, las cárceles y los clavetazos… El fraude electoral se avecina. El Frente Juvenil Democrático hace un llamado a los valientes de Nicaragua, para que no se inscriban en la organización que está al servicio de Anastasio Somoza García…Recuerden que de nuestro triunfo depende la deseada paz, que al llegar Argüello llega la guerra a Nicaragua”.

La pugna electoral entre Enoc Aguado, de la coalición-libero-conservadora de oposición y Leonardo Argüello, candidato de Somoza, continuaba siendo tema central de los artículos de Tomás Borge y sus compañeros del periódico Vanguardia Juvenil.

Por esa época llegó Somoza a Matagalpa a inaugurar un hospital y entonces José Ramón Gutiérrez, Tomás Borge y otros estudiantes regaron papelillo negro en el puente por donde pasaría el tirano, en señal de duelo. Luego se tomaron el campanario de catedral, hasta ser desalojados por la guardia.

El 14 de Diciembre de 1946, Tomás Borge escribía este interesante artículo:

Libertad de imprenta

Señor presidente, su ayuda no se necesita. ¡Váyase! Señor dictador, llévese todo el dinero que tiene en su bolsillo, pero déjenos en paz. ¡Váyase! Y no vuelva nunca, que si no necesitamos la ayuda de una nación extranjera, muchos menos necesitamos la de “un opresor.

“Nos avergonzamos de que usted sea nuestro presidente… Recuerde que nosotros no suplicamos. Solamente es un consejo para que la sangre de la ciudadanía no se revuelva con la suya. Váyase! Le conviene a su patria, a sus intereses, especialmente a Ud. No le pedimos la libertad, la exigimos”.

 Tomás Martínez Borge

En este mismo número aparecía un artículo-semblanza del candidato opositor, doctor Aguado firmado por Julio Cuarezma y otro sobre el futuro fraude electoral de Salvador Vílchez.

La década del 50

Somoza le robó las elecciones a Aguado y luego derrocó al mismo candidato que había impuesto, Leonardo Argüello. De ahí en adelante la dictadura se vio consolidada tras sucesivas administraciones de presidentes muñecos.

José Ramón Gutiérrez Castro, Tomás Borge Martínez y Douglas Stuart editaron todavía otro periódico, Espartaco. Después, relata Gutiérrez que él tuvo que abandonar los estudios y marcharse del país, habiendo vivido en Guatemala, donde conoció las interesantes experiencias del proceso nacionalista que en aquella nación llevaban adelante los presidentes Arévalo y Arbenz. Allí tuvo acceso por primera vez a los libros socialistas y marxistas.

Carlos Fonseca se matriculó en 1950 en el instituto de Matagalpa.

Hacia el año de 1953 Gutiérrez Castro regresó de Guatemala y se encontró con una cantidad de jóvenes talentosos en el instituto.

Entre todos ellos, afirma, Carlos era el que tenía condiciones óptimas para ser un buen revolucionario porque era estudioso, con un coeficiente de inteligencia superior al de todos y principalmente era un auténtico proletario. El marxismo le cayó corno el vestido que desde hacía mucho tiempo estaba esperando – relata Gutiérrez Castro.

Cuando conoció a Carlos, éste quería ser como San Antonio y mucho visitaba la iglesia de San José, pero poco tiempo después se interesaba vivamente por los libros que le mostraba su compañero.

Ambos se hicieron excelentes alumnos de francés, ya que muchos libros de marxismo sólo se publicaban en ese idioma. También leían una revista china llamada “Verdes Campos”.

Carlos era ya famoso en el colegio, porque solamente él se había leído la colección “Historia de los Estados Unidos” que estaba en la biblioteca. Hacia el año de 1954 se trasladó el instituto al local del hospital viejo, que era un poco más grande y allí logró juntarse una pléyade de jóvenes valores entre los cuales destacaban Carlos Fonseca, José Ramón Gutiérrez, Francisco Buitrago Castillo, Cipriano Orúe Mairena, Raúl Leclaire y otros.

En el plano político nacional en ese mismo año de 1954, el dictador Somoza García ahogaba en sangre la conspiración del 4 de abril, asesinando a gran cantidad de civiles y militares en los cafetales de Diriamba.

Segovia fue el primer grito

El primero de Agosto de 1954, cuatro meses después de la masacre, Carlos Fonseca fundó su revista Segovia. La bautizó con el nombre de la región donde él y Sandino levantaron su fusil libertario.

Era una revista totalmente diferente a las demás publicaciones de secundaria que se habían hecho hasta la fecha.

Hablaba de temas sociales, económicos y políticos que no eran habituales en los estudiantes de la época.

La gente qué trabajaba en Segovia tenía grandes habilidades artísticas, poéticas y literarias.

Rápidamente la publicación cobró prestigio nacional y en ella comenzaron a colaborar Manolo Cuadra, Coronel Urtecho y otras plumas muy conocidas algunas de las cuales usaban pseudónimos para firmar los artículos.

Guillermo Rotschuh Tablada y Manolo Cuadra ejercieron desde entonces una tremenda influencia entre aquellos inquietos estudiantes.

El primer número traía un editorial firmado por Carlos, saludando a los lectores y trazando la línea política de la publicación. También exhibía un artículo breve de Cipriano Orúe donde relataba una visita que habían hecho a Manolo Cuadra, el poeta proletario, en la ciudad de Managua.

Así narraba Orúe su encuentro con el poeta: “Me encontré inesperadamente en una calle de Managua, rumbo a la casa de Manolo. Llegué y vi en ella a un hombre sentado en una mecedora, que emanaba aires de pobreza. Me habló de literatura, de García Lorca, no podía faltar Alfonso Cortez y fue tema principal; también Pablo Neruda que ocupó gran parte de la charla. Va arrastrando un mundo, dijo del chileno… salimos a la puerta y me despidió con un abrazo”.

En otro artículo, Francisco Buitrago Castillo, caído posteriormente en la primera incursión sandinista en Bocay, escribe: “En la virginidad de estas montarías frías, aún no enteramente explotadas por el extranjero mercantil y ambicioso… De aquí hemos surgido nosotros, rebosantes de la fecundidad de estas colinas, henchidos de ideales tan grandes corno la majestad de estos pinos gigantescos que nos acarician y de este espíritu bravío del que todo segoviano es dueño… Luchamos y estudiamos para que en un no lejano día…los ahora estudiantes segovianos sepamos, pictóricos de honor, ocupar con la frente erguida…el lugar del soldado, listo al llamado de la patria y anhelante de empuñar las armas del pensamiento, para extender sus dominios en el campo de las artes, las ciencias y las letras”.

En estos escritos ya se avizoraba el carácter bravío de los que serían fundadores del Frente Sandinista. Hay que hacer notar que el colegio era público, dirigido por autoridades pro somocistas, de modo que hacían bastante con abordar en la revista esta clase de temas.

Debajo de la firma de Francisco Buitrago Castillo, venía un anuncio de la revista que decía: “Enseñe a leer a su sirvienta y hará la mejor obra de su vida”. En la portada aparece un retrato dibujado del dirigente opositor doctor Carlos Arroyo Buitrago, padre del mártir sandinista Carlos Arroyo Pineda, quien era profesor del instituto.

Francisco Buitrago Castillo, había llegado ese año al colegio procedente de Terrabona, su pueblo. Era proletario como todos los que allí estudiábamos y estaba en carácter de alumno interno; desde que conoció a Carlos caminaron juntos hasta que Chico murió en el Bocay.

Fue, entre todos, el que mejor aprovechó las enseñanzas de Fonseca.

Rebeldes y poetas

Aquellos muchachos eran rebeldes con inclinaciones poéticas y literarias. Viajaban a Managua a buscar anuncios con que mantener la revista, a editarla y a contactarse con el poeta Manolo Cuadra y el poeta Guillermo Rothschuh, quien era director del Instituto de Managua, “Ramírez Goyena”.

“Una vez –relata el estudiante Gilberto Rodríguez Valdez– vi a Carlos solo, pensativo, reclinado sobre el muro del colegio. Le pregunté qué le pasaba

– Acabo de llegar de Managua, poeta, me contestó. Fui a ver al oculista. Me dijo que tengo que escoger entre dejar de estudiar o quedarme ciego.

– ¿Y usted qué va a hacer, poeta?– preguntó Rodríguez.

– Pues nada, me voy a quedar ciego, porque el estudio es mi vida– respondió Carlos”.

Carlos también tuvo estrecha amistad con Rodolfo Solari, bohemio chileno que había ido a dar con sus huesos a Matagalpa. Era todo un intelectual y aun cuando andaba ebrio –sus borracheras duraban meses– imponía el sello de su personalidad en las más baratas cantinas.

Solari, con el paso del tiempo, marcharía de nuevo a Chile y ocuparía cargos prominentes en el gobierno de Salvador Allende.

El número 3 de Segovia, publicado en octubre de 1954, tiene organizado su indicador así: Director, Carlos Fonseca. Codirector, Cipriano Orúe Mairena. Gerente Francisco González. Jefe de Redacción Francisco Buitrago Castillo. Redactores, Lelia López y Armando Castro. Asesor Artístico, Amoldo Blandón.

En el editorial Carlos Fonseca habla de la conquista de América por España y del aniversario de fundación de las Naciones Unidas, ambos efemérides de Octubre.

“América fue vencida y tuvo que comprar al precio que fuera la cultura europea…España vendió muy cara su piel blanca y sus catedrales…Aunque vendida y aunque comprada la civilización no germinó en el nuevo mundo para beneficio común. Nuestra rencura política, social y económica no es por voluntad de Trujillo, Batista o de Pérez Jiménez. No, los actuales americanos no nacimos hoy. El vientre donde se forjaron está en la Era Colonial…Pero no blasfememos contra España…Pedir bondad a España conquistadora es pedir peras al olmo. Así son los imperios, malos por estructura”.

Nótese que Carlos menciona en su artículo a Batista, Trujillo y Pérez Jiménez y no a Somoza, ya que, como repito, estudiábamos en un colegio público, regentado por oficialistas y con beca del gobierno.

En la segunda parte de su artículo Carlos se refería a los objetivos de la ONU, a su lucha por la paz y al peligro de que fuera dominada por una potencia mundial en su exclusivo beneficio.

“…y también los trabajadores del mundo desean que la paz envuelva la tierra. Especialmente me refiero a los trabajadores, porque cuando las guerras mundiales suceden, la carne humana con que tales guerra se hartan, es carne de trabajadores…con las guerras todos sufren, pero los trabajadores más porque sacrifican inútilmente su sangre y su sudor”.

Como vemos, su conciencia de clase estaba ya completamente definida.

En 1954 se formó en Matagalpa la primera célula de estudios marxistas, la cual funcionaba en la casa del líder obrero Tomás Pravia (a) “Colocho”, ubicada en el Barrio de Palo Alto, que 24 años después sería teatro de grandes batallas durante las insurrecciones del F.S.L.N. en 1978.

A la casa de “Colocho”, que después defeccionaría, concurrían a dar conferencias dirigentes comunistas de Managua, como Manuel Pérez Estrada y los hermanos Lorio.

“Llegábamos muy misteriosos, tocábamos la puerta y pasábamos de largo, íbamos con los cuellos altos, tapándonos hasta la mandíbula, según habíamos leído en una novela de conspiraciones contra el dictador Rosas, de Argentina” – afirma Cipriano Orúe, quien después se haría Somocista.

La Estrella de Oro

La noche del 2 de marzo de 1955 sería inolvidable para Carlos Fonseca y para todos nosotros, sus compañeros. Ese noche recibió su diploma de Bachiller en Ciencias y Letras acompañado por su madre, doña Tina.

Fue quizás la única noche feliz que ambos tuvieron. La crónica del acto de clausura fue escrita por su amigo José Ramón Gutiérrez y dice, entre otras cosas:

“Esta es la promoción nona de bachilleres del INN. Cinco muchachos que salen con licencia para entrar a la Universidad. Esta nuestra pequeña fábrica que se llama instituto, siempre estará lista y limpia para darnos más jóvenes preparados, jóvenes pobres hijos de pobres. Los estudiantes que han salido del INN son tocios cosechados entre el pueblo, hijos de mecánicos, albañiles, zapateros, costureras, pulperas, etc.; los hijos de los ricos y riquitos tienen mucho dinero para irse a USA y grandes centros de estudios donde la fatuidad y el lujo se atumultan, se olvidan de su clase y de su raza. Son cinco los de esta promoción. Carlos Fonseca, hijo de una mujer pobre, honrada cocinera que se ha ganado su vida luchando con miserables salarios. Carlos ha conquistado La Estrella de Oro, distinción que da el Instituto a los alumnos que, como él, han aprobado sus cinco años llevándose el primer puesto. Es el primer caso hasta la vez.

“Carlos Fonseca, director de Segovia, pasó una infancia en pugna con la realidad de la vida, al lado de su madre obrera, en medio de la escasez, de los víveres caros, del mal sueldo, de la luz del candil y las privaciones que da la insuficiencia de una mujer sola. Carlos vendió melcochas por las calles, con sus pantalones chingos y sus grandes ojos gatos, miopes. Fue voceador de periódicos y cobrador de recibos, supo del gusto que tiene la necesidad y pisoteó con sus pies descalzos los prejuicios que empiedran las avenidas de los rancios burgueses. Carlos Fonseca ha triunfado. Su talento no se ha perdido. Me siento orgulloso de ser su amigo, soy predilecto de los humildes que llevan buenos sesos y corazones pesados, grandes y blancos”.

En su artículo de corte inconfundiblemente clasista, José Ramón se refiere al nombre de la promoción, que era el del maestro Elíseo Picado, el mismo que actualmente lleva el Instituto Nacional de Matagalpa.

“Esta promoción de los cinco continuó no pudo tener mejor tino que ponerle el nombre del maestro Picado, asoleado por los años, perseguido por los reaccionarios, censurada su enseñanza libre por los enemigos de la libertad. Es con esté nombre de combate, con el nombre de un maestro obrero, dé un obrero honrado, de ese santo laico e inmortal que la promoción nona ha pasado a la posteridad. Adiós amigos, que el viaje les sea cómodo y el tiempo propicio”. J. R. Gutiérrez Castro.

Esa misma noche, según reza otra crónica de la misma revista, Carlos fue condecorado por el director del Instituto, con la Estrella de Oro.

También fue premiado como el mejor alumno de francés por el profesor Félix Pedro Arauz, quien le entregó un libro y un cheque de cincuenta córdobas. Como apuntáramos antes, Carlos estudiaba francés los libros de marxismo que llegaban a sus manos.

El despidió la promoción Elíseo Picado, y Segovia apunta que “El bachiller Carlos Fonseca se despidió del INN. Quiso al despedirse decir a los padres de familia asistentes qué era el INN. Y lo dijo. Dijo que el Instituto Nacional del Norte era el mejor. Quizás y ojalá todos los padres de familia hagan lo que pidió el bachiller Fonseca. Darles a sus hijos la mejor instrucción poniéndolos en el INN”.

Nido de guerrilleros

En aquel vetusto instituto daban clases una serie de maestros laicos, venidos desde abajo, hijos de obreros que estaban libres de todo prejuicio. Eso compensaba en mucho la miseria en que vivíamos los que allí nos dábamos a la tarea de estudiar. Más que un instituto parecía un reformatorio y en el internado se aprendía pronto a robar comida para poder sobrevivir.

Los internos eran mantenidos por becas de 120 córdobas que daba el gobierno a los que venían de otros pueblos segovianos o a los que, viviendo en Matagalpa, no teníamos techo ni comida seguros para seguir adelante.

Allí se templó el carácter de muchos que en el futuro engrosarían los primeros destacamentos guerrilleros. De allí salieron además de Carlos y Tomás Borge, Chico Buitrago, Cristóbal Villegas, Chuno López y muchos más.

Al marcharse Carlos la revista Segovia quedó bajo la dirección de Cipriano Orúe y continuaron haciéndose los círculos de estudios a cargo de Moncho Gutiérrez, el mismo Orúe, Chico Buitrago y un elemento de la nueva cosecha, Marcos Altamirano.

Se leía el Manifiesto Comunista, artículos sobre la revolución industrial, periódicos obreros, etc.

Marcos había entrado en contacto con Carlos en 1955, podía decirse que eran amigos del vecindario en la Plaza El Laborío, ya que Carlos vivía detrás de la misma en una cuartería ubicada frente a la familia Rodezno.

Carlos y Marcos hacían estudios en esa casa y en ellos participaba doña Tina. Leían la historia del Partido Comunista de la Unión Soviética, Viñas de Ira de Steimbeck, así como La Madre, de Gorki.

Su madre estaban tan identificada con él, que en 1957 le zurció en las solapas del saco las credenciales que llevaría en su viaje a la URSS.

Los dos estudiantes eran miembros del Partido Socialista, qué en esa época se dedicaba casi solamente a la lucha sindical.

Las labores que hacían principalmente eran las de vender el periódico del Partido, “Unidad”, del cual colocaban 300 números. La venta duraba dos días ya que recorrían los barrios, entraban a las casas y le leían al futuro cliente un artículo del periódico. Se invitaba a la familia del comprador también para que participara en la plática sobre el periódico, de modo que este comprador se convertía al mismo tiempo en un simpatizante del partido.

Luego juntos todos opinaban sobre la lectura del periódico de la semana anterior. En opinión de Carlos la venta del periódico debía de convertirse en escuela y las bibliotecas debían de popularizarse a través de las barberías, ya que afirmaba que el barbero era el intelectual del barrio, en cuyo taller se platicaba de política y problemas sociales, al contrario del salón de belleza, donde los temas abordados son mucho más domésticos.

Se entabló así entre ellos una relación tan fraterna que cuando Carlos se tuvo que ir a la Universidad, Marcos le hacía la visita a doña Tina para averiguar qué era lo que le hacía falta.

En una ocasión los dos camaradas se fueron a jugar una mesa de billar en el barrio Guanuca y al regreso, cuando pasaban frente al comando, platicaron sobre la disciplina de los militantes.

Marcos sostenía que los simpatizantes debían ser secuestrados, humillados y hasta golpeados y sólo los que pasaran esa prueba debían ser aceptados en la organización, la cual tendría que ser cerrada.

Pero Carlos protestaba, pues sostenía que eso sería utilizar los mismos métodos del somocismo. Eso sería no tenerles amor a lo compañeros –afirmaba.

Según Carlos el amor debía de ser la base de la disciplina de los militantes. Esta idea se cumpliría a lo largo de la vida del Frente.

Según Marcos uno de los libros que influyó más en esta postura humanista de Carlos fue “Reportaje al pie de la horca” de Julius Fusik, periodista checoeslovaco.

“…Fusik va a denunciar a sus compañeros, porque lo han amenazado con matar a su madre e hijos. Entonces escucha el gemido de un preso que se arrastra y decide no hablar”,

También “Las uvas de la ira” de John Steimbeck, “cuando la mujer le da de beber leche de su pecho a un dirigente obrero”, cuenta Marcos Altamirano.

El barrio El Laborío y su plaza fue escenario de muchas conversaciones entre ambos muchachos. Era la misma plaza a la que Marcos cantaría en su poema publicado en Segovia con los siguientes versos:

Plaza de Laborío

Vela de nuestra infancia
Ayer, de cabellos verdes,
hermosos, audaces;
caían hasta los pies
de la lluvia.

Conversabas con el dín dán
de las campanas
enamorabas con la sonrisa
del zacate que sudaba en el invierno.

Hoy, chingo tu pantalón
por la moda del tiempo.
Eres petate de los perros
sedientos de tu cadáver.

Hoy, casi calva por el caballo barbero,
por los parroquianos que te han pintado
una cruz en el lomo
te mueres de cansancio
sacando la lengua al verano.

Te amenazan desde afuera
quieren emparquecerte,
Plaza de Laborío
vela de mi infancia

Pasarán la mano en tu cuerpo
para que rejuvenezcas
Tal vez lo logren…

Esa misma plaza de Laborío nos sirvió de refugio cuando se gestó la huelga general en el Instituto como protesta por la mala alimentación que se nos daba a los internos.

El principal líder de los internos era Francisco Buitrago Castillo y los externos estaban jefeados por Marcos Altamirano y Adán Ruiz, quienes sostenían que había que pedir la destitución del director dándole la huelga un carácter político.

La huelga recibía el apoyo total del barrio de Laborío por el trabajo político que se había hecho en ese sector.

Los boletines del Comité de Huelga eran mimeografiados en el hospital por un simpatizante.

En los cines, cuando estaban las luces apagadas, se arengaba al pueblo. Una noche los internos salimos del colegio y dormimos en casa de Adán Ruiz, frente a la plaza, la cual fue patrullada por la guardia durante toda la noche.

Finalmente, Chico Buitrago y Marcos Altamirano fueron amenazados con la expulsión sin opción a matrícula en otro instituto.

La huelga terminó y se produjo una división de criterios entre Marcos y Chico. El periodista Manuel Díaz y Sotelo visitó en aquella ocasión el instituto por invitación de Marcos Altamirano.

La influencia de Carlos seguía presente en el centro, ya que visitaba a todos sus compañeros y a Marcos Altamirano, quien con el tiempo llegaría a ser Secretario General de Juventud Patriótica Nicaragüense.

Carlos se encontraba en Managua, viviendo en casa de su padre don Fausto Amador, por primera vez. Nunca conoció lo que fueron los resentimientos y se llevó muy bien con sus hermanos de padre. También con la esposa de don Fausto, doña Lolita, quien llegó a tenerle cariño.

A esa casa llegaba a traerlo el poeta Guillermo Rothschuh, quien le dio el cargo de bibliotecario en el Instituto Ramírez Goyena.

Rothschuh fue uno de los intelectuales izquierdistas que por mucho tiempo se mantuvieron infiltrados en el Ministerio de Educación Pública, hasta ser purgados por el último de la dinastía.

En esa época, dice José Ramón Gutiérrez que Carlos se contactaba con Tomás Borge ya que ambos fueron a Juigalpa, a la casa de Rothschuh.

En febrero de 1956 apareció el número 11 de Segovia, bajo la dirección de Francisco Buitrago, quien me había solicitado una colaboración humorística.

En una de las sátiras me refería a la polémica que se había desatado entre José Ramón Gutiérrez y unas señoritas profesoras de la ciudad, bastante reaccionarias por cierto, quienes incluso lo habían llevado a los tribunales. A Carlos le gustó mucho la sección y un día que me lo encontré en casa de Moncho me felicitó.

Dijo que yo dominaba bien el género satírico y que debía seguir cultivándolo. Me recomendó a algunos humoristas rusos y prometió conseguirme libros.

Amenazas de reelección

Carlos se matriculó en la Universidad Nacional en 1956; cuando el viejo Somoza estaba en plena campaña reeleccionista.

Fue escogido como directivo del Centro Universitario y pasó a dirigir el periódico oficial del máximo organismo estudiantil.

Una fotografía en la que Somoza aparecía junto a Perón, Trujillo y Pérez Jiménez, en la reunión de presidentes de Panamá, fue publicada por El Universitario.

Vivía en la Casa del Estudiante, que pagaba la Universidad para los alumnos sin recursos. Allí lo visitaba Tomás Borge, quien se desempeñaba como corresponsal de La Prensa y escribía poemas y cuentos para la Revista Cuadernos Universitarios.

Según dice un pensionista de dicha casa, el doctor Gussein, discutían hasta altas horas de la noche sobre política. Carlos leía sin cesar al extremo de que a veces no salía a comer. No se sabe si porque la lectura lo abstraía o porque no tenía dinero. O por las dos cosas.

Víctor Manuel Gussein cuenta que le pagó un mes de comida en la pensión más barata de León, la que tenía el sugestivo nombre de “La Bella Lola”, ubicada frente al mercado.

“Al parecer los fines de semana Carlos se iba a trabajar a Corinto. Hacía mucho ejercicio físico y era el único que se podía hacer el “cristo” en el trampolín de la casa”, afirma Gussein.

Así llegó el 21 de Septiembre, cuando Rigoberto López Pérez ajustició al viejo Somoza en la Casa del Obrero de León, desatándose una de las más feroces represiones que ha conocido la historia de Nicaragua. Tomás y Carlos fueron detenidos y torturados. Pero Carlos estuvo solamente un mes preso, no así Tomás cuya prisión se prolongó.

Tomás y Carlos eran militantes del Partido Socialista Nicaragüense por lo que al salir éste último, bastante enfermo, el P.S.N. lo envió a Costa Rica, desde donde partiría hacia la capital de la Unión Soviética como delegado Juvenil del Partido al VI Festival Internacional de la Juventud y los Estudiantes. Así viajó por varios países socialistas y a su regreso editó un folleto titulado “Un nicaragüense en Moscú”, que tuvo resonancia nacional.