Monjas vieron cómo huracán arrasó su guardería para niños pobres en Honduras Tegucigalpa. Agencias

La noche del 4 de noviembre la colonia La Planeta, en San Pedro Sula, Honduras, empezó a sentir la llegada del huracán Eta; una fuerte lluvia caía, mientras las autoridades informaban sobre una leve inundación que no pasaría de 50 centímetros.

Tres monjas costarricenses pusieron a salvo cuanto pudieron en la guardería infantil donde han atendido a niños pobres de la colonia durante los últimos 20 años, y se dirigieron a su vivienda a dormir.

Según recuerda Victoria Venegas Calderón, una de las monjas encargadas de la guardería, esa noche les dijeron que el “crique de” La Planeta, como le denominan a un desaguadero de aguas sucias, estaba creciendo.

Horas más tarde, cuando los primeros rayos del sol empezaron a iluminar el cielo gris del jueves 5 de noviembre, las tres monjas de la congregación de Hermanas de la Caridad de Santa Ana se percataron de la gravedad de las inundaciones.

Bastaron 30 minutos para que las aguas crecieran desproporcionadamente hasta llegar a unos cuatro metros de altura, a eso de las 6:30 a. m.

Las tres monjas se subieron al techo de su vivienda a esperar ser rescatadas y, desde ahí, escuchaban los gritos y súplicas de socorro de vecinos aquel devastador jueves.

Mientras esto sucedía, aquella guardería donde con tanto esmero cuidaron niños durante dos décadas se empezaba a desmoronar por la fuerza de las inundaciones, hasta quedar sepultada bajo el agua.

“Cuando nos dimos cuenta, aquello empezó a crecer y crecer. Por el balcón, miramos para ver para la guardería y se iba llenando y llenando. Gritábamos ¡hermanas esto se está llenando!, aquello fue una angustia”, narró la religiosa Victoria.

Coches, cunas, libros, escritorios y todo lo que ahí se encontraba se perdió en el barro.

“Empezó aquello como un río a correr en el pasaje nuestro, que es una callecita. ¡Santo cielo!, nos pensó a agarrar susto (…). Empezamos a escuchar unos ruidos, era como el fin del mundo”, asegura.

Las tres monjas solo podían pensar en salvar los único que les quedaba, sus vidas.

Por 12 horas, las tres costarricenses vivieron los estragos del huracán Eta; incluso, Victoria recuerda que vio pasar un cuerpo flotando.

Fue hasta a las 6 p. m., cuando la noche caía, cuando fueron rescatadas en una lancha.

“La gente estaba en los techos, a eso de las 10 de la mañana entraron unas lanchas, pero recogieron poca gente (…). Para que pudiéramos salir, rompieron dos verjas, nos tiramos a un techillo y nos subimos a la lacha”, recuerda la religiosa.

Venegas y las otras dos monjas fueron evacuadas en la casa de una familia en las partes altas de San Pedro Sula, de donde solo días más tarde regresaron a la colonia La Planeta.

Guardería de lodo

Sin saber que estaban a las puertas de otro desastre, las tres costarricenses regresaron a su hogar en la colonia, para ver que podían rescatar y volver a empezar de cero.

A su llegada, no encontraron más que pérdidas. Su casa y la guardería estaban en ruinas: lodo, residuos del lugar y aguas sucias desbordadas.

“Nos animamos a ir con los sacerdotes y con los voluntarios a ver que mirábamos, ¡ay cuando llegamos, vieras que tristeza! (…), había un lodazal de casi medio metro”, lamenta la religiosa Venegas.

Asegura que el primer día no pudieron ni ingresar a la guardería y, cuando fueron, tres días después, solo pudieron ver como estaba, pues la pérdida era total.

“Saque una computadora y una impresora que acabamos de comprar, todo destruido. En la guardería solo sacamos cosas podridas de la cocina y, en la oficina de la dirección, todo destruido: libros de preescolar, los materiales de papel, todo el material”.

“En las dos aulas de preescolar, todo estaba en el suelo revuelto con el lodo. Ya no nos dio tiempo de ver más, estábamos en eso de sacar lodo, hasta un tractorcito metió el padre para que sacara lodo, pero era resolver lo mismo, no tiene fin ese lodo”, explicó la hermana Victoria.

Una nueva evacuación

Sin haber podido asimilar los estragos, la alerta de emergencia se volvió a desatar solo una semana después de la llegada del primer huracán, y ahora era Iota la que azotaría.

Mientras se encontraban en la guardería, las tres monjas ticas recibieron el llamado de las autoridades para evacuar nuevamente.

“Nos dijeron ‘¡salgan!’, porque no se puede quedar nadie, ‘¡salgan corriendo!’” narró Venegas.

Según la religiosa, la gente no creía que iba a haber un segundo huracán, pero Iota llegó y revivió las pesadillas.

Nuevamente todo quedó bajo el agua. La incertidumbre y los pensamientos tristes volvieron a estas mujeres, pues tuvieron que dejar la guardería sin tocar y, hasta le fecha, no saben qué más pasó.

Las tres costarricenses están evacuadas en la casa que las ha acogido durante la tragedia y, según la monja Victoria, lo último que saben es que, a este viernes, el agua no había terminado de bajar.