El pueblo nicaragüense, maestro de sí mismo Por Julio Cortázar

El pueblo nicaragüense, maestro de sí mismo Por Julio Cortázar

Julio Cortázar (1914-1984), escritor argentino de renombre internacional, es autor de numerosos libros de cuentos entre los que destacan “Las armas secretas”, “Todos los fuegos el fuego” y “Octaedro” y de las novelas “Los premios”, “Rayuela”. Sus obras han sido traducidas a gran número de lenguas de todo el mundo.

Cortázar destaca por sus misceláneas o del género “almanaque”, donde mezcla narrativa, crónica, poesía y ensayo, como por ejemplo en “La vuelta al día en ochenta mundos” (1967) y “62, modelo para armar” (1968). El viaje que realiza a Cuba en los sesenta, le marca tanto que comienza su andadura política. Apoya a líderes políticos como Fidel Castro, Salvador Allende o Carlos Fonseca. Forma parte del Tribunal Internacional Russell, que estudiaba las violaciones de Derechos Humanos en Latinoamérica. En su “Libro de Manuel” (1973), queda reflejado su compromiso político.

Cortázar mantuvo una entrañable relación de amistad incondicional con el pueblo nicaragüense y uno de sus más cercanos amigos fue el Comandante Tomás Borge. En 1980, escribió el siguiente artículo para la revista oficial de la UNESCO.

«Educar al soberano»

Muy pocos meses después de su liberación, Nicaragua se lanza a una campaña general de alfabetización que durante un plazo todavía imprevisible convertirá la totalidad del país en una gigantesca escuela en la que de alguna manera la mitad de la población enseñará a leer y a escribir a la otra mitad.

Sólo una vez se había asistido en América Latina a una movilización tan dramática y tan emocionante en procura de una auténtica toma de conciencia; así, poco después del triunfo de la revolución en 1959, el pueblo de Cuba había sido a la vez teatro y actor de un titánico esfuerzo destinado a arrancarlo del atraso y de la ignorancia, con resultados que Nicaragua se propone repetir y, si es posible, superar.

Dos pequeños países latinoamericanos muestran así un camino que un día deberán seguir muchos otros en un continente en el que el analfabetismo es no solamente una rémora en el progreso y el desarrollo de las naciones, sino un aplastante factor negativo en esa búsqueda de raíces auténticas, de identidad profunda que de diversas y confusas maneras se percibe en el convulso panorama latinoamericano de estas últimas décadas.

Curiosa e irónicamente, los movimientos de independencia de nuestros países nacieron bajo ideales de educación y de cultura popular que sus gestores y héroes habían heredado de la Revolución Francesa y que bajo el sello del romanticismo habrían de manifestarse en proclamas, constituciones y actos de gobierno. Las nociones de “educar al soberano”, la conciencia de que sólo un hombre capaz de leer y escribir podía llegar a ser un buen ciudadano, fueron moneda corriente en el siglo XIX.

Pero casi de inmediato las guerras civiles, el surgimiento de los caudillismos, y su secuela de dictaduras y tiranías cada vez más preponderantes, disiparon ilusiones y propósitos que sólo muy lentamente y en condiciones más favorables hubieran podido concretarse. La inmensidad geográfica, las diferencias étnicas y las injerencias extranjeras paralelas o cómplices de regímenes despóticos se sumaron para aislar y alienar a nuestros pueblos y para preferir masas sometidas o ingenuas en vez de ciudadanos capaces de cultura, de reflexión y de crítica.

La capacidad de comprender

El caso de Nicaragua es un ejemplo extremo de cómo cuarenta años de opresión y explotación se traducen en una tasa de analfabetismo que se ha llegado a calcular en más del cincuenta por ciento.

La victoria del pueblo nicaragüense el 19 de julio de 1979 se manifestó de inmediato por una voluntad de reconstrucción que iba mucho más allá del sentido material de la palabra. Cuando la Junta de Gobierno emplea ese término para autodefinirse, lo hace sabiendo que es plenamente comprendido por quienes sienten en carne propia las enormes desventajas de la ignorancia; no por nada en ese gobierno hay poetas e intelectuales, para quienes reconstruir significa levantar no sólo al país de sus ruinas todavía humeantes sino colocar a niños y adultos en un nivel de plena participación consciente y crítica en esa tarea. Basta hablar con cualquiera de ellos para sentir que su noción de reconstrucción se basa fundamentalmente en un concepto del hombre nicaragüense que lo incluye por un lado como trabajador activo en esa reconstrucción, pero a la vez como alguien dotado de la capacidad de comprender lo que está haciendo, por qué hay que hacerlo y cómo debe hacerlo.

A la noción aplastantemente pasiva de pueblo tal como siempre lo entendió y lo quiso el régimen de Somoza, sucede una noción dinámica de participación y de consulta; y esto no es imaginable sin un mínimo de preparación intelectual que rebase los conocimientos atávicos y tradicionales, los utilice cuando los juzgue positivos o los deje definitivamente atrás cuando son un factor de retraso y de estancamiento.

Conocidos estos criterios, puede comprenderse mejor el apasionado interés con que Nicaragua ha preparado y puesto en marcha su campaña de alfabetización. Carente de los medios más elementales de enseñanza, el país entero entendió que la organización de la campaña debía adelantarse a la eventual ayuda solidaria que pudiera llegarle de países amigos, y en ese sentido es justo señalar que el llamamiento formulado por la Unesco responde plena y calurosamente a esa decisión popular frente a la cual no es posible permanecer indiferente o cauteloso.

A diferencia de lo ocurrido en Cuba en los años sesenta, cuando la Unesco esperó el desarrollo de la campaña de alfabetización para verificar sus resultados y exponerlos elogiosamente, ahora la vemos adelantarse sin vacilar para pedir una ayuda mundial, demostrando así su plena confianza en que otro pueblo latinoamericano será también capaz de arrancarse por sí mismo a la ignorancia.

Niños y jóvenes, los maestros

Los informes oficiales estiman que el bombardeo criminal de centros urbanos y rurales ha representado para Nicaragua una destrucción de edificios escolares, mobiliarios, equipos y materiales educativos estimada en más de cien millones de córdobas (cerca de diez millones de dólares). Esta destrucción, paralela a la espantosa suma de 35 mil muertos y cerca de 100 mil heridos, permite medir de lleno las dificultades que se enfrentarán en esta nueva batalla, la batalla por la educación popular. Los problemas son múltiples: falta de materiales de trabajo, medios de transporte y créditos, dificultades de comunicación con las zonas del interior, especialmente la costa atlántica, y necesidad de llevar la alfabetización a las regiones donde predominan pobladores indios (mískitos, mayangnas, etc.).

¿Cómo se va a hacer frente a todo esto? La respuesta es muy realista: todo aquel que sepa leer y escribir puede incorporarse a la campaña como alfabetizador. Los niños que estudian en los liceos constituirán el contingente mayor, puesto que todavía no trabajan y pueden dedicarse por entero a esa tarea.

Brigadistas cuya edad mínima es de trece años serán destinados a las diversas zonas urbanas y rurales, del país, encuadrados por asesores de mayor experiencia y por toda la logística necesaria; vivirán en campos y selvas, en fábricas y aldeas, en sierras y puertos, compartiendo la vida y las ocupaciones de sus alumnos, adultos en su mayor parte. Todo el país será una sola escuela, y los métodos y técnicas se irán determinando en el curso de la tarea. Los pobladores indios deberán ser alfabetizados tanto en su lengua como en español, puesto que constituyen comunidades con culturas propias profundamente arraigadas. En la Costa Atlántica se habla además el inglés: otro problema a enfrentar.

Si la alfabetización de los adultos es imprescindible, basta visitar las ciudades y el interior del país para darse cuenta de que tanto el gobierno como el pueblo de Nicaragua ponen su máxima atención y preocupación en la infancia. Los niños han entrado en una vida por completo diferente después de la liberación del país, y a ellos les tocará la responsabilidad de llevarlo adelante dentro de muy pocos años. El hecho de que sean ellos quienes constituyen el grueso del ejército de alfabetizadores no hace más que acentuar este doble aspecto que da a la campaña un tono característico e inconfundible.

La maravilla del cambio de vida

Las familias nicaragüenses no han cesado todavía de maravillarse del cambio de vida que se respira en la calle, en las plazas, en cualquier lugar público. Si para ellas significa la libertad y la seguridad, el símbolo más hermoso y emocionante de esa conquista la dan los niños con su presencia bulliciosa, sus juegos y sus cantos.

En mis primeros recorridos por Managua, me asombró que mis acompañantes, jóvenes soldados sandinistas, se entusiasmaran cada vez que veían grupos de niños en las calles. Terminaron por explicarme que bajo la dictadura no se veían niños fuera de sus casas, porque los guardias sospechaban de ellos o simplemente los odiaban por despecho o crueldad. Sabían que muchos niños y adolescentes cumplían misiones de enlace, que incluso los había capaces de participar en acciones militares, y con frecuencia los apresaban o mataban para aterrorizar a la población. “La sola aparición de alguien uniformado hacía huir a los niños como gorriones”, me dijo uno de mis acompañantes. “Hasta les habían prohibido jugar al fútbol en los terrenos baldíos, porque sospechaban que era una forma de entrenarse disimuladamente”.

Al mismo tiempo, la participación de los niños y adolescentes en la alfabetización plantea problemas de no fácil solución. Para empezar, muchos de ellos pueden correr riesgos en zonas alejadas de los centros urbanos, pues los somocistas refugiados en países vecinos o escondidos en el país no han ocultado sus intenciones de venganza y de revancha.

Frente a eso, la Junta ha decidido que sólo los niños debidamente autorizados por sus padres podrán partir a destinos lejanos, que por supuesto.es el que la mayoría de ellos prefieren. Pude seguir en Managua las alternativas de esta situación que puede llegar a ser dramática, pues hay padres que se niegan a firmar la autorización, creando entre sus hijos y sus condiscípulos autorizados una situación muchas veces penosa.

La reacción frente a esto podría parecer sorpresiva a quien no haya vivido junto al pueblo nicaragüense después de la victoria: los niños que formarán las brigadas alfabetizadoras no solamente se han mostrado solidarios con sus compañeros no autorizados, sino que muchas veces han formado comisiones para visitar a los padres, explicarles su punto de vista y pedirles que reconsideren su actitud y den la autorización que sus hijos desean.

Nada parece haber de compulsivo en esto, y el hecho es que la inmensa mayoría de los alumnos de los liceos partieron en marzo para cumplir, junto a maestros y universitarios, una tarea que los exalta y los enorgullece. Cada uno de ellos llevó consigo una cartilla de alfabetización preparada en Nicaragua e impresa en Costa Rica; pobre bagaje frente a la inexperiencia, los azares geográficos, los riesgos climáticos, las enfermedades endémicas, las carencias alimenticias y la dureza de la vida en regiones muchas veces inhóspitas.

Pienso que esto puede ayudar a comprender mejor el cálido llamamiento de la Unesco a una solidaridad mundial para la campaña nicaragüense de alfabetización. La Organización cifra esa ayuda en veinte millones de dólares. Frente a tantos presupuestos bélicos y tantos dividendos comerciales, la suma citada resulta modesta; sin embargo, bastaría para que un pueblo de menos de tres millones de personas saliera definitivamente del atraso en que lo mantuvo la dictadura.