«Hay más cristos de tu talla»: Casimiro y los héroes de noviembre Managua. Radio La Primerísima
El 4 de noviembre de 1967, cuatro militantes sandinistas son asesinados por la Guardia Nacional somocista, al mando del genocida Alesio Gutiérrez. Casimiro Sotelo, miembro de la Dirección Nacional del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN); Hugo Medina, Edmundo Pérez y Roberto Amaya fueron capturados vivos en su casa de seguridad de Monseñor Lezcano, a cuatro cuadras al oeste de la Estatua, y luego son asesinados por los somocistas.
En los años 60, hubo varios oficiales somocistas destacados por su crueldad con los prisioneros y su capacidad de asesinar a cualquier ciudadano simplemente porque querían matarlo. Uno de ellos era el sargento Gonzalo Lacayo. El FSLN decidió ejecutarlo. Un comando sandinista cumplió la misión el lunes 23 de octubre de 1967. En venganza, la Guardia desató una feroz cacería de los antisomocistas en los barrios occidentales de Managua hasta que dio con el paradero de la célula del FSLN en Monseñor Lezcano. Gutiérrez capturó a los cuatro sandinistas y los asesinó.
El sargento Lacayo tenía 36 años cuando fue ejecutado. Ingresó a la Escuela de Policía en 1953 y rápidamente se dio a conocer como un hombre violento en los sucesos de abril de 1954, cuando varios opositores al régimen somocista fueron masacrados. Gracias a sus habilidades para la tortura, fue trasladado a la Oficina de Seguridad Nacional, recomendado por el asesor norteamericano Van Winckle, quien vio en Lacayo “condiciones extraordinarias” para formar parte del cuerpo de inteligencia somocista. De la Policía salió con el grado de cabo y en 1960 fue ascendido a sargento.
Lacayo, bestial torturador
El abogado y periodista Pedro Joaquín Chamorro, en su libro “Estirpe sangrienta”, y el médico Clemente Guido Martínez, en su obra “Noche de tortura”, relatan las torturas que Lacayo los sometió.
Juan Calderón Rueda, uno de los tres hombres que apoyaron a Rigoberto López Pérez, fue torturado por el sargento Gonzalo Lacayo y otros guardias. Así lo contaría el propio Calderón Rueda en 1980, después de regresar al país con el derrocamiento de Somoza. Contó que Lacayo y otros guardias lo amarraron de los pies y lo bajaron repetidas veces a un pozo seco, muy profundo, donde muchas veces perdió el conocimiento. En otra ocasión lo metieron a otro pozo, con más agua, donde también perdió el conocimiento en varias ocasiones. Todo eso ocurría mientras el coronel Gustavo Montiel, jefe de Lacayo, le decía que lo estaba esperando el pelotón de fusilamiento.
A los 14 años de edad, en 1960, Daniel Ortega Saavedra tuvo su primera acción armada. “Cuando se da el levantamiento de Jinotepe y Diriamba, ya teníamos una célula. Estábamos Selim Shible, Carlos Guadamuz, Edmundo Pérez y yo. Nos fuimos buscando para Jinotepe, nos capturaron en La Concha y conocimos la Seguridad (OSN). Después, caíamos presos casi a diario, allí conocí a Gonzalo Lacayo, al Coto Torres López, a Jerónimo Linarte”.
Daniel recuerda que “Gonzalo Lacayo fue un torturador muy connotado y se decidió se le hiciera justicia por sus crímenes”. Sobre la forma en que lo torturaba Gonzalo Lacayo y los demás miembros de la OSN, como el teniente Agustín Torres López, conocido como el Coto, Daniel indicó que “lo primero que hacían era esposarme con las manos hacia atrás y meter un trapo en la boca, con un pañuelo encima, que provocaba una sensación de ahogamiento. En otras ocasiones ponían una capucha. Luego, formaban un grupo y empezaban a golpearle a uno. Golpes, garrotazos, patadas, hasta que uno caía al piso ya sin sentido”. Ortega agregó que “cuando uno se recuperaba venían con la picana eléctrica a darte choques en las partes donde tenías heridas”. En una ocasión, continuó narrando Ortega, “nos obligaron a comer zacate, chivas de cigarro, basura, papeles y chochadas… Claro, el estómago se resistía, venía el vómito y caía sobre las piedras. Entonces, a comerte el vómito. Y si no querías, a darte con la cabeza contra la piedra, para romperte los dientes. Para no perder los dientes, hacías el esfuerzo de comerte el vómito y volvías a vomitar…”.
Lacayo torturó a Pomares en 1961; a Selim, en 1963. En julio de 1961, un zapatero del barrio Campo Bruce, Guillermo Briceño Carrión, correligionario del Partido Conservador, lo denunció en LA PRENSA de haberlo torturado en sus partes nobles, solo por una denuncia de un “oreja”, la cual ni siquiera comprobó. El propio líder opositor Fernando Agüero hizo la denuncia y al día siguiente Briceño obtuvo asilo en una embajada. Ernesto Castillo Martínez dijo que prefería “no detallar las múltiples vejaciones porque sería de nunca acabar”.
El periodista Rolando Avendaño Sandino, fundador del radioperiódico Extra, relató que fue detenido el 26 de julio de 1959 y al día siguiente lo llevaron a la oficina de Seguridad. “A eso de las once de la noche (del 27 de julio) Gonzalo Lacayo me saludó diciendo: «Dejámelo a mí, quiero desbaratarle la cara a este hijo de p…», dirigiéndose al teniente Agustín Torres López. Lacayo se tiró sobre mí y me dio de puñetazos y patadas. Al caer al suelo me presionó el estómago con sus zapatos. Posteriormente Lacayo practicó en mí el llamado masaje, al colocarme los dedos índices de sus manos en la parte inferior de los conductos auditivos, presionándolos, operación que produce profundo dolor en las regiones laterales de la cara”, relató Avendaño Sandino.
La ejecución de Lacayo
En una calle del barrio Cristo del Rosario, cerca de “El Arbolito”, un comando del FSLN a bordo de un carro Hillman año 1953 color celeste con crema, que en aquella época se usaban como taxis, ajusticia al sargento Lacayo. En el vehículo estaban cuatro miembros del FSLN, armados con tres subametralladoras: Óscar Turcios, que iba en el asiento delantero; Daniel Ortega y Edmundo Pérez, en el asiento trasero, y Gustavo Adolfo Vargas, el chofer.
El Presidente Daniel Ortega relató en 1994 a la periodista Helena Ramos de la revista El País, dirigida por Luis Hernández Bustamante, que “lo estuvimos observando, porque estaba reunido con su hermana, que vivía como a 50 metros de la casa de él. Y, entonces, no era conveniente caerle. Al fin, Gonzalo Lacayo se despidió de su hermana y empezó a caminar hacia su casa. A eso de las 9:40 de la noche, nos acercamos y él nos vio. Nos reconoció y sacó la pistola, pero en ese momento ya estaba siendo ejecutado”. Lo acribillaron a balazos. Entre 15 y 18 orificios le contaron. Tras la primera ráfaga que acertó en el cuerpo de Lacayo, un joven alto, blanco y atlético, se acercó a Lacayo, que yacía derribado cerca de un poste de luz, y le dio el tiro de gracia, al tiempo que gritaba a todo pulmón: “¡Viva el Frente Sandinista!”. Dos de ellos fueron los más letales, uno en la frente y otro por la nariz, cerca del ojo derecho.
El comando huyó de la escena. La GN halló el vehículo abandonado frente a la colonia Maestro Gabriel, en la mañana del martes 24 de octubre, sin placas. En el carro había un plano de Managua, señaladas las salidas de Managua con un crayón.
Al mediodía del 4 de noviembre de 1967, el teniente Alesio Gutiérrez recibe el soplo del oreja Enrique Canales Espinoza, de que en una casa en Monseñor Lezcano ubicada de donde hoy es el Supermercado la Colonia de la 35 Avenida, 220 varas al Este, estaba Casimiro Sotelo, a quien la GN odiaba especialmente y culpaban de la ejecución de Lacayo. Casimiro era un destacado dirigente estudiantil y miembro de la Dirección del FSLN. Canales tenía información privilegiada pues se hacía pasar como antisomocista y simpatizante del FER; se movía en la UNAN y en centros de educación secundaria.
La venganza somocista
Gutiérrez asalta la casa y encuentra a Casimiro, Edmundo Pérez, Hugo Medina y Roberto Amaya. Son capturados, torturados y asesinados, tal y como testimoniaron sus familiares cuando recibieron sus cadáveres. “Al cadáver de Casimiro le dejaron el mismo número de perforaciones que tenía el cadáver de Gonzalo Lacayo. Lo digo porque a mí me tocó verlo, identificarlo, realmente lo que querían era meter terror”, recuerda Jacinto Suárez.
Jacinto, un histórico militante del FSLN fallecido el 2 de abril de 2020, considera que Casimiro Sotelo “fue el símbolo de la juventud rebelde que no se subordinó a la dictadura somocista, su legado perdura en la actual Nicaragua Libre. Fue un destacado dirigente estudiantil que llevó el mensaje revolucionario a los jóvenes de la Universidad Centroamérica de los años 60”.
Ese mismo día son capturadas Gladys Báez, que recién había regresado de Pancasán, y Silvia Carrasquilla, quienes fueron salvajemente torturadas. Daniel estaba en otra casa de Monseñor Lezcano cercana a la vivienda donde capturaron a los cuatro héroes. Cuando supo lo ocurrido, sale de la casa y se instala en el hogar de Olga Maradiaga.
Germán Pomares relata que “el 13 de noviembre me envían a Costa Rica a traer un lote de armas, salimos a las siete de la noche. En la Colonia 27 de Mayo el compañero Daniel Ortega le entrega a Romeo López 14,000 colones para hacer la compra. En el camino le decimos a Romeo que nos dé el dinero, pues va más seguro con nosotros porque vamos por monte. Tenemos desconfianza porque el carro que se usaba había llegado de día a recoger a Casimiro Sotelo en la última semana del mes de octubre de 1967 y lo habían visto”.
Poco después Daniel se mueve a otra vivienda cerca del mercado Bóer, de Harold Solano. Un oreja somocista lo delata y a las seis de la mañana del día siguiente, el sábado 18 de noviembre de 1967, un nutrido grupo de guardias irrumpe violentamente en la vivienda, En medio de los gritos, patadas y empujones sacan a Daniel y Harold esposados. Uno de ellos, antes de que lo monten en el vehículo grita: «¡Soy Daniel Ortega, miembro del Frente Sandinista!». Fue torturado día y noche hasta que meses después lo presentaron ante el tribunal somocista.
Su juicio fue por el asalto contra la sucursal Kennedy del Banco de Londres realizado el 21 de julio de 1967, de donde se habrían llevado la suma de 225,000 córdobas, la mayor parte utilizados para comprar lo necesario para Pancasán. Con parte de ese dinero se compró el vehículo Hillman. Daniel fue condenado a 30 años de prisión.
Ricardo Morales Avilés, uno de los más destacados intelectuales del FSLN, conoció de cerca a Casimiro Sotelo. Cuando Ricardo estaba preso en la Cárcel de la Aviación, escribió un poema dedicado a su amigo y camarada: