Inmigrantes de empresa de tomates fueron confinados en granjas Nueva York. Agencias

Cada primavera, mil o más recolectores de tomates mexicanos llegan a la costa este de Virginia para trabajar en los campos de Lipman Family Farms, soportando largas horas agachados para arrancar la fruta pulposa y luego elevarlas a sus hombros para depositarlas en un camión. Un trabajador hábil llenará un cubo de 14,5 kilos cada dos minutos y medio, y ganará 65 centavos por cada uno.

La región es considerada como la más dura del circuito del tomate: las fuertes lluvias paralizan la cosecha durante días y pueden reducir la producción, lo que es una fuente de ansiedad para las personas deseosas de maximizar sus ganancias en Estados Unidos. El estiércol arruina los zapatos y convierte los pies húmedos en carne molida.

Este año, hay una nueva y aún más difícil condición de trabajo: para evitar que el coronavirus se extienda y ponga en peligro la cosecha, Lipman ha puesto a sus equipos en aislamiento. Con pocas excepciones, se les ha ordenado permanecer en los campamentos, donde los alojan, o en los campos, donde trabajan.

Las restricciones han permitido que las operaciones de los tomates Lipman se desarrollen sin problemas, con un número de casos sustancialmente menor que el de muchas granjas e instalaciones de procesamiento en todo el país, que han luchado por contener grandes brotes. Pero han causado que algunos trabajadores se quejen de que su lugar de trabajo se ha convertido en una prisión.

En Virginia, ya no hay salidas semanales a Walmart para abastecerse de provisiones; a El Ranchito, una tienda de víveres mexicana, para comprar conchas, un pan dulce mexicano; ni a la lavandería para lavar ropa muy sucia.

“Aguantamos tantas cosas. Nunca esperé perder mi libertad”, dijo Martínez, de 39 años, que está en su tercer año de trabajo en los campos de tomate de la costa este. Dijo que los trabajadores pasaron meses enteros sin interactuar con nadie fuera de las granjas, aunque Lipman finalmente cedió y organizó un viaje cuidadosamente controlado para hacer las compras cada semana.

“Eres un esclavo prácticamente”, dijo otro trabajador, Jesús, quien como otros entrevistados para este artículo pidió usar solo un nombre o apellido por temor a perder su trabajo y, con él, su permiso para trabajar en Estados Unidos.

La batalla de Lipman con sus trabajadores subraya uno de los enigmas característicos de la pandemia de coronavirus. Al confinar a sus empleados —una medida drástica que sería intolerable para la mayoría de los trabajadores estadounidenses— parece haber mantenido a salvo tanto a los empleados como a la comunidad. ¿Pero a qué costo?

La gran empresa de tomates ha podido imponer las restricciones a sus trabajadores porque ellos están en deuda con la empresa por su visa, su alojamiento y su salario. Invitados a Estados Unidos bajo uno de los únicos programas de trabajadores temporales que quedan en el país, los empleados que se nieguen a cumplir podrían enfrentarse a la cancelación de sus contratos y a la expulsión inmediata de Estados Unidos.

“Si los empleadores de cualquier industria dijeran a sus trabajadores estadounidenses ‘No pueden abandonar su lugar de trabajo’, habría una protesta social”, dijo Jason Yarashes, abogado principal del Legal Aid Justice Center en Virginia, quien se ha reunido con trabajadores agrícolas preocupados. “Pero, para los trabajadores agrícolas, este nivel de control se considera aceptable”.