Lavrov: la tragedia de Chile es también nuestra tragedia Moscú. Por Serguéi Lavrov, Rossiyskaya Gazeta

Lavrov: la tragedia de Chile es también nuestra tragedia Moscú. Por Serguéi Lavrov, Rossiyskaya Gazeta

Hace 50 años, el 11 de septiembre de 1973, se produjo en Chile un acontecimiento que conmocionó a la comunidad mundial. Como consecuencia de un sangriento golpe de Estado, el Gobierno de la Unidad Popular fue derrocado y se instauró la dictadura militar de una junta dirigida por el General Pinochet. El mundo entero vio fotos de aviones de combate sobrevolando el palacio presidencial de La Moneda, en el centro de Santiago, así como del Presidente legalmente elegido Salvador Allende, en los últimos minutos de su vida con casco y ametralladora en mano defendiendo los fundamentos democráticos del Estado.

Los usurpadores fueron calificados airadamente por el gran poeta chileno, premio Nobel, Pablo Neruda: “castigadores de la historia de Chile, hienas que rasgan la bandera de la victoria”. Neruda murió poco después del golpe y se le considera una de sus víctimas emblemáticas.

La URSS y Allende

El golpe en el lejano Chile también conmocionó a nuestro país, donde Allende era muy conocido y muchas veces visitó Moscú, incluso como Presidente. La Unión Soviética se unió activamente a la campaña internacional de solidaridad con el pueblo chileno y dio asilo a muchos emigrantes políticos. Exigimos y logramos la liberación de la prisión en un campo de concentración del hijo heroico de este país, Luis Corvalán, y nos negamos a jugar un importante partido de fútbol en el Estadio Nacional de Santiago, convertido en cárcel, empapado con la sangre de los patriotas chilenos. En nuestro país cantaban las canciones del tribuno nacional brutalmente ejecutado Víctor Jara: “¡Venceremos!” y “¡Mientras el pueblo esté unido, es invencible!”.

No me atemoriza esta afirmación: la tragedia de Chile se ha convertido en nuestra tragedia, la historia de Chile en una página de nuestra historia.

05/09/2017 El golpe de estado liderado por el comandante Augusto Pinochet en 1973 fue uno de los hechos más relevantes en la reciente historia chilena. La dictadura militar que duró 17 años sumió al país en un ambiente oscuro y de fuertes represiones contra el pueblo
SUDAMÉRICA CHILE POLÍTICA
REUTERS / STRINGER .

Los acontecimientos de hace medio siglo interrumpieron la tradición democrática de Chile durante diecisiete años, se convirtieron en un parteaguas político en la historia moderna del país y enseñaron al mundo entero una serie de importantes lecciones para las generaciones venideras.

Es ampliamente conocido que el Gobierno de la Unidad Popular, liderado por el socialista Salvador Allende, llegó al poder en 1970 como resultado de la libre expresión de la voluntad del electorado chileno a través del procedimiento previsto en la Constitución de la República. Al mismo tiempo, el proyecto de la Unidad Popular tenía una evidente dimensión internacional, estaba orientado a alejarse de la dependencia exterior y a reforzar los principios nacionales y latinoamericanos.

La coalición de izquierdas pretendía lograr la autonomía política y económica de Chile y rechazaba métodos de influencia sobre los países como la discriminación, la presión, la intervención o el bloqueo. Pretendía revisar y, en su caso, denunciar los acuerdos que impusieran al país obligaciones que limitaran su soberanía. Tenía la intención de mantener relaciones con todos los países, independientemente de su orientación política e ideológica. Consideraba a la Organización de Estados Americanos (OEA) una herramienta del imperialismo norteamericano, y reclamaba la creación de una organización verdaderamente representativa de los países latinoamericanos.

La primera guerra híbrida del imperialismo

Tales planes estratégicos de los dirigentes chilenos crearon sin duda -si seguimos la conocida lógica neocolonial de la Casa Blanca- casi una amenaza existencial para Estados Unidos. Washington despreciaba y sigue despreciando la idea misma de que otros Estados tengan derecho a elegir su propio modelo político y socioeconómico de desarrollo. Pueden guiarse por los intereses nacionales, reforzar la soberanía estatal y respetar la identidad cultural y civilizacional.

No quisiera entrar a analizar la política chilena y la política económica de ese período. Este es un asunto puramente interno de Chile, y sólo el propio pueblo chileno puede juzgar al respecto. Pero es obvio que muchas de las dificultades a las que se enfrentó el gobierno de Allende fueron en un grado decisivo no sólo “calentadas”, sino directamente generadas por políticos y empresarios occidentales.

Los documentos desclasificados de los archivos norteamericanos no hicieron sino confirmar lo que no era ningún secreto, incluso inmediatamente después del golpe. Desde antes de que Allende tomara posesión de su cargo, Washington había puesto rumbo a su destitución, utilizando todo el arsenal de chantajes y presiones políticas. No se escatimaron esfuerzos para desestabilizar la situación interna.

Se utilizaron las herramientas más amplias: guerra económica multifacética (incluido el aislamiento exterior y las amenazas de restricción contra los socios extranjeros de Chile); financiación de la oposición, las “organizaciones de la sociedad civil” críticas y la famosa “quinta columna”; presión informativa-psicológica y desinformación de la población a través de medios de comunicación controlados; estimulación de la “fuga de cerebros”; introducción de confusión en el movimiento profesional; creación y patrocinio de organizaciones de extrema derecha y grupos militantes radicales; y violencia política y política. En otras palabras, los estadounidenses utilizaron activamente todo lo que más tarde adquirió el nombre de “revoluciones de colores” de forma concentrada.

Bloqueo sigiloso

El propio Allende trató emocionado de transmitir a la comunidad mundial el estado de cosas en aquel momento desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU, en diciembre de 1972: “Querían aislarnos del mundo, estrangularnos económicamente. Paralizar nuestro comercio del cobre, que es nuestro principal producto de exportación, y privarnos de la posibilidad de crédito exterior. Tenemos claro que cuando exponemos el bloqueo financiero y económico al que está sometido nuestro país, no sólo es difícil que lo entienda la opinión pública mundial, sino incluso algunos de nuestros compatriotas, pues no se trata de un ataque abierto y conocido por todo el mundo. Por el contrario, este ataque se está realizando en forma sigilosa, indirecta, aunque no por ello menos peligrosa para Chile”.

Ahora en el dominio público hay una cantidad significativa de material que expone el papel indecoroso en esos eventos del Departamento de Estado, la Agencia Central de Inteligencia, otras agencias estadounidenses. Así, uno puede familiarizarse con los documentos desclasificados en 1998 sobre el “Proyecto Fubelt”, las operaciones de la CIA destinadas a derrocar a Allende.

Seymour Hersh, conocido periodista estadounidense imparcial y ganador del Premio Pulitzer, fue uno de los primeros en revelar las actividades subversivas de la Casa Blanca en relación con Chile, allá por septiembre de 1974. Y en 1982 publicó una investigación al respecto: “El precio del poder. Kissinger, Nixon y Chile”. Material muy informativo.

El cinismo de los políticos estadounidenses es sorprendente. Según documentos de la CIA, el presidente Richard Nixon ordenó entonces tomar medidas para hacer “chillar” a la economía chilena. El embajador norteamericano en Santiago, Mark E. Corry, profundizó en esta actitud: “Haremos todo lo que esté en nuestra mano para hundir a Chile en la más abyecta pobreza y privación. Y ésta será una política a largo plazo”. Los estadounidenses organizaron un boicot contra el cobre chileno, una mercancía estratégica de cuya venta el país obtenía sus principales ingresos en divisas. Congelaron las cuentas chilenas en sus bancos. Los empresarios locales empezaron a bombear capital al extranjero, recortaron puestos de trabajo y crearon una escasez artificial de alimentos.

Modus operandi maquiavélico

Un informe presentado al Senado de EEUU, “Operaciones encubiertas de Estados Unidos en Chile, 1963-1973”, muestra que ya en 1971 se detuvieron por completo las transacciones chilenas del Banco de Exportaciones e Importaciones de Estados Unidos, y los préstamos del Banco Mundial se interrumpieron de 1971 a 1973.

Las empresas estadounidenses, de hecho, estaban directamente implicadas en operaciones subversivas ilegales de la CIA. Entre ellas se encontraba la infame corporación de telecomunicaciones ITT, que había cooperado con el Reich nazi y que el gobierno de Allende intentaba nacionalizar.

Un modus operandi tan verdaderamente maquiavélico permitió a los clientes del golpe de Estado en el país sudamericano lograr su objetivo. Y dado el éxito de su “rodaje”, este conjunto de acciones destructivas se convirtió en una especie de plantilla que Washington y sus satélites siguen utilizando hoy en día contra gobiernos soberanos de todo el mundo.

Los occidentales violan constantemente un principio tan fundamental de la Carta de la ONU como es la no injerencia en los asuntos internos de otros países. Esto incluye el montaje de la tercera ronda de elecciones en Ucrania a finales de 2004, las “revoluciones de colores” en Yugoslavia, Georgia y Kirguistán. Por último, el apoyo abierto al sangriento golpe de Estado en Kiev en febrero de 2014, así como los persistentes intentos de repetir el escenario de una toma del poder por la fuerza en Bielorrusia en 2020.

No podemos dejar de mencionar la tristemente célebre “Doctrina Monroe”, que los estadounidenses parecen querer extender a todo el globo para convertir todo el planeta en su “patio trasero”.

Otra cosa es que esta línea neocolonial, francamente cínica, del “Occidente colectivo” sea cada vez más rechazada por la mayoría mundial, francamente cansada de chantajes y presiones, incluso de la fuerza, de guerras sucias de información y de juegos geopolíticos de suma cero. Los Estados del Sur y del Este Global quieren controlar su propio destino, seguir una política interior y exterior de orientación nacional, en lugar de sacar “las castañas del fuego” a las antiguas metrópolis.

Las relaciones diplomáticas ruso-chilenas se restablecieron inmediatamente después de la caída del régimen de Pinochet, en marzo de 1990, y desde entonces han tenido una tendencia constante al desarrollo. Confío en que así seguirá siendo en el futuro, independientemente de las tendencias oportunistas que se apoderen de los políticos chilenos a título individual.

Son muchas las cosas que nos unen: páginas comunes de la historia, el gran Océano Pacífico, la cooperación comercial y económica, los intercambios culturales, humanitarios y educativos. Los Presidentes chilenos Patricio Aylwin, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, que pertenecían a distintas corrientes políticas pero que invariablemente estuvieron muy atentos al desarrollo de los lazos amistosos entre ambos países, han visitado Rusia en distintos años. No me cabe duda de que las tradiciones establecidas por Salvador Allende y continuadas por sus auténticos seguidores se verán reforzadas en beneficio de los pueblos de nuestros países.