Muere el criminal de guerra Henry Kissinger San Francisco. Por Spencer Ackerman, The Rolling Stones

Muere el criminal de guerra Henry Kissinger San Francisco. Por Spencer Ackerman, The Rolling Stones

Henry Kissinger, el criminal de guerra amado por la clase dirigente de Estados Unidos, finalmente ha muerto. La infamia del arquitecto de la política exterior del expresidente Richard Nixon (1969-1974) se sitúa, eternamente, junto a la de los peores asesinos en masa de la historia. Una vergüenza más profunda afecta al país que lo celebra.

Kissinger falleció el miércoles en su casa de Connecticut, según informó su empresa consultora en un comunicado. El célebre criminal de guerra tenía 100 años.

El peor asesino de masas jamás ejecutado por Estados Unidos fue el terrorista supremacista blanco Timothy McVeigh. El 19 de abril de 1995, McVeigh detonó una enorme bomba en el edificio federal Murrah de Oklahoma City, matando a 168 personas, entre ellas 19 niños. El gobierno mató a McVeigh mediante inyección letal en junio de 2001.

Independientemente de las dudas que provoca una ejecución estatal, incluso en el caso de un hombre como McVeigh –cuestiones necesarias sobre la legitimidad de matar incluso a un soldado impenitente de la supremacía blanca– su muerte proporcionó una medida de cierre a la madre de una de sus víctimas. “Es un punto al final de una sentencia”, dijo Kathleen Treanor, a cuya hija de 4 años mató McVeigh.

McVeigh, que a su manera psicótica pensaba que estaba salvando a Estados Unidos, ni remotamente llegó a matar a la escala de Kissinger, el gran estratega estadounidense más venerado de la segunda mitad del siglo XX.

El historiador de la Universidad de Yale Greg Grandin, autor de la biografía “La sombra de Kissinger”, calcula que las acciones de Kissinger entre 1969 y 1976, un período de ocho breves años en los que Kissinger hizo la política exterior de Richard Nixon y luego de Gerald Ford como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado, supusieron el fin de entre tres y cuatro millones de personas.

Eso incluye “crímenes de comisión”, explicó, como en Camboya y Chile, y de omisión, como dar luz verde al derramamiento de sangre de Indonesia en Timor Oriental; el derramamiento de sangre de Pakistán en Bangladesh; y la inauguración de una tradición estadounidense de utilizar y luego abandonar a los kurdos.

“Los cubanos dicen que no hay mal que dure cien años, y Kissinger está haciendo una carrera para demostrar que están equivocados”, dijo Grandin a Rolling Stone no mucho antes de que Kissinger muriera.

“No hay duda de que será aclamado como un gran estratega geopolítico, a pesar de que fracasó en la mayoría de las crisis, lo que condujo a una escalada. Se le reconocerá la apertura de China, pero fue idea e iniciativa original de De Gaulle. Se le alabará por la distensión, que fue un éxito, pero socavó su propio legado al alinearse con los neoconservadores. Y, por supuesto, saldrá impune del Watergate, a pesar de que su obsesión por Daniel Ellsberg realmente impulsó el crimen”, agregó Grandin.

Ninguna infamia encontrará Kissinger en un día como hoy. En cambio, en una demostración de por qué fue capaz de matar a tanta gente y salirse con la suya, el día de su fallecimiento será solemne en el Congreso y –vergonzosamente, ya que Kissinger tenía pinchados a reporteros como Marvin Kalb de la CBS y Hendrick Smith de The New York Times– en las redacciones.

Kissinger, un refugiado de los nazis que se convirtió en un miembro con pedigrí del “Eastern Establishment” que Nixon odiaba, era un practicante de la grandeza estadounidense, y por eso la prensa lo ensalzó como el genio de sangre fría que restauró el prestigio de Estados Unidos tras la agonía de Vietnam.

Ni una sola vez en el medio siglo que siguió a la salida de Kissinger del poder importaron los millones de personas que Estados Unidos mató para su reputación, excepto para confirmar una crueldad que los expertos encuentran ocasionalmente emocionante.

Estados Unidos, como todo imperio, defiende a sus asesinos de Estado.

La única vez que estuve en la misma sala que Henry Kissinger fue en una conferencia sobre seguridad nacional celebrada en 2015 en West Point. Estaba rodeado de oficiales del Ejército aduladores y ex oficiales que disfrutaban de la presencia de un estadista.

Seymour Hersh, el reportero de investigación que fue la excepción más prominente a la cobertura aduladora de Kissinger, vio cómo la deferencia periodística tomó forma tan pronto como Kissinger entró en la Casa Blanca en 1969.

“Sus idas y venidas sociales podían hacer o deshacer una fiesta en Washington”, escribió Hersh en su biografía “El precio del poder”. Reporteros como James Reston, de The New York Times, participaron con entusiasmo en lo que Hersh llamó “un esquema implícito de chantaje” –es decir, periodismo de acceso– “en el que los reporteros que obtenían información privilegiada protegían a su vez a Kissinger al no divulgar ni todas las consecuencias de sus actos ni su propia conexión con ellos”.

La actitud de Kissinger ante la prensa fue la misma que tuvo ante Nixon: servilismo llorón. (Aunque Kissinger podía descargar con los periodistas una frustración que nunca pudo con su jefe). Hersh cita a H.R. Haldeman, jefe de gabinete de Nixon, comentando que Kissinger era el “halcón de los halcones” dentro de la Casa Blanca, pero “tocando las copas en una fiesta con sus amigos liberales, el beligerante Kissinger se convertía de repente en una paloma”.

(*) Spencer Ackerman es un periodista y escritor estadounidense, centrado principalmente en la seguridad nacional. Ganó un National Magazine Award en 2012 por su reportaje sobre los materiales de formación sesgados del FBI y compartió un Premio Pulitzer en 2014 por su cobertura de las revelaciones sobre la vigilancia mundial en 2013. Su libro Reign of Terror: How the 9/11 Era Destabilized America and Produced Trump fue nombrado mejor libro de no ficción de 2021 por The New York Times, The Washington Post y Foreign Policy.

Reacción en Chile

Diario La Tercera

En junio de 1970, meses antes del triunfo de Allende en las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de ese año, Kissinger ya dejaba en claro su opinión sobre el candidato socialista. “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”, comentó durante una de las sesiones del “Comité 40″, un grupo de alto rango que supervisaba las operaciones encubiertas de Washington.

Según las transcripciones de llamadas telefónicas realizadas durante esa época, el Presidente Richard Nixon y Kissinger iniciaron sus planes para revertir los resultados de las elecciones apenas una semana después de que éstas fueran realizadas.

Al mediodía del 12 de septiembre el asesor de seguridad nacional, en medio del informe verbal que le entregaba a Nixon sobre la situación internacional, le comentó: “El gran problema hoy es Chile”. A menos de una semana que Allende ganara las elecciones, Nixon ya le pedía a Kissinger “una evaluación de las opciones disponibles” para evitar que el político socialista se instalara en La Moneda.

Kissinger llamó al entonces director de la CIA, Richard Helms para discutir la realización de un golpe preventivo en Chile. “No dejaremos que Chile se vaya por el desagüe”, declaró Kissinger. “Estoy contigo”, respondió Helms.

Transcripciones de las conversaciones de la Casa Blanca y documentos desclasificados de la CIA muestran que Kissinger se reunió con el dueño de El Mercurio, Agustín Edwards, el 14 de septiembre de 1970, en Washington. En la cita, según señalan los archivos, ambos hablaron de la posibilidad de un golpe en Chile. De esta forma Edwards contó que antes de viajar a EEUU se había reunido con el general Camilo Valenzuela, que luego participaría en la operación en la que murió el jefe del Ejército, René Schneider.

Al día siguiente de ese encuentro, Nixon dijo que la elección de Allende “era inaceptable”, por lo que ordenó al director de la CIA iniciar acciones encubiertas para “hacer gritar a la economía para salvar a Chile” y gatillar un golpe de Estado que evite el ascenso de Allende.

Días después del golpe del 11 de septiembre de 1973, Kissinger ignoró la preocupación de altos funcionarios del Departamento de Estado sobre la masiva represión ejercida por el nuevo régimen militar de Augusto Pinochet. Así, ordenó que el embajador norteamericano manifestara a Pinochet sus deseos de “cooperar estrechamente y establecer una base firme para la relación más constructiva y cordial”.

En junio de 1976, cuando Kissinger se preparaba para reunirse con Pinochet en Santiago, su alto representante para América Latina, William D. Rogers, le aconsejó presionarlo para “mejorar las prácticas sobre DDHH” en Chile. En su lugar, según una transcripción desclasificada, Kissinger le dijo a Pinochet que su régimen estaba siendo víctima de una “propaganda de izquierda” sobre los DDHH. “Queremos ayudar, no socavarte. Hiciste un gran servicio a Occidente al derrocar a Allende”, le comentó.

“Henry Kissinger fue el principal arquitecto de la política estadounidense que contribuyó al desenlace de la democracia y el advenimiento de la dictadura en Chile”. Este es el lapidario balance que Peter Kornbluh, director de la sección Chile del Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad George Washington, hace sobre la figura del exasesor de seguridad nacional. “Sus siniestros esfuerzos en Chile, grabados en sus propios documentos secretos, serán siempre el talón de Aquiles de su legado”, comenta a La Tercera.

Kornbluh, que trabaja desde 1986 en el Archivo de Seguridad Nacional, es uno de los responsables en lograr que la CIA desclasificara más de 24 mil documentos sobre su intervención en Chile. Su investigación ha sido clave para conocer el grado de implicación estadounidense en el golpe de Estado contra Salvador Allende.