Occidente está paranoico ante el fin de su dominio Nueva Delhi. Por M.K. Bhadrakumar (*), News Click

Siendo India el país anfitrión, es comprensible y probablemente justificable el triunfalismo de que la cumbre del G20 de los días 9 y 10 de septiembre fue un “éxito”. Ciertamente, la diplomacia india estaba en plena efervescencia. La negociación de la Declaración del G20 no es un logro insignificante en un entorno altamente polarizado.
Dicho esto, desde una perspectiva de futuro, los factores geopolíticos que estuvieron en juego en la cumbre de Delhi seguirán siendo los determinantes del futuro del G20 como formato para forjar nuevas direcciones en las estrategias económicas. En un mundo desgarrado, quedan muchos imponderables.
Los factores geopolíticos pueden atribuirse en gran medida al hecho de que la cumbre del G20 tuvo lugar en un punto de inflexión en la guerra de Ucrania, un acontecimiento que es, como la punta de un iceberg, una manifestación de las tensiones que se acumulan entre las potencias occidentales y Rusia en la era posterior a la guerra fría.
El quid de la cuestión es que la Guerra Fría terminó mediante negociaciones, pero la nueva era no se ancló en ningún tratado de paz. El vacío creó desviaciones y anomalías y siendo la seguridad indivisible, las tensiones empezaron a aparecer cuando la OTAN se embarcó en una expansión hacia el Este, en los territorios del antiguo Pacto de Varsovia, a finales de los años noventa.
Con gran clarividencia, George Kennan, el coreógrafo de las estrategias de la guerra fría, advirtió que la administración de Bill Clinton, presa del “momento unipolar”, estaba cometiendo un grave error, pues Rusia se sentiría amenazada por la expansión de la OTAN, lo que inexorablemente complicaría las relaciones de Occidente con Rusia durante mucho, mucho tiempo.
Pero la OTAN siguió expandiéndose y acercándose hacia las fronteras occidentales de Rusia en un arco de cerco. Era un secreto a voces que Ucrania se convertiría, en última instancia, en el campo de batalla donde chocarían las fuerzas titánicas.
Como era de esperar, tras el cambio de régimen en Ucrania respaldado por Occidente en 2014, se instaló en Kiev un régimen antirruso y la OTAN se embarcó en un refuerzo militar en ese país junto con un plan concertado para incorporarlo al sistema de alianzas occidentales.
Vienen tiempos turbulentos
Baste decir que el “consenso” alcanzado en la cumbre del G-20 de la semana pasada en relación con la guerra de Ucrania es, en realidad, un momento pasajero en la lucha geopolítica entre Estados Unidos y Rusia, ya que en él está incrustada la crisis existencial a la que se enfrenta Rusia.
No hay la menor prueba de que Estados Unidos esté dispuesto a conceder legitimidad a los intereses de defensa y seguridad de Rusia o a renunciar a sus nociones de excepcionalismo y hegemonía mundial. En todo caso, se avecina un periodo muy turbulento. Por tanto, no hay que exagerar las buenas noticias de la cumbre de Delhi, por mucho que se saboree el momento.
El retroceso de Washington en la cumbre respecto a Ucrania ha sido tanto una respuesta creativa a los esfuerzos mediadores de los tres países BRICS –Sudáfrica, India y Brasil– tanto o más en su propio interés por evitar el aislamiento del Sur Global.
Evidentemente, mientras Moscú elogia profusamente a India y Modi, ocurre lo contrario en la opinión occidental, donde el compromiso sobre Ucrania no ha sentado nada bien. El periódico británico Financial Times, que está conectado con el pensamiento gubernamental, ha escrito que la Declaración de Delhi se refiere únicamente a la “guerra en Ucrania”, una formulación que los partidarios de Kiev, como Estados Unidos y los aliados de la OTAN, han rechazado previamente, ya que implica que ambas partes son igualmente cómplices, y «pidió una “paz justa y duradera en Ucrania”, pero no vinculó explícitamente esa demanda a la importancia de la integridad territorial de Ucrania».
De hecho, los sentimientos están a flor de piel y, sin duda, a medida que la guerra de Ucrania entre en la siguiente fase brutal, hervirán ante la perspectiva de una victoria rusa.
Una vez más, no cabe duda de que Occidente se siente desafiado por el espectacular auge de los BRICS; es más, el seductor atractivo del grupo entre los países en desarrollo, el llamado Sur Global, inquieta a Occidente.
Occidente tampoco puede esperar entrar en la carpa de los BRICS. Mientras tanto, los BRICS avanzan con determinación hacia la sustitución del sistema de comercio internacional en el que se sustentaba la hegemonía occidental. La militarización de las sanciones por parte de Estados Unidos –y la incautación arbitraria de las reservas rusas– ha creado recelos en las mentes de muchas naciones.
G20: se reforma o desaparece
En pocas palabras, Estados Unidos ha olvidado su solemne promesa de que su moneda sería de libre acceso para todos los países cuando el dólar sustituyó al oro como reserva a principios de la década de 1970. Hoy, Estados Unidos ha dado la vuelta a esa promesa y se aprovecha de la primacía del dólar para imprimir la moneda tanto como quiera y vivir por encima de sus posibilidades.
La tendencia creciente es hacia el comercio en monedas locales, prescindiendo del dólar. Se espera que los BRICS aceleren estos cambios. No nos equivoquemos, tarde o temprano, los BRICS podrían trabajar en una moneda alternativa que sustituya al dólar.
Es concebible, por tanto, que haya conspiraciones occidentales para crear disonancias en el seno de los BRICS, y es seguro que Washington seguirá jugando con la inquietud de la India ante la imponente presencia de China en el Sur Global. Al tiempo que explota las fobias indias respecto a China, la administración Biden también espera que el gobierno de Modi actúe como puente entre Occidente y el Sur Global. ¿Son realistas estas expectativas?
Los actuales acontecimientos en África, con un pronunciado matiz anticolonial y antioccidental, amenazan directamente con perturbar la continua transferencia de riqueza de ese continente rico en recursos hacia Occidente. ¿Cómo puede India, que ha conocido la crueldad de la subyugación colonial, colaborar con Occidente en un paradigma semejante?
Fundamentalmente, teniendo en cuenta todos estos factores geopolíticos, el futuro del G20 reside en su capacidad de reforma interna. Concebido durante la crisis financiera de 2007, cuando la globalización aún estaba en boga, el G20 sobrevive hoy a duras penas en un entorno mundial muy diferente. Además, la “politización” (“ucranización”) del G20 por parte de las potencias occidentales socava la razón de ser del formato.
El propio orden mundial está en transición y el G20 necesita avanzar con los tiempos para evitar quedarse obsoleto. Para empezar, el formato del G20 está repleto de países ricos, la mayoría de los cuales son aspirantes con poco que aportar, en una coyuntura en la que el G7 ya no lleva la voz cantante. En términos de PIB o población, los BRICS han superado al G7.
India: ¿flautista o aliado?
Es necesaria una mayor representación del Sur Global sustituyendo a los pretendientes del mundo industrializado. En segundo lugar, el FMI necesita una reforma urgente, lo que, por supuesto, es más fácil de decir que de hacer, ya que implica que Estados Unidos acepte renunciar a sus privilegios indebidos de vetar decisiones que no le convienen por razones políticas o geopolíticas o, simplemente, para castigar a determinados países.
Con la reforma del FMI, el G20 puede esperar desempeñar un papel significativo centrado en la creación de un nuevo sistema comercial. Pero Occidente está ganando tiempo politizando el G20, paranoico ante el fin de su dominio de cinco siglos sobre el orden económico mundial. Por desgracia, el liderazgo visionario brilla por su ausencia en el mundo occidental en un momento histórico de transición como éste.
En lo que respecta a India, el principal reto tiene dos vertientes: el compromiso con la mejora del Sur Global, convirtiéndolo en un elemento central de sus prioridades de política exterior y, en segundo lugar, la perseverancia en el seguimiento de lo que propugnó durante las deliberaciones de la cumbre del G20.
Aquí radica el peligro. Con toda probabilidad, una vez que los líderes del G20 se han ido de suelo indio, Delhi podría volver a su política exterior centrada en China. El compromiso de India con la causa del Sur Global no debería ser episódico. Delhi se equivoca al suponer que es un flautista de Hamelin.
Puede que esta mentalidad funcione en la política india –al menos durante algún tiempo– pero el Sur Global se dará cuenta de nuestra mentalidad y concluirá que India sólo se está ayudando a sí misma en su frenesí por hacerse un hueco en la mesa principal de la política mundial.
Dicho de otro modo, antes de preguntarse qué puede hacer el Sur Global por India, la pregunta que debe hacerse el Gobierno de Modi es qué puede hacer India, genuinamente, por el Sur Global.
(*) M. K. Bhadrakumar, diplomático jubilado, es uno de los más prestigiosos analistas internacionales de Asia. Ocupó numerosos cargos relevantes en distintos gobiernos de India.