Abimael Guzmán y el senderismo: ni comunistas ni revolucionarios Por Gustavo Espinoza M.

Abimael Guzmán y el senderismo: ni comunistas ni revolucionarios Por Gustavo Espinoza M.

El deceso de Abimael Guzmán Reinoso, acaecido en las primeras horas de la mañana del sábado 11 de septiembre, ha traído diversas reacciones. Unos han utilizado del hecho para denigrar y desmerecer la causa del socialismo en el Perú. Otros han buscado embellecer la imagen del difunto presentándolo como un revolucionario de primer nivel, que arribó al último día de su vida después de un largo periodo de privaciones y de cautiverio. Y ha habido quienes han considerado necesario recordar el hilo de sangre que recorrió el país desde 1980, cuando en mayo de ese año, se produjo lo que popularmente se conoce como el ILA, es decir, el “inicio de la lucha armada”.

En su etapa inicial

En este marco, supuestos “comunistas italianos” han exaltado la figura de Guzmán como si se tratara de un destacado marxista leninista. En otros países, algunos pequeños grupos de “izquierdistas” extraviados han repetido la misma conducta. Corresponde entonces a los comunistas peruanos abordar el tema con claridad, para no dar lugar a valoraciones falsas, ni a dolorosos errores.

Abimael Guzmán, contrariamente a lo que aseguran sus seguidores, no respondió a lo que de él cuenta la leyenda. No fue un comunista y tampoco un revolucionario. No luchó en vida, ni cayó combatiendo. Aunque privado de su libertad, no fue víctima de las torturas, ni murió “en su ley”. Falleció en su cama, casi sin darse cuenta, en la madrugada de un día en el que se evocaría un nuevo aniversario de su captura.

Lo primero que hay que recordar, es que estudió Derecho en la Universidad San Agustín de Arequipa, a fines de los años 40 del siglo pasado. Cuando en junio de 1950 se produjo la insurrección popular contra la dictadura de Odría en esa ciudad, Abimael ya era estudiante de Filosofía, pero no tuvo participación alguna en ese hecho.

No obstante que años más tarde aseguró que en ese entonces ya se había iniciado en la lucha revolucionaria y en particular en la actividad comunista, lo real es que no tuvo la menor presencia en esos acontecimientos en los que los comunistas –veteranos y jóvenes– tomaron las armas y consagraron un efímero Poder Revolucionario –la Junta Patriótica de Francisco Mostajo– hasta caer derrotados tres días más tarde tras una resistencia heroica.

Fue después de estos acontecimientos –que ignoró por completo en su juvenil existencia– que Abimael viajó a Ayacucho, donde sí, realmente, se incorporó a las filas del Partido Comunista, a la sombra del camarada La Torre, quien fuera varios años responsable del Comité Regional del PCP en la ciudad de Huamanga. Allí contrajo nupcias con Augusta, hija del camarada La Torre, y logró alcanzar el puesto de Secretario de Organización del CR local, desenvolviendo sus actividades preferencialmente en el campo académico.

En ese período –octubre de 1963– tuvo lugar en Ayacucho el IX Congreso de la Federación de Estudiantes del Perú. Fue en esa circunstancia que conocí a Abimael Guzmán, quien en ese entonces trabajaba bajo el seudónimo partidario de “Álvaro”. En la coyuntura, el PCP –agobiado por la crisis que poco después generaría su ruptura– estaba virtualmente paralizado y no estuvo siquiera en la posibilidad de enviar a un miembro de su dirección para orientar a los estudiantes comunistas en ese certamen. El hecho fue aprovechado precisamente por Guzmán, quien convenció a La Torre para presentarse ambos –en su condición de miembros del Comité Central de entonces– como los “voceros” del Partido ante la fracción de camaradas que allí concurrimos.

Guzmán registró dos ostentosos fracasos en esa incursión en predios estudiantiles. Su “propuesta” de lo que debía ser la “línea general” de los comunistas en el evento fue abrumadoramente rechazada, no obstante que por lo menos el 90% de los que lo escucharon ya se consideraban “maoístas”. El esquema de la lucha “clase contra clase”, vigente en los años 20 para otras latitudes y escenarios, no encajó para nada en lo que debía ser la actividad de los comunistas en la universidad peruana del período. Eso quedó absolutamente definido en el debate y la “tesis” de Abimael alcanzó apenas 4 o 5 votos de un total de 90 concurrentes.

Su segunda derrota, no menos espectacular, aconteció en la víspera del fin del evento, cuando debía definirse la propuesta de los comunistas para la integración de la directiva de la FEP a ser ungida en el certamen. “Álvaro” se empeñó a fondo por convencer a todos que, bajo ninguna circunstancia, un “revisionista pro soviético” podía ser elegido presidente de la FEP. Luego de la discusión, fue aprobada unánimemente mi candidatura y al día siguiente fui electo Presidente de la FEP.

La construcción de una leyenda

Producida la ruptura con el maoísmo, en enero de 1964, Abimael quedó con Saturnino Paredes y José Sotomayor “en la otra orilla”, pero pronto entró en crisis esa tendencia. Sotomayor retornó al PC, en tanto que Abimael rompió con Saturnino e hizo “tienda aparte”. Desde su pequeño núcleo ayacuchano, desautorizado por los comunistas locales, “Álvaro” pasaría luego a tomar como “su referente” a la tristemente célebre “Banda de los 4” que consumara diversos estropicios en China y fuera echada del poder no sin antes instalar en Camboya al siniestro régimen de Pol Pot y Iean Sari, incompatible con la concepción humana del socialismo.

El origen del nombre de Sendero

Estando en China y bajo la influencia de esa perniciosa pandilla expulsada del poder a la muerte de Mao, Abimael trazó su “línea propia” y, para diferenciarse de la “oficial” liderada por Paredes, decidió concluir sus documentos con una suerte de frase cabalística: “por el sendero luminoso de José Carlos Mariátegui”.

A partir de allí fue captado por quienes afincaron la idea de caotizar al comunismo peruano, presentándolo como quebrado y dividido en varios “partidos”. Fue por eso que pronto el pequeño núcleo de Abimael fue designado como “Partido Comunista–Sendero Luminoso”, para diferenciarlo del Partido Comunista “Bandera Roja” de Paredes y del Partido Comunista de José Sotomayor, que luego se disolvió.

Para completar la torta, los disidentes de Paredes formaron en 1969 el Partido Comunista “Patria Roja” y a partir de allí –para considerarlo “una facción más”– bautizaron al Partido Comunista Peruano como “PC-Unidad”. De ese modo ante los ojos de nuestros compatriotas, los comunistas dejamos de tener un partido y nos convertimos en 5 facciones más o menos disolventes. Generar “diversas variantes” del Partido Comunista fue un juego del enemigo.

Pero esa era una crisis orgánica que debía ser convertida rápidamente en crisis política, para que tuviese efecto. Comenzó entonces el trabajo orientado a afirmar a SL como “el” Partido Comunista con liderazgo definido y línea propia. Y, a fin de afirmarlo en ese derrotero, lo perfiló como “el” marxista-leninista-maoísta a carta cabal.

¿Obra de la CÍA?

¿Fue mérito propio esta “conquista” o fue más bien la CIA la que jugó un papel decisivo en la materia? Se podría decir, como en muchos casos, que uno y la otra tuvieron que ver en el tema. Un libro interesante escrito por Washington Huaraccha Apaza y publicado bajo el seudónimo de “Andreo Matías”, asegura que SL fue creación de los servicios secretos de Estados Unidos. Esa versión fue recogida por Hector Béjar (canciller por unos días del gobierno de Pedro Castillo) y generó la protesta de los portavoces más caracterizados de la reacción peruana.

Probablemente la tesis luzca exagerada. Sendero existió como una especie de pequeña célula terrorista en Ayacucho. Y si fue alentada, promovida y sobre todo publicitada y nutrida políticamente, desde el exterior, la mano de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos –la CIA– bien pudo haber tenido aquí un papel definido.

En la década de los años 70, la actividad principal de SL, esta pequeña estructura, estuvo orientada a minar a la CGTP. Volantes, afiches, periódicos y otras modalidades de prensa fueron usadas para atacar a la Central Obrera, a la que lanzaron todos los epítetos: vende-obreros, reformista, colaboracionista, entreguista, velasquista y todo lo que se les ocurrió a los mentores de esa prédica. En lo personal, yo recibí hasta 7 amenazas de muerte –algunas de las que conservo en cartas y otros documentos. Pero nunca tuvo predicamento alguno en el movimiento obrero. Tan solo fue cajita de resonancia destinada a amplificar las injurias que la derecha más reaccionaria –y otros grupos de la ultraizquierda– destilaban contra nosotros.

En enero de 1979 se produjo un Paro Nacional de tres días, decretado por la CGTP y previsto para los días 9, 10 y 11 de ese mes. El 3 de enero fui detenido como el primero de los que estaban en la lista de los servicios policiales. A partir de esa noche fueron cayendo otros activistas políticos y dirigentes sindicales. Posteriormente fue detenido Alfonso Barrantes y también Abimael Guzmán. Quiso la circunstancia que por decisión de las autoridades, Alfonso, yo y Abimael quedáramos recluidos en la misma habitación, que compartimos hasta que Abimael fuera liberado por gestión de tres vice almirantes –lo acredita Gustavo Gorriti– porque declaró ante la policía que él nada tenía que ver con la CGTP y ese “paro revisionista”. Por si fuera poco, añadió que él no preparaba “paros sindicales” sino “la lucha armada”. Inmediatamente después fue liberado.

El mito en acción

Cuando el mito se puso en marcha apareció la leyenda. Abimael fue considerado “La Cuarta Espada” de la Revolución mundial. Después de Marx, Lenin y Mao, el cuarto: Abimael. Como los tres primeros ya habían fallecido, Abimael quedaba como el único, la verdadera Primera Espada, el líder de la Revolución mundial. Esto se dijo y se repitió hasta el hartazgo, quedando confirmado aquello que había visualizado Aníbal Ponce. Alentando la vanidad, nunca dormida, la burguesía puede usar en beneficio de su causa a muchos presuntos y proclamados revolucionarios. En el caso, alentar esos rasgos en el líder senderista fue altamente provechoso para los objetivos propuestos que, poco a poco, se fueron afirmando.

Ya en los años 80, SL dio rienda suelta a sus “actividades armadas”, como lo propagandizó luego de los sucesos de Chuschi (Nota de la Redacción: el sábado 17 de mayo de 1980, la quema pública de las ánforas y padrones electorales en el distrito de Chuschi, Cangallo, Ayacucho, a manos de militantes del Partido Comunista Peruano-Sendero Luminoso, fue el acto con el que declaró la guerra al Estado y a la sociedad peruana). Con su prédica y acciones se inició “el periodo de la violencia” que dejó una estela de destrucción, sangre y muerte en buena parte del territorio nacional, y que se prolongó hasta la detención de Abimael en septiembre de 1992.

Aquí entraron a tallar los medios de comunicación y ciertos servicios no definidos que buscaron “levantar” la imagen de una inmensa estructura terrorista capaz de realizar las más grandes acciones: voladuras de torres de alta tensión, petardos de dinamita, explosión de coches-bomba, asesinatos selectivos, enfrentamientos bélicos, masacres campesinas y hasta “paros armados” en distintas ciudades fueron el “pan del día” en esos años que hoy parecen pesadillas para muchísimos peruanos.

En el extremo, la “huestes” senderistas lograron “convertir los penales en escuelas de preparación armada”, como se dijo, organizando desfiles con banderas y carteles, para horror de quienes creyeron ver allí la “antesala del socialismo”.

La falsificación de los hechos

Lo que cabe preguntarse es si esa pequeña “estructura terrorista” fue realmente capaz de impulsar todas esas acciones que, según la prensa oficial, llegó a alcanzar “el equilibrio estratégico” y que hasta “estuvo a punto de tomar el poder”. Hoy hay quienes, en el extremo de la fábula, aseguran que en esos años Lima estuvo “sitiada” y que el acceso a ella, sólo se podía lograr por mar. Tamaños brulotes podrían impactar a despistados izquierdistas irlandeses, pero ningún peruano en su sano juicio los asumiría.

Más allá de la propaganda de uno u otro signo, hay que analizar las cosas tal como ocurrieron. Como las acciones iniciales de SL se situaron en Ayacucho, las primeras “operaciones” tuvieron lugar en la sierra central del país. Se trató, en primera instancia, de presuntos “enfrentamientos armados” entre efectivos policiales o militares contra supuestas “columnas senderistas” que se desplazaban por Los Andes. Para dar consistencia a la versión, se habló entonces de un Ejército Popular Senderista en acción.

Lo primero que ocurrió fueron los llamados “enfrentamientos armados” en las poblaciones rurales. La versión oficial habló siempre de “acciones subversivas” y la explicación de ellas daba cuenta de “columnas senderistas” que sostenían combates con “efectivos policiales o militares”. A lo largo del tiempo, el país supo de diversos nombres: Soccos, Pucayacu, Accomarca, Llollapampa, Umaro, Santa Rosa, Huancapi, Pomatambo, Parcco Alto, Pucca, Cayara y muchos más. Cuando cada uno de esos casos fue investigado, desde las primeras evidencias asomó una verdad diferente: no hubo tales “enfrentamientos” ni “columnas senderistas”. Ni siquiera “choques armados”. Lo que se registró en cada lugar fue la incursión de efectivos policiales o militares en las aldeas en busca de “presuntos subversivos”.

Las unidades armadas que ejecutaban esas acciones consumaban diversas tropelías: quemaban las aldeas, saqueaban las viviendas, golpeaban a la gente, violaban a las mujeres, mataban a los pobladores. Y luego reportaban esos “enfrentamientos” en los que

–supuestamente– habían “derrotado” a una “columna senderista”. Eso lo repetía hasta el cansancio la prensa grande, lo acogían las autoridades capitalinas que hablaban de la “insanía terrorista” y de la necesidad de “recompensar a esos valerosos uniformados que defendían a la Patria y la Democracia”.

Las indagaciones mostraban casos de tortura, ejecuciones extrajudiciales, desaparición forzada de personas, habilitación de centros clandestinos de reclusión y, naturalmente, privaciones ilegales de la libertad. Pronto asomaron denuncias, investigaciones, testimonios y otros que aún se ventilan en tribunales ordinarios en nuestro tiempo. Tomó forma, entonces, la actividad de Álvaro Artaza, el “Comandante Camión”; las correrías de Thelmo Hurtado y las siniestras “Brigadas Lince”; las retenciones en el Estadio de Huanta; la desaparición de Jaime Ayala; las tumbas clandestinas en el Cuartel “Los Cabitos”; y la “Casa Rosada” en los alrededores del aeropuerto huamanguino. Nada de eso fue un invento. Todo quedó confirmado.

Pero la leyenda continuó y una buena parte de la ciudadanía creyó, en efecto, en la existencia de una “insurgencia armada”. Hubo incluso quienes, a partir de allí, justificaron las acciones militares y dijeron que en ellas se habían registrado “algunos excesos”. Se refirieron, seguramente, a los niños quemados en Llocllapampa (14 de agosto de 1985, en el anexo de Llocllapampa, ubicado en el distrito de Accomarca, provincia de Vilcas Huamán, Ayacucho, 69 peruanos y peruanas murieron trágicamente. El 15 de julio de 2011, aquel militar a quien se atribuye haber encabezado la matanza, el subteniente EP Telmo Hurtado, ha sido extraditado de Estados Unidos para ser juzgado en el Perú), a los crímenes consumados en Accomarca, a los campesinos asesinados a bayonetazos en Cayara (la ejecución sumaria de 28 personas el 14 de mayo de 1988), a los periodistas muertos en Uchuraccay.

(Matanzas referidas. Nota de la Redacción:

El sábado 14 de mayo de 1988, en Cayara (a 640 kilómetros de Lima, al pie de la cordillera de Los Andes), los militares perpetraron una matanza de 28 campesinos, en venganza porque supuestamente un grupo guerrillero había emboscado y matado a un capitán y tres soldados el día anterior. Primero asesinaron de un balazo en la cara a Esteban Aste Palomino, delante de su esposa. En el pueblo mismo se dirigieron a un grupo de 10 personas, quienes cerca de la iglesia festejaban el haber desatado el anda de la Patrona del Pueblo, la Virgen de Encarnación y Fátima. Los militares procedieron a separar a los hombres de las mujeres, haciéndolos ingresar a empellones a la iglesia, donde fueron torturados y asesinados unos a bala y otros ahorcados. A las mujeres les ordenaron retirarse.

Una de las testigos, la señora Paula González Cabrero de Noa, apenas tuvo oportunidad ingresó a la iglesia en busca de su esposo, pero sólo encontró charcos de sangre, sombreros, ojotes y una faja (chumpi) ensangrentada. Al existir huellas de arrastre, siguió los rastros de sangre en el suelo hasta dar con el cadáver de su esposo Teodosio Noa Pariona, quien presentaba un orificio de bala en la sien derecha. Asimismo encuentra los cadáveres del señor Emilio Berrocal Cusastono, Endolecio Palomino Tueros y de Santiago Tello, todos ellos detenidos y encerrados en la iglesia de Cayara el día 14 de mayo de 1988. En total fueron asesinados cinco personas, todas habían sido recluidas en la iglesia por tropas militares.

Posteriormente, los militares se dirigen a Cceshua donde 22 personas son masacradas por elementos militares provenientes de la base de Hualla. Cceshua es la parte baja de Cayara, lugar donde un gran número de campesinos estaba cosechando ese sábado 14 de mayo. De lo sucedido existe gran cantidad de testimonios que concuerdan en que los soldados, luego de perpetrar el asesinato de los campesinos hombres, ordenaron a las mujeres y niños que “desaparezcan del lugar en cinco minutos”.

A los hombres los insultan, los golpean e interrogan sobre quién había matado al capitán y dónde estaban los veinte fusiles que se habían robado del camión, haciendo referencia al ataque la noche anterior. Los campesinos habrían respondido que no sabían nada, razón por la cual los patearon y obligaron a echarse boca abajo, presionándoles pencas de tuna en la espalda, para luego asesinarlos uno a uno con cuchillos, martillos, hachas, segaderas y otros instrumentos punzo-cortantes. Los cadáveres fueron amontonados junto a un árbol de molle; toda esta masacre se realizó frente a las mujeres y niños. Las mujeres y los niños regresaron a Cayara, donde encontraron casas quemadas, puertas rotas y robo de objetos en sus domicilios.

Los soldados quienes resguardaban la ciudad, capturaron a varias personas en el local del Concejo Distrital donde habían formado su Cuartel General. Entre los detenidos podemos nombrar a Benedicta Valenzuela C., Domitila Esquivel F., Indalecio Palomino de la Cruz; Avelino Tarqui. Asimismo, los testimonios indican que entre los militares que dirigieron la operación de Cayara se encontraba uno alto (1.80 mts.), grueso, de tez blanca, con pasamontañas y lentes oscuros, colorado, usaba “blue jeans” y zapatillas; otro alto de tez blanca, con barba y bigotes de color castaño; éste llevaba un arma pequeña que no era pistola (posible pequeña metralleta) a quien llamaban “Naranjo”; un oficial de raza negra, con pantalones jean azul, pasamontañas, quechua-hablante, quien con voz de mando dirigía los operativos de Cceshua.

A fines de 1988 se denunció el asesinato de varios testigos de la matanza de Cayara. El 15 de diciembre de ese año, el vehículo de transporte público en el que iban el alcalde del distrito de Cayara, Justiniano Tinco García, y la secretaria del municipio, Fernandina Palomino Quispe testigos ambos de lo ocurrido en Cayara y que habían formulado acusaciones contra personal militar presuntamente responsable de diversos delitos, fue interceptado por un grupo de hombres encapuchados que con amenazas obligaron a todos los pasajeros a salir del vehículo y alejarse con excepción de Justiniano y Fernandina, y el conductor del autobús. Según los testigos, Justiniano y Fernandina fueron torturados y luego asesinados por una ráfaga ametralladora. El conductor, Antonio Félix García Tipe, fue atado al vehículo, al que se hizo explotar con una granada.

Marta Crisóstomo García, enfermera de 22 años de edad y testigo asimismo de la citada matanza de Cayara, fue asesinada el 8 de septiembre de 1989 en su domicilio de la barriada de San Juan Bautista de Huamanga, Ayacucho, por ocho hombres encapuchados y vestidos con uniforme del ejército. Ella fue la novena testigo de las muertes de Cayara que era víctima de “desaparición” o muerte.

Poco antes, el 24 de noviembre de 1988, un grupo de hombres enmascarados abrió fuego sobre Eduardo Rojas Arce, periodista de la revista Caretas, y Hugo Bustiós Saavedra, reportero del diario Actualidad, que habían sido enviados por sus periódicos a Erapata, en la provincia de Huanta, Ayacucho. El grupo mató a Bustiós Saavedra e hirió a Rojas Arce, que fue llevado al hospital. Se dice que una patrulla de la guardia civil y personal militar se encontraban en la vecindad en el momento del incidente y acudieron al lugar de los hechos, pero no tomaron medida alguna para obtener pruebas de las muertes, y que los testigos declararon que los responsables de éstas eran militares, entre ellos un capitán del ejército, que se acercó a Bustiós Saavedra y lo remató de un tiro.

Hasta aquí la nota de la redacción).

La farsa al descubierto

En el plano oficial la versión de la clase dominante fue la misma, pero el gobierno de Alan García, a partir de 1985, se empeñó en formalizar las cosas, atribuyendo todo a la “actividad subversiva del Partido Comunista del Perú Sendero Luminoso”. Y repitió hasta el cansancio eso del “Partido Comunista del Perú–Sendero Luminoso” para meter en la cabeza de la gente que sí, que SL era “el Partido Comunista del Perú” y que era el responsable del terror, las bombas y los crímenes abominables que se denunciaban. En ese lapso, todo lo que de violencia ocurría se le adjudicaba a SL. Se engalanaba cada acción con banderas rojas, con la pinta de hoces y martillos, con música y el canto de La Internacional, para que no quedara duda. El escenario estaba perfectamente diseñado para que nadie dejara de creer en la versión.

Mientras “la guerra popular” se desarrollaba “intensamente en todo el país”, mientras SL lograba “el equilibrio estratégico” y “cercaba Lima y otras ciudades”, Abimael no estaba al frente de sus tropas. No era como Fidel en la Sierra Maestra. No. Estaba en Lima, viviendo en zonas residenciales en distritos “exclusivos” de la capital. En 1983 estuvo en la residencia de su suegro, ubicada en la esquina de las avenidas Pershing y Salaverry y pudo haber sido capturado. ¿Qué ocurrió? Lo revela Gustavo Gorriti en su libro “Sendero”. El presidente Belaunde dio la orden de que no fuera capturado. Se lo dijo al ministro de entonces, el general Essewagen. Curiosamente, uno o los dos hijos de ese militar –también uniformados– terminaron vinculados a SL y nunca se supo cómo ni por qué.

Jorge del Prado, histórico dirigente del Partido Comunista del Perú. Nativo de Arequipa y fallecido en Lima a los 89 años el 13 de agosto de 1999

Se ha asegurado, falsamente, que la Izquierda “concilió” con el Senderismo, o que “no deslindó” con él. Para desmentir tal afirmación bastaría revisar las ediciones de “Unidad”, el semanario del Partido Comunista Peruano, sobre todo entre 1982 y 1986; pero también la entrevista que sostuviera el Secretario General del Partido, Jorge del Prado, con la revista “Qué hacer”.

Allí, dijo: «Considero a Abimael Guzmán y a “Sendero Luminoso” como una verdadera y muy repudiable aberración histórica. No hace falta referirnos a los disparates anacrónicos y fundamentalistas de su pseudo ideología, ni a sus deformaciones monstruosas y fraudulentas del marxismo, tampoco a su accionar genocida igualmente monstruoso. Al PCP, el senderismo no sólo lo ha dañado con el asesinato físico de cerca de 20 alcaldes comunistas y líderes sindicales, sino, sobre todo, por haber usurpado flagrantemente el nombre “comunista” y hasta nuestro símbolo: la hoz y el martillo»…

Cuando cayó la careta

Con el gobierno de Fujimori fue aún más ostensible la cosa. A fines de 1990, los servicios de inteligencia de la policía “ubicaron” a Abimael Guzmán en una lujosa casa situada en la zona residencial de Surco y programaron detenerlo. Para tal efecto “comunicaron a la superioridad” dicho operativo. A pocas horas de efectuarse éste, un sobre cerrado se deslizó bajo la puerta de la vivienda con una nota que le advertía que se pusiera a buen recaudo. Y así ocurrió. Por eso, el último operativo –el exitoso– no se le comunicó a nadie, ni a la superioridad. Fujimori fue pillado pescando en un lago de la selva y su asesor de inteligencia, en una recepción en la residencia británica en Lima.

Después de la captura de Guzmán cesaron, como por arte de magia, las acciones terroristas. Se afirmó entonces otra leyenda: Fujimori había “derrotado al terrorismo y pacificado al país”. En verdad, los que estaban haciendo acciones terroristas –senderistas o no– dejaron de hacerlas. Ya no eran necesarias. Al contrario, podrían resultar contraproducentes e incluso desestabilizar al régimen que había logrado “reinsertar al país en el sistema financiero internacional”. Entonces, se paró todo.

Es posible concluir que toda esta “estrategia antisubversiva” no fue sino una guerra de exterminio contra las poblaciones originarias y los peruanos más pobres. Por eso el terror se concentró en las aldeas. Cuando la Comisión de la Verdad rindió su informe, debió reconocer que el 75% de las víctimas de la violencia pertenecían a poblaciones originarias y eran quechuahablantes. Provenían del mundo rural.

Adicionalmente, debió admitir que el programa de esterilizaciones forzosas aplicado durante el gobierno de Fujimori afectó a 350 mil mujeres en su mayoría indígenas. Si cada una de estas mujeres hubiese conservado la posibilidad de tener descendencia, hubiese nacido algo más de un millón de niños provenientes de estos segmentos secularmente subyugados y discriminados. ¿Es acaso pequeña esta cifra?

Puede entenderse entonces que lo que realmente hubo en el Perú en este periodo no fue un “conflicto interno”, ni una “insurgencia popular”, ni siquiera un “combate contra la subversión”, ni una “política de pacificación”. Lo que realmente hubo fue una estrategia de aniquilación y una política de exterminio contra las poblaciones vulnerables, las más deprimidas.

Un colofón deplorable

Lo que vino después fue de opereta. Abimael capituló. Envió “cartas de rendición” al Presidente Fujimori y “le ofreció la paz”, luego de reconocer la superioridad de él y admitir su derrota. Después se reunió “el pleno del Comité Central Senderista” en las instalaciones del Servicio de Inteligencia Nacional. Y le habilitaron una habitación conyugal al líder Senderista y a su esposa, no sin antes celebrar su cumpleaños con canciones y tortas incluidas. Todo eso está grabado, solo que hoy se oculta.

¿Algún líder comunista, de algún país del mundo, tuvo alguna vez un comportamiento similar? ¿Alguno recibió esos “reconocimientos” y “presentes” de ese carácter? Recordemos tan solo la prisión de Prestes en los años del Estado Novo brasileño, o la situación de Rodney Arismendi en los tiempos de la dictadura fascista del Uruguay, o el caso del valeroso Luis Corvalán, en Chile, cuando Pinochet. Incluso en nuestro país, ¿qué líder comunista asumió un comportamiento como el de Guzmán ante sus captores? ¿Jorge del Prado, Isidoro Gamarra, Pedro Huilca? para mencionar algunos.

La discusión y el debate, el deslinde de responsabilidades y el desarrollo de la historia se encargarán de colocar cada cosa en su lugar. Y todas las leyendas y mitos quedarán donde les corresponde.

Pero es bueno, al concluir este texto, subrayar que el terrorismo no tiene relación alguna con el marxismo ni con el socialismo; que no es una ideología, sino una práctica concreta; y que no califica, sino descalifica a sus impulsores y aplicadores porque rinde culto al terror, al espontaneísmo y al individualismo; y que es incompatible con las más elementales prácticas revolucionarias de los pueblos.

Puede decirse además, que se usó el nombre de Sendero Luminoso y se le adjudicó el carácter de “Partido Comunista” deliberadamente, para denigrar y envilecer la imagen del socialismo; para mimetizar el mensaje socialista con el terror, la muerte y la vulnerabilidad permanente. Para que la gente asocie la bandera roja con la destrucción y la barbarie, y asuma la idea de que la hoz y el martillo son símbolos envueltos en sangre y muerte. Y para que las siglas del PCP fueran temidas y rechazadas por la población.

Adicionalmente, para romper el binomio Pueblo–Fuerza Armada, forjado por el proceso del General Juan Velasco Alvarado que diera consistencia a la Revolución democrática y antiimperialista de 1968. Se buscó invertir la óptica de las personas, de manera que el pueblo viera en los militares a una banda de asesinos y corruptos; y que los uniformados asumieran la idea de que el pueblo estaba ganado por las “ideas terroristas” ante lo cual sólo cabía una política de exterminio. Colocar un profundo abismo de muerte entre la Fuerza Armada y el Pueblo, para que nunca más se repita la historia.

Y ahora, ¿qué harán los que “levantaron” la figura de Guzmán hasta colocarlo en un sitial casi inalcanzable, reconociéndolo como “la cuarta espada de la Revolución mundial”? Ya no les sirve, ya está muerto. Lo llenaran de improperios. Le gritarán: “asesino”, “hiena maldita”, “genocida” y muchas otras cosas más. Lo usaran para decir que fue “el símbolo del comunismo”, que su bandera era “la bandera roja” que “promovió la lucha de clases”, que “se valió de la violencia”. De ese modo, todos los que de una u otra manera sostienen tales puntos de vista serán considerados “senderistas”, “pro senderistas” u otras sandeces de corte similar.

Y en el contexto actual en nuestro país, se usará como pretexto para desacreditar a un gobierno progresista y popular, y vincularlo a la figura inhumana de la barbarie. Responder a esa campaña es un deber esencial.