Auxiliadora Cruz, nuestra querida Chilo Por Margine Gutiérrez

Auxiliadora Cruz, nuestra querida Chilo Por Margine Gutiérrez

Auxiliadora Cruz es una de las mujeres que más he querido y admirado en mi vida militante.

Compartí celda -y seguramente torturadores- en los sotanos de la OSN, encapuchadas y esposadas ambas y sin poder vernos pero supimos de alguna manera que allí estábamos.

Desde entonces supe de su valor y de su firmeza. En una ocasión en que -encapuchada y esposada como estuvimos siempre allí- me llevaron a la sala de tortura y me pusieron arrimada a un mueble, hice un enorme esfuerzo por ver de que se trataba. Incliné lo más que pude la cabeza hacia atrás y vi que era una mesa en la que estaba la declaración firmada de la Chilo. Solo pude leer las dos primeras líneas, pues la capucha no me permitía más, y en esas dos primeras líneas la Chilo decía que era militante del FSLN y que se sentía muy orgullosa de serlo. Desde entonces yo siempre me sentí aún más orgullosa de ella y allí sellé mi respeto y admiración de siempre por ella.

Luego en la Central de Policía donde estábamos solas en celdas individuales de castigo, en algunos períodos cortos estuvimos en la misma celda compartiendo libros que leíamos tan ávidamente que, al menos yo, ni siquiera me levantaba del camarote a recibir la “chupeta”.

Nos turnábamos, un día ella y otro yo, y así nos leímos las obras completas de Oscar Wilde impresas en papel cebolla.

También rotábamos en el camarote, unos días ella en el primer piso y yo en el tercero, que era donde entraba un poco de aire y otras veces yo en el primero -ella en el tercero- donde me sentía que estaba dentro de un ataúd.

En esa época ambas éramos de muy poco hablar, casi siempre permanecíamos calladas lo que hizo que nunca tuviéramos desavenencias.

Cuando hacíamos las sesiones de autocrítica, ella y yo nunca tuvimos nada que criticarnos a diferencia de las otras compañeras que siempre tenían algo que decirse. Y es que nosotros a veces ni nos mirábamos la cara enfrascadas en los pocos libros que nos introducían clandestinos y que leíamos y releíamos.

A nuestras compañeras, especialmente a una, no les parecía bien que nunca tuviéramos algo que sacarnos la una a la otra y nos decía que estábamos cayendo en el amiguismo hasta que en una ocasión la Chilo me criticó de estarme volviendo vanidosa porque me bañaba varias veces al día. Yo me defendí arguyendo que el calor me era insoportable y que era la única manera que tenía de aguantar. Y era cierto. Yo me mantuve en mis trece y dije que no tenía nada que decir de la Chilo, a la que aún en esas condiciones de encierro donde es tan facil que afloren los conflictos, siempre la respeté y admiré.

Porque ella era la personificación de la sencillez, de la humildad y fraternidad. Y ya no digamos de la alegría. Siempre estaba diciendo cosas “chambonas” que nos hacían reír o contaba anécdotas con el mismo propósito.

Todas la queríamos y disfrutábamos de su compañía. Y ya no digamos cuando nos cantaba canciones que nosotras nunca habíamos escuchado como el “aeroplano con alas de plata”.

Y ahora la extrañamos un montón. Tan es así que hace poco Doris, conversando con Ana Julia Guido, del estrecho vínculo afectivo que nos une a las que estuvimos presas juntas, le dijo que ella aún no había superado la muerte de la Chilo, acaecida hace 10 años, el 28 de abril de 2011.

Ninguna la hemos superado. Es muy difícil, no solo porque convivimos un año en la cárcel y luego otro año en Cuba viviendo todas en la misma casa, si no porque la Chilo, obrera del tábaco, con una enorme conciencia de clase, hizo de su militancia y de su compromiso con el pueblo, su modo de vida, lo llevó hasta las últimas consecuencias constituyéndose en un ejemplo para nosotras, para Gloria Campos, Rosa Argentina Ortiz, Doris Tijerino y para mí.

Chilo cada día estás entre nosotras y aunque aún te lloramos, también te recordamos con la alegría que siempre nos prodigaste y transmitiste para hacernos más llevaderos aquellos días.