Bolivia, la democracia regresa Por Fabrizio Casari, Altre Notizie

Bolivia, la democracia regresa Por Fabrizio Casari, Altre Notizie

Luis Arce, ex Ministro de Hacienda del gobierno de Evo Morales y candidato del Movimiento al Socialismo (MAS) es el nuevo Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia. Con una victoria contundente, que lleva su posición a la mayoría absoluta, Luis Arce devuelve a Bolivia lo que fue robado en octubre de 2019 a Evo Morales, es decir la democracia. La distancia entre el MAS y la derecha es tan grande que uno se arriesga a marearse al leerla.

El candidato de los bancos y de los blancos, el ex presidente Carlos Mesa (31,5%) y el candidato de los terratenientes, Luis Fernando Camacho (14,1%), que dirigió el golpe desde Santa Cruz, están muy por debajo de las expectativas. No es casualidad que la presidenta usurpadora, Janine Añez, haya sido la primera en reconocer la victoria de Luis Arce invitándolo a “pensar en la democracia y en Bolivia”. Lo cual, dicho por una golpista, suena como ironía involuntaria.

El resultado de las elecciones bolivianas dibuja un escenario complejo para los Estados Unidos: la proporción de los resultados hace muy difícil la ejecución de los planes en los que han estado trabajando durante meses, en concierto con la OEA y los golpistas bolivianos, ambos vinculados a los equipos de Mesa y Camacho. Ellos preveían el fraude electoral como primer paso para evitar la victoria del MAS en la primera ronda y, posiblemente, un nuevo golpe de Estado si las protestas por el fraude alcanzaban dimensiones preocupantes.

Pero, precisamente, la hipótesis del golpe preveía una amplia pero no tan abismal brecha electoral como la que se produjo. De hecho, pensaron que era posible forzar la mano con operaciones de fraude realizadas por la propia policía (la incautación de las urnas y los votos a favor de Luis Arce habría terminado en las alcantarillas) capaces de mover el 5-10% de los votos para delinear un resultado final de la primera ronda que vería al MAS por debajo del 40% y a Mesa alrededor del 38.

De este modo, el acceso a la segunda vuelta (prevista por la ley electoral sólo si la diferencia entre el primer y el segundo candidato es de menos de 10 puntos en la primera vuelta) habría sido inevitable y la alianza entre los diferentes segmentos del golpe de derecha y la clase pequeña y media de las grandes ciudades podría haber contrarrestado eficazmente al MAS. Suponiendo que en cualquier caso el MAS estuviera a la cabeza, incluso en la segunda ronda los fraudes habrían “arreglado” la diferencia y proclamado la victoria de Mesa.

No es una coincidencia que Bolivia haya sido prácticamente militarizada: las amenazas y hostilidades contra los observadores electorales invitados por el MAS quisieron indicar la víspera de un posible golpe y un mensaje en el exterior.

Pero los números que indican esta amplia distancia entre la izquierda y la derecha no permiten –a menos que quieran desafiar a la comunidad internacional así como a los bolivianos– proceder por la fuerza hacia el golpe. Hacerlo indicaría al mundo entero que América Latina en manos del trumpismo ha vuelto a los años 70, con los militares apoderándose de los países y Estados Unidos de los militares y todos cobijados por el apoyo de la OEA. El descrédito general de EEUU y la misma OEA, antes que el de los terratenientes bolivianos, correría el riesgo de causar un revés político y una imagen fatal para la paz en Bolivia y en todo el subcontinente.

La pregunta, en realidad, es la siguiente y definitivamente va más allá de las fronteras bolivianas: ¿tiene algún valor la democracia formal, que se establece de acuerdo con la voluntad de los votantes, o el hecho de gobernar o no gobernar depende sólo de la voluntad de Estados Unidos? La conciencia de un sistema que sólo permite el resultado que quiere Washington y que aplasta con las armas cualquier otra hipótesis, además de ver la clara oposición de los organismos multilaterales internacionales, privaría al golpe latinoamericano y al propio EEUU de todo respeto y credibilidad internacional, reduciría a la OEA y al Grupo de Lima a payasos del circo golpista y vería como única opción posible el retorno a las armas de las diferentes realidades continentales. Y ya no tanto para establecer el socialismo como para defender esa misma democracia con la que EEUU y sus aliados se enjuagan la boca a diario. Todos los elementos que en general deben ser bien considerados y, en particular, en vísperas de unas elecciones en EEUU donde la reverberación de un nuevo golpe y nuevas masacres ciertamente no ayudarían al magnate.

En las proporciones de la victoria de la izquierda no sólo está la adhesión ideológica y programática al programa de Luis Arce y el reconocimiento de las políticas de desarrollo de Bolivia llevadas a cabo en los mandatos de Evo Morales; también está el rechazo de un infame golpe de Estado que robó la democracia al país hace menos de un año, está el rechazo de la violencia policial y la traición constitucional por parte de la cúpula militar y las fuerzas de seguridad; está el desgobierno de la señora Añez, que consideró caracterizar su presidencia usurpadora en un sentido racista y clasista.

En definitiva, es el voto en defensa de la democracia, tanto en su versión formal como en la sustancial, expresado por un pueblo que ha bajado de las montañas para dictar el nuevo rumbo a toda la nación. Los próximos días nos dirán cómo piensa reaccionar ante este resultado la oligarquía de los terratenientes, es decir lo que ordenarán sus amos de EEUU. Si podrán dejar la libertad de acción a la burguesía rica y blanca para desencadenar una revuelta que obligue al nuevo Presidente a negociar, poniéndole en un estado de precariedad política, o si en cambio, considerando el marco internacional, amordazarán y amarrarán a los terratenientes para evitar peores problemas a la Casa Blanca en vísperas de la votación.

Bolivia reanuda el camino de su desarrollo y la reconquista de su identidad democrática y socialista. Pero lo ocurrido en el 2019 ha enseñado que esperar un retorno completo de la democracia solo a través del resultado de las elecciones sería una ingenuidad que podría resultar fatal. Si no es ahora, detenidos por la situación internacional, en pocos meses los impulsos racistas y clasistas de la oligarquía blanca podrían sentirse de nuevo, más aún si Trump fuera confirmado en la Casa Blanca.

Por lo tanto, aunque la victoria de Luis Arce prepara el camino para una nueva temporada política, ello sólo puede comenzar con la destitución de los líderes militares e institucionales que fueron los protagonistas del golpe. Peligrosos y poco fiable, listos para repetir lo que ya se ha hecho, debe ser hechos inofensivos lo antes posible. No puede haber vacilación a este respecto, la limpieza democrática no puede convertirse en un elemento de la agenda política a medio y largo plazo. En cambio, debe ser el inicio, la premisa y la indicación futura de una Bolivia que sepa mirar en los ojos a su pueblo, recuperar su soberanía y cazar sin concesiones a sus traidores.