Con soberanía plena, construimos nuestra democracia Por Glenn Sambola

Con soberanía plena, construimos nuestra democracia Por Glenn Sambola

El intervencionismo en los asuntos internos de Nicaragua por parte de Estados Unidos, que ha sido una constante desde la independencia, constituye el principal desafío para la construcción de una genuina democracia en Nicaragua. Las alianzas perversas forjadas con diferentes facciones de la oligarquía siempre han procurado asegurar la supremacía de una clase social sobre las demás, soterrando el pilar fundamental de cualquier democracia que debe ser la participación activa de todos los sectores poblacionales, sin discriminación, en todo el quehacer público.

La hipocresía de Estados Unidos no tiene límites al querer imponer su modelo de democracia sobre otros pueblos, cuando su propio modelo de gobierno, a lo largo de la historia, sistemáticamente ha limitado la capacidad de su población afrodescendiente, latina e indígena-originaria de ejercer su derecho al voto.

Desde la esclavitud afrodescendiente que aún permanece impune, hasta la segregación en base a las leyes Jim Crow (conjunto de leyes federales y estatales de marginación y exclusión de la población negra, el apartheid en Estados Unidos), hasta los programas de urbanización que resultaron en el establecimiento de los guetos, todas constituyen diferentes mecanismos para garantizar la democracia para unos, pero no para otros. Ello sin siquiera mencionar la brutalidad policial y el arresto y aprisionamiento arbitrario de afroamericanos, denunciado con gran ahínco en años recientes en enormes movilizaciones y protestas de Black Lives Matter o las pretensiones antidemocráticas y racistas que alimentan el uso del gerrymandering (manipulación de las circunscripciones electorales con el objetivo de limitar las oportunidades de un determinado partido político o grupo étnico, lingüístico, religioso o clase social, etc.), todos siendo ejemplos claros de una “democracia” que enfrenta serias dificultades.

En Nicaragua el ejercicio pleno de la soberanía nacional, la autodeterminación y la independencia desde la victoria de la Revolución Popular Sandinista y el compromiso adquirido por el Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional en 2007, de construir una genuina democracia en base a la equidad de género, el principio de la unidad en la diversidad y la participación directa de todo el pueblo, sobre todo los sectores más vulnerables en el quehacer nacional, ha resultado en un período de enormes avances de desarrollo humano y en la consolidación de nuestro sistema democrático.

El 7 de noviembre el pueblo nicaragüense, conforme la Constitución Política y la Ley Electoral y en cumplimiento del calendario electoral aprobado por los partidos políticos, acudirá a las urnas con un padrón electoral que abarca a casi 4 millones de ciudadanos y ciudadanas, un Consejo Supremo Electoral robusto, diverso y representativo, partidos políticos de diferentes ideologías y debidamente constituidos, alrededor de 15,000 juntas receptoras de voto y 120 mil fiscales de partidos políticos para la defensa del voto, en un ejercicio de ciudadanía ejemplar.

Todo ello, sin embargo, se desarrolla en medio de los ataques de los mismos enemigos, los que pretenden limitar nuestra soberanía y subvertir nuestra democracia, pero ¡no pudieron, ni podrán!

En nuestra Nicaragua la “soberanía se escribe con letras grandes, no con tinta, sino con sangre, porque ésta no la discutimos, nada más la defendemos…”.