En Estados Unidos no se respeta el voto de sus ciudadanos Por Alfonsa Goicoechea

En Estados Unidos no se respeta el voto de sus ciudadanos Por Alfonsa Goicoechea

Primitivo y moderno, sencillo y complicado,
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod.
Eres los Estados Unidos
eres el futuro invasor de la América ingenua
que tiene sangre indígena
que aun reza a Jesucristo y aun habla en español.

Rubén Darío, Oda a Roosevelt

Aunque Estados Unidos por ningún lado da muestras de ser realmente demócrata, exige democracia a su antojo en todas las latitudes del planeta que la Rosa de los Vientos señala. El conflicto empieza con su concepto raro y parcializado de democracia y el derecho que se arroga para poder exigir situaciones y decisiones a la medida de su capricho, principalmente en los países de América Latina y el Caribe, a los cuales, desde su escandalosa invención de la Doctrina Monroe los considera su patio trasero exclusivo.

El diccionario de la Real Academia Española define la democracia como la doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. Pero por lo que se observa en el devenir de su historia, para los sucesivos gobiernos de ese gran país, y los grupos de poder que detrás de ellos juegan a las marionetas circenses, la democracia estadounidense no pasa de limitarse a ser una farsa electoral, en la que se vive un espejismo donde no tiene cabida muchísima gente que habita en su territorio nacional.

Estados Unidos es una nación de inmigrantes, sin duda, excepto por los habitantes originarios maltratados, deplazados, asesinados en terribles jornadas genocidas, segregados los sobrevivientes en reservas peores que los campos nazis de concentración (aunque las películas de vaqueros cuenten la historia al revés y también oculten gran parte de ella); otros llegaron huyendo en distintas épocas y por diferentes motivos; unos descendieron de enormes buques en busca de mejores oportunidades para una vida mejor; otros aun “migran” de sus países de origen, obligados por las terribles condiciones económicas ocasionadas por la explotación gringa; y lo peor, los que violentamente fueron arrancados a la fuerza de sus casas y de sus familias, llevados con rumbos inciertos, desconocidos y en condiciones crueles, denigrantes y aterradoras para inevitablemente ser convertidos en esclavos. Sus descendientes emancipados en la actualidad siempre tienen menos derechos que los demás.

Ciertamente todos ellos contribuyeron y siguen haciéndolo en muchos ámbitos de la vida, de la cultura y de la sociedad para que el país alcanzara las condiciones materiales de primera potencia mundial que tiene hoy en día, pero sin que los diferentes grupos étnicos puedan gozar de todo lo construido debido al concepto aplicado y al enfoque de esa gran desconocida, manipulada, manoseada: la democracia. Es redundante decir que son los anglosajones quienes gozan automáticamente de reconocimiento y de las mejores condiciones. Los prejuicios y los estigmas colocan sus etiquetas indelebles.

Elección indirecta

Su democracia se reduce y se limita a las elecciones, pero en Estados Unidos estas distan mucho de ser perfectas: están llenas de mandatos arcaicos fuera de tiempo y lugar que la diferencian de las de otros países del mundo.

En primer lugar, la suya es una elección indirecta, es decir, no se vota directamente por el presidente y el vicepresidente, sino que los ciudadanos eligen delegados quienes a su vez forman los llamados Colegios Electorales, cuyos votos deciden finalmente quién es el ganador. En otras palabras, allá no existe el voto universal y directo (que ellos exigen) de todos los ciudadanos como en el resto del planeta, donde los resultados son más creibles y respetan la voluntad popular.

¿Cuál es el origen de ese sistema de elección indirecta? Es el resultado de la Guerra de Secesión entre los Estados del Norte y los del Sur que luchaban unos por suprimir la esclavitud y los segundos por mantenerla; la contienda duró cinco años en el siglo XIX y finalmente se abolió el sistema, cuando los negros emancipados se volvieron ciudadanos y sus votos eran una amenaza para los líderes políticos sureños.

Recordemos que, en venganza por la emancipación, asesinaron a balazos al presidente de turno, el gran Abraham Lincoln, el 15 de abril de 1865. Los Estados del Sur impidieron entonces y aun impiden cualquier intento de reemplazar el voto indirecto por el voto directo y nacional, como en todos lados. Evidentemente es una manera de mantener el control social de unos sobre los otros. Todavía muy avanzado el pasado siglo 20 vimos las luchas para que los afroamericanos igual que los blancos pudieran usar los mismos vehículos de transporte colectivo, jugar en las Grandes Ligas, entrar a las mismas cafeterías, las misas escuelas, etc., etc. La situación no se ha superado en las mentes de muchos ungidos.

En Estados Unidos el ganador de las elecciones es el candidato que obtenga al menos 270 votos de los llamados Colegios Electorales. Es posible que un candidato gane el voto electoral, y pierda el voto popular. En caso de duda o controversia, la decisión queda en manos de la Corte Suprema, como ocurrió en 2002 cuando los magistrados (en su mayoría republicanos) dieron como ganador un mes después de las elecciones a George W. Bush, a pesar de que su contrincante el Demócrata Al Gore había obtenido muchos más votos en todo el país.

Donald Trump fue electo presidente con 304 votos de los Colegios Electorales sobre los 227 de su contrincante Hilary Clinton, a pesar de que ella obtuvo de tres millones de votos más que el republicano. Eso me lleva a concluir que tampoco se respeta la decisión de los votantes cuyas voluntades los representantes deberían respetar con sus votos finales, o sea que en el camino muchas veces usurpan el mandato de sus conciudadanos y traicionan sus preferencias políticas mayoritarias. Es lo que salta a la vista.

Subrayo el detalle de la concesión de la victoria demorada al señor Bush recordando que el año pasado, la OEA, en contubernio con el gobierno estadounidense y cumpliendo al pie de la letra sus dictados, propinaron un escandaloso y sangriento golpe de Estado a la fórmula presidencial boliviana que no era de su agrado. El argumento alegado fue el breve y razonable retraso en el conteo de los votos universales y directos (no por medio de representantes) de regiones distantes y de difícil acceso del país. Un año después estamos viendo la ratificación sobrada de los resultados favorables para el mismo partido político. De esa manera ha quedado en evidencia la verdadera vocación y la turbia actuación del organismo panamericano en su papel de policía electoral continental. ¿En qué quedamos?

En EEUU no hay independencia de poderes

El hecho que los jueces de la Suprema Corte –donde hay partidarios de cada partido en contienda, los cuales deciden finalmente sobre una duda o disputa– significa en palabras llanas y sencillas que allá no existe la independencia de poderes que el gobierno estadounidense exige a lo largo y ancho del mundo. También significa que la mayoría dominante en el Poder Legislativo (afín a uno de los dos partidos), les hace el lado para que sus correligionarios terminen dominando en el Poder Ejecutivo. En otras palabras, allá no es cierto que lo que es bueno para el ganso, también deba ser bueno para la gansa. Vuelvo a preguntar: ¿en qué quedamos? Eso implica: debes hacer lo que yo predico, no lo que yo descaradamente practico.

¿Y la observación electoral extranjera que ellos exigen al resto del mundo con el pretexto de asegurar la pureza y credibilidad de los resultados? Sería necia redundancia decir que es impensable esperar un proceso igual en su país, pero ellos amenzan a todos los demás con desconocer y rechazar los números finales si no se organizan las elecciones de conformidad con sus dictados.

En algún lado leí la explicación que serenamente se permitió emitir uno de los tremendos señores jueces de la tremenda Suprema Corte: “Es que nosotros desconocemos la manera y las circunstancias en las que se aprueban las leyes de otros países, pero si estamos seguros de como se hacen las nuestras”. Claro, ya se sabe que allá el que tiene plata “platica”, porque todo se convierte en mercancía objeto de comercio, la realidad supera a la ficción de Hollywood.

Otro fenómeno inexplicable desde la razón y la lógica democrática es el número de votos del Colegio Electoral que correponde a cada Estado, por ejemplo Wyoming, con medio millón de habitantes tiene tres votos del Colegio Electoral, un voto por cada 160 mil habitantes, en cambio Califormia, con 34 millones tiene 55 votos: un voto por cada 600 mil habitantes. En la escuela secundaria mis profesores de matemáticas me enseñaron que siempre hay una ecuación para obtener un resultado matemático, aunque sea una simple operación aritmética, pero aquí no logro ver el procedimiento.

Los ricos compran elecciones

Pero lo más grave y antidemocrático del sistema electoral estadounidense es que no existe límite alguno para la cantidad de dinero que individuos, grandes empresas o transnacionales pueden aportar a los candidatos presidenciales o a los legislativos. Semejante influencia del sector privado en la política desvirtúa y prostituye el servicio público dando prioridad a los intereses empresariales sobre los intereses generales del país y sus habitantes, los cuales tienen alcance y vigencia extraterritorial en su democracia ilógica e ilegal. ¿Dónde quedan la imparcialidad, la ética y la equidad?

A las prácticas que favorecen a los más ricos se atribuyen la creciente desigualdad y pobreza que afecta a la población; la bancarrota de los sistemas sanitario y educativo; el deterioro general de la infraestructura vial y ferroviaria,  y las grandes deficiencias democráticas.

¿Recuerdan Al Capone cayó preso por evasor de impuestos, no por mafioso? En Estados Unidos es grave delito federal evadir el pago de impuestos, pero ¿en qué se usan esos tributos que el gobierno cobra implacabemente en el país, si los ciudadanos pagan aparte por todos los servicios? Por ejemplo, todo mundo se ve obligado a comprar seguros médicos onerosos. O que para poder conquistar un título universitario los ciudadanos no tienen otro camino que pedir onerosos préstamos educativos que deben pagar por el resto de sus vidas. O pagar el costoso peaje para pasar por cualquier carretera.

Relajo electoral

Volviendo a las elecciones: a lo anterior hay que añadir que en 36 estados no pueden votar 21 millones de personas que carecen de un documento oficial con su fotografía (cédula de identidad le llamamos los nicas). Salvo en Vermont y Maine, en los otros 48 estados no pueden votar quienes hayan sido sentenciados algunas a prisión o los que están privados de libertad, en el país del mundo que en cifras absolutas y porcentuales tiene más prisioneros, muchos de ellos sentenciados simplemente por sospechas, generalmente porque son víctimas de discriminación por razón de su raza o de su clase social, perjudicando especialmente a las principales minorías de afroamericanos y latinos.

A diferencia del resto del mundo, las elecciones en Estados Unidos no se celebran en un fin de semana o día feriado, sino los martes, un día de trabajo como cualquiera otro, lo que dificulta el voto de los asalariados y explica entre otras cosas el alto grado de abstención. En las presidenciales de 2016 solo votó el 55,7% de los inscritos. Ese es un buen criterio para valorar su credibilidad, digo yo. Además, cada Estado utiliza máquinas y sistemas de conteos diferentes, tanto para los votos de Colegios Electorales como para los votos por correo que en 2016 fueron 31 millones, una cuarta parte del total. Tal diversidad de plataformas técnicas imposibilita la auditoría. ¿Dónde queda la custodia de los votos para garantizar su credibilidad?

El sistema electoral de Estados Unidos garantiza el bipartidismo de demócratas y republicanos, muy desprestigiado como lo demuestran las candidaturas de independientes como Donald Trump y Bernie Sanders que terminaron resguardándose bajo el alero de uno de los dos únicos partidos políticos que pueden ganar una elección. ¡Ah! Pero en el resto del mundo, los gobiernos de EEUU exigen pluralismo político.

Cada país tiene derecho a organizar sus elecciones como mejor le parezca. A lo que nadie tiene derecho es a descalificar las elecciones de otros países, como ocurre por ejemplo con Venezuela, cuyo sistema electoral es –según el expresidente Jimmy Carter– el mejor del mundo. Pero Washington no reconoce ni acepta sus resultados, antes bien aplica sanción sobre sanción por cualquier cosa que no le parece y le contradice.

Es más que evidente que el gobierno de Estados Unidos con su arcaico y poco democrático sistema electoral, no tiene ninguna autoridad moral para condenar las elecciones en otros países. Solamente ve la paja en el ojo ajeno, pero a pesar de su gran tamaño es incapaz de ver la viga en su propio ojo. No hay peor ciego que el que no quiere ver.