Esteban Pavletich, el secretario de Sandino Revistas Marka y Caretas, de Lima, Perú

Esteban Pavletich, el secretario de Sandino Revistas Marka y Caretas, de Lima, Perú

Carta de Tomás desde las cárceles somocistas

Revista Marka, Perú, 16 de agosto, 1979. Del archivo de Nicolás Aguilar

La siguiente carta de Tomás Borge a Esteban Pavletich es un digno homenaje a este antiguo secretario de Sandino y presidente del Comité Peruano de Solidaridad con el Pueblo de Nicaragua. Borge fundó, junto con los héroes Carlos Fonseca y Silvio Mayorga, el Frente Sandinista de Liberación Nacional, y fue ministro del Interior del gobierno de Reconstrucción entre 1979 y 1990.

31 de enero de 1979
Sr. Esteban Pavletich
Sus Manos.

Hermano:

Después de un largo silencio, originado por la clandestinidad, la montaña y la cárcel, le escribimos no solo para saludarlo con el caluroso afecto de siempre sino también para reconocer públicamente nuestra confianza en sus gestiones como Presidente del Comité de Solidaridad con nuestro pueblo. Usted, en el Perú, es, por muchísimas razones, el hombre que representa a los nicaragüenses y a los sandinistas; usted, que estuvo ligado a nuestro General de Hombres Libres; usted, que desde su lecho de enfermo ha desarrollado una energía ejemplar, que rebasa los límites del deber, para estimular la solidaridad de nuestros hermanos peruanos; usted, hermano Pavletich, que se metió en el corazón de todos nosotros, de Carlos Fonseca, de Henry Ruiz, de todos, es no solo quien nos representa en este momento mejor que nadie.

Tenemos entendido que en el Perú, como en otros países de América Latina, el Comité de Solidaridad aglutina, sin sectarismos, a todas, o casi todas, las organizaciones políticas y populares locales.

El heroísmo de nuestro pueblo y el odioso rostro de la tiranía somocista han contribuido a esta unanimidad continental y mundial.

La solidaridad de hoy, que en general ha tenido un carácter inevitablemente emocional y que hay que transformar en una solidaridad práctica –sobre todo para enfrentarse a las maniobras del imperialismo– tendrá que multiplicarse en los próximos meses en la medida que se acrecienta la guerra revolucionaria de los nicaragüenses.

Aprovecho la oportunidad para saludar a su estimable familia. Para usted, un abrazo fuerte de Patria Libre o Morir.

Tomás Borge

Entrevista de César Lévano a Esteban Pavletich. Revista Caretas de Lima, Perú. 7 de febrero de 1974.

Cómo fue la guerra de Sandino

¿Cómo fue usted a dar hasta las guerrillas de Sandino en Nicaragua?

Yo había salido deportado. Leguía dio la famosa Ley de Vagancia que tendía a declarar vagos y enviar a la selva a dirigentes sindicales y opositores. La Federación Obrera Local y la Federación de Estudiantes del Perú preparábamos un paro general contra la ley, cuando, a la salida de una sesión, fuimos detenidos, Luis Bustamante, presidente de la FEP, y yo, que era secretario del exterior. Era en 1925. En junio salimos al destierro. Nos enviaron a Panamá, donde participamos en uno de los movimientos sociales más recios que haya habido en América. El paro inquilinario. El movimiento fue tan grande, que el presidente Eduardo Chiari tuvo que abandonar el Palacio y refugiarse en el Hotel Tivoli, en la zona estadounidense. Las tropas yanquis acamparon en los parques. Hasta la Guardia Nacional de Panamá se incorporó a la lucha popular.

En esos días a Bustamante lo deportaron a Cuba, y a mí, a Guatemala. Allí me dediqué a una campaña contra la United Fruit, y en 1926 me deportaron a México. En México, debido a un mitin que realizamos ante la embajada de Estados Unidos, utilizando los balcones de la embajada como tribunas, se inició una persecución contra los organizadores, entre los que estaba Julio Antonio Mella, el fundador del Partido Comunista cubano que fue asesinado a los 26 años de edad. Pude salir huyendo a Cuba, cuando seguramente Fidel Castro estaba gateando. Me vinculé a otros elementos de la Revolución cubana como Juan Marinello, el actual canciller Raúl Roa y un grupo que trabajaba en la Universidad Popular José Martí.

¿Conoció entonces a Rubén Martínez Villena, el hombre que como Carlos Oquendo de Amat dejó la poesía por la lucha política?

Yo fui secretario de redacción de la revista América Libre, cuya dirección se había entregado a Rubén. Con Mella forman la pareja más recordada por la revolución. A Rubén lo minó la tuberculosis. Bueno, sucedió por esa época que yo seguía manteniendo correspondencia con los trabajadores peruanos, y le dirigí unas cartas al dirigente gráfico Manuel Zerpa. En una de ellas le hablaba de la necesidad de penetrar en las filas del ejército. Las cartas cayeron en poder de la policía. Las autoridades hicieron un gran despliegue de publicidad, reprodujeron las cartas fotostáticamente en la revista Mundial y otros periódicos oficialistas. Se aprovecharon de eso para una represión que llevó a José Carlos Mariátegui a la prisión, y causó la clausura de Amauta.

El famoso “complot comunista” de 1927…

Leguía se quejó ante el tirano Gerardo Machado, de Cuba, de que desde el territorio de un país amigo un grupo de asilados peruanos conspiraban contra el gobierno del Perú. Machado aprovechó de este pretexto para hacer también su redada. Por supuesto, Bustamante y yo fuimos de los primeros en caer; pero también cayeron decenas de cubanos, entre los cuales estaba Alejo Carpentier, que todavía no era novelista. Después de tres meses de prisión, me echaron de Cuba a México.

El 16 de enero de 1928 se inauguró la Sexta Conferencia Panamericana en La Habana. Ya entonces Sandino se había levantado en armas en Nicaragua y había acentuado los ataques a las fuerzas de ocupación norteamericanas. Fue en esa conferencia que Víctor Maúrtua, cuya figura es aquí hasta venerada, presentó como delegado del Perú una moción monstruosa a favor de intervención de Estados Unidos, ya no solamente en el “Mare Nostrum” de los yanquis, es decir, el Caribe, sino en cualquier país latinoamericano. El secretario de Estado norteamericano, Charles Evans Hughes, declaró que esa era “la Biblia de la política latinoamericana”.

Después de esa actuación de nuestros delegados Maúrtua, Salomón Osorio y Jesús Salazar, me pareció que debía producirse una reacción de los peruanos exiliados. Creí que era más contundente hacerlo incorporándome a las fuerzas de Sandino. Así fue como viajé hacia Nicaragua, con pasaporte falso, porque no hubiera podido pasar de otra manera por Guatemala, ya que había sido echado de ese país. Me puse en contacto con el poeta Froilán Turcios, que era el contacto del sandinismo en Honduras y editaba la revista Riel en que se publicaban todos los mensajes, partes de guerra, etcétera, de Sandino. Pude entrar a Nicaragua con guías que formaban parte del Ejército Libertador. La travesía la hacíamos a pie a través de las montañas de Honduras y gran parte de Nicaragua. Eso sucedía en los días de la Semana Santa de 1928. Demoramos muchos días en poder llegar hasta la primera columna sandinista, comandada por el coronel Gregorio Colindres. Él se encargó de llevarme a la presencia del general Sandino.

El encuentro con Augusto Calderón

¿Cómo era Sandino? En las fotos parece mostrar rasgos de mulato.

No. Era más bien mestizo, tirando a blanco. Era hijo natural de un hacendado, don Gregorio Sandino, del villorrio de Niquinohomo, en gran parte dedicado al sembrío de café. Hay una cosa curiosa: los libros, los artículos, llaman Augusto César Sandino al héroe, porque él firmaba Augusto C. Sandino. Pero el hecho es éste: Sandino era hijo de don Gregorio y una empleada muy subalterna, una señora Calderón. En Nicaragua se acostumbra que los “hijos naturales” lleven el apellido de la madre. Durante muchos años, Augusto se firmaba Augusto Calderón. Cuando el padre lo reconoció como hijo, y lo recogió, entonces la “C” quedó como inicial de un segundo nombre. Esto está basado en documento incontrovertible, inclusive en la versión personal que el propio Sandino daba entre sus amigos. Era muy poco autobiográfico, pero entre lo poco que revelaba de su biografía figuraba este hecho.

Usted va hacia él. ¿En qué lugar lo encuentra? ¿En el monte?

Me encontré con él el 14 de mayo de 1928. Me acuerdo mucho de la fecha porque el 13 había yo cumplido veintidós años. Ocurrió después de un combate que había librado el jefe de su Estado Mayor, el general guatemalteco Isidro Ruano, general de las fuerzas regulares de Guatemala, uno de los elementos más distinguidos, más preparados de los que sirvieron a las órdenes de Sandino y que luego fue capturado y fusilado envuelto en cadenas, por los estadounidenses. Ruano había librado un combate en Bocay. La región en que estaba Sandino era la confluencia entre los ríos Bocay y Coco, cerca de la frontera de Honduras.

Alcancé a ver ese día y el siguiente, cosas que podrán parecer monstruosas para quienes no han estado en una guerra o en una guerrilla, los cadáveres de los infantes de marina que cayeron en ese combate. Estaban colgados de los árboles, como si fueran grandes frutos que ofrecía la selva. Por supuesto estaban desprovistos de vestidos, de botas y otras prendas, porque todo eso era de gran valor para los soldados de Sandino, que era un ejército de desarrapados, en su mayor parte campesinos y mineros.

En el momento en que íbamos a encontrar una columna del coronel Colindres con el Estado Mayor de Sandino, oímos un toque de diana. Así llegué donde Sandino, quien estaba rodeado de su Estado Mayor, todos sentados en el suelo. Fui presentado a él. Físicamente, Sandino no daba impresión del carácter, la tenacidad, el valor del que estaba poseído. No alcanzaba tal vez al metro sesenta de estatura. Calzaba unas botas de minero, llevaba pantalón de montar, camisola kaki. De su cintura colgaba una pistola 44, cuya funda estaba amarrada a una pierna con una pequeña cuerda para que no le molestara la marcha. Se peinaba con raya al medio. Tenía unos ojillos vivaces, muy móviles, castaño oscuro hasta parecer negros; nariz prominente y ancha en las bases; boca de labios muy finos, que podrían denotar crueldad para quienes se dejan llevar por teorías sobre rasgos fisonómicos; pero Sandino no era un hombre cruel, era un hombre justo.

Desde ese momento me incorporé a la secretaría de Sandino, que estaba ocupada por quien era tal vez la primera figura al lado de Sandino. Me refiero a Agustín Farabundo Martí, el revolucionario salvadoreño. Él había terminado sus estudios de Derecho. Era comunista, no militante del Partido Comunista, porque todavía no lo había formado en El Salvador y Nicaragua; era comunista por educación.

No había más elementos para poder formar un núcleo dirigente que sirviera de asesoramiento al general Sandino. Aun varios de sus generales eran completamente analfabetos. Se caracterizaban por su valor, pero no por su sentido político. En política, Sandino era hombre de pocos libros. Tenía experiencia sindical en Tampico, la zona petrolera de México. Además, había sido mecánico en Honduras.

Las armas de Puerto Cabezas

Se había producido un movimiento contra el presidente nicaragüense Adolfo Díaz, movimiento apoyado por México en función de su lucha por el artículo 17 de su Constitución, que proclamaba el derecho del Estado sobre el subsuelo. Las compañías estadounidenses e inglesas habían iniciado una campaña terrible contra México. El presidente de México, Plutarco Elías Calles, había decidido apoyar al vicepresidente nicaragüense Juan Batista Sacasa, legítimo sucesor de la presidencia. Adolfo Díaz había sido colocado por los yanquis.

En Puerto Cabezas se había formado un gobierno presidido por Sacasa y militarmente dirigido por el general José María Moncada. Como este movimiento encabezado por el Partido Liberal iba adquiriendo gran vigor, y las tropas conservadoras al servicio de Díaz sufrían constantes derrotas, los estadounidenses empezaron a crear lo que se llamó las zonas neutrales. Cuando los conservadores estaban en proximidad a un combate con los liberales, la zona era declarada neutral. Se procedía a desarmar a los liberales.

El primer desarme se produjo en Puerto Cabezas, en el Atlántico. El armamento quitado a los liberales fue arrojado al mar. Sandino, que había descendido por el río Coco desde las Segovias, casi de un extremo a otro del país, de oriente a occidente, con la ayuda de algunas prostitutas recoge fusiles y cartuchos arrojados al mar. Sandino, de regreso, va donde Moncada, para incorporarse a la lucha –porque él era liberal, como toda su familia. En Nicaragua se era liberal o conservador.

Moncada, desde antes de esa acción, a primera vista, sintió gran aversión por Sandino. Se negó a darle armamento para que abriera un nuevo frente de lucha en Las Segovias, que era la zona que él conocía perfectamente. Sandino, al regresar de México para incorporarse a este movimiento, se había empleado en la mina San Albino, de una compañía yanqui, para catequizar a un grupo de mineros que fue con el que inició el viaje hasta Puerto Cabezas para la recolección de fusiles. El armamento fue llevado a Las Segovias, que es una zona que abarca cinco departamentos.

Haciendo un paréntesis, diré que Nicaragua tiene 149 mil kilómetros cuadrados, de los cuales nueve mil son lagos. Sandino se movilizó durante toda su campaña en no más de treinta mil kilómetros cuadrados. Allí se mantuvo casi seis años, sin sufrir mayores derrotas. Hay que tener presente esto: Nicaragua es un país que debe tener ochenta lenguas de ancho, y los yanquis tenían barcos de guerra en el Atlántico y en el Pacífico. Tenían cerca de quince mil hombres en tierra y habían copado el aire.

La guerra de guerrillas

Cuando él empieza sus guerrillas, Mao no ha entrado todavía a la acción militar. Solo en agosto de 1927 encabeza la “insurrección de otoño”.

Mao más bien aprovechó la experiencia de Sandino. Igual ocurrió en Cuba, en Argelia. Cuando en China todavía el Kuomintang era un partido con cierto acento revolucionario, porque formaban parte de él las tropas comunistas, el día que las fuerzas de Chiang Kai–shek entraron en Shangai, llevaban grandes pancartas con el retrato de Sandino. En todo el mundo se conocía ya a este hombrecillo, a este mecánico anónimo, que se había improvisado guerrero para impedir que todo el territorio de Nicaragua fuera ocupado por Estados Unidos, y que tenía que luchar contra los yanquis y contra conservadores y liberales.

¿Oyó alguna vez hablar a Sandino sobre sus reglas de guerra?

Realmente no las exponía ni las había concretado en una cartilla o manual. Las había ido extrayendo de la práctica. Por ejemplo, sus tres primeros combates con los infantes de Marina le fueron totalmente desfavorables. Especialmente el primero, que fue en la plaza del Ocotal. Sandino atacó nada más que con sesenta hombres armados el Ocotal, donde los yanquis y los conservadores estaban acuartelados en lo que era casi un fuerte. La población civil sufrió una verdadera catástrofe desde los aviones. El pueblo había seguido a los guerrilleros al penetrar en la plaza. Tuvo que batirse en retirada.

Tuvo otros dos intentos de batir al enemigo allí donde estaba fortificado. Ya no volvió a hacerlo más. Entonces empezó a aplicar el sistema de la guerrilla móvil, el de las emboscadas. Hay que considerar que las fuerzas de Sandino tenían pocas armas, no recibían paga y en la época de siembra se reducían. Había un 70 por ciento de campesinos, incluso algunos hondureños. El resto eran mayormente obreros, algunos artesanos y aun elementos del lumpen, que eran ganados para la militancia por la causa de Nicaragua. El servicio de espionaje funcionaba maravillosamente. Toda la población servía por propia iniciativa.

¿Qué papel desempeñaron las mujeres?

El sistema que existía era el de las soldaderas, equivalente de las rabonas nuestras (rabona es como se conoce en Bolivia y Perú a la mujer que solía acompañar a los soldados de infantería en las marchas y campañas militares del siglo XIX. Su nombre deriva del hecho de que generalmente marchaba en la cola “rabo”, de las columnas y aunque también se le conocía como cantinera, el término original era el más extendido). Ellas vivían en los campamentos junto con los hombres. Cuando se iba a producir una emboscada, los hombres se desprendían. A veces una emboscada duraba muchas horas, porque la columna norteamericana se demoraba. Entonces ellas llevaban los alimentos hasta los propios lugares de la acción. Si estaban presentes en el momento de la emboscada, y caía el marido u otro combatiente, ellas tomaban el fusil.

Sandino mismo tenía una compañera. Él se había casado en los primeros momentos de la ocupación norteamericana con la telegrafista de San Rafael del Norte, que fue la ciudad en la cual él lanzó su primer manifiesto contra la ocupación y contra la capitulación de Moncada. Bueno, pero tenía una mujer, digamos de campaña, y que vale la pena hacer resaltar. Era Teresa Villatoro. El nombre se parece al de la Teresa Toro de Bolívar. Era salvadoreña, tenía un hijito. Era mujer de gran coraje, que lo acompañó durante toda la campaña. La esposa, la telegrafista, se había quedado en la ciudad, porque era una mujer de complexión delicada. La Villatoro era una gran compañera. Incluso podía intervenir en algunas decisiones. Fue herida en una ocasión por el charnel de una granada lanzada desde un avión. De la frente se le desprendió un trozo de hueso. Sandino hizo engastar ese trozo de hueso en un anillo que tenía como amuleto.

La traición de México

¿Por qué salió Sandino a México en 1929?

Me interesa que se sepa las razones por las que se convirtió en prisionero de Estado en México. En Honduras se produjo un cambio de gobierno, y subió al poder un doctor al servicio de la United Fruit Company, Vicente Mejía Colindres, quien firmó un acuerdo con Washington para impedir todo paso de ayuda hacia Nicaragua. Se había formado una Guardia Nacional organizada por el Partido Liberal. Además, a Sandino le recrudeció una dolencia de paludismo. Turcios, su representante en Honduras, se entregó al gobierno de su país y fue nombrado cónsul en París. Además, había sido un error nombrar representante suyo en México a José María Zepeda.

Luego de los finteos revolucionarios de la pequeña burguesía mexicana, el presidente Coolidge había nombrado embajador en México a Mr. Dwight Morrow, quien logró conciliar los intereses de Estados Unidos y de los dirigentes de la Revolución mexicana. Se produjo un avenimiento, una entrega de la pequeña burguesía al imperialismo. Simultáneamente se inició una represión contra la izquierda. Se había producido el Termidor de la Revolución mexicana (periodo de la Revolución francesa conocido como Convención termidoriana, por haberse iniciado con el golpe de estado del 27 de julio de 1794 que derroca a Robespierre).

El embajador Morrow, de la Casa Morgan, había sido perfectamente elegido para eso. Entonces se formó un triángulo encargado de liquidar la lucha de Sandino en la montaña. Lo formaban Portes Gil, presidente provisional de México, Mr. Morrow y José María Zepeda. Portes Gil relata en sus memorias que Zepeda se presentó un día a Palacio para decirle que Sandino abandonaría la lucha si los infantes de Marina se retiraban de Nicaragua. El intento fracasó.

Entonces se aplicó otro plan, que dio frutos: el de que Sandino viajara a México, atraído por promesas de ayuda oficial. Al llegar Sandino a la frontera de Guatemala con México, se presentaron tres generales mexicanos y le brindaron honores de general de división. Lo acompañaron hasta el puerto de Veracruz; pero en vez de llevarlo a la Ciudad de México, le dijeron que había que dejar que se enfriara el entusiasmo popular. En Veracruz el pueblo le había hecho un recibimiento apoteósico. Lo mandaron a Mérida, como decir que en el Perú a un invitado oficial lo envíen a Iquitos. Allí comenzó la etapa más atormentada de Sandino. Estuvo casi un año virtualmente prisionero del régimen mexicano.

¿Usted ya estaba en México?

Sandino salió en junio de 1929 de Nicaragua. Dos meses antes, sospechando de los planes de Zepeda y del Gobierno mexicano, me envió a México para sondear el caso. Yo me di cuenta de todo el plan; pero ya no pude regresar a Guatemala. No disponía de fondos ni recursos. Bueno, cuando al fin llegó Sandino a Ciudad de México, se despertó un entusiasmo multitudinario. Yo recuerdo que en el Teatro Lírico le organizaron un homenaje. Las seis u ocho cuadras que había desde su alojamiento hasta allí estaban repletas de gente. Medio México se había volcado para ver a Sandino. En el teatro, lo recuerdo con cierta vanidad, Sandino me encomendó tomar la palabra en su nombre. Pero poco después se produjo una represión contra la gente de izquierda que rodeaba a Sandino. Sandino, en gesto de protesta, huyó de Mérida. Viajó como mecánico con documentos falsos a Guatemala. Finalmente regresó a pelear en las montañas de Nicaragua. Hay que precisar que Sandino no era comunista. Aunque tenía una gran inclinación a la izquierda, su propósito era mantener un frente único amplio.

El magnicidio

¿Qué nos puede decir de la muerte de Sandino?

El 1 de enero de 1933 se hizo cargo de la presidencia de Nicaragua el jefe liberal Juan Bautista Sacasa. Fue un presidente impuesto por Estados Unidos, al mismo tiempo que imponía como jefe de la Guardia Nacional a Anastasio Somoza. El 2 de enero había salido el último soldado norteamericano de Nicaragua. Sandino se quedó combatiendo contra la Guardia Nacional.

Entonces vinieron los trajines para que suscribiera un pacto con Sacasa. Las aves de rapiña de la política nicaragüense lograron la firma. Sandino recibió unas tierras, en las que creó una cooperativa con los cien hombres que le quedaban de su ejército. Todo parecía en paz hasta que un día lo invitaron a Managua, la capital. En la noche, después de cenar en Palacio, fue ametrallado en el aeropuerto. Allí estaba montada una ametralladora.

Da la coincidencia de que un mayor disfrazado de cabo que era el ejecutor de la maniobra ideada por Somoza, así como otro oficial, eran masones. Sandino se había incorporado a la masonería en Mérida Yucatán, a la Logia Chilam Balam. Lo curioso es que en esa misma logia se hizo masón Víctor Raúl Haya de la Torre (Fundador del partido APRA del Perú). Bueno, el mayor llamó al teatro en el que en ese momento estaba Somoza, escuchando un recital de la declamadora peruana Zoila Rosa Cárdenas. También Somoza era masón, y por eso el mayor quiso consultarle. Pero Somoza se hizo negar. Hay que precisar que horas antes, había conferenciado con el embajador de Estados Unidos, Arthur Lane. El hecho es que la orden se cumplió. La ametralladora fue puesta en marcha, y liquidaron al general Sandino, a su hermano Sócrates y a sus generales Francisco Estrada y Juan Pablo Umanzor. Sus cadáveres desaparecieron para siempre.