Francia: inesperadamente ingobernable Por Odile Mojon-Cheminade (*) | Proyecto Internacional Mundo Unido (UWIDATA)

El resultado final de las elecciones legislativas del 19 de junio desmintió todas las suposiciones hechas tras una elección presidencial cuyo resultado se conocía de antemano. Recordemos aquí que si la reelección de Macron fue el resultado de inteligentes cálculos políticos, no representa la voluntad real de la población francesa. Ha conseguido superar a Nicolas Sarkozy y a François Hollande en la aversión que inspira a sus ciudadanos.

A pesar de ello, muchos observadores creían que Emmanuel Macron ganaría las elecciones legislativas en una repetición de su estrategia presidencial. Sin embargo, si esta estrategia fue más o menos la misma, el resultado fue totalmente diferente. Su grupo electoral Ensemble, que incluye a su partido LREM y a otros grupos, sólo obtuvo 245 de los 289 escaños necesarios para la mayoría.

Por su parte, la Nouvelle Union Populaire Ecologique et Sociale (Nupes, Nueva Unión Popular Ecológica y Social), que agrupa a varias corrientes de izquierda, sólo obtuvo 131 escaños, un resultado honroso pero lejos de asegurar la posición de fuerza que Jean-Luc Mélenchon había soñado para imponer su nombramiento como Primer Ministro. Sobre todo, los resultados de los partidos de izquierda muestran un descenso de 300.000 votos, insuficiente para proclamarse vencedores.

En cuanto a los antiguos “grandes” partidos del gobierno, el Partido Socialista y Los Republicanos (derecha conservadora), se ha confirmado su progresiva desaparición.

Más aún que en las elecciones presidenciales, la abstención fue la gran “ganadora” con una tasa del 53.77%, récord al que hay que añadir los votos nulos y en blanco. Por lo tanto, menos de un ciudadano de cada dos acudió al colegio electoral a pesar de las numerosas llamadas a la movilización. ¿Es necesario recordar las razones de esta creciente abstención, que afecta mayoritariamente a los jóvenes?

El pueblo ya no cree en la democracia

Una gran parte de la población ya no cree en el proceso democrático, ya que el punto de no retorno fue la aprobación del Tratado de Lisboa por el Congreso legislativo tras el rechazo del pueblo francés en el referéndum de 2005. El proceso de desafección, que ya había comenzado antes, se ha acelerado considerablemente desde entonces. Al fin y al cabo, ¿cómo pueden los cargos electos cambiar realmente las políticas impuestas por los tratados que vinculan a Francia con la Unión Europea (UE) y la alinean con Washington, especialmente cuando los sucesivos gobiernos han organizado la pérdida de la soberanía de Francia y la pérdida de los medios para garantizarla?

La única verdadera sorpresa de estas elecciones, que ha echado por tierra todos los “inteligentes” cálculos de los especialistas, ha venido de la mano de la Agrupación Nacional de Marine le Pen, que ha conseguido que se elijan 89 diputados, mientras que en la legislatura anterior sólo tenía 8. Un resultado tanto más significativo de la ira y la rabia que habitan en el electorado francés al que Marine le Pen ha servido una vez más de espantapájaros destinado a garantizar la reelección de Emmanuel Macron.

Así, lo que en el espíritu de la Quinta República debía ser un proceso de confirmación a favor de Emmanuel Macron para darle la mayoría necesaria para gobernar, se ha convertido en lo que podría convertirse en una Berezina (desastre) presidencial. Ya varios miembros del gobierno, llamados a adquirir legitimidad electoral presentándose como candidatos a las elecciones legislativas, han sido brutalmente eliminados, empezando por Christophe Castaner (presidente del grupo LREM en la Asamblea Nacional y Jean-Michel Blanquer (ex ministro de Educación Nacional, ya marginado) así como también las ministras Amélie de Montchalin, Justine Benin y Brigitte Bourguignon.

Las elecciones legislativas funcionaron como un referéndum anti-Macron y confirmaron lo que estaba latente en la elección presidencial, pero que no había podido expresarse, ya que los franceses han sido tomados como rehenes por un nuevo recurso al espantapájaros Le Pen. A estas alturas, los siguientes acontecimientos confirmaban la situación imposible en la que se encuentra el Ejecutivo: aplazamiento del Consejo de Ministros del 21 de junio, rechazo de la dimisión presentada por la primera ministra, Elisabeth Borne –tan impopular como recién nombrada– inmovilismo total desde su reelección. En resumen, se levantó un viento de pánico en el que volvieron a aparecer con insistencia los términos de “ingobernabilidad” y “disolución de la Asamblea Nacional”.

Macron aislado y sin prestigio

Sobre todo, el margen de maniobra de Emmanuel Macron se reduce en todas partes, hasta en su propio equipo. Incluso, el intocable secretario general del Elíseo, Alexis Kohler, el único hombre con acceso directo al presidente, es acusado ahora de haberle inspirado una mala estrategia para las elecciones legislativas al recomendarle que no hiciera campaña y dejara a los demás expresar su incompetencia o su extremismo. Pero si esta estrategia había funcionado muy bien para la elección presidencial, fue un claro fracaso en las elecciones legislativas, reforzando su imagen de arrogancia y mostrando que este momento democrático ineludible lo aborda con una despreocupación inapropiada.

Privado de la mayoría, Emmanuel Macron no podrá gobernar, salvo aglutinando al grupo de Los Republicanos y “cazando furtivamente” uno a uno a los diputados de otros grupos, una estrategia que, por supuesto, tendrá que pagar y que ni siquiera está seguro de que tenga éxito, dada la fuerte resistencia.

El 25 de junio, pidió a Elisabeth Borne, la Primera Ministra, que le presentara la constitución de un gobierno. Este gobierno será la alianza de los “razonables” que pidió en su discurso del 22 de junio, es decir, excluyendo a la LFI1 y a la Agrupación Nacional, partidos que considera demasiado extremos, salvo que son los partidos de la oposición que han recibido más votos.

Como hombre de la división, Macron sólo puede esperar salir de esto con más división e inmovilidad, pero con la firme intención de llevar a cabo su programa de reforma del sistema de pensiones y de lo que queda del sistema social francés, cueste lo que cueste… Sobre todo, una vez que haya conseguido “improvisar” una mayoría, tratará de salir de ella desgastando a las oposiciones de tal manera que las desacredite ante la opinión pública y proponga la disolución del Parlamento en ese momento. Este poder de disolución del Parlamento es la principal arma que otorga la Constitución francesa a la presidencia.

En 1946, el general De Gaulle dimitió (al igual que lo hizo en 1969 por razones similares) tras perder las elecciones legislativas, porque consideró que ya no contaba con el apoyo de la población necesario para su acción. Francia estaba entonces bajo la IV República, que se caracterizaba por un sistema parlamentario perjudicial para el país.

Cuando de Gaulle volvió al poder en 1958, hizo aprobar una nueva Constitución que inauguró la V República con el objetivo de acabar con ese mortífero parlamentarismo que preveía coaliciones tan inestables como efímeras. La Constitución de la V República pretendía explícitamente establecer un poder basado en una mayoría fuerte y no permitir este juego de coaliciones. Sin embargo, es hacia lo que se dirige Francia, y es con este nuevo parlamentarismo que Emmanuel Macron espera conservar el poder situándose por encima de las divisiones que él mismo se encargará de alimentar.

¿Ha comenzado ya la era post-Macron?

Más allá de la ignominia de tal enfoque, es una apuesta arriesgada, ya que los franceses ya se han dado cuenta de que sólo podría mantenerse en el poder al precio de acuerdos sórdidos. Se analiza ampliamente como una vuelta a los hábitos de la IV República pero ahora bajo una presidencia teóricamente poderosa, una contradicción evidente que conduce a la inestabilidad interna dentro de una situación internacional peligrosa.

Deslegitimado en Francia, donde es objeto de abucheos cada vez que se desplaza a actos públicos, Emmanuel Macron también está deslegitimado en el extranjero, incluso en el seno de la Unión Europea, que él imaginaba que sería un trampolín para moldear la historia. También en este caso, las críticas son cada vez más abiertas contra él y su forma de gobernar.

Las asociaciones de derechos humanos ya habían denunciado la brutalidad de la represión policial contra los Chalecos Amarillos. Más recientemente, el escándalo de la Liga de Campeones en el Stade de France, en el que el ministro del Interior, Gérald Darmanin, culpó a los hinchas ingleses, contra toda evidencia, de la violencia que empañó este evento deportivo, expuso al mundo entero la increíble mala fe de un ministro al que Macron nunca ha dejado de apoyar.

¿Qué le queda a Emmanuel Macron en esta situación y podemos esperar algo positivo de él? Sus recientes declaraciones sobre no “humillar a Rusia” habían dado esperanzas de que intentara ser una fuerza de “razón” en la locura que se ha apoderado de los gobiernos occidentales en el conflicto entre Rusia y Ucrania, pero su visita a Kiev y sus nuevas declaraciones de que Ucrania debe ganar la guerra, recuperar los territorios perdidos, incluida Crimea, muestran a un hombre incapaz de defender sus propios principios, por no mencionar que estas palabras, asociadas a la entrega de armas a Ucrania, sólo añaden leña al fuego, prolongan innecesariamente una guerra y aumentan el riesgo de deslizarse hacia un conflicto que abarque toda Europa, si no el mundo entero.

Entonces, ¿ha comenzado ya la era post-Macron? Aunque uno esté tentado a responder afirmativamente, está claro que una Francia bajo un segundo mandato de Macron sólo puede dirigirse hacia un periodo de fuerte inestabilidad, mientras que tiene precisamente la vocación de ser ese elemento de equilibrio tan necesario hoy en día ante una gravísima crisis internacional.

La era post-Macron sólo comenzará realmente cuando Francia pueda recuperar su independencia y su libertad de expresión. Significa que los más de dos tercios de los franceses que se abstuvieron o votaron por razones negativas encuentran un verdadero representante más allá de lo que Charles de Gaulle llamaba “le régime des partis” (el sistema de partidos), el régimen de las oposiciones estériles por razones oportunistas.

(*) Candidata a las elecciones legislativas francesas por el partido Solidarité et Progrès (Solidaridad y progreso).