Gabriela Mistral, Sandino y la América Nuestra Por Jaime Quezada | Revista de Frente, Chile

Gabriela Mistral, Sandino y la América Nuestra Por Jaime Quezada | Revista de Frente, Chile

I

El tema de la América, con sus bultos corporales de cordillera a fruto tropical, constituye no sólo uno de los fundamentos de la obra de Gabriela Mistral (1889–1957), sino también uno de sus desvelos permanentes: pasión atenta al destino del Continente nuestro. Vocacionalmente americanista, martiana, bolivariana, en emocionalidad y en sentido, en acercamiento a las realidades vivas de lo humano, lo racial, lo histórico, lo geográfico, lo porvenir. Y, sobre todo, una América como expresión de unidad de pueblo a pueblo y de gente a gente.

Poéticamente será Tala (1938) uno de los libros en los cuales Gabriela Mistral deja testimonio de su mucha vivencia y experiencia de la América –la América nuestra, como ella dice siempre; o Nuestra América, en el decir rotundo de Martí–, en sus poemas himnos al Sol del Trópico, a la Cordillera, al Maíz, al Mar Caribe y a otros materiales formidables. Una actitud ritual y de advocación casi sagrada hay en esos versos que toman nombres de pájaros y frutos (el quetzal, el mango, la pitahaya, la yuca) o de culturas indo-milenarias (Palenque, Cuzco, Yucatán, Copán) con gentes quechuas y gentes mayas. También los mitos y los dioses de pueblos mágicos, o el aroma de una tierra donde existe el árbol del pan y el árbol del bálsamo. Y lo sudores del hombre precolombino secándose en lomos y en costados.

Ella misma se definirá muchas veces como “una mujer de acérrima lengua americana en la tonada muy criolla que es mi poesía”. Recuérdese que la Academia Sueca señalaba en uno de sus fundamentos al otorgarle el Premio Nobel de Literatura (1945), que la poesía de Gabriela Mistral estaba “inspirada por poderosas emociones y que ha hecho de su nombre un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano”.

II

Pero a Gabriela Mistral, que con sus Himnos ya había hecho muy suyo lo americano, importaba, a su vez, la otra realidad viva del Continente: su indigenismo o sus indianidades, su costumbre y su folklore, sus cuestiones económicas y sus verdades sociales, sus guías morales y sus reformadores educacionales, sus ensayistas, sus escritores, sus poetas, su mujerío muy listo, sus oficios y su cultura. Una geografía humana que iba a la par con la otra, su física geografía, que se conoció y se recorrió en una especie de beneplácito en el bien ver, en el bien pensar, en el bien hacer.

Dirá nuestra Mistral: “No soy una patriota ni una panamericanista que se endroga con las grandezas del Continente. Me lo conozco casi entero, desde Canadá hasta la Tierra del Fuego; tengo esparcida en la propia carne una especie de limo continental. Y me atrevo a decir, sin miedo de parecer un fenómeno, que la miseria de Centroamérica me importa tanto como la del indio fueguino y que la desnudez del negro de cualquier canto del Trópico me quema como a los tropicales mismos”.

Y esta especie de “limo continental” –o el continentalismo como nacionalidad, diría ella–, esparcido en su propia carne, es una muestra de su adhesión casi fisiológica (además de histórica, geográfica, étnica, social, lingüística, literaria) a los más variados asuntos de la América: “Y si yo quisiera símbolo para mí y que siendo floral no sea blando, del flamboyán me acordaría, que arde lo mismo que yo, como si Dios nos hubiese hecho a ambos en el mismo momento, a mí con la derecha de hacer criatura, a él con la izquierda de ser planta”.

Sus textos –llámense recados o motivos o artículos prosísticos– testimonian cabalmente su palabra-pensamiento, su palabra-verdad, su palabra-ígnea. Enseñan, lado a lado, a la América a pensar. Importa en Gabriela Mistral tanto el pretérito como el futuro de su América, tanto el ahora como el día que viene. Su Chile y su América no eran sólo una aleluya de gracia y epifanía, sino también un testimoniar y un denunciar los agrios materiales de la realidad. Con esa vivacidad y esa llaneza escribirá cada uno de sus singularísimos Recados “que llevan el tono más mío, el más frecuente, mi dejo rural con el que he vivido y con el que me voy a morir”. Por estos Recados va y viene la historia sin mito de nuestros pueblos totales. Sus decires y juicios tienen así la energía que da la sobriedad y la verdad de su lenguaje, amén de una notable belleza de escritura.

III

Y no sólo en la página escrita para el periódico o la revista. También en las más diversas tribunas internacionales y en los paraninfos universitarios, así como en muchos encuentros dialogantes y conversacionales con gentes pensadoras de su ladera, expresará sus siempre resueltas ideas sin titubeo alguno, denunciando, por ejemplo, y a todos los vientos, la injusticia social (“que hace tanto bulto en el continente como la cordillera”) o la tiranía de gobiernos acomodaticios. O hablando con fervor de una urgente reforma agraria que favorezca a los campesinos (ella que se define como una campesina de origen, campesina de costumbres y campesina voluntaria o deliberada). O abogando por la paz –la palabra “maldita”, como la llama en certera frase reivindicatoria–, ella, la Mistral, pacifista de todos los días.

O solidarizando con la causa sandinista de los años treinta en Nicaragua. O convocando a los países del mundo, desde la Asamblea General de las Naciones Unidas un 10 de diciembre de 1955, a respetar con gracia justiciera los Derechos Humanos: “Yo sería feliz si vuestro noble esfuerzo por obtener los Derechos Humanos fuese adoptado con toda lealtad por todas las naciones del mundo”, dirá entonces con énfasis rotundo en su mensaje también rotundo. “Este triunfo será el mayor entre los alcanzados en nuestra época”.

Y muchos años antes, recibida en la Unión Panamericana (Washington, mayo de 1924), en su primera visita a los Estados Unidos, dirá reveladoramente en su discurso Unión cristiana de las Américas: “Yo no soy una artista, lo que soy es una mujer en la que existe, viva, el ansia de fundir en mi raza, como se ha fundido dentro de mí, la religiosidad con un anhelo lacerante de justicia social. Yo no tengo por mi pequeña obra literaria el interés quemante que me mueve por la suerte del pueblo. No hay en mí ansia de reivindicaciones populares, de aproximación a la política. No soy, por cierto, una sufragista. Hay en ello el corazón justiciero de la maestra que ha educado a los niños pobres y conocido la miseria obrera y campesina de nuestros países”.

Una de las etapas más desconocidas en la vida de Gabriela Mistral es el apoyo intelectual que ésta dio al patriota Augusto César Sandino (1895–1934) y a su causa nicaragüense. Por estas circunstancias el propio jefe guerrillero, desde sus montañas de las Segovias, estamparía: “Fuera de Nicaragua la abanderada intelectual del Sandinismo, entre el sexo femenino, fue la célebre Gabriela Mistral, Benemérita del Ejército” (Pauta y organización del ejército sandinista. Servicio femenino. Revista Alero, Nº 17. Universidad de San Carlos de Guatemala, Guatemala, C.A., marzo–abril, 1976. p.72).

La maestra rural chilena estaba lejos todavía del Premio Nobel de Literatura (1945), pero muy cerca de la carne viva de la historia: “Es necesario decir algo a favor de la desgraciada Nicaragua. Es preciso acompañar siquiera con palabras a esa gente desventurada y heroica que padece por la justicia”.

Aunque nuestra Mistral creía no tener manía política tuvo, sin embargo, una extraordinaria adhesión hacia aquel “hombre heroico, héroe legítimo, como tal vez no me toque ver otro”, y hacia aquella causa de su pequeño ejército loco y de voluntad de sacrificio. Memorables artículos, casi ignorados hoy, publicaría en la prensa latinoamericana de la época. “Para mí Sandino es todo un héroe”, repite diez o quince veces como para refutar el calificativo de “bandido” que le daba el Presidente yanqui Herbert Hoover, o el de “insignificante jefe desequilibrado” que le tildaba The New York Times.

Son los convulsionados años treinta. Sandino no llega aún, ni llegará, a los cuarenta de edad. Seculares dificultades de gobierno interno permiten la intervención de la Marina de Guerra de los Estados Unidos: “Los desgraciados políticos nicaragüenses –escribe la Mistral– cuando pidieron contra Sandino el auxilio norteamericano, tal vez no supieron imaginar lo que hacían, y tal vez se asusten hoy de la cadena de derechos que han creado al extraño y el despeñadero de concesiones por el cual echaron a rodar su país”.

Gabriela Mistral no permanece ajena a los acontecimientos de Nicaragua, aun cuando ella está en París, en Marsella o en la mismísima Nueva York. Los cables de la prensa le hacen temblar el pulso. No se queda ella en panegíricos, recados o contestaciones a encuestas. Solicita públicamente a los hispanistas políticos una colecta continental para la causa sandinista: “Nunca los dólares, los sucres, o los bolívares sudamericanos, que se gastan tan fluvialmente en sensualidades capitalinas, estarán mejor donados”. Y en un mensaje, que insta a formar la Legión Hispanoamericana de Nicaragua, motiva a cientos de jóvenes a abandonar hogares y universidades “para ofrecerle a Sandino lo mejor que puede cederse, que es la sangre joven, y una lealtad temeraria que sólo la juventud puede dar”.

Razón y razones de gratitud tendría, entonces, el hombrecito de Niquinohomo para honrar a Gabriela Mistral como la abanderada intelectual del Sandinismo. En esta expresión de la americanidad (contar y pensar la América) o de resuelta vocación americanista está, sin duda, la permanente búsqueda de conciencia histórica que tuvo Gabriela Mistral por el destino de un Continente: interpretación, radiografía, intuición, realidad, posición de América.

Gabriela Mistral, que se consideró modestamente una tradicionalista fue, sin embargo, una mujer de su tiempo y una adelantada, en muchos casos, a ese tiempo. Reveladora siempre de una conciencia viva y de una voluntad de ser sin atadura posible. A través de Gabriela Mistral, oímos y sentimos a América y a las gentes todas de su América.

Santiago de Chile, mayo 2011.