La crisis del capitalismo en Japón Por Michael Roberts (*) | Michael Robert's Blog

El primer ministro japonés, Fumio Kishida, ganó cómodamente las elecciones generales de octubre pasado para la cámara baja de la Dieta por los demócratas liberales en el poder (aunque con una mayoría ligeramente reducida). Y en las elecciones a la cámara alta del pasado fin de semana, su partido PLD ganó 63 escaños de los 125 totales, tres más que en los comicios anteriores.

El ex banquero Kishida hizo campaña con un programa que, según él, va a reactivar la economía japonesa con lo que denominó un “nuevo capitalismo”, supuestamente un rechazo al ‘neoliberalismo’ tal y como lo practicaban anteriores primeros ministros como Abe. En su lugar, reduciría la desigualdad, ayudaría a las pequeñas empresas frente a las grandes y “nivelaría” la sociedad. Esto rompería con el énfasis de Abe en la “reforma estructural”, es decir, la reducción de las pensiones, el gasto en bienestar y la desregulación de la economía.

En la cola del G-7

¿Cómo va el “nuevo capitalismo” en Japón después de ocho meses? No muy bien. La economía japonesa se contrajo en el primer trimestre de 2022. El número récord de casos de Covid-19 llevó al gobierno a introducir medidas de cuasi-estado de emergencia, que junto con el aumento de la inflación hicieron caer el consumo privado y la inversión.

En el segundo trimestre, la economía seguía teniendo problemas. El crecimiento de las exportaciones y la actividad manufacturera siguen cayendo, debido a los cuellos de botella de la oferta y a la ralentización de la economía mundial por la guerra de Ucrania, los cierres de Covid-19 en China y el aumento de la inflación y los tipos de interés a nivel mundial. De hecho, el PIB real seguía estando un 2.9% por debajo de su pico prepandémico a finales de 2021, cuando Kishida asumió el cargo. Es un rendimiento más débil que el de la mayoría de las economías desarrolladas. Y no ha habido ninguna mejora en 2022.

De hecho, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos​ (OCDE), el PIB per cápita de Japón sigue estando casi un 20% por debajo de los líderes del G7; la desigualdad de ingresos sigue siendo mayor que en la mayoría de las economías avanzadas; y la contaminación y la emisión de gases de efecto invernadero siguen siendo demasiado elevadas en comparación con los objetivos de cambio climático de París.

Japón ha sufrido las mismas sacudidas que han afectado a la economía mundial, en medio de la subida de los precios del petróleo y del gas provocada por la guerra en Ucrania. Pero mientras la inflación de los precios al consumo se ha disparado por encima del 8% en Estados Unidos y el Reino Unido, la inflación general de Japón ha subido a solo el 2.5%.

¿Por qué? Principalmente, porque la economía japonesa sigue de capa caída y se tambalea continuamente al borde de la recesión. Así que la inversión y la demanda de los consumidores son débiles. Este es el caso, en particular, de los salarios.

Los salarios, incluso en términos nominales, no son más altos que antes del inicio de la Gran Recesión en 2008. De hecho, una característica de los últimos 25 años ha sido que los salarios han permanecido estancados mientras los beneficios han aumentado.

Esto es el producto de las políticas neoliberales adoptadas por los sucesivos gobiernos, que intentan revertir el declive a largo plazo de la rentabilidad del capital japonés, con un éxito limitado. Los trabajadores japoneses han pagado por estos mayores beneficios durante la larga depresión de la última década. Incluso Haruhiko Kuroda, el gobernador del Banco de Japón, lo ha admitido.

Kuroda dijo que la persistente deflación entre 1998 y 2013 había hecho que las empresas fueran cautelosas a la hora de subir los salarios. “La economía se recuperó y las empresas registraron altos beneficios”, dijo. “El mercado laboral se volvió bastante ajustado. Pero los salarios no aumentaron mucho y los precios tampoco”. No hay espiral de precios y salarios en Japón.

Falta mano de obra

Aunque la tasa oficial de desempleo está cerca de mínimos históricos, como en otras grandes economías, hay más “holgura” en el mercado laboral de lo que indicaría la tasa de desempleo del 2.7%. El número total de horas trabajadas sigue estando un 2.8% por debajo del nivel registrado dos años antes. Y las empresas están llenando los huecos en sus plantillas con trabajadores a tiempo parcial con salarios más bajos.

El desempleo es bajo gracias a la enorme reducción de la población en edad de trabajar, que disminuye a un ritmo de 550,000 personas al año. El impacto en el mercado de trabajo se ha compensado con un fuerte aumento del empleo femenino, pero las empleadas trabajan en zonas de salarios más bajos y reciben sueldos más bajos que los hombres. Esto mantiene la presión salarial baja y los beneficios altos.

Los que trabajan están sobrecargados de trabajo. Japón inventó el término karoshi –muerte por exceso de trabajo– hace 50 años tras una serie de tragedias de empleados. Fumio Kishida y las grandes empresas promueven la idea de una semana de cuatro días para aliviar esta presión y aumentar la productividad. Pero hay pocos indicios de que esta o cualquier otra medida esté funcionando para aumentar la productividad. El crecimiento de la productividad sigue siendo lento; Japón ha sido uno de los países con peores resultados en cuanto a productividad laboral en los últimos diez años.

La razón es clara. El crecimiento de la inversión empresarial es muy débil. Puede que las empresas japonesas hayan aumentado sus beneficios a expensas de los salarios e incluso hayan conseguido aumentar un poco la rentabilidad del capital, pero no están invirtiendo ese capital en nuevas tecnologías y equipos que mejoren la productividad. La inversión real no es mayor que en 2007. Y la inversión pública (alrededor de una cuarta parte de la inversión empresarial) está estática.

La imagen del capital japonés como tecnología innovadora parece haber desaparecido hace tiempo. La productividad total de los factores (PTF) es una medida de la “innovación”. El crecimiento de la PTF se ha desvanecido, pasando de más del 1% anual en la década de 1990 a casi cero en la actualidad, mientras que la enorme inversión de capital de las décadas de 1980 y 1990 no se ve por ningún lado. Ahora la tasa de crecimiento potencial del PIB real de Japón es casi nula.

El bajo crecimiento de los salarios, el casi estancamiento de la actividad económica y la productividad, y el descenso de la mano de obra, impulsado por la debilidad de la inversión y la caída de la rentabilidad, han hecho que el Banco de Japón haya tenido que mantener los tipos de interés próximos a cero o incluso negativos. Esto ha provocado una fuerte caída de la cotización del yen frente a otras divisas. El yen se encuentra ahora cerca de su nivel más bajo en 24 años frente al dólar.

Esto debería ayudar a las exportaciones en términos de dólares. Sin embargo, el afamado sector exportador japonés sigue perdiendo terreno en los mercados mundiales, sobre todo porque el sector automovilístico está sumido en una profunda crisis.

El “nuevo capitalismo” de Japón bajo el mandato de Kishida se parece mucho al antiguo, pero peor.

(*) Michael Roberts trabajó en la City de Londres como economista durante más de 40 años. Ha observado de cerca las maquinaciones del capitalismo global desde la guarida del dragón. Al mismo tiempo, fue un activista político en el movimiento obrero durante décadas. Desde su jubilación, ha escrito varios libros y ha publicado numerosos trabajos en diversas revistas económicas académicas y artículos en publicaciones de izquierda.