Los traidores a Rusia Por Peter Akopov | RIA Novosti

A principios de marzo se produjo un acalorado debate sobre los que abandonaron –o mejor dicho, huyeron– de Rusia: cuántos son, qué pasará con ellos, qué sienten por su país. Todavía no está claro cuántos se han ido; se han citado varias cifras, pero es seguro decir que más de cien mil han huido.

En previsión del colapso de todo y de todos en Rusia, se instalaron en Ereván (Armenia) y Tiflis (Georgia), en los países bálticos y en Israel, sin saber qué hacer y cómo seguir viviendo, discutiendo sobre lo que les ocurrió: ¿fue emigración o traslado temporal? Algunos maldecían a Putin y a los restantes “colaboradores de los fascistas”; otros guardaban silencio, pero todos estaban pendientes de lo que ocurría en el país que habían dejado atrás.

Y el otro día resultó que habían regresado, sin hacer ruido, sin que se notara, pero regresaron. La gran mayoría está de vuelta en casa: como dijo el otro día Maksut Shadayev, jefe del Ministerio de Asuntos Exteriores, el 80% de los que salieron de Rusia después del 24 de febrero. No se necesitaba el KGB, esto quedó claro tras el análisis de los datos de las tarjetas SIM de los operadores de telefonía móvil. Entonces, ¿podemos resumirlo?

No, porque los planes para sacar a millones de personas del país siguen en pie, sólo que ahora no deben salir con pánico, sino con cálculo. Occidente ha dicho en repetidas ocasiones que hay que crear las condiciones para exportar los jóvenes cerebros de Rusia: programas especiales para estudiantes, quizá incluso la supresión de los visados para ellos. Se trata de un trabajo en curso, pero no hay duda de que trabajarán en esta dirección. Mientras tanto, nos ocupamos de los que se han quedado en el extranjero, para que tampoco vuelvan.

Esto es difícil, porque el propio Occidente les ha hecho la vida insoportable. El bloqueo de las tarjetas bancarias emitidas en Rusia, el fomento de la rusofobia y el comportamiento agresivo de los refugiados ucranianos hacia los rusoparlantes no facilitan la vida de nuestros conciudadanos que “eligieron la libertad”. No puedes explicar a todo el mundo que eres un buen ruso. Pero, ¿por qué no?

Andrey Andreyevich Vlasov, militar soviético que traicionó durante la Segunda Guerra Mundial y luchó contra su pueblo en nombre de Hitler. Fue capturado en 1945 y fusilado en 1947

Enemigos de Rusia

El agente extranjero de origen ruso Gary Kasparov –o mejor dicho, su “Comité Antirruso”, que incluye a los más feroces luchadores contra el régimen– ha hecho suya la causa. Más concretamente, con Rusia, a la que sus miembros ya no esconden. Esto es lo que dice, por ejemplo, Marat Gelman (coleccionista de arte, galerista y empresario), otro agente extranjero (residente en Montenegro desde 2014):

«No es fácil desear que el ejército de un país del que se es ciudadano sea derrotado. Pero cualquiera que sea leal a Rusia, que la ame, debería unirse a nosotros hoy para desearle la más pronta derrota. Cuanto antes, mejor. Cuanto más se aplaste, mayor será la posibilidad de revivir».

«Que nadie se deje engañar por nuestros nombres –”Movimiento Antiguerra de Rusia”, “Rusos contra la Guerra”, “Comité Antiguerra”– no pedimos al agresor que detenga la guerra, le deseamos la derrota en la guerra. Debe pronunciarse con claridad. Esto no es pacifismo, estamos inequívocamente del lado de Ucrania y del mundo entero contra Putin y su gobierno».

Como ocurrió con los bolcheviques en la Primera Guerra Mundial y con parte de la emigración blanca en la Segunda Guerra Mundial. Pero tanto los bolcheviques como los blancos pagaron luego su traición nacional con sus vidas: los rojos durante la Guerra Civil, y los blancos (como el general Krasnov), por el veredicto del tribunal soviético. Y los emigrantes de hoy no van a pagar, al contrario, son nuestra única emigración (si hablamos de sus “estrellas” y no de las multitudes de aficionados asustados que corrían detrás de los “líderes de opinión”), que se llevaron consigo no la añoranza de la patria, sino sus riquezas.

Pero aquí está el problema: Occidente no permite que se utilicen. Bloquean sus cuentas, exigiendo un constante arrepentimiento por la cooperación con el régimen.

El “Comité Antirruso” ha ideado una forma de cambiar esto. Ahora reúne en Vilna una “Conferencia rusa contra la guerra”, uno de cuyos objetivos que declara es la búsqueda de medidas destinadas a “facilitar la vida de los rusos que han huido del país tras el estallido de una guerra a gran escala contra Ucrania”.

«Rusos buenos» y «rusos malos»

Para ello se creará otro comité –bueno, les encanta esa palabra, qué se le va a hacer– el “Comité de Acción Ruso”. Según Kasparov, será un comité para “rusos buenos”, “rusos europeos”, los que firmarán una declaración especial condenando “la guerra criminal desatada por el régimen ilegítimo de Vladimir Putin” y “apoyando la integridad territorial de Ucrania, incluidas las anexionadas Crimea y Sebastopol”.

Los firmantes podrán recibir un documento de la comisión que podría facilitarles la vida en los países europeos, promete Kasparov, a la hora de hacer comprobaciones en los bancos o de solicitar visados. El documento también abriría el acceso a servicios que no están disponibles para los rusos, y también son posibles otros beneficios.

Traidores a Rusia ejecutados en la URSS

Todo es muy sencillo: “pon tu firma y estarás desbloqueado”. Sin embargo, antes de hacerlo, tendrá que confirmar su identidad, pues de lo contrario vendrán corriendo todo tipo de gorrones o cosacos enviados por Putin. Los gobiernos occidentales han guardado silencio hasta ahora, pero probablemente tendrán que reaccionar de alguna manera. Porque si utilizas las listas de “rusos malos” elaboradas por los “rusos de confianza”, es decir, de aquellos contra los que se imponen sanciones personales, ¿por qué no tomas de ellas las listas de “rusos buenos” que ya han huido de Moscú hacia ti, hacia el Occidente libre?

Sobre todo porque sus sanciones contra Rusia tienen como objetivo debilitarla y aplastarla, por eso la gente huye, no puede evitar acogerla. No todo el mundo puede obtener la ciudadanía europea o un permiso de residencia –sólo los más meritorios que luchan contra Putin– pero ¿qué pasa con las decenas de miles de otros “refugiados”? Entregarles un certificado de “buen ruso”. ¡Que sea al menos insertado en el odiado pero por desgracia necesario pasaporte ruso!, para que puedan luchar a fondo contra el “sangriento régimen”, con él en sus manos.

Hay que recordar que hace casi cien años, en diciembre de 1921, las autoridades soviéticas despojaron de la ciudadanía a los emigrantes en el extranjero, o más exactamente, a los que se negaban a obtener un pasaporte soviético en el extranjero. Esto se aplicaba a millones de personas que habían huido del país durante la Guerra Civil, ricos y pobres, los que habían luchado contra los soviéticos y los que eran pacíficos.

Aunque la gran mayoría de los emigrantes echaba de menos su patria, no querían tener nada que ver con los bolcheviques, y simplemente tenían miedo de volver, especialmente los que habían luchado en el bando de los blancos. En otras palabras, corrían el riesgo de no tener ningún documento (además, el proceso de reconocimiento de los bolcheviques por parte de los países occidentales estaba a punto de comenzar).

Corruptos y rusófobos

Y entonces la Sociedad de Naciones encargó a su Comisario para los Refugiados, Fridtjof Nansen (el famoso explorador polar), que elaborara un pasaporte especial para los emigrantes rusos, y finalmente este “pasaporte Nansen” lo recibieron decenas, si no cientos de miles de rusos, entre ellos Rachmaninov (genial pianista y compositor, radicado en Estados Unidos) y Nabokov (poeta, traductor, crítico literario, entomólogo, que huyó a EEUU y luego Suiza).

Pero eran verdaderos emigrantes que lo habían perdido prácticamente todo en Rusia y que no sólo odiaban el poder soviético, sino que creían que la vieja Rusia había muerto, asesinada por los bolcheviques. Al mismo tiempo, casi ninguno de los nativos deseaba que su patria fuera derrotada en la guerra, salvo los pocos que estaban cegados por el odio a los bolcheviques en 1941. Y, desde luego, ninguno de ellos diría jamás que “se avergüenza de ser ruso”. Porque eran apátridas, pero no sin conciencia.

Y los actuales luchadores contra el régimen no sólo se han enriquecido fabulosamente saqueando las riquezas de Rusia (como Mikhail Jodorkovski, empresario y político ruso detenido en 2003 por malversación y evasión de impuestos, cuando era uno de los hombres más ricos del mundo, con una fortuna estimada en 15 mil millones de dólares), sino que llevan años utilizando sus últimas palabras para regañar a su propio pueblo, a todo ese “ganado que apoya a Putin”.

Al mismo tiempo, nadie les privó de su ciudadanía y no se presentaron cargos penales contra ellos hasta hace poco –cuando se hizo imposible no reaccionar ante sus palabras y actos. ¿Una etiqueta de agente extranjero para los propagandistas que reciben financiación occidental? Pero no es ni mucho menos el estigma de ser contrarrevolucionario, aunque intenten presentarse como “víctimas inocentes del régimen”.

Es decir, estamos ante los clásicos rusófobos, que también piden una derrota militar de Rusia, que Occidente la castigue al máximo. Se trata de los traidores nacionales de siempre, que sueñan con convertirse en la administración de ocupación, o con hacer una revuelta, esperando llegar al poder en su cresta. Sin embargo, ambas opciones sólo existen en sus sueños, y en los consejos que dan a Occidente, convenciéndolo de la realidad de los planes para una “lucha exitosa” contra Putin.

Pueden llamarse a sí mismos “rusos buenos”, “rusos europeos”, pero ya se han tachado de rusos. Han repetido una y otra vez que se avergüenzan de ser rusos, y nadie les olvidará ni perdonará por ello.

No, no hay que vengarse. Simplemente hay que negarles el derecho a utilizar el nombre del pueblo del que con sus palabras y sus actos se han borrado. Y si necesitan pedir a Occidente que descongele el dinero sacado de Rusia (el suyo propio o el de los oligarcas “ideológicamente cercanos” que firmarán inmediatamente cualquier declaración), que lo digan: “Nosotros, los rescatadores, os pedimos humildemente…”.