Salvador Amador, un mártir cristiano de la Revolución Por Martha Isabel Mairena Vásquez, «Fabiola»

Salvador Amador, un mártir cristiano de la Revolución Por Martha Isabel Mairena Vásquez, «Fabiola»

La historia de muchos héroes y mártires de la Revolución sigue siendo una tarea pendiente. Esta semblanza biográfica de Salvador Francisco Amador Lanza, combatiente sandinista con seudónimo Ricardo, está elaborada con datos de una que fue elaborada en octubre de 1979, así como de la entrevista a su madre, Marina Lanza de Amador, que se presenta en el libro «Ser madre en Nicaragua, testimonios de una historia no escrita», de Roser Solá y Ma. Pau Trayner, testimonios de compañeros que le conocieron y en especial de mis recuerdos.

Salvador Francisco nació en la ciudad de Matagalpa el 7 de enero de 1956. Su padre, Salvador Amador Kühl, y su madre Marina Lanza de Amador, cafetaleros y opositores a Somoza. Su padre fue colaborador del grupo que organizó Olama y Mollejones en junio de 1959. Ambos fueron miembros de la Cruz Roja filial Matagalpa por muchos años. Tuvieron cuatro hijos y Salvador era el único varón.

Salvador realizó sus estudios de primaria y secundaria en el Colegio San Luis, siendo su mentor el padre Benedicto Herrera. Durante estos años fue miembro de los Scouts de Matagalpa. Estudiar su carrera profesional en la Escuela Agrícola Panamericana Zamorano, ubicada en Honduras. Donde a parte de sus estudios, aprendió como disciplinas deportivas ajedrez y karate. Practicaba uno de su pasatiempo preferido, la fotografía.

Cuando su padre le asignó la atención de la hacienda familiar Santa Josefina, él determinó que fuese una sola jornada laboral para que así los trabajadores tuviesen más tiempo libre y pudieran recibir clases por la tarde. En algunas ocasiones personalmente les daba clases a un grupo para que estos ayudaran a los otros. Tenía como proyecto la construcción de una escuelita para los niños. En ese sentido empezó a conversar con los trabajadores (como en un proceso de convencimiento), para que una vez con la escuelita construida, los padres permitieran que los niños asistieran, y de igual forma, que tanto los niños como las mujeres recibieran su paga por el trabajo desarrollado. En esos tiempos, el salario de las mujeres y de los niños que laboraban en el campo era recibido por el hombre como jefe de familia.

Militante del FSLN

A mediados de 1976, estando en el último año de su carrera que cursaba en Honduras, fue reclutado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional. Salvador tenía una profunda admiración por Ernesto “Che” Guevara y por Ricardo Morales Avilés, de quien tomó su nombre como seudónimo.

Empezó como colaborador y entregaba aportes en dinero en efectivo. Después, cumplió tareas como correo (llevar y traer correspondencia) entre las estructuras sandinistas de Honduras y Nicaragua, actividad que ejercía cuando había posibilidades de viajar, ya que la Escuela Zamorano, tiene una formación educacional con característica militar.

Ya en 1977, de regreso a Matagalpa, pasa a ingresar las filas del FSLN. Entre otras tareas, le asignan la movilización del compañero Julio Cesar Ríos, “Leonel” (le decían “pan dulce”), originario de Condega, Estelí, quien cayó en combate en Yalí en septiembre de 1978.

También trasladó compañeros, armas y víveres, y aportó dinero para la columna guerrillera Pablo Úbeda; su aporte lo entregaba en Wiwilí. Empezó también a reclutar colaboradores del FSLN entre los trabajadores de la hacienda familiar.

Crescencio Rosales asume como responsable del FSLN en Matagalpa a finales de 1977, y a partir de ese momento su tarea es movilizar al compañero Rosales y llevar o traer de la montaña a compañeros guerrilleros.

Durante esos meses de trabajar juntos, ambos compañeros desarrollaron una estrecha amistad, una relación de mucho respeto, confianza y seguridad, sin perder de vista la compartimentación. Salvador admiraba de Crescencio Rosales su mística, valores y firmeza revolucionaria, lo cual le permitía comprobar en la práctica lo que teóricamente venía estudiando, que cuando un verdadero revolucionario asume compromiso lo demuestra en la vida diaria.

Salvador tenía una formación cristiana inculcada desde su familia y de la educación institucional que recibió (que se corrobora en las palabras del Padre Benedicto Herrera el día de sus funerales) y con una personalidad austera y humilde. Nunca anduvo haciendo eco u ostentación de su posición económica o social. Fue muy sencillo, muy respetuoso de todas las personas no importando su procedencia social, de una gran nobleza, y a la vez firme en sus decisiones. Esa actitud y cualidades causó un enorme cariño y respeto entra la población urbana y campesina de Matagalpa.

En una ocasión se presentó a la hacienda un hombre buscando trabajo y sin pedirle referencias lo contrató. Una semana después el sujeto en cuestión le dijo que necesitaba hablar con él. “Mire patrón, me quiero sincerar con usted. Lo he visto como nos trata, veo que es buena persona. Yo soy guardia y mi jefe, el teniente Zamora, me mandó que lo vigile porque usted todas las noches se pierde del centro de la ciudad y llega en la madrugada. Ya le informé que usted tiene una queridita de la Iglesia San José 3 cuadras al sur”.

Salvador vivía frente a la radio o centro de comunicaciones de la Guardia en Matagalpa. De igual forma, otro conocido de él y que era de la Seguridad Somocista OSN, le comunicó a Leonel Quintero (cafetalero colaborador del FSLN, junto con su esposa Martha Julia Lugo): “Veo que Salvador es amigo de ustedes. Díganle que se cuide que lo están vigilando”.

«Salvate hermano»

A partir de entonces, Salvador cambió de táctica: dejaba un vehículo parqueado en la dirección que el guardia había informado y se movilizaba hacia los destinos para cumplir su misión en otro de sus vehículos.

Así también, cuando realizaba viajes nocturnos a Estelí, entrábamos al cine cuando empezaba la función. Se salía y tomaba otro vehículo que tenía estacionado cerca. Cinco minutos después lo hacía yo y nos movilizábamos en el otro vehículo. Era un viaje tan sincronizado, que regresábamos cuando la función estaba por terminar. Al salir tomaba de nuevo el vehículo que había quedado estacionado frente al cine. En una oportunidad, viniendo de regreso de Estelí a Matagalpa, cuando íbamos llegando a La Trinidad, Salvador se da cuenta que el vehículo se está quedando sin combustible y acude a una gasolinera del pueblo. Le dice al bombero que necesita que le llene el tanque, pero el empleado le responde que no puede porque está cerrando. Entonces me dice: “¿qué hacemos? No conozco a nadie que nos resuelva”. Se me ocurrió que le dijera al bombero que si yo no llegaba a mi casa, mañana lo obligaban a él a casarse conmigo. Imperó la solidaridad machista, y el bombero le abasteció de combustible, gritándole «salvate hermano».

En la Semana Santa de 1978 participó junto con otros compañeros en la escuela de entrenamiento político-militar “Carlos Arroyo Pineda”, la cual fue impartida por el comandante Omar Cabezas, de seudónimo Juan José o JJ, bajo la supervisión del Comandante de la Revolución Bayardo Arce, “Chepe León”.

Conversando con compañeros que participaron en esa escuela comentaban lo siguiente: “Al llegar a la escuela algunos compañeros creyeron que a lo mejor no iba aguantar, pero desde la entrada demostró de qué estaba hecho”, dijo uno de ellos. María Antonieta Gutiérrez Buschinting señaló que Ricardo “era una excelente persona y al final fue el más destacado de la escuela”.

A mediados de octubre de 1978, Crescencio le notificó que se fuera preparando porque estaba próximo a pasar a una nueva etapa, la guerrilla de la montaña, noticia que lo llenó de mucha satisfacción pues lo consideraba un estímulo y reconocimiento al trabajo desarrollado.

Fatal coincidencia

El 2 de noviembre de 1978, él y Crescencio trasladaron desde Estelí, a bordo de un jeep rojo marca Toyota propiedad de Salvador, a un grupo de compañeros que habían sido heridos en la insurrección de septiembre y estaban en proceso de recuperación, para ubicarlos en otro sector. Cerca de las 6 de la tarde, Crescencio, Salvador y cuatro o cinco compañeros más entraron a la ciudad de Matagalpa. Después se trasladaron a la Hacienda Santa Josefina, propiedad de la familia de Salvador.

Aproximadamente a las 8 de la noche, Crescencio y Salvador regresaron a Matagalpa. Lo que ocurrió después, cuando ingresaron a la ciudad, está lleno de una serie de conjeturas e interrogantes y todo hace indicar que todo se debió a una lamentable coincidencia.

Algunos compañeros señalan que Salvador y Crescencio en ese momento se movían ajenos a todo lo que pasaba. Ese mismo día, una célula sandinista integrada por dos compañeros había realizado un operativo de recuperación de un mimeógrafo del Colegio Monseñor Carrillo. Los dos compañeros se movilizaban en un jeep rojo marca Toyota, idéntico al que tenía Salvador, en el cual se movilizaba con Crescencio Rosales. Fue una coincidencia fatal.

Hay versiones que dicen haberlos visto en las inmediaciones de la Escuela El Progreso y luego doblar hacia el sector de la gasolinera Chevron, momento en que se topan con una patrulla de la Guardia Somocista a bordo de un vehículo de los que usaba la Brigada Contra Actos Terroristas (BECAT), que aparentemente ya los tenía identificados, y los guardias los detienen.

De acuerdo a investigaciones posteriores, Crescencio baja del vehículo, se deshace de varios documentos secretos que llevaba consigo (que posteriormente fueron recuperados por el FSLN), dispara contra los guardias. Cae herido a unos diez metros del vehículo. Uno de los esbirros lo remató cuando estaba tirado en la calle.

A Salvador lo capturan vivo, lo asesinan y luego lo reportaron como muerto en combate. En su mejilla izquierda quedó la marca del tacón de la bota de un guardia. Después, los cuerpos de ambos guerrilleros fueron llevados por la Guardia en la misma patrulla y los tiraron en la acera del Hospital San Vicente.

Cuando revisaron el cadáver de Salvador, un simpatizante sandinista que era parte del personal de turno del hospital encontró que en la pretina y ruedo de su pantalón tenía una carta secreta (correo) del FSLN, que luego entregó a un militante del FSLN.

Una vez que abandonaron los cadáveres de los dos guerrilleros, a medianoche de ese mismo día la Guardia atacó la hacienda Santa Josefina. En medio de los balazos, la Guardia registró la casa hacienda y las instalaciones donde se alojaban los obreros, pero no encontró a nadie: los guerrilleros estilianos que habían llevado horas antes, habían sido escondidos por los campesinos a quienes Salvador había reclutado como colaboradores.

Un mártir cristiano

El FSLN orientó a todos sus militantes que nadie mencionara que Salvador era uno de sus integrantes, porque era un cuadro legal y había que proteger a la familia y a los compañeros con los cuales él se relacionaba. En cuanto a Crescencio, el Frente orientó que nadie lo identificara ni mucho menos revelara la responsabilidad del compañero en la estructura de la organización, porque la Guardia no sabía exactamente quién era.

En la tarde del viernes 3 de noviembre, con toda la ciudad conmocionada por lo ocurrido la noche anterior, se realizó el funeral de los dos compañeros. En la misa por Salvador, el padre Benedicto Herrera, su mentor desde la niñez, rindió un emotivo tributo al heroico guerrillero:

“Hermanos todos en la vida del Señor:

Siempre nos parece conocer bien a una persona cuando hemos formado y forjado su niñez y adolescencia, como es el caso que deploramos hoy de nuestro querido amigo y ex alumno del Colegio San Luis, Salvadorcito. Su deceso me ha causado profunda tristeza y dolor, y me uno también de una manera muy especial al dolor de sus padres y familiares.

Salvadorcito era un joven de virtudes. Admiraba su humildad. Practicaba la sencillez. Era sincero y firme en sus decisiones y siempre respetó los criterios de los demás. Su voluntad decidida lo llevó a una muerte que siempre sintió cerca y que nunca temió. Su alma se sublimó en un ideal de una Patria Libre porque él mismo se sintió siempre libre aun en la situación que vivimos.

La sangre de este mártir cristiano que se ha inmolado en aras de la Patria, nuestro hermano en fe, amigo de toda nuestra comunidad de Matagalpa, clama porque se haga justicia desde el cielo para que se esclarezca este vil y cobarde atentado que le cortó la vida a nuestro querido amigo Salvador. Nuestro mártir murió para defender la justicia, siguiendo el ejemplo de Cristo.

Recordamos al amigo cuya muerte ha llenado de luto a sus queridos padres, a sus compañeros de ideales. Su persona ha desaparecido del mundo de los vivos. No podemos admitir que él, que apenas ayer era ejemplo de actividad y de trabajo, haya caído para siempre en la eterna sombra de la muerte. Requiescat In Pace”.

El respeto, admiración y dolor que causaron la caída de Crescencio y Salvador, hizo que algunos compañeros desobedecieran la instrucción de sus mandos y en cuestión de horas en toda la ciudad se supo quiénes eran los dos guerrilleros.

Pocos días después, el FSLN trasladó a las estructuras clandestinas de Matagalpa al compañero Ramón Cabrales “Emiliano”, quien con la ayuda de don Erasmo Montoya (colaborador histórico  ya fallecido), procedió a la recuperación de un pequeño lote de armas que se encontraba en la Hacienda Santa Josefina, ubicado entre un camino y la caída de un arroyo. Su localización era conocida únicamente por dos de los trabajadores de la finca y que ya colaboraban con Salvador.

En homenaje a Crescencio, el FSLN formó la “Unidad de Combate Crescencio Rosales” conformada por las escuadras “Salvador Amador” y “Carlos Arroyo”. Esa Unidad ejecutó una serie de exitosos operativos militares, entre los cuales, el ajusticiamiento del coronel Davidson Blanco el 21 de febrero de 1979. Davidson fue uno de los Guardias que participó en el asesinato de Sandino.

La Unidad también atacó los cuarteles de San Ramón de San Dionisio el 9 de mayo de 1979, y ejecutó el operativo económico más grande realizado en Matagalpa, el asalto al Banco Calley Dagnall, que fue dirigido por Ramón Cabrales (Emiliano, Nacho). El repliegue de los compañeros fue inusual y audaz: cargando los sacos de dinero, se replegaron en bicicletas hasta cierto punto en donde tomaron un vehículo.