América Latina en disputa fase 2 Por Alfredo Serrano | Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG)

América Latina en disputa fase 2 Por Alfredo Serrano | Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG)

En 2014 planteábamos los desafíos venideros para una América Latina en disputa entre dos proyectos políticos antagónicos: de un lado el neoliberalismo, con su propuesta de concentración de la riqueza en pocas manos y devastación social y ambiental. Del otro, fuerzas políticas de nueva izquierda, progresistas o nacional-populares, que desde inicios del siglo XXI fueron alumbrando una alternativa contrahegemónica que consiguió mejoras efectivas en términos de redistribución económica y ampliación de derechos para las sociedades latinoamericanas, las más desiguales del planeta.

Los acontecimientos se han sucedido a un ritmo vertiginoso en estos últimos años: múltiples citas electorales con cambios de tendencia en los gobiernos, nueva generación de líderes políticos, golpes de Estado, grandes estallidos sociales, aplicación del lawfare como estrategia política e influencia creciente de las redes sociales en el juego partidario, entre otros hechos relevantes.

Y a todo eso, por si fuera poco, hay que sumarle la llegada de una pandemia de dimensiones históricas y aún inconmensurables, pero que ya ha ocasionado millones de empleos perdidos y comercios e industrias cerradas, que ha incrementado velozmente las ya extendidas pobreza e indigencia en la región y, sobre todo, que ha dejado cientos de miles de muertos en todo el mundo. La pandemia del coronavirus no ha hecho sino evidenciar de manera aún más cruda las carencias de un sistema económico, el neoliberal, que no es capaz de ofrecer respuestas a la ciudadanía en lo inmediato ni dibujar nuevos proyectos hacia adelante.

La crisis terminal del neoliberalismo

Tras medio siglo de existencia, el neoliberalismo se enfrenta a una gran crisis sistémica que es también una crisis de ideas, expectativas y horizontes. En 2020 todos los mitos neoliberales saltaron por los aires en el justo momento en el que la gente necesitaba afrontar una situación extremadamente dramática.

El neoliberalismo no logra acertar con ninguna de sus respuestas habituales. Se olvida de la economía real en pos de una entronización de la financiarización y sigue defendiendo la ausencia del Estado a pesar de que la ciudadanía latinoamericana demanda todo lo contrario. Su manual quedó obsoleto. Es lo que le vienen gritando en las calles centenares y centenares de miles de personas a lo largo de estos años, desde Chile –donde se ha logrado forzar un esperanzador proceso constituyente– hasta Colombia, actualmente con sus cuatro puntos cardinales en llamas en protesta por un sistema que no da respuestas a las necesidades de la gente.

Así, nos encontramos transitando un periodo signado por la incertidumbre en torno a la reconfiguración del ordenamiento geopolítico global. O, más bien, asistimos al nacimiento de un nuevo desorden económico global, en el que el riesgo país importa menos y, por el contrario, el número de científicos, vacunas y camas disponibles para cuidados intensivos se constituye en un asunto fundamental para cualquier país.

La predilección por la financiarización queda desplazada por la importancia de la economía real. Se abre una nueva disputa hacia adelante: entre un Consenso (neoliberal) de Washington permanentemente actualizado y un incipiente Consenso Progresista que considera que los sistemas públicos de salud son vitales, que el Estado debe tener un rol protagónico con políticas expansivas contracíclicas (fiscales y monetarias), que es necesario un mayor control de capitales de los países emergentes para evitar su fuga en este tiempo de adversidad, que la economía ha de girar en torno a la vida humana, que las fórmulas para la producción de vacunas no pueden estar sometidas a la lógica comercial y, por supuesto, que la deuda externa debería ser condonada por los organismos multilaterales y reestructurada con quita y sin intereses en el caso de los acreedores privados.

En agonía, pero no ha muerto

El neoliberalismo está en default, pero se niega a desaparecer. Procura reciclarse y oxigenarse. Está renegociando su futuro, pero con una gran dificultad para generar horizontes que convenzan y entusiasmen.

Sin embargo, sería un grave error subestimarlo o darlo por muerto, porque cuenta con un gran poder estructural. Además, tiene una sorprendente capacidad de adaptación y de ambigüedad discursiva, salpicando su corpus tradicional con guiños a algunas ideas progresistas. El mejor ejemplo es el Fondo Monetario Internacional, que sin haber cambiado su composición “empresarial” tiene ahora un tono más conciliador en materia de deuda externa o en relación a la tributación de las grandes fortunas; o el Banco Mundial, defendiendo los programas de rentas mínimas; o los multimillonarios abogando por más impuestos…

Otro ejemplo es el ‘efecto Biden’. El presidente estadounidense ha pronunciado unos primeros discursos de resonancias rooseveltianas en materia económica. Parecería que estuviera cuestionando el sistema neoliberal, al menos de puertas para adentro de su país. Sería el primer mandatario que desafiara, al menos retóricamente, el Consenso de Washington. Algunas frases de sus discursos así parecen evidenciarlo: “El crecimiento de la economía debe ser desde abajo hacia arriba”; “Estados Unidos no fue construido por el sistema financiero, sino por la clase media”; “No funciona la teoría del derrame”.

Bienvenido sea este intento de abrazar las ideas progresistas si es para aplicarlas de forma auténtica y sincera. Pero ya ha ocurrido muchas veces a lo largo de la historia que se termina por matizarlas, reformularlas, resignificarlas y transformarlas hasta tal punto que acaban siendo extensiones del dogma neoliberal. Cuando el capitalismo está en problemas, cede un mínimo para no perder su dominio.

En este nuevo escenario también la primacía de Estados Unidos como potencia central está en decadencia. La hegemonía neoliberal se erigió sobre dos cimientos que hoy están en crisis.

En primer lugar, una economía de flujos transnacionales estimulada a partir de la desterritorialización de la producción, la financiarización y la creación de instancias de gobierno o acuerdos económicos de carácter supraestatal.

En segundo lugar, una arquitectura institucional global formada por organismos internacionales y por una extensa red de think tanks que proyectó al mundo la visión político-económica dominante y sus valores centrales: consumo de masas, libertad personal, propiedad privada, libre mercado y democracia electoral.

Las potencias desafiantes

En la actualidad, ambos cimientos son cuestionados tanto por fuerzas políticas de izquierda como, incluso, desde el centro mismo del poder. Quizás una de las principales novedades de estos años sea, justamente, la emergencia de facciones políticas estimuladas por el fenómeno Trump, que cobran cada vez más relevancia a partir de la impugnación del sistema desde una retórica proteccionista y antiglobalización.

Todo ello configura un ordenamiento geopolítico inestable en el que otras potencias mundiales, principalmente China, adquieren cada vez más peso en la definición de las reglas de juego en el espacio global, atisbándose un incipiente reequilibrio donde no hay un único actor en el liderazgo internacional, sino múltiples polos de poder que compiten por inclinar la correlación de fuerzas a su favor. Un ejemplo de ello es el rol de China y de Rusia en la carrera por el desarrollo de vacunas contra el Covid-19 y, en general, en la gestión de la pandemia.

En el caso particular de América Latina, la pandemia del Covid-19 ha puesto al descubierto con particular crudeza muchas de las debilidades del neoliberalismo, que hasta ahora habían sido “tapadas” con grandes campañas de comunicación.

Los sentidos comunes en la región cabalgan en una dirección completamente opuesta a lo que defiende el libreto neoliberal. Según datos de las encuestas de CELAG, en 2020 el 90% de los argentinos estaba a favor de un Estado mucho más presente y activo; este valor es del 70% en Chile, 60% en México y 75% en Bolivia.

El impuesto a las grandes fortunas cuenta con gran apoyo en muchos países de América Latina (76% en Argentina, 73% en Chile, 67% en México, 64% en Bolivia 75% en Ecuador y 73% en Perú); y lo mismo ocurre con una renta mínima, garantizar públicamente la salud y la educación como derechos, frenar las privatizaciones, suspender y renegociar el pago de deuda, etc. Además, en la mayoría de los países de la región, la banca, los grandes medios y el Poder Judicial cuentan con una imagen muy negativa.

Un Estado más vigoroso, más eficiente y más presente/protagónico para contrarrestar los efectos perversos del mercado es, cada vez más, un sentir mayoritario en las sociedades latinoamericanas, incluso en las que históricamente han sido etiquetadas como sociedades “de derecha” o mayoritariamente conservadoras, como Chile, Colombia y Perú, tres países en los que en los últimos tiempos han emergido importantes ciclos de protesta que abren, con diferentes intensidades, un panorama esperanzador de transformación social. En todos los casos la demanda es nítidamente democratizadora: menos desigualdad y más derechos.

Desafío de gran calado

Y es esta es, justamente, la esencia de las propuestas que permitieron la victoria de Andrés Manuel López Obrador en México, el retorno al poder del proyecto nacional-popular en Argentina en 2019 –tras cuatro años de gestión neoliberal y empobrecimiento generalizado– el aplastante triunfo de Luis Arce, con el 55% de los votos, tras un año de gobierno de facto en Bolivia, y la irrupción fulgurante de Pedro Castillo en Perú, ganando la Presidencia del país frente al fujimorismo y sus aliados.

En el platillo derecho de la balanza, Jair Bolsonaro, con cientos de miles de muertes por Covid-19 a sus espaldas y una gran dificultad para garantizar gobernabilidad y estabilidad política, económica y social en Brasil, se posiciona como el máximo referente del trumpismo a nivel regional.

En Colombia, el uribismo está en sus horas más bajas, con su principal exponente cada vez más cuestionado y con un Gobierno en ejercicio que ha perdido credibilidad en la ciudadanía, tanto por su incapacidad para frenar las masacres sistemáticas contra la población civil como para afrontar la pandemia.

Mario Abdo, en Paraguay, enfrenta sucesivas demandas de juicio político que involucran acusaciones de ceder soberanía y se ve obligado a negociar permanentemente su continuidad con el expresidente Horacio Cartes.

Estamos en un tiempo político de disputa en la región, en el que neoliberalismo está en crisis, pero intenta escapar de su propia quiebra. El resultado de este dilema dependerá en parte de la capacidad que tenga la matriz neoliberal para reinventarse, pero fundamentalmente de cómo el progresismo avance, implemente soluciones certeras y cotidianas a la ciudadanía, y genere expectativas acordes a los nuevos tiempos.

El desafío es de gran calado, pues en las últimas décadas nuestras sociedades y nuestros sistemas políticos están experimentando transformaciones profundas que alteran las coordenadas de las disputas políticas y que afectan, con mayor o menor intensidad, a todo el subcontinente.