Así nacieron las «repúblicas bananeras» Por Carlos Hernández-Echevarría | Revista Historia y Vida, diario La Vanguardia, Barcelona

Escribió Pablo Neruda que, cuando Dios creó el mundo y lo repartió entre las grandes multinacionales estadounidenses, “la Compañía Frutera se reservó lo más jugoso, la costa central de mi tierra, la dulce cintura de América”. Y es cierto que durante un siglo la United Fruit estadounidense trató a muchos países latinoamericanos como si el mismo Dios se los hubiera entregado para hacer con ellos lo que quisiera. Para cultivar su oro amarillo, la banana, la empresa no dudó en amenazar, maltratar y matar. Y si un gobierno se rebelaba ante esto, se cambiaba al gobierno.

Ahora que es la fruta más popular del mundo y se consumen 100.000 millones de unidades cada año, es difícil recordar que hace no tanto era un manjar exótico y desconocido en la mayor parte del planeta, un producto que en Estados Unidos solo estaba al alcance de los más ricos. Es posible que hubiera seguido siendo así si no fuera por la visión de negocio de un joven neoyorquino llamado Minor Cooper Keith.

La forja de un imperio

En 1873, Keith estaba construyendo una línea de ferrocarril en Costa Rica y empezó a cultivar bananas junto a la vía del tren para alimentar a sus trabajadores. No tardó en darse cuenta de que aquellas frutas tropicales que a él le salían tan baratas multiplicaban su valor al llegar a los muelles de Nueva York o Nueva Orleans.

Diez años después, ya había negociado con el gobierno costarricense la cesión de 325.000 hectáreas de tierras vírgenes y una exención de impuestos de 20 años. También se había casado con la sobrina del presidente del país. En 1899, Minor Keith fundó junto con otros empresarios la United Fruit.

La empresa, que será conocida en Latinoamérica como “el pulpo” por sus numerosos y hábiles tentáculos, arrancó con presencia en Costa Rica, Jamaica y Panamá, pero pronto llegó también a Honduras y Guatemala, y más tarde a Colombia, Ecuador, Cuba y la República Dominicana.

La United Fruit se hizo con miles y miles de hectáreas de plantaciones, en ocasiones, gratuitamente. A principios de los años treinta controlaba el 90% del mercado mundial de bananas. Dado que su producto estrella era perecedero, desde su fundación tenía a su servicio 50 barcos, la conocida como “gran flota blanca”, para transportarlo. En las siguientes décadas siguió haciéndose con nuevos buques.

Un huésped incómodo

Desde el principio, una parte básica del negocio fue mantener a raya a los gobiernos de los países latinoamericanos donde crecían las bananas. Ya en 1911, Sam Zemurray, un treintañero recién llegado a Honduras y que acabará siendo presidente de la United Fruit, organizó una expedición de mercenarios para derrocar al presidente Miguel Dávila después de que este se negara a concederle ciertas ventajas.

Cuando la United Fruit no lograba sobornar a los que mandaban o forzar un golpe de Estado que los sacara del poder, sabía que casi siempre podía contar con el apoyo del gobierno estadounidense.

En 1928, por ejemplo, sus 25.000 trabajadores colombianos se declararon en huelga pidiendo algunas mejoras básicas. Un mes después, Washington amenazó al gobierno de Bogotá con una invasión militar. Fue entonces cuando las autoridades colombianas ordenaron al Ejército disparar contra una concentración de huelguistas en la llamada “masacre de las bananeras”.

Chiquita Banana

Aunque en Latinoamérica la United Fruit no tardó en ganarse una reputación siniestra, para el consumidor estadounidense la empresa presentaba una fachada muy diferente. Desde los años veinte, la compañía gasta una fortuna en publicidad y promete que sus bananas curan la celiaquía, la obesidad, son ideales para los bebés… La multinacional tiene incluso un “departamento de Educación” que prepara charlas en los colegios sobre las bondades de la banana y reparte panfletos a los niños.

En los últimos compases de la Segunda Guerra Mundial hasta crea su propio dibujo animado, la “Señorita Chiquita Banana”, a imagen y semejanza de la famosa cantante Carmen Miranda. En unas décadas, con el nombre de United Fruit ya muy manchado por los abusos de la compañía, esta se rebautizará como Chiquita.

https://youtu.be/RFDOI24RRAE

El gran esfuerzo de relaciones públicas de United Fruit en el mercado doméstico tiene facetas bastante oscuras. En los años cuarenta, la multinacional contrató a Edward Bernays, el conocido como “padre de las relaciones públicas”.

Bernays era un sobrino de Sigmund Freud que emigró de niño de Viena a Estados Unidos y utilizó las enseñanzas de su tío sobre la mente humana para perfeccionar las técnicas publicitarias. En su etapa en la United Fruit, el producto que promocionó con mayor éxito fue un golpe de Estado en Centroamérica.

En 1951, Jacobo Árbenz había sido elegido democráticamente como presidente de Guatemala. El mandatario proyecta una reforma agraria. Su gobierno aprobó la expropiación de buena parte de las tierras que la multinacional tenía sin cultivar y se comprometió a indemnizarla según el valor que la empresa había dado a las fincas en sus declaraciones de impuestos. La United Fruit reclamaba mucho más, y contó con el apoyo del gobierno de Estados Unidos.

Bernays ideó una campaña para tildar a Árbenz de comunista y decir que su reforma agraria “la habían redactado en Moscú”. La United Fruit pagaba viajes a Guatemala a periodistas de grandes medios y les “organizaba” testimonios falsos de bombas, algaradas comunistas y asesores soviéticos. También distribuía por los centros del poder en Washington informes anónimos sobre “el peligro comunista en Guatemala”.

El golpe llegará en 1954. En una operación denominada PBSUCCESS, la recién nacida CIA financia el entrenamiento en Nicaragua de un pequeño ejército golpista al mando del coronel Carlos Castillo Armas. Cuando el golpe triunfa y Árbenz sale hacia el exilio, el nuevo presidente Castillo anula todas las reformas que han perjudicado a la United Fruit.

En Guatemala, la United Fruit probablemente hizo valer sus relaciones con la administración republicana del presidente Eisenhower. La CIA organizó el golpe mientras su director era Allen Dulles, y el ministro de Exteriores estadounidense que condenó la expropiación a la empresa era su hermano, John Foster Dulles. Ambos habían trabajado como asesores para la multinacional bananera.

Una influencia en declive

Irónicamente, aquel gran éxito de United Fruit marcó el inicio de su declive. Apenas unos días después del golpe, el Departamento de Justicia estadounidense acusó formalmente a la compañía de violar las leyes antimonopolio.

Es el primer paso de un largo camino judicial que llevará a la empresa a trocearse y a abandonar algunas de sus plantaciones en América Latina, centrándose más en el negocio de la distribución. Sin embargo, no renunció a algunos antiguos vicios.

En enero de 1959, Fidel Castro entra victorioso en La Habana. Un pequeño grupo de revolucionarios ha acabado con la dictadura de Batista, buen amigo del gobierno de Estados Unidos que había visitado varias veces las 8.000 hectáreas que la United Fruit tenía en Cuba.

El nuevo líder también conocía bien la empresa. Ángel Castro, el inmigrante gallego padre de Fidel, había trabajado para la United Fruit y le debía en buena parte su fortuna.

El gobierno comunista decidió nacionalizar todas las propiedades de la United. Dos años después, la compañía ponía al servicio de la CIA dos buques de su “gran flota blanca” para el intento de invasión de Cuba en el desembarco de la bahía de Cochinos. El acuerdo lo habían gestionado en secreto el fiscal general Robert Kennedy, hermano del presidente, y algunos directivos de la compañía.

United Fruit tenía problemas con los tribunales, con las huelgas y con las enfermedades que afectaban a sus bananas, y, para colmo, ya ni siquiera era capaz de organizar un golpe de Estado exitoso. La compañía empieza a perder dinero y estrena la década de los setenta con un nuevo nombre (United Brands) y perdiendo la primera posición en venta de bananas en Estados Unidos. La enorme crisis que vive queda trágicamente expuesta a la luz pública el 3 de febrero de 1975.

Las autoridades acusaron a United Brands de haber sobornado al presidente hondureño para frenar una subida de impuestos

A las 8 de la mañana, el presidente de United Brands, Eli Black, revienta con su maletín la ventana de su despacho en el mítico edificio PanAm de Nueva York y se arroja al vacío desde el piso 44. Como suele pasar con United Fruit, había un secreto directamente relacionado con forzar la mano a un gobierno latinoamericano.

Solo dos meses después de la muerte de Black, las autoridades acusaron a United Brands de haber pagado un soborno millonario al presidente hondureño Oswaldo López Arellano para frenar una subida de impuestos a la compañía. El escándalo provocó un nuevo golpe militar en Honduras y United Brands acabó declarándose culpable de haber pagado a un ministro.

Viejos pecados

La United Fruit sigue viva, aunque desde finales de los ochenta se llama oficialmente Chiquita Brands, tomando el nombre del famoso dibujo animado que dio a conocer sus bananas. Desde que salió de una quiebra hace veinte años, la multinacional se ha esforzado en dar una imagen diferente. Sin embargo, siempre queda algún rastro del pasado.

En 2007, Chiquita se declaró culpable de haber financiado a un grupo paramilitar colombiano de extrema derecha, las Autodefensas Unidas de Colombia. La compañía reconoció haber dado a este grupo al menos 1,7 millones entre 1996 y 2004 para obtener “protección” para sus plantaciones y empleados.

Durante años, este tipo de trampas y abusos fueron el día a día de la United Fruit: violencia, sobornos, explotación, intervencionismo… Sus excesos convirtieron a la empresa en la personificación del imperialismo para millones de latinoamericanos. La pegatina azul de Chiquita era sinónimo de dominación en un puñado de países a los que les tocó ser “repúblicas bananeras”. Todavía hoy se arrastra su doloroso legado.