Biden sostiene el trumpismo contra Cuba Por Francisco Arias Fernández | Diario Granma, Cuba

Biden sostiene el trumpismo contra Cuba Por Francisco Arias Fernández | Diario Granma, Cuba

El festín de Miami a finales de noviembre de 2016, tras el fallecimiento de nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y la rabieta del entonces presidente Donald Trump, que llenó sus perfiles en redes sociales de los más irrespetuosos y vulgares adjetivos contra el líder histórico de la Revolución Cubana, sonaron como aisladas expresiones de odio e impotencia, ante la abrumadora consternación mundial y los mensajes solidarios por la partida hacia la eternidad de un estadista de calibre mundial.

Frenética, la chusma de la contrarrevolución concentró en Calle 8 y otras avenidas miamenses a terroristas, mercenarios y vividores del negocio de la guerra contra Cuba con cargos en el Congreso federal y estadual. El hombre que tantas veces trataron de matar y la Revolución que intentaron derrotar, seguían vivos.

Sin embargo, la reacción de la ultraderecha de la Florida y de Trump recordaba los peores tiempos de la guerra fría y presagiaba una tormenta gélida para las relaciones bilaterales, poco tiempo después del restablecimiento de vínculos diplomáticos entre ambos países y cuando empezaban a multiplicarse los puentes y a estrecharse las distancias, pese a las 90 millas que nos separan.

Los mismos que auguraron el fin de la Revolución tras el derrumbe del campo socialista, que ofrecieron millones para poner bombas en los hoteles, derribar aviones comerciales procedentes de Miami, estimular éxodos masivos, violaciones del espacio aéreo y pretextos injerencistas de todo tipo, para espantar cualquier normalización o entendimiento civilizado; los promotores de las leyes Torricelli y Helms-Burton, volvían a la carga y enseñaban los dientes en discursos y fotografías amenazantes junto al nuevo mandatario en la sede de la Brigada 2506, el cuartel de la CIA y otros parajes.

Trump revivió el odio en EE. UU. y, especialmente, en la Florida, donde tiene hoy su centro de operaciones y como consultores para el crimen a excontrincantes electoreros, como el senador Marco Rubio, su aliado en el ataque al Capitolio, expresión de la tendencia fascistoide que estimuló y globalizó.

Los humos del extremismo, la violencia y el terrorismo contra Cuba sobrepasaron las fronteras de los discursos para reaparecer dentro y fuera de la Isla con 243 medidas hostiles con impacto en todas las esferas de la sociedad.

No se sabe con exactitud cuántos proyectos subversivos al unísono y acciones encubiertas, propias del manual de guerra no convencional, y multiplicadas por el sucesor Joseph Biden, salieron de las garras del mismo grupúsculo conservador de congresistas anticubanos.

Los mismos que desde Miami dieron órdenes de profanar en La Habana monumentos del Héroe Nacional, el 1ro. de enero de 2020, organizaron un ataque terrorista contra nuestra embajada en Washington, en la madrugada del 30 de abril. Todo incluido en el guion de la guerra mediática y en el espacio virtual de las redes antisociales, que incitan a hechos violentos, ilegales e inhumanos, para luego tratar de imponerlos como legítimos o consumados cuando aún no se han realizado, victimizar a los autores y desatar campañas difamatorias.

Adictos a las mentiras

No se escatiman esfuerzos para fabricar una imagen de país en caos, con total complicidad del Gobierno de EE. UU., que nunca se pronunció contra tales acciones ni dio resultados de las investigaciones, pero se aprovecha para presentarlas como manifestaciones de descontento contra el gobierno y justificar más bloqueo, hostilidad, generar mentiras o denuncias infundadas.

Acostumbrados a la nueva era de la posverdad de Trump, a quien cuando le faltaban seis meses para abandonar la Casa Blanca ya le tenían registradas 22 000 mentiras, a los matarifes de Miami les resultaba fácil cumplir la vieja práctica de los ideólogos de Hitler, de inventar las más groseras falsedades sobre la situación en Cuba, arremeter contra los nuevos dirigentes del país, y desatar una guerra virulenta contra la colaboración médica internacional y el sector cultural.

Ante la derrota de Donald Trump, que había contado con jefes de campaña en Miami vinculados a lo peor de la farándula anexionista, históricamente conectada a capos con el monopolio del terror en la Florida, Colombia y lugares intermedios, enfilaron los dineros a frustrar cualquier intento de Biden por flexibilizar o cambiar en algo la política guerrerista restablecida por el magnate.

Condicionamientos y presiones para los nombramientos de los nuevos cargos, previo compromiso de posiciones hostiles hacia Cuba; intentos de revivir la farsa de los supuestos ataques acústicos; incitación de la actividad contrarrevolucionaria desde el exterior, la fabricación de huelgas de hambre y nuevos grupúsculos, show mediáticos con la participación de artistas emigrados y el estímulo a la deserción y emigración ilegal, son algunas de las acciones principales del andamiaje subversivo, para crear una situación interna desfavorable en la Isla, que desalentara cualquier acercamiento y propiciara desenlaces negativos.

En medio de una transición gubernamental, los intereses de la mafia de Miami no eran diferentes a los de quienes ostentan el control de la Comunidad de Inteligencia, del Departamento de Estado y otros estamentos fundamentales en los que se deciden las directivas de política exterior hacia Cuba, y donde no se movería ni un pelo en sentido contrario al camino empedrado de Trump.

El pretexto de estos casi ocho meses embarazosos de Biden es un lento y temeroso estudio, sin otros resultados que no sean sanciones y más castigos, de listas negras e inmovilismo total, de continuidad del trumpismo e incumplimiento de promesas electorales, para cumplir los designios de los promotores del caos en el Capitolio y la Florida.

Los enemigos actuales orquestan disturbios con métodos encubiertos, financian a delincuentes y mercenarios que van desde atentar contra bustos de Martí, hasta contra hospitales y niños. Todo lo que promueva el desorden, la violencia, la anarquía y hasta la muerte vale para los cavernícolas de la guerra no convencional.

La licencia de tres días para matar ya no es una exigencia de los terroristas de Miami, es una obsesión de quienes generan disturbios, redes sociales mediante, para luego magnificarlos por la misma vía; globalizarlos por los monopolios de la información en manos de EE. UU.; provocar detenidos para luego manipular a sus familiares y sumarlos a la guerra; hacer de todo una noticia horrible sobre Cuba y su Gobierno; conquistar con la mentira sanciones internacionales contra el país y antipatías internas y externas; crear adictos a la mentira que se crean todo lo que les digan desde Miami y otras partes, y no crean nada que se genere en los medios locales o por personalidades e instituciones oficiales.

Fabricar “apolíticos”, “indefinidos”, “confundidos”, “centristas”, “nuevos derechistas”, anticomunistas, no es un propósito exclusivo de proyectos o programas subversivos de la USAID con disímiles caretas, es una meta a corto plazo de las redes sociales y de las plataformas al servicio de los centros de subversión made in USA.

Tenemos ideas y conquistas sagradas que defender, como verdades y razones, para enfrentar el mundo del dinero y de las mentiras, con la estirpe de Baraguá, comprometidos con las más de 3 400 víctimas del terrorismo de EE. UU. contra Cuba, los 2 099 impedidos físicos y los más de 20 000 asesinados por la dictadura de Batista antes del 1ro. de enero de 1959, los verdaderos muertos, torturados y desaparecidos de nuestra historia.