Chile: balance de las elecciones para la Constituyente Por Sebastián Rivera Mir | Revista Común, México

Chile: balance de las elecciones para la Constituyente Por Sebastián Rivera Mir | Revista Común, México

Casi todo estaba en contra el 15 y 16 de mayo. La lista de problemas era larga. Pandemia, cuarentenas, campañas truncadas, ley electoral restrictiva, la imposibilidad del voto desde el extranjero, falta de transporte público, elección durante dos días (donde los militares fueron los encargados de custodiar los votos), alto abstencionismo, desequilibrio en el financiamiento de las campañas, confusión electoral generada por combinar cuatro elecciones distintas, votos que podían llegar a tener 80 candidatos, medios de comunicación al servicio de la derecha… Aun así, los votantes decidieron dar una vuelta al tablero político. Las fuerzas antineoliberales se convirtieron en las grandes triunfadoras de la jornada electoral y se preparan para comenzar a escribir una nueva constitución.

Porqué los resultados

Más allá del análisis específico de lo que sucedió la tarde del domingo 16 de mayo, es relevante poner esta coyuntura en un contexto amplio que explique por qué, a pesar de todas esas condiciones adversas y pese a la baja participación, el resultado final implicó un quiebre con el modelo político imperante desde el fin de la dictadura cívico-militar.

La derecha y en general todos los partidos políticos que se habían turnado el gobierno durante los últimos treinta años fueron los grandes perdedores de la jornada. La lista de la derecha no alcanzó el tercio que requería para vetar cualquier disposición que emane de la nueva constitución. Pese a recibir más de 80% de los aportes privados a las campañas electorales, su propuesta de frenar los cambios ni siquiera movilizó a sus más férreos votantes. Por su parte, la Democracia Cristiana sólo obtuvo 2 representantes, lo que significa una caída estrepitosa de uno de los principales partidos chilenos desde la segunda mitad del siglo XX.

Por otro lado, los partidos emergentes, como Revolución Democrática o Convergencia Social entre otros, y aquellos tradicionalmente excluidos, como el Partido Comunista, lograron ampliar su base electoral. Sin embargo, las principales triunfadoras fueron las listas de independientes, y hay que recalcar que son “listas”, porque a diferencia de otros procesos donde los independientes pueden ser considerados descolgados de los partidos, en este caso dichas listas agruparon a un amplio espectro de la izquierda antineoliberal, integrantes de movimientos sociales y activistas. En definitiva, 77 de los 155 constituyentes elegidos formaron parte de listas que impulsan cambios radicales al modelo neoliberal.

Quiénes son los independientes

Un repaso rápido por las trayectorias de algunos de estos independientes nos conduce a militantes de base, ecologistas, defensores de los derechos humanos, pescadores artesanales movilizados, integrantes de colectivos feministas, numerosos activistas en contra de la privatización y sobreexplotación del agua, la mayoría marcados por la palabra “comunidad” y por los procesos políticos locales. A estos debemos sumar los 17 escaños reservados para pueblos indígenas, y el resultado es aún más avasallador por parte de los sectores que se oponen a la dirección que ha tenido Chile desde 1973.

Entre las principales coincidencias que poseen encontramos el rechazo al sistema (privado) de capitalización individual de pensiones (AFP como se llama en Chile, o AFORES como se le conoce en México), la necesidad de aumentar el compromiso social del Estado, la definición de Chile como un país plurinacional, la obligación de generar políticas que fortalezcan la igualdad de género, entre otras variables.

De hecho, en el marco de esta última temática, el proceso electoral también dejó marcas relevantes. Si bien desde un principio se incorporó un mecanismo para permitir que el resultado final equipara la cantidad de hombres y mujeres, el sistema de corrección finalmente favoreció a los hombres, ya que las mujeres tuvieron más votos en determinados distritos. De no haber aplicado este mecanismo, el resultado hubiera sido que la convención constitucional estaría formada por 84 mujeres y 71 hombres (finalmente quedó en 78 hombres y 77 mujeres).

Esto sin duda abona a la idea de que el problema de la subrepresentación femenina no respondía a temas culturales, sino que son las dinámicas internas de los partidos las que frenaban su integración. Donde no hubo ningún sistema que garantizara la elección paritaria, como fue en el caso de las votaciones por alcaldes, el resultado también permitió un crecimiento amplio de las mujeres electas. Incluso la Municipalidad de Santiago será dirigida por primera vez por una mujer comunista.

Comunistas triunfan en los municipios

Si observamos la elección de concejales los resultados también se definieron en la misma dirección. Según se ha planteado para el caso chileno, los concejos municipales corresponden al espacio de la política real, de los actores locales, del vínculo más estrecho entre ciudadanía y sus representantes. En la Región de Metropolitana, por ejemplo, el gran triunfador fue el Partido Comunista, que ahora posee la mayor cantidad de representantes, mientras que la Derecha sólo controla ocho de estos concejos. Nuevamente aquí el crecimiento de los sectores antineoliberales fue avasallador.

Ahora bien, uno de los primeros elementos que se requiere desmontar para comenzar a comprender por qué sucedió esto tiene que ver con cuestionar lo “sorpresivo” con que los medios y algunos políticos tradicionales chilenos han tachado los resultados. Por supuesto, hay algo de inesperado, pero si observamos con detención lo que viene sucediendo en el país desde hace algunos años, quizás ya hace un par de décadas, nadie puede sentirse sorprendido. Y con esto no me refiero solamente al levantamiento popular de 2019 o al triunfo el año pasado del Apruebo por cerca de 80%, sino a toda una serie de eventos y prácticas que evidencian el distanciamiento entre la población y los partidos que han rotado en el poder.

Desde comienzos de la década del 2000 comenzó en Chile un marcado proceso de movilizaciones sectoriales que cuestionaban algunos aspectos del modelo neoliberal. Hacer la lista completa sería agotador, pero regularmente cada tres o cuatro años el país enfrentó conflictos cada vez de mayor envergadura en torno a los pilares en los que se basa el sistema político económico. Estas movilizaciones sectoriales convergieron en octubre de 2019, provocando uno de los estallidos sociales más profundos y prolongados en la historia de Chile.

Sin embargo, los partidos tradicionales, tanto los que hoy gobiernan Chile como los integrantes de la ex Concertación, han sido incapaces de comprender las demandas sociales y sólo han fortalecido una agenda represiva. Este último año, la pandemia ha sido aprovechada por el gobierno para llevar a cabo una verdadera oleada restauradora que ha afectado la cotidianidad de toda la población.

Estas décadas de movilizaciones indudablemente gestaron nuevos actores sociales y potenciaron los debates en torno a posibilidades políticas alternativas. Este proceso, como han señalado algunos analistas, aún está en marcha, ya que estos nuevos sujetos comienzan recién a consolidar sus posiciones y proyectos. Una de las constantes que les ha permitido articularse es el rechazo a los partidos políticos tradicionales, mientras la política adquiría una importancia central. Sus formas de organización son distintas, pero todas ponen en el centro de sus prácticas nuevas formas de comprender lo político, ya no como una esfera separada de la sociedad, sino como el eje central de articulación con lo social.

¿La derrota del individualismo?

Uno de los principales resultados del neoliberalismo como propuesta identitaria, esa que no se puede eliminar por decreto, fue precisamente la construcción de un sector que reivindicaba su despolitización, donde el individualismo ocupaba el centro de la vida cotidiana. Ejemplos de este tipo de propuestas los encontramos en innumerables manifestaciones culturales chilenas, desde el arte hasta los comerciales televisivos, pasando por la típica frase de la década de 1990 “no estoy ni ahí” o el ya conocido eslogan “todos los políticos son iguales”.

Por supuesto, la extensión de esta propuesta identitaria también estaba asociada al consumo, como el principal mecanismo de construcción de lo social. Chile posee 11 millones de deudores de tarjetas de crédito, pero su fuerza laboral es sólo de 8 millones de personas, o sea, hay quienes sin aún ingresar al mercado laboral ya poseen créditos en su historial. Una cantidad importante de estas deudas corresponde a sueldos que no alcanzan, pero otra parte es también el resultado de una dinámica en la que el consumo se volvió el centro de la vida cotidiana.

Por supuesto, esto no ha cambiado drásticamente. Este proceso puede llevar tiempo, y no necesariamente será lineal, ni irreversible. Sin embargo, la elección de constituyentes es una muestra más de que la repolitización de amplios sectores de la población ha continuado emergiendo.

El triunfo de los independientes implica el resurgimiento de algunas prácticas políticas que los votantes habían perdido o fosilizado debido a la rotación de los partidos tradicionales. Se votaba por ellos sin reparar en sus propuestas, ni evaluar sus mandatos. Al contrario, para elegir a una persona que no está adscrita a determinado partido (cuyos proyectos son fácilmente identificables) se requiere involucrarse en conocer quiénes son los candidatos y qué están proponiendo. El elector necesita hacer algo más que simplemente marcar el voto. De ese modo, la opción masiva por independientes exigió que la ciudadanía tuviera una inmersión en programas, propuestas, perfiles de los candidatos, reconocimiento de nuevos pactos electorales, entre otras actividades.

En este sentido, por ejemplo, La lista del pueblo (la cual fue la que obtuvo mejores resultados) hizo algo muy interesante en su franja electoral. Mientras la mayoría incluyó actores y personas de la farándula en sus propias listas de candidatos, La lista del pueblo no lo hizo, pese a también estar respaldada por algunos de los principales actores de sistema televisivo chileno. En cambio, en su franja aparecieron algunos de ellos señalando explícitamente que eran actores, no políticos, ni activistas, por lo que no querían farandulizar el proceso constituyente, ni suplantar a los verdaderos representantes populares. De ese modo, llamaban a votar por quienes habían estado en la calle, por quienes se habían organizado y por quienes representaban las demandas de los movimientos sociales. Esto no fue así en todas las listas, pero varias de ellas precisamente cuestionaron la tele-política que viene imperando desde hace algunas décadas en nuestros países.

¿Chile es una excepción?

Algo relevante que también podemos encontrar en los discursos de los diferentes actores independientes, e incluso un poco más allá de ellos, es una apelación a uno de los elementos tradicionales de la autopercepción política chilena: la noción de excepcionalidad. Esto ha cristalizado de distintas maneras, impactando en los discursos tanto de la izquierda como de la derecha a lo largo del último siglo de la historia de Chile.

La idea de ser un país excepcional fue recalcada por Salvador Allende, al plantear su proyecto de socialismo como único en el mundo; de igual modo se reiteró en la década de 1990, posicionando a Chile como el ejemplo del desarrollo neoliberal; y lo volvió a plantear Sebastián Piñera para deslindarse del desorden que había en Sudamérica, justo unos días antes de octubre de 2019.

Lo interesante de esta verdadera impronta de la política chilena es que ha servido para impedir que el discurso sobre otras experiencias constituyentes afecte lo que sucede al interior del país. La nueva constitución será algo excepcional (de hecho, será la primera paritaria en el mundo), y esa condición impide asemejarla a cualquier otra, ya sea de orden bolivariano o al caso islandés (2011). Esta apelación, más allá de si es o no correcta, ha dejado sin argumentos a aquellos que han tratado de denostar el proceso como algo copiado y “no chileno”.

Ahora bien, durante estos días se ha escuchado recurrentemente la idea de que “la Convención Constitucional será como es Chile”. Sin lugar a duda, esto es una exageración. Pero nos sirve para mencionar algunos de los desafíos y problemas que el nuevo escenario plantea para las fuerzas antineoliberales. El principal de ellos se refiere a los límites de la politización. Si bien este proceso es evidente especialmente entre algunos sectores movilizados, estudiantes, organizaciones feministas, los sectores tradicionales de la izquierda, especialmente el ámbito sindical ha quedado rezagado. La principal dirigenta de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), no logró ser electa. Las apelaciones a las clases sociales y al mundo de los trabajadores, en un país con una de las peores distribuciones de la riqueza del mundo, son aún muy tenues.

Otro desafío en esta misma línea obedece a los márgenes de la participación. El abstencionismo sigue siendo el principal fenómeno electoral chileno. Sin embargo, cualquier posibilidad de reconstruir los nexos entre lo social y lo político pasan necesariamente por desarrollar procesos cada vez más inclusivos. El fortalecimiento de los nuevos sujetos sociales requiere de ese modo compatibilizar los triunfos electorales con el trabajo en terreno. Por supuesto, esta exigencia no es ajena a los distintos actores y cada vez encontramos más experiencias concretas que apuntan en esta dirección.

Finalmente, me parece necesario destacar que, pese al triunfo abrumador de los sectores antineoliberales, aún queda un amplio camino por recorrer. Este proceso estará marcado por la Convención Constituyente, pero esto sólo debiera ser un escalón en un recorrido que aún no tiene un puerto de llegada. Por supuesto, la trayectoria estará marcada por cómo se enfrentan problemas relacionados con la participación, la fragmentación y la consolidación de las nuevas prácticas políticas asociadas a los nuevos sujetos sociales emergentes.