Como debe ser un cuadro de la Revolución Por Victor Fowler Calzada | Diario Granma, Cuba

Como debe ser un cuadro de la Revolución Por Victor Fowler Calzada | Diario Granma, Cuba

El camino siempre será difícil y requerirá el esfuerzo inteligente de todos.
Fidel Castro Ruz

En un momento del discurso pronunciado por Fidel Castro, Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en la escalinata de la Universidad de La Habana, el día 13 de marzo de 1962, el orador se refiere a las hoy míticas “escuelas de instrucción revolucionaria” como lugares en los cuales iba a resultar posible, según propone en una frase que reunía tanto demandas como esperanzas: “forjar masivamente, crear masivamente cuadros revolucionarios, con el verdadero espíritu revolucionario”.

La demanda, que tiene su origen en la necesidad imperiosa de emprender las enormes tareas de organización y dirección de la vida que aparecen cuando se trabaja a escala de país, estaba directamente asociada al hecho revolucionario desde el ángulo de la cantidad de personal de dirección (en todas las ramas y ámbitos de las estructuras políticas, de producción y administración) que, a esas alturas todavía iniciales del proceso, ha emigrado fuera del país. Es así, al verse instalada la demanda en esta suerte de corte histórico (donde los tiempos quedaron divididos en un antes y un después), que la formación masiva y acelerada de los cuadros adquirió la dimensión de una épica fundacional.

La forja de los revolucionarios

La esperanza, partiendo de la vocación de transformación social que constituye el espíritu de la Revolución cubana, implicaba una proyección tal hacia el futuro que lo mismo se proponía “llenar” (mediante la multiplicación de espacios de formación) los vacíos dejados por la mencionada ausencia que establecer (a través de la extensión de una nueva conciencia colectiva) una direccionalidad o meta para los esfuerzos. Se trata de formar lo que el discurso identifica como “verdadero revolucionario” y que, de manera implícita, da por supuesta la existencia de un polo contrario habitado por lo que pudiéramos denominar “falso(s) revolucionario(s)”; de este modo, según la proposición, lo que revela al revolucionario “verdadero” es el hecho de que “sabe”: pensar y discutir, tiene convicción, disciplina, “conciencia nueva” y, en fin, “una actitud nueva ante la vida”. La Revolución, entonces, es un hecho “nuevo” y su fuerza brota de la continua reproducción de esa novedad que transforma el medio, los hombres y las relaciones entre ellos.

En términos prácticos, la propuesta solo consigue verificarse cuando se unen acciones de gobierno (asociadas al cambio en los procesos de enseñanza-aprendizaje) y la voluntad de autosuperación que alcance a manifestar ese sujeto mayor de la Revolución que es el pueblo. La apetencia de conocimiento y cambio que las masas demuestran en los momentos de eclosión de un proceso liberador, es potenciada a través del arsenal de conceptos y herramientas de interpretación/transformación del mundo que adquieren; en esta articulación, el cuadro no es solo un organizador de procesos que maneja fuerzas y flujos en atención a indicadores de eficiencia, sino que se constituye en ideólogo en tanto que proyecta futuro, ofrece (con su práctica cotidiana) modelo a seguir, cohesiona, estimula, impulsa, transmite, enseña, se constituye en un marcador de la nueva justicia. A esto se refiere Fidel, en el discurso del 23 de agosto de 1970, durante la celebración, en el Teatro Chaplin, del acto por el X aniversario de la constitución de la Federación de Mujeres Cubanas, ocasión en la cual expresó que: “(al) principio la vanguardia era una minoría, los revolucionarios conscientes eran una minoría. Pero producto de la Revolución, producto de esa llama que se prendió en los corazones y en las inteligencias de nuestro pueblo, producto de la lucha, ya no es una minoría…”.

Más responsabilidad, más sacrificio

Las consecuencias que derivan de este tránsito conducen a una modificación radical en lo que toca al sentido último de la relación entre el cuadro político, el entorno inmediato en que opera y, en general, el pueblo en cuyo interior respecto al cual es tanto guía de ideas como su representante. Tal modificación debe ser entendida como producto del desarrollo en el tiempo de la nueva justicia que trae consigo el proceso de Revolución, pero también de los esfuerzos de los cuadros para extender la cobertura, magnitud numérica, intensidad de las acciones, hondura en el conocimiento de los integrantes de la vanguardia a la que él pertenece; dicho de otro modo, la lógica misma de toda Revolución social radical deberá ser (sobre la base de la noción y la acción de ese grupo inicial) generar tal dinámica de incorporaciones que sustituya cualquier diferencia entre élite y masa por un replanteo de las interacciones entre la nueva dirección político/administrativa, el pueblo y ese mediador imprescindible que es el cuadro. A esto se refirió Fidel cuando, en el mismo discurso, señaló que: “Ya no hay que ver siempre las cosas del modo en que una minoría va a inculcar conciencia. ¡No! Hay que ver también las cosas del modo cómo una minoría, que tiene determinadas tareas y funciones, va a buscar conciencia en ese pueblo. Ya no se trata solo de desarrollar ideológicamente, se trata de desarrollarnos ideológicamente también nosotros. Ya no se trata de ayudar al pueblo a desarrollar su conciencia, sino que el pueblo nos ayude a desarrollar nuestra propia conciencia”.

La paradoja de lo anterior radica en que –si bien el hecho de alguien “ser” cuadro supone reconocimiento, distinción y diferencia– la prueba de autenticidad para quien ejerce esta función social comienza cuando (más allá de las capacidades y habilidades que pueda demostrar en la guía y estímulo al desarrollo político de otros) regresa a esa masa o lugar original del cual, alguna vez, salió. Ese movimiento dialéctico, multiplicado en los miles de personas que ejercen funciones profesionales de dirección política/estatal y resumido en cada una de ellas, justifica la búsqueda de un diálogo permanente entre el cuadro y el pueblo; un diálogo en cuya base se encuentran las nociones de soberanía, independencia nacional, desarrollo sustentable, resistencia, solidaridad, antimperialismo, anticolonialidad e igualdad radical. En opinión de Fidel, para implementar, de manera continua, semejante diálogo, es imprescindible, según señala en el discurso pocos minutos más tarde, que:

“…Esa vanguardia se supere a sí misma, se desarrolle más, erradique sus fallas, erradique sus deficiencias y erradique sus debilidades; cuide su actitud en todos los aspectos, ¡sea ejemplo en todos los aspectos! ¡Ser ejemplo en todos los aspectos significa ejemplo sin excepción de ninguna clase! Nuestros militantes revolucionarios, nuestros cuadros, los compañeros que tienen responsabilidades: ¡A más responsabilidad, más obligación: a más responsabilidad más deber: y, a más responsabilidad, ¡más sacrificio! ¡A más responsabilidad –repito–, más deber! ¡A más responsabilidad, más sacrificio!”.

Desde dentro y desde el frente

La lógica interna del movimiento aquí descrito es que la vanguardia se ratifique cada vez más como tal en esa dualidad de estar –al mismo tiempo– en el interior del pueblo y a la cabeza de él como su guía; dicho de otro modo, al actuar y pensar como alguien que, junto con el haber sido designado (distinguido, diferenciado, seleccionado) para ejercer funciones de dirección y conducción político/administrativa, es también un alumno, disciplinado y entusiasta, dispuesto a escuchar al pueblo al cual sirve y aprender sin descanso de sus enseñanzas. Esto solo es conseguible en la medida en la que sean cada vez mayores el grado de desarrollo y superación político-cultural de los cuadros, junto con los esfuerzos que hagan para la erradicación de fallas, deficiencias y debilidades de cada uno; así, la vigilancia sobre sí mismo, la autorrevisión y autocrítica permanentes (traducidas en ejemplo en las actuaciones) son condición imprescindible para que el encuentro con el pueblo alcance y genere una intensidad máxima, en su impacto inmediato y en sus efectos.

Aquí, esta multiplicación de conciencia disemina en el pueblo la sustancia misma de la condición de vanguardia, pero también se alimenta de los pensamientos y acciones en todos los puntos de ese mismo pueblo para que la vanguardia se pueda entender a sí misma; esto se traduce en una intensa interacción entre interior y exterior donde confluyen el diálogo, la introspección, la acción transformadora, el autoperfeccionamiento, el estudio, el sacrificio y, en general, el amor absoluto al país y a su gente. Esto, para Fidel, significaba unificar lo anterior con el imperativo ético de trabajo sintetizado en las siguientes líneas: “¡A más responsabilidad, más obligación: a más responsabilidad más deber: y a más responsabilidad, más sacrificio!”.

De esta manera, el contenido filosófico del trabajo del cuadro (esfuerzo que, en el mismo discurso, definirá como: “la mejor tarea a la que un ciudadano de este país pueda consagrar sus energías”), quedó expresado del siguiente modo:

“Es necesario convertir esa energía de la masa y esa fuerza de la masa en eficiencia. Imposible lograr esa eficiencia desde arriba: allí, a nivel de aquel punto, solo desde abajo se puede lograr esa eficiencia. Y esa es la idea, es el hilo que consecuentemente desarrollado puede tener las más grandes posibilidades a niveles de región, de ciudad, de provincia y de nación. Y son precisamente estos mecanismos adecuados para el funcionamiento de la democracia proletaria, para el encauzamiento de la energía de las masas. Y así nosotros estaremos preparando miles de hombres, decenas de miles de hombres, cientos de miles de personas irán pasando por esas escuelas de responsabilidades”.

Los falsos revolucionarios

Termino el presente comentario haciendo mención a otro fragmento de Fidel, esta vez de su reflexión en ocasión del IX Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba (8 de abril de 2010), momento en el cual avisó que los cuadros del Partido y el Estado iban a tener que “enfrentar problemas cada vez de mayor complejidad” y que esto iba a demandar de los “responsables de la educación política” más conocimientos que nunca antes “de la historia y la economía, precisamente por la complejidad de su trabajo”.

En este punto, Fidel detalla una serie de elementos propios del “falso” revolucionario del que ya nos había hablado en aquel discurso de 1962 con el cual comenzamos este texto; estos elementos serían, además de otros muchos que podamos identificar, los que identifican actitudes conectadas a los siguientes contenidos: “anhelan consumismo y rehúsan el trabajo y el estudio”, “los demagogos, los oportunistas”, “anhelan soluciones fáciles en busca de popularidad”, “traicionan la ética” y, finalmente, los que practican “el oportunismo y la traición”.

Este breve artículo de Fidel tiene, como aspecto de especial interés, el mostrar como destinatario fundamental a los jóvenes cubanos, razón por la cual su primera oración es: “tuve el privilegio de seguir directamente voz, imágenes, ideas, argumentos, rostros, reacciones y aplausos de los delegados participantes en la sesión final del IX Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba…”.

Además de ello, al hablar acerca de los cuadros, sus palabras avisan que –justo por la complejidad de su trabajo– van a ser necesarios “mayores conocimientos que nunca de la historia y la economía”, ya que “basta leer las noticias que llegan todos los días de todas partes para comprender que la ignorancia y la superficialidad son absolutamente incompatibles con las responsabilidades políticas”.

¿Qué es ser un cuadro ahora mismo (o cómo describir el serlo en el futuro previsible)? Creo que un buen modo de comenzar a entenderlo es reunir en haz todo cuanto hemos escrito en este artículo, pero también agregar en el cuadro: la posesión de una muy amplia cultura que le permita comprender las particularidades, problemas y desafíos del desarrollo científico-tecnológico en el mundo de hoy; la voluntad de estudiar, investigar y mantener una actualización permanente en lo tocante al desarrollo de la creatividad y las políticas de innovación; la capacidad de identificar, en especial dentro de sectores populares, particularidades conductuales y socio-sicológicas asociadas a situaciones de vulnerabilidad económica y social; la preparación y capacidad para sostener diálogo permanente con la intelectualidad científico-técnica, administrativa y artístico-literaria; la presencia y diálogo permanente con los medios masivos de comunicación, acerca de problemas medulares para aquellos a quienes guía; el deseo de escuchar a la masa, escuchar sus demandas y críticas, así como aprender de ella.

Tal como anotó Fidel en ese breve texto del año 2010: “la educación de los cuadros será la tarea más importante que los partidos revolucionarios deberán dominar. No habrá jamás soluciones fáciles…”.

Vale la pena pensarlo, una y otra y otra vez.