Con la pandemia, la mayor certeza es la incertidumbre Por Eder Peña | Misión Verdad, Venezuel

Con la pandemia, la mayor certeza es la incertidumbre Por Eder Peña | Misión Verdad, Venezuel

“Resultados preliminares”, “hipótesis”, “fact-checking”, “fake news”, “falta de evidencia” son algunos de los términos y frases con las que nos ha familiarizado la pandemia global que se desató en 2020. Usualmente están acompañados de noticias e informaciones que, más que acercarnos a certezas, intentan acercarnos a una verdad: con la Covid-19 no hay certezas.

Ciertamente la ciencia, como tarea de búsqueda metódica y meticulosa de la verdad, ha pretendido apuntalar la elaboración de buenas políticas que logren traducir, de cada verdad basada en pruebas, en acciones concretas. Sin embargo, este patrón de conocimiento ha sido impregnado de un halo de infalibilidad cuidadosamente resguardado por quienes han hecho de la verdad un entramado de negocios.

Es así como la “verdad” en capitalismo también es un negocio que administra un clero conformado por “autoridades de la materia” (expertos), los medios que escogen a quién o qué proyectar hasta el hartazgo y, por supuesto, los gobiernos puestos por las corporaciones que ungen con su varita financiera.

Bienvenidos a lo complejo (sin complejos)

Nos han malnutrido de ideas y conceptos lineales que nos hacen creer que todo funciona como una máquina de refrescos o un cajero automático. Nuestra relación con casi todo, incluyendo lo vivo, es que si aplicamos tal o cual formulación de códigos o insumos entonces obtendremos determinados resultados.

La Covid-19 ha puesto de manifiesto la complejidad de la vida y, cómo no, de la ciencia que pretende conocerla a fondo. Asimismo la elaboración de políticas a partir de la “rigurosidad científica” ingresa en un contexto de incertidumbre y, aunque algunos resultados de investigaciones recientes puedan considerarse hechos, la base de pruebas sobre la eficacia de las intervenciones preventivas y terapéuticas sobre la enfermedad (y sobre todo la salud) sigue siendo irregular.

Intervenciones como las vacunas, el confinamiento, la mascarilla, medicamentos u otras siguen estando a prueba y generan evidencias de que estamos ante algo nuevo, el virus SARS-CoV-2 sigue evolucionando y adaptándose. Es siempre discutible la medida en que los resultados de la investigación de otras enfermedades y otros virus pueden extrapolarse a la Covid-19.

Nadie ha demostrado que se puede acabar con la pandemia, muchos estudios al respecto se plantean escenarios que pasan incluso por la inmunidad de rebaño, pero algunos datos recientes han estimulado un debate que, si se asumiera con dedicación generosa, daría más frutos que frustraciones.

A medida que la experiencia de cada país con la Covid-19 pasa de ser un problema nacional agudo a ser parte de una crisis civilizatoria, todos los involucrados, es decir, médicos, científicos, responsables políticos y ciudadanos, vamos asumiendo que las incertidumbres pueden no resolverse nunca o resolverse tarde. También aprendemos a vivir con ellas, como era antes de que la noción baconiana de guerra contra, y dominación de, la naturaleza, permeara nuestra manera de verlo todo.

La Covid-19 es un problema complejo en un sistema complejo. Cada sistema complejo está, por definición, formado por múltiples componentes que interactúan, es abierto porque sus límites son fluidos y difíciles de definir, evoluciona dinámicamente porque sus elementos afectan y se afectan por otros elementos, son imprevisibles porque una entrada fija al sistema no tiene un resultado fijo, también se autoorganizan cuando responden de forma adaptativa a las intervenciones.

Cada sistema complejo solo puede entenderse adecuadamente en su totalidad, por lo que aislar una parte del sistema para “resolverlo” no produce una solución que funcione en todo el sistema para todo el tiempo.

Al fragor de las variantes: Delta… y las que vendrán

Uno de los temas que sigue siendo investigado y debatido es si existe la posibilidad de infectarse con la nueva variante Delta después de ser vacunado. Se trata de una mutación del SARS-CoV-2 que ha frustrado el regreso a la “normalidad” en al menos 100 países y es posible que se convierta en la variante dominante a nivel mundial en los próximos meses.

En Estados Unidos continúa propagándose rápidamente debido a que es altamente contagiosa, es responsable del 83% de los casos nuevos de Covid-19. Con menos de la mitad de la población de ese país completamente vacunada, existen las condiciones para que el virus continúe evolucionando.

El escenario se complica porque hay un alto nivel de movilización humana y muchas personas vacunadas han relajado las medidas de prevención con la creencia, no suficientemente demostrada, de que la vacuna les protege como si fuera una burbuja aislante.

Hace un año se creía que con un 70% de personas inmunizadas habría una inmunidad de rebaño suficiente para detener la transmisión del virus SARS-CoV-2; la cantidad de personas que, en promedio, infectaba una persona contagiada (tasa replicativa) era entre 2 y 3; pero con la variante Delta este número sube a entre 6 y 10 personas.

Visto así, la inmunidad de rebaño necesaria para “contener” la transmisión es de 90%, sabiendo además que las vacunas no son 100% eficaces y esta cifra puede aumentar si no se inmuniza a los niños. En Reino Unido se ha desarrollado el Proyecto Zoe que consiste en un estudio sobre una muestra de más de 40 mil casos de Covid-19 confirmados por secuenciación del genoma del virus en Inglaterra. Los resultados confirman un riesgo dos veces mayor de hospitalización por infecciones en pacientes con la variante Delta frente a las infecciones con Alfa.

Dicho riesgo es mayor en personas no vacunadas o parcialmente vacunadas. Estas personas constituyeron la mayoría de los casos en el estudio que fue publicado en The Lancet Infectious Diseases y realizado con datos oficiales recopilados desde el 29 de marzo hasta el 23 de mayo pasados.

Los puntos claves de transmisión están en la no obligatoriedad del uso de mascarillas y el aumento de reuniones en espacios abiertos, también en la movilidad entre regiones. La buena noticia fue que, como las personas más vulnerables estaban vacunadas, el repunte no estuvo acompañado por la saturación hospitalaria.

También cambiaron los síntomas clínicos más habituales en la infección por SARS-CoV-2 como se aprecia en la siguiente imagen publicada por el inmunólogo Alfredo Corell Almuzara: los síntomas más frecuentes de la variante original que siguen presentándose (azul) están desplazados por otros que aparecen hasta en personas vacunadas (rojo), en la medida en que avanza la variante Delta.

En azul los síntomas más frecuentes de la variante original que siguen presentándose y en rojo los síntomas que han aparecido más frecuentemente asociados a la variante Delta

Adictos a la certeza y la “normalidad”, muchos son los ciudadanos que se niegan a acatar las medidas mínimas de seguridad ante un virus que ha demostrado adaptarse mejor a los cambios, a esto se suma la necesidad de esa “normalidad” para quienes se mantienen a partir de la economía informal.

Como el desempleo es uno de los efectos sociales de la pandemia, los niveles de informalidad se han visto incrementados, lo que hace que muchos deban lanzarse a las calles a buscar ingresos, más en una economía lacerada por “sanciones” y sabotaje interno como la venezolana.

Recientemente los científicos de la OMS informaron que analizan una nueva variante bautizada como “mu” o B.1.621, identificada por primera vez en enero en la vecina Colombia y aún clasificada como “variante de interés”. Presenta mutaciones que podrían indicar un riesgo de “escape inmunitario” o resistencia a las vacunas, y se requieren estudios adicionales para comprender sus características.

Se le ha encontrado en otros países suramericanos y Europa donde su prevalencia es inferior a 0,1%, pero ha aumentado constantemente en Colombia hasta el 39% y en Ecuador al 13%.

La mayor certeza: exclusión y monopolio

Es posible que la pandemia, como tal, no produzca tanta tensión para el mercado global dominado por las corporaciones como el control de las vacunas. Las tasas de vacunación en los países de ingresos altos son notablemente menores que las tasas de acumulación de vacunas, la mayoría de ellos han comprado dosis como para vacunar a sus poblaciones entre dos y tres veces pero pocos han logrado superar el 70% de la población vacunada.

Además, aunque no hay evidencia científica sobre la efectividad de terceras dosis de modo generalizado sobre toda la población, países como Israel, Reino Unido y Alemania ya han decidido inocular la vacuna Pfizer a quienes recibieron las dos primeras de AstraZeneca o la monodosis de Janssen.

Sus medios, sus expertos, sus manuales nos dicen que todos debemos vacunarnos para erradicar el virus, pero hacen todo para que no todos podamos hacerlo. Mientras más de 3 mil millones de personas no han recibido siquiera la primera dosis, en dichos países siguen imponiendo su ley del embudo global.

Se trata de la misma narrativa del desarrollo: nos han vendido un modelo de desarrollo con un patrón de bienestar al que solo ellos tienen acceso; si todos quisiéramos vivir como ellos tendríamos que buscar continentes-mina que nos venda materia prima barata bajo amenaza de arrebatársela, invadirlo o cambiar sus regímenes si se niega.

Sigamos con las vacunas. El logro de la inmunidad de rebaño a través de la vacunación es incierto, más con la variante Delta, por lo que el beneficio, nada menor, de la vacuna ahora es que podría reducir la gravedad de los síntomas y evitar la saturación hospitalaria.

Además, no es posible expandir la capacidad de atención a casos graves debido a que la industria de equipos médicos y diagnósticos, al igual que la industria farmacéutica, es un monopolio, con todas las características concomitantes de la producción con fines de lucro dominadas por unos pocos.

El control de la producción y la oferta de estos equipos se ejerce mediante la concesión de patentes para maximizar su precio, además controlan la dirección y escala de la innovación tecnológica adquiriendo empresas con ideas innovadoras. Esto ha permitido que muchas de esas empresas con sede en Estados Unidos desempeñen un papel importante en el establecimiento y liderazgo de la industria multinacional de equipos médicos y diagnósticos.

En 1999, 733 de las 5 mil 998 empresas (12%) representaron el 80% de las ventas de la industria, y el 2% más importante representó el 48% de esas ventas. Hoy, el número total de empresas en la industria se ha reducido a 1 mil 83, lo que sugiere una profundización del control del monopolio.

En la misma línea, según una estimación de 2017, las 20 principales empresas de tecnología médica controlaban poco menos del 55% del mercado mundial de tecnología médica, la mayoría de los cuales eran empresas estadounidenses.

La ideología excluyente

En Israel, según el comentarista Nadav Eyal, los casos graves llegaron a aumentar en un 70% en tan solo una semana, el número de casos graves se multiplicó por 10 desde principios de julio y el 90% de los casos graves fueron personas mayores de 50 años; pero también el 95% de esas personas están vacunadas.

Recientemente un estudio médico no revisado por pares determinó que, tras la infección por Covid-19, los pacientes desarrollan una protección inmunitaria natural considerablemente más duradera y fuerte contra la variante Delta que dos dosis de la vacuna de Pfizer-BioNTech. Los datos publicados por científicos del ente sionista muestran que las personas que alguna vez tuvieron una infección por el SARS-CoV-2 eran 27 veces menos propensas que las personas vacunadas a contraer el Delta, a desarrollar síntomas por ello o a ser hospitalizadas con Covid-19.

Sin embargo, está el debate en la Unión Europea respecto al uso de un “pasaporte de vacunas”. En la ciudad de Nueva York, Francia y las provincias canadienses de Quebec y Columbia Británica se han adoptado recientemente estos requisitos de movilización. Sin embargo, una persona vacunada y otra no vacunada tienen la misma capacidad de portar y transmitir el virus, con o sin síntomas.

La ideología excluyente sobre la cual se cimenta el modelo de desarrollo, el diseño de las ciudades, la fábrica, la división internacional del trabajo y muchos otros elementos claves de la modernidad, fue la misma que creó el pasaporte vacunal. No conformes con haber diseñado un mundo de primera para sí, las autoridades de esos países exilian internamente a sus pobladores, profundizando la discriminación que es constitutiva de los “valores” occidentales.

Una lección de la pandemia ha sido que los hechos determinables, reproducibles, transferibles y predecibles pueden ser difíciles de alcanzar, por lo que muchas decisiones sobre esta etapa de la pandemia han de basarse en información incompleta, incierta, reciente o escasa.

Esto exige enfoques diferentes, reconocer que quienes hacemos uso de dichos datos tenemos nuestros propios sesgos confirmatorios, aplicar el mismo escrutinio crítico a lo que que parece apoyar nuestras creencias previas o prejuicios personales que a los que los desafían. Estos tiempos parecen proponer que la toma de decisiones sea basada en el “equilibrio de probabilidades” más que en “pruebas más allá de toda duda razonable”. Es posible que estas no lleguen en un buen tiempo.

La espera de soluciones tecnológicas inmediatas puede impedirnos ser abiertos con respecto a la incertidumbre y reconocer las limitaciones de los datos imperfectos, con pocas certezas se mantendrán las divergencias respecto a las salidas a la crisis. Estos tiempos son útiles para reconstruir algunos hábitos que van desde la higiene hasta la alimentación, debido a que, en particular, estas se mantienen en el corazón de la pandemia.

Es una sindemia, no una pandemia

Las distintas perspectivas pudieran estimular el respeto mutuo en el debate y el espacio para la negociación en conflictos sociales y políticos que se canalicen hacia soluciones multifacéticas y acciones adaptativas, empezando por asumir al Covid-19 como una sindemia. (Una sindemia es la suma de dos o más epidemias o brotes de enfermedades concurrentes o secuenciales en una población con interacciones biológicas, que exacerban el pronóstico y carga de la enfermedad).

El antropólogo médico estadounidense Merrill Singer planteó en los años 90 un enfoque sindémico, que revela interacciones biológicas y sociales importantes para el pronóstico, el tratamiento y la política sanitaria. Más allá de conformarse con analizar el daño causado por el SARS-CoV-2 como un tema epidemiológico, habría que prestar mucha más atención a las enfermedades no transmisibles (ENT) y a la desigualdad socioeconómica de lo que se ha hecho hasta ahora.

Una sindemia no es simplemente una comorbilidad sino que abarca interacciones que aumentan la susceptibilidad de una persona a sufrir daños o empeoran su salud. En el caso de la Covid-19, prevenir las ENT serviría para lograr su contención, abordar la hipertensión, la obesidad, la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y respiratorias crónicas y el cáncer.

Textos como Ricos flacos y gordos pobres. La alimentación en crisis, de la antropóloga argentina Patricia Aguirre, nos permiten prestar mayor atención a las ENT como causa de la mala salud también en los países más pobres.

La búsqueda de una solución puramente biomédica para la Covid-19 fracasará por muy eficaz que sea un tratamiento o una vacuna protectora, pues toca revertir las profundas disparidades o nuestras sociedades nunca estarán a salvo de impactos como los actuales. Abordar la Covid-19 como una sindemia invitará a una visión más amplia, que abarque la educación, el empleo, la vivienda, la alimentación y el ambiente. La salud y seguridad laboral, las nuevas tendencias del emprendedurismo que autoesclavizan a los asalariados, las distancias entre las residencias y las entidades de trabajo.

La construcción colectiva de soluciones en la que múltiples voces, conocimientos y experiencias permitiría un debate que vaya desde la democratización de la propiedad intelectual hasta la desmitificación de las panaceas tecnológicas.

No hay milagros, recetas ni soluciones mágicas; solo un mundo por construir cuando levantamos la mirada del ombligo hacia un horizonte de preguntas amplias. Son tiempos de incertidumbre, de cambios que nos descolocan pero que obligan a repensar aspectos de esta “normalidad” a la que somos adictos más por costumbre que por ganas.