El código civilizatorio ruso versus el código occidental Por Alexander Dugin | Katehon, Rusia

Imagen superior: Ilya Sergeyevich Glazunov (n. 1930). Contribución de los pueblos de la URSS a la cultura y la civilización mundial. 1980. Lienzo, óleo. 250 x 500 cm. Sede de la UNESCO, París. Esta obra de Ilya GLAZUNOV provocó una gran resonancia en la comunidad mundial y fue donada por el gobierno soviético.

Habiendo entrado en confrontación directa con Occidente durante la Operación Militar Especial (OME) en Ucrania, aunque el propio Occidente participe a través de su estructura proxy ucraniana, que no puede llamarse “país”, Rusia se ve obligada a defender su soberanía a todos los niveles.

En términos de política militar, económica y formal, esto es bastante obvio. Pero Occidente es mucho más que una estructura político-militar-económica. Es una civilización con un código de programa fundamental. Todo lo demás fluye de ese código: armas, economía, política, cultura, educación, ciencia, medios de comunicación, etc. Y Rusia se ve ahora obligada a luchar con todo este espectro, y en general con el propio código occidental.

Las autoridades rusas aún no lo entienden del todo, e incluso los más acérrimos opositores a Occidente en el poder piensan en términos de confrontación militar-estratégica, político-diplomática e informativa. Pero la transición a un nuevo nivel de comprensión por parte de las autoridades y la sociedad de lo que es una civilización soberana es inevitable. Se puede posponer, pero no se puede evitar.

Es comprensible lo que es la soberanía nacional en el sistema westfaliano de relaciones internacionales (se refiere al surgido de la llamada “Paz de Westfalia”, firmada en 1648 entre Francia, Suecia y el Sacro Imperio Romano Germánico) y en la teoría del realismo en las relaciones entre los estados. Significa que un Estado-nación, reconocido como soberano (por sí mismo y por otros), por definición, no puede tener sobre él ninguna autoridad que pueda dictar lo que ese Estado obligatoriamente debe y no debe hacer.

La soberanía consiste en que cualquier Estado nacional soberano puede hacer lo que quiera, siempre que sea capaz de hacerlo, porque a algún otro Estado nacional podría no gustarle. En casos críticos extremos, la guerra lo decide todo. Esto es la soberanía nacional en la teoría realista de las relaciones internacionales.

El liberalismo se opone a esta tesis en las relaciones internacionales (RRII), e insiste en la limitación y la relatividad de la soberanía, y la transferencia gradual del poder de los estados nación al Gobierno Mundial.

En esta concepción, la soberanía no es un valor y mucho menos un valor supremo. Es simplemente un estado de transición en el camino hacia la integración de la humanidad.

Penetración del código occidental

Vladimir Putin está claramente del lado del realismo, que es lo que nos llevó, al final, a la OME. Resulta revelador que el liberalismo siga dominando en el MGIMO (Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú –Universidad– del Ministerio de Asuntos Exteriores de la Federación de Rusia), así como entre los expertos internacionales rusos, en contra de la aparente orientación del propio Putin. Esto es una completa anomalía, pero es el resultado de la profunda penetración del código occidental en los fundamentos mismos del sistema educativo ruso y del entorno de los expertos.

Putin entiende la soberanía ante todo en términos realistas en lo militar-estratégico, luego político, y en tercer lugar, en términos económicos. Por lo tanto, Rusia, bajo su liderazgo, está reaccionando con mayor fuerza a la ampliación de la OTAN, a los intentos de injerencia extranjera en la política interna (hasta la operación de cambio de régimen, a la que Occidente no es reacio, apoyando obstinadamente a la oposición radical) y, en menor medida, a la dependencia directa de la economía rusa de las instituciones mundiales y de los monopolios globales occidentales.

A grandes rasgos, así es como se presenta la jerarquía de la soberanía y la escuela del realismo en las relaciones internacionales. Si nos limitamos a esa escala, las cuestiones de la ciencia, la cultura, la tecnología, la educación, la comunicación de masas, el arte y, en definitiva, el comportamiento cotidiano y la psicología de la población retroceden al décimo, ni siquiera al segundo lugar. Uno tiene la impresión de que no tienen nada que ver con la soberanía, y si la tienen, es muy lejana.

Esto sería válido si estuviéramos de acuerdo con la mentalidad esencial de que pertenecemos a la civilización occidental moderna, compartimos sus puntos de referencia y valores básicos, aceptamos sus reglas y normas, es decir, admitimos su código fundamental, su sistema operativo. Al fin y al cabo, la propia escuela del realismo en las RRII se creó en Occidente y sigue siendo influyente y reconocida hasta el día de hoy (a pesar del fuerte aumento del liberalismo en las RRII, especialmente en los últimos 40 años).

En otras palabras, para Putin, la cuestión de la soberanía rusa se sitúa en un paradigma occidental ampliamente comprendido. Rusia acepta el código occidental, pero lucha ferozmente por mantener la soberanía dentro de este paradigma, reclamando su lugar bajo el sol, pero bajo el sol occidental que se está ocultando.

La OME cuestiona el código occidental

Aquí es donde entra la parte importante. La OME iniciada por Rusia es percibida por el propio Occidente como un desafío civilizacional. Francis Fukuyama escribió un artículo característico titulado “La guerra de Putin contra el orden mundial liberal” al comienzo mismo del OME. Lo importante aquí no es sólo que se trate de un desafío al globalismo y al liberalismo en términos militares (esto también podría interpretarse en términos de realismo, como hacen Meersheimer, Kissinger o Bannon, por ejemplo), sino también el cuestionamiento revolucionario por parte de Rusia de los fundamentos mismos de la civilización, que hasta hace poco habían sido controlados totalmente por Occidente.

Por eso la OME planteó la cuestión de la transición del mundo unipolar al multipolar, y éste es un orden mundial absolutamente diferente, donde Occidente y su código de civilización no es algo entero y universal, sino sólo una parte y algo local, regional y absolutamente no necesario para todo el resto. Fukuyama vio en las acciones de Moscú algo más grande que el propio Moscú. Este es el choque de civilizaciones sobre el que advirtió el principal oponente de Fukuyama, Samuel Huntington.

Rusia está inmersa en un conflicto civilizacional, no nacional, con Occidente. Es con Occidente como civilización, como código, no con algunos países individuales.

Esto también explica la reacción de Occidente: excluir a Rusia por sí misma, separarla de las redes económicas y tecnológicas, expulsarla de todas las estructuras globales controladas por Occidente (¡y resultó que Occidente las controla casi todas!), aislarla de los socios no occidentales presionándola por todos los medios, movilizar todas las redes de orientación occidental en la propia Rusia para detener la OME lo antes posible para frenar la ofensiva rusa y, como mínimo, para derrocar a Putin.

Occidente quiere demostrar que Rusia perecerá sin Occidente y sin la complicidad de la civilización occidental –sin el código occidental–, y si Rusia insiste, Occidente contribuirá activamente a que perezca.

La situación es la siguiente: Moscú, al llevar a cabo la OME, entiende la soberanía de forma sectorial, mientras que Occidente la entiende totalmente, no sólo a nivel de intereses nacionales, sino a nivel del propio código civilizacional, del que Rusia se está apartando de forma decisiva.

Necesitamos nuestro código ruso

Esta falta de comprensión por nuestra parte provoca un retraso en la formulación de una ideología soberana y en el desarrollo de una estrategia soberana completa en todos los ámbitos de la vida.

Todavía no nos hemos dado cuenta de lo fundamental que es, desde el punto de vista de la civilización, el fenómeno de la OME. Hemos empezado algo que no hemos comprendido del todo. Y ahora nos asombra ver hasta qué punto el código occidental ha penetrado en nuestra sociedad. No es sólo una bola de nieve de agentes extranjeros, desertores oligarcas, traidores y rusófobos. Esto solo es un síntoma.

Se trata de la necesidad de un increíble esfuerzo nacional y popular para fundamentar la soberanía civilizatoria.

Esto significa, en primer lugar, establecer –en parte para recordar, en parte para recrear– nuestro código ruso.

Esto requiere cambios radicales en las esferas que claramente no son prioritarias para el gobierno: la filosofía, la ciencia, la cultura, la educación, el arte, la conciencia social, la psicología e incluso la moda y los estilos.

Esto es lo que se llama “ideología”, sólo que ahora no estamos hablando de las opciones ideológicas que ofrece el Occidente moderno (liberalismo, socialismo, nacionalismo), sino de una ideología civilizacional específica, la rusa, al otro lado de los clichés occidentales. Convencionalmente podemos llamarla la “Cuarta Teoría Política”, al otro lado del liberalismo, el comunismo y el fascismo.

Estamos entrando inevitablemente en una nueva fase de la batalla por el código ruso. Y si quieres, esta lucha no depende directamente del éxito y la velocidad de la OME.

Nuestra excomunión de Occidente ya se ha producido. Occidente ya ha juzgado a Rusia. Es imposible rectificar la situación y que todo vuelva a ser como antes del 24 de febrero de 2022. Tenemos que aceptar por completo las consecuencias del desafío civilizatorio que nosotros mismos hemos producido.