Fundamentos ideológicos del fascismo en Colombia Por Daniel Yepes Grisales | Rebelión

Fundamentos ideológicos del fascismo en Colombia Por Daniel Yepes Grisales | Rebelión

Este artículo es una refutación a las tesis de Alexis López Tapia, chileno de nacionalidad, uno de los autoproclamados ideólogos de la extrema derecha. Es director de Radio y Televisión Santiago de Chile (RST). Fundó un movimiento de corte neonazi a inicios del siglo XXI. Niega ser fascista, pero organizó en 2000 el congreso “Nacionalidad y Socialismo”, en Santiago.

En entrevista con el diario colombiano El Tiempo, el 17 de abril del año 2000, López se atribuyó ser el organizador del I Encuentro Ideológico Internacional de Nacionalidad y Socialismo, una suerte de convención neonazi encabezada por el grupo político de ultraderecha que ayudó a fundar: el Movimiento Patria Nueva Sociedad. “¿Cómo voy a estar de acuerdo con los crímenes de los nazis? Es algo que no me cabe en la cabeza. Pero también soy capaz de encontrar valores en el nazismo y en el socialismo”, expresó en la entrevista.

Curiosamente, un nombre similar, pero algo más corto, “Movimiento Patria Nueva”, fue el escogido por el general (r) de la Policía colombiana Luis Mendieta Ovalle para el partido político que organizó en 2017. Desde la Universidad Militar Nueva Granada de Colombia, lo invitaron a dictar el conversatorio “La revolución molecular disipada (RMD) y cómo enfrentarla” el pasado 19 de febrero. “Si usted no detiene un proceso con tintes ideológicos en los niveles bajos, no espere tratar de revertirlo cuando ya llegó a validación y legitimación. No lo va a poder hacer nunca. O lo combate a nivel bajo, o está perdido”, afirma.

Las ideas de un neonazi

Crecen los caudales de tinta y las conferencias virtuales sobre una idea política de producción reciente y sorprendente resonancia en Colombia: “la Revolución Molecular Disipada (la RMD)”. La idea fue formulada por Alexis López Tapia, un personaje que hasta hace muy poco era (des)conocido como miembro de un reducido grupúsculo de la ultraderecha radical chilena, nostálgico de una dictadura que cayó hace más de treinta años (pero cuya constitución jurídica recién va a ser “tumbada”). (Nota. El video donde quedaron consignadas las tesis de este académico chileno de ultraderecha fue eliminado por el administrador que lo subió originalmente a redes sociales. No obstante, el título de ese planteamiento fue difundido por el expresidente Álvaro Uribe desde su cuenta oficial de Twitter). En esta columna trataremos de ir más al fondo del asunto.

En los últimos días se ha vuelto famoso en Colombia y Latinoamérica un personaje chileno de dudoso mérito intelectual, precisamente el emisor de la frase arriba citada, quien ha sido asociado a grupos neonazis en Chile. A su vez, este señor se ha encargado de popularizar la interesante expresión “revolución molecular disipada” como un supuesto enfoque estratégico novedoso para comprender, enfrentar y combatir –desde los Estados y la propia sociedad civil– el estallido social que se viene presentando desde 2019 en Chile, Colombia, Estados Unidos y otros países americanos, el cual, a pesar de lo que muchos pensaban, no fue disuelto por las políticas de confinamiento asociadas a la pandemia del Covid-19, que ya completa más de un año y la cual se encuentra en fase de vacunación de la población a la par que se presentan segundos y terceros “picos” de contagio en estos mismos países. En Colombia, el ciclo de protesta popular también ya se encuentra en su tercer pico.

El señor López dice venir como profeta que no habría sido escuchado en su tierra (Chile), y cuyo resultado trágico habría sido la derrota del Estado chileno por parte de los “revolucionarios moleculares”, que habrían doblegado al gobierno del “traidor a la patria” Sebastián Piñera y lo habrían hecho negociar con el “terrorismo”, conduciéndolo a entregar el poder a un parlamento que habría hecho aprobar por vía plebiscitaria un proceso constituyente de fuerte contenido progresista que rompería con la arquitectura institucional del Estado heredada de la dictadura de Pinochet (dictadura justificada por el señor López).

También anuncia que su pregonada estrategia, aunque utilizada de manera contundente por Donald Trump en Estados Unidos para enfrentar la revolución molecular disipada que se expresó a través del movimiento Black lives matters, fue aplicada con el retraso del que alerta López en la frase citada al inicio; lo que habría traído como consecuencia la derrota electoral del republicanismo de Trump y el ascenso de Joe Biden a la presidencia, asesorado, según López, por ideólogos “deconstruccionistas” de la revolución molecular disipada. Por eso en sus numerosas conferencias, tituladas de manera grandilocuente “La estrategia de Go en la conquista de América, plantea como una urgencia que su voz sea escuchada en países que aún estarían a tiempo de atender a su profecía: Bolivia, Perú y, especialmente, Colombia.

Uribe, su gran padrino

En Colombia, el señor López ha estado al menos en dos ocasiones recientemente, invitado por las directivas de la Universidad Militar Nueva Granada a impartir su conferencia, dirigida a militares colombianos activos de alto y mediano rango, con el propósito de que, en palabras del vicerrector de esa institución, dirigiéndose a López y citando a Bolívar: “salve usted la patria”.

Todo lo anterior no habría pasado de lo anecdótico si no fuera por el tuit publicado por el exalcalde, exgobernador, expresidente y exsenador Álvaro Uribe, el 3 de mayo de este año, en el que decía con el tono imperativo en el que se dicta una orden: “5. Resistir Revolución Molecular Disipada: impide normalidad, escala y copa”. Ese mismo día había publicado otro tuit en el que presentaba una cronología en el mismo sentido: “2018: anuncian bloquear en la calle al nuevo Gobierno; 2019: el vandalismo politizado infiltra protesta social y “rompe la normalidad”; 2021: tributaria equivocada detona protestas, vandalismo infiltrado muestra “escalamiento”; Coparán?”.

Tres días antes, Uribe había publicado otro tuit en el que instaba a apoyar “el derecho de soldados y policías de utilizar sus armas para defender su integridad y para defender a las personas y bienes de la acción criminal del terrorismo vandálico”, el cual fue eliminado de Twitter por incumplir las normas de esa red virtual promoviendo el odio y la violencia. La propuesta de Uribe es: más proyectiles contra la revolución molecular disipada. Si el concepto es filosóficamente preciso o no, eso por ahora no tiene importancia: los proyectiles, estos sí muy precisos, van a seguir impactando la humanidad de los manifestantes civiles, llamados “vándalo–terroristas”.

A pesar de que las interacciones de los tuits fueron más bien mediocres (a juzgar por los 5 millones de seguidores –supuestamente humanos– que tiene su cuenta), los medios de comunicación encendieron el debate en internet, bien fuera promocionando abiertamente la expresión de López replicada por Uribe –y de paso a ambos personajes– o bien para alertar de la peligrosidad de su utilización, en un contexto de protestas y represión violenta en Colombia, que ya ha dejado decenas de jóvenes asesinados, violados, torturados y/o mutilados (particularmente con pérdida de sus ojos) por miembros de la fuerza pública, y casi un centenar de desaparecidos, según datos de la propia Defensoría del Pueblo. La mayoría de estos casos siguen en investigación, pero muchos de ellos fueron grabados en video y publicados en redes sociales virtuales, donde se evidencia con claridad que muchas de estas víctimas fueron heridas y/o asesinadas con armas de fuego por policías. Esto ha dado como resultado una crisis de Derechos Humanos que no se vivía desde comienzos de siglo (durante la presidencia del mencionado “ex”), ya reconocida con preocupación por múltiples medios y organismos de orden internacional. Pero para el Gobierno no hay crisis de DDHH, lo que hay es respuesta contundente y temprana a una revolución molecular disipada.

Aval del terrorismo de estado

En medio de ese contexto y la polémica desatada por la teoría conspirativa y paranoica (aunque no por ello menos interesante) del señor López, así como de su adopción por Uribe y algunos militares y policías del país, se ha sabido (por denuncias del senador Wilson Arias) de la inminente compra de arsenal represivo (que incluye armas letales, bajo el eufemismo de que son “menos letales”) para el escuadrón móvil anti disturbios de la policía (ESMAD) por valor de 14,100 millones de pesos, en un momento en el que el Gobierno justifica la reforma tributaria en que el Estado no dispone de suficientes recursos. No cabe duda, se están fortaleciendo para aplastar de manera temprana, a punta de proyectiles, lo que ven como revolución molecular disipada.

Además de esto, periodistas independientes y personas del común han venido documentando en video el uso de civiles y policías disfrazados de manifestantes, infiltrados en las manifestaciones y realizando acciones no solo de inteligencia y sabotaje, sino acciones ofensivas que incluyen la utilización de granadas de gases y armas de fuego, así como los múltiples casos de uso excesivo de la fuerza y el reciente uso de armas lanzadoras de proyectiles múltiples desde tanquetas y helicópteros directamente a los cuerpos de los manifestantes. Como puede verse, por ahora no se trata de una discusión filosófica, los proyectiles ya han comenzado a caer sobre las supuestas moléculas revolucionarias.

No obstante, un problema que cada vez toma más forma es que dicha labor de documentación, difusión y denuncia por medios virtuales ha venido siendo atacada y censurada de diversas formas (entre las cuales ahora se cuenta el bloqueo directo de la señal y las conexiones de internet), presuntamente por las propias fuerzas estatales, de tal manera que los periodistas alternativos y activistas se han visto empujados, para superar el cerco digital, a aprender y utilizar nuevas herramientas de seguridad informática que antes se creían reservadas para los ciberactivistas y hackers. Así, las temidas moléculas revolucionarias se han comenzado a disipar para desaparecer de la vista de los represivos censores.

En suma, por una parte, parece claro que el actual ciclo de protesta cívica y popular en Colombia (cuyo derecho está consagrado en la constitución vigente) está siendo enfrentado por parte del Gobierno como una guerra civil librada principalmente en el ámbito urbano contra un enemigo armado con piedras al que debe eliminar usando todas las fuerzas disponibles para evitar un supuesto riesgo de copamiento molecular.

Dice López en su presentación sobre la “revolución molecular disipada” que “es una confrontación tipo guerrilla urbana (…) constituyendo un modelo de acción simbólica y de combate, cuyos nuevos militantes (propios de la sociedad civil, movimientos sociales, colectivos, etc.) del orden horizontal combaten molecularmente al sistema para imponer su propia dominación”. Resulta que ese enemigo es, ni más ni menos, la población civil a la que la fuerza pública y el Presidente mismo juraron defender. ¿No resulta paradójico?

Pero, por supuesto, la aparente paradoja se resuelve cuando recordamos que la fracción dominante que ha capturado y reconfigurado el Estado en los últimos veinticinco años no tiene como proyecto hegemónico el mantenimiento de un Estado de Derecho, sino la “refundación de la patria” mediante la consolidación de un Estado de Seguridad Nacional. Dicho proyecto tiene como base la construcción cultural de una sociedad contrainsurgente, lo que algunos autores han llamado un proceso de fascistización de la sociedad, que legitima de manera permanente el uso de las armas de fuego tanto por parte de militares como de civiles (“convivir” y paramilitares), todo con el fin de exterminar al “enemigo interno”, que hoy es llamado con los peligrosos neologismos de “vándalo–terrorismo” y revolución molecular disipada.

Pero también es claro que las nuevas dinámicas que vienen asumiendo las protestas populares en Colombia (que hasta cierto punto sí pueden describirse como “moleculares”) han hecho que se alcancen niveles de innovación tanto de los repertorios de protesta como en las formas organizativas, y particularmente en las formas de convocatoria y difusión de la información por medios virtuales, de tal modo que, a pesar de todos los esfuerzos que el Gobierno ha hecho para frenar y destruir este ciclo de acción colectiva mediante la represión y la censura, las decenas y cientos de miles de manifestantes están logrando darle continuidad a la protesta, comunicarse y transmitir su mensaje. Su revolución –molecular o no, disipada o no– a diferencia de otras en el pasado, está siendo y seguirá siendo transmitida.

Coda: Lo que no resulta tan claro en el panorama hasta aquí expuesto es: ¿qué tienen que ver todo esto con un juego chino milenario, de piedras blancas y negras, llamado Weiqi (Go en occidente) y unos filósofos franceses posestructuralistas como Derrida, Deleuze, Guattari y Foucault? Aunque muchos se resistan a creerlo (y estén tildando de loco y charlatán al señor López) sí tienen mucho sentido estas relaciones, aunque no exactamente como las propone el mentado señor; lo que nos conduce una vez más a abordar el problema de la violencia, tanto estatal como popular. Es el asunto analítico más emocionante.

Aplastar la rebelión popular

“…queda claro que quizás no haya peor lector de los pensadores franceses que el entomólogo Alexis López (…) Pero las malas lecturas de los franceses se infiltraron en el discurso de la derecha en Colombia”, publicaron las periodistas Camila Osorio y Rocío Montes en el diario español El País, el pasado 6 de mayo.

Ya hemos dicho que el asunto más importante, urgente y peligroso que nos viene con la idea de la RMD es que ha sido material de estudio por parte de oficiales militares y policías colombianos, y difundido por el expresidente imputado Álvaro Uribe (quien a su vez es el líder político del actual presidente y partido de gobierno de Colombia).

Así, dicha idea ha venido a desempeñar un papel de primer orden en la doctrina contrainsurgente y su aplicación concreta en la represión y censura del actual ciclo de protesta social en Colombia, bajo una consigna: la protesta social, nombrada como molecular, se debe aplastar de manera rápida y contundente mediante el tratamiento de guerra, que incluye el uso de proyectiles letales (y “menos letales”) lanzados con armas de fuego.

De lo contrario –nos dice hoy el uribismo– la revolución escalará y copará a las fuerzas del orden, instalando el caos y la anarquía. La consecuencia empírica, en solo unos cuantos días, han sido decenas de civiles asesinados y cientos de heridos, torturados, violados y desaparecidos por agentes estatales y paraestatales; crisis que solo tiende a agravarse día tras día (con el reciente tratamiento de la Minga Indígena como “hordas criminales” nos abocamos a un posible genocidio en Cali).

Así pues, está claro que el problema central que nos viene con la idea de la RMD no se reduce a una discusión filosófica que puedan “iluminar” los eruditos universitarios. No obstante, más adelante también vamos a aclarar esa relación audaz –propuesta por el propio señor López– entre filosofía, política, guerra civil y juego de Go. En efecto, López dice haber tomado el concepto de varios filósofos franceses posestructuralistas de izquierda, particularmente de Félix Guattari (quien publicó en 1977 el libro La revolución molecular), pero además dice haber encontrado una íntima relación entre dicha visión de la revolución y el milenario juego chino de estrategia llamado weiqi, conocido en occidente como Go.

Paranoia neonazi

Según este señor, la nueva estrategia que la izquierda comunista americana ha venido desarrollando desde 1990 (coincidiendo con la caída de Pinochet) para “conquistar” América se basa en el posestructuralismo filosófico francés (bajo las formas de deconstrucción y transhumanismo) y las estrategias del juego de Go. Semejante mezcla entre paranoia neonazi, lenguaje político de la Guerra Fría, filosofía posmoderna y un antiguo juego oriental, todo proveniente de un entomólogo de profesión y político aficionado, ha desatado en los últimos días (y no era para menos) un gran revuelo en la política, el periodismo y la academia colombianas.

Por lo pronto, la pregunta que aquí nos ocupa es: ¿debería dársele algún crédito al discurso filosófico–político–estratégico de un neonazi que no es profesional ni en política, ni en filosofía, ni en arte militar, ni en el juego de Go? Una vez superada esa primera pregunta tan ramplona (que tomo del ambiente de opinión actual) podrán plantearse otras más interesantes; pero por cuestiones de espacio, en esta columna solamente nos podremos ocupar de esa pregunta, y dejar para una tercera y última entrega la cuestión filosófica y estratégica (estrategia política, militar y de juego de Go).

En efecto, de las innumerables palabras que he leído y escuchado al respecto en los últimos siete días, casi todas se han quedado enfrascadas en la primera pregunta, sin prácticamente avanzar hacia ninguna otra. O bien acreditan las palabras del señor López por considerarlo “un patriota” (postura que ni comparto ni aquí me interesa darle visibilidad), o bien desacreditan sus palabras mediante las falacias ad hominem y del hombre de paja; es decir, atacan principalmente a la persona de López y, en segunda instancia, “refutan” y se burlan (como si fuera un chiste) de argumentos caricaturizados que no son en realidad los expuestos por López. Veamos esto más de cerca.

En primer lugar, lo desacreditan por lo que es (¡neo–nazi!, ¡supuesto admirador de Hitler!, ¡justificador de Pinochet y revisionista de la historia de la dictadura!), se le descarta como persona intolerante y despreciable cuyas ideas no deben ser tenidas en cuenta ni toleradas (la famosa paradoja de la tolerancia liberal postulada por Karl Popper); en segundo lugar, por lo que no es y se considera que tendría que ser para poder ser escuchado: no es ni político profesional, ni politólogo, ni militar, ni estratega militar, ni filósofo, ni profesor de ninguna universidad. ¡Es solo un entomólogo! Parecen gritar todos al unísono, como el segundo “gran argumento” (de autoridad).

En tercer lugar, el hombre de paja. Han leído tan a la ligera al señor López (alguien tan despreciable y tan poco calificado, al parecer, no merece su atención) que lo ponen a decir cualquier cosa. En su caricatura de paja, López sería solo un trasnochado fascista anticomunista y antidemocrático de la Guerra Fría que, al no entender nada de filosofía, habría tergiversado a los autores, confundido varios temas diferentes, y enredado todo el asunto con el “único propósito” de justificar y legitimar la represión policial y militar en esta coyuntura. Aquí argumentaré por qué esa subestimación del adversario político es un grave error.

Bruto, idiota y loco

Así, los diversos expertos y expertas en las materias en cuestión han dicho que el señor López no entiende nada de sus respectivas áreas de experticia (incluso lo tildan de “bruto”, “idiota”, “loco”, etc.). No obstante, lo cierto es que la fracción guerrerista de la derecha colombiana, incluido un sector del Ejército Nacional y la Policía Nacional, parecen seguirlo atentamente como alguien que entiende bien algo importante para ellos. Esa paradoja es la que aquí hay que explicar. Por supuesto, hay que partir del hecho de que aquello que López entiende bien no son propiamente los temas de filosofía, de política democrática, de relaciones internacionales, de estudios de “defensa” o de juegos orientales. Es algo muy diferente, aunque en este caso hace uso de esos distintos lenguajes (en los cuales, es verdad, no es experto) para ser pensado y expresado por parte de este personaje y a quienes él representa y sirve.

Digamos de una vez por todas quién es el señor López y qué es lo que entiende bien: es un “guerrero posmoderno” (3), un guerrerista, un hombre que libra una guerra contrarrevolucionaria y que desconoce la diferencia entre combatientes y no combatientes de esa supuesta guerra civil, cuyo teatro de operaciones sería toda América. Una supuesta guerra civil librada entre “patriotas americanos”, en cuya vanguardia estarían Donald Trump y los neonazis, y en el otro bando, estarían los “traidores a la patria”, cuya peligrosa vanguardia sería, en la jerga uribista, el “castrochavismo” y el hoy llamado “vándalo–terrorismo”.

Desde ese lugar de enunciación, este hombre de guerra entiende perfectamente bien que la izquierda en América (entendida como un conjunto amplio y diverso), a diferencia de la izquierda europea, no ha renunciado por completo a las estrategias bélicas para tomarse y mantenerse en el poder o, en otras palabras, que a pesar de todos los discursos y las buenas intenciones democráticas de la mayor parte de esa izquierda, se sigue produciendo, en la práctica empírica, una combinación de todas las formas de lucha para atacar al capitalismo y, con él, destruir las formas privilegiadas de vida (patriarcales, machistas, racistas, xenófobas, aporofóbicas, heteronormativas, etc.) que los ultraconservadores como López y el uribismo están dispuestos a defender por todos los medios y hasta la muerte o, para ser sinceros, hasta la muerte de sus lacayos, ya que ellos mismos y sus hijos no van a ir al campo de batalla.

Máquinas de guerra

Se trata, pues, de un hombre de guerra. A propósito de estos, dicen los filósofos Deleuze y Guattari (a quienes López ha leído atentamente) en su libro Mil mesetas: “Desde el punto de vista del Estado, la originalidad del hombre de guerra, su excentricidad, aparece necesariamente bajo una forma negativa: estupidez, deformidad, locura, ilegitimidad, usurpación, pecado (…). El guerrero está en la situación de traicionarlo todo, incluida la función militar, o de no entender nada”. Es la misma opinión que se sostiene hoy sobre López y que tenían los historiadores sobre un guerrero como Gengis Khan (guardando las proporciones), que “no entendía nada” sobre los fenómenos estatal y urbano.

Para Deleuze y Guattari, la explicación de esto es que las máquinas de guerra son la exterioridad pura de la forma estatal, y esta última “constituye la forma de interioridad que habitualmente tomamos como modelo, o según la cual pensamos habitualmente”, por lo que, en realidad, terminan siendo los profesionales de institución los que no entienden al hombre de guerra.

Así, nuestros “prestigiosos profesionales” de todas las instituciones tradicionales (partidos, medios masivos y academia), naturalmente han subestimado la palabra de este hombre de guerra y al hombre mismo por sus palabras, desconociendo la gran verdad histórica de que lo relevante del hombre de guerra no es la coherencia de su palabra, sino la velocidad (incluso brillantez aunque sea delirante y paranoica) de sus conexiones, y los efectos prácticos contundentes de sus ideas político–militares llevadas al teatro de operaciones.

A esos prestigiosos opinadores profesionales hay que recordarles que los proyectiles –impulsados precisamente por las ideas de guerra aquí comentadas– siguen impactando y destrozando los cuerpos de jóvenes de las clases populares en los campos y en las calles de las ciudades colombianas; hay que recordarles también que en las décadas de 1920 y 1930 un personaje anodino como Alfred Rosenberg (que de profesión era arquitecto) recibía las burlas de todos los sectores profesionales alemanes por su estrambótica teoría racial, su extraña propuesta ocultista de “cristianismo positivo” y la noción descabellada de Lebensraum (espacio vital del Reich), ideas que más tarde se convertirían en la ideología oficial del partido nazi alemán, con las consecuencias trágicas que conocemos. Por eso hay que reiterarles a las y los opinadores: ¡La guerra no es un chiste!

Coda: En otro artículo finalmente podremos ocuparnos de lo que importa. ¿Qué quiere decir la idea político–militar “revolución molecular disipada” desde el lugar de enunciación del hombre de guerra López y del líder guerrerista Uribe y no de los “prestigiosos profesionales”?, ¿por qué a dicho proceso se le ha comenzado a nombrar precisamente RMD y qué tienen que ver con ello Félix Guattari, Jacques Derrida y el juego chino de Go? Y finalmente, ¿por qué es tan importante escuchar y entender al señor López aunque no nos despierte buenos afectos? Advierto que las relaciones que este propone sí son pensables (no son sólo un “slogan” o un rumor electoral) y, más aún, son de una velocidad y audacia sorprendentes, por lo que deben ser tomadas muy en serio en los próximos años, si no queremos ver –por primera vez en nuestra historia republicana– un verdadero ascenso del fascismo en Colombia.

(*) Daniel Yepes Grisales. Politólogo, Magíster en Ciencia Política, Doctorando en Filosofía. Docente Universidad de Antioquia