La forja un héroe: la experiencia de René González Sehwerert Por Mónica Delgado y Penélope Orozco | QVA en Directo

La forja un héroe: la experiencia de René González Sehwerert Por Mónica Delgado y Penélope Orozco | QVA en Directo

Pasó de ser revolucionario a contrarrevolucionario en solo 2 años. Robó un avión y lo llevó desde San Nicolás de Bari hasta la Florida impunemente. Saludó al Che y también a su asesino. Sobrevivió en “El hueco” durante 17 meses. Y no, no hablamos de un superhéroe de Marvel, sino de un gran cubano por mérito propio.

Estados Unidos, escenario del supuesto sueño americano. Irma y Cándido, miembros de la clase obrera, convergen en el país norteño luego de varias vicisitudes en Cuba. Ambos, en momentos diferentes y con caminos aparentemente distantes, emigraron en busca de una vida mejor. El destino quiso que en esa vida mejor estuvieran casados y con dos hijos: René y Roberto.

Herencia familiar

René fue el primero del dueto de hermanos. Nació el 13 de agosto de 1956, en Chicago, 30 años después de que naciera Fidel Castro. ¿Destino o casualidad? La historia, y no por capricho, los uniría después en algo más que una mera coincidencia en el calendario.

¿Habrá heredado René la altura de su madre? ¿O tal vez la complexión física del padre? Si bien pueden no quedar claras estas cuestiones, su forma de ser se nutre de ambas partes.

“Mi madre tuvo inquietudes políticas desde muy adolescente”, explica. “En Chicago organizó un sindicato en la fábrica donde trabajaba y eso le trajo problemas (…) Mi padre era un hombre más bien escéptico. Había sufrido una niñez compleja en Cuba, en medio de pobreza y necesidades”.

Una vez comienza la lucha en la Sierra Maestra, Irma y Cándido se incorporan al Movimiento 26 de Julio en Chicago y, entre otras acciones, aportaron dinero a la lucha contra Batista.

“Cuando triunfa la Revolución, mi padre decide ir primero a explorar. No creía en los políticos –había vivido demasiadas miserias como para creerles. Al explorar se da cuenta de que hay un proceso distinto, para los trabajadores, para las personas de pueblo. Vinimos para Cuba el 2 de octubre de 1961. Yo tenía cinco años recién cumplidos y mi hermano tres”.

Existía una sinergia perfecta entre lo que pasaba en su hogar y la sociedad que se estaba construyendo, los valores que se defendían y las aspiraciones del pueblo cubano en ese momento. Comienza así su vida en la tierra que años más tarde, se convertiría en su Patria.

René admite que parte de su formación se la debe a los profesores de la escuelita José Martí. Unos, graduados de Minas de Frío y otros, antiguos alfabetizadores. Allí muchos de sus compañeros eran hijos de combatientes de la Sierra, incluso hijos de soldados de Batista que habían muerto. Niños entonces que crecieron y se desarrollaron en un ambiente de entusiasmo, sin importar la procedencia de sus padres.

Y, en medio de sus primeros años en la Isla, llega la Crisis de Octubre. “Recuerdo nos levantamos un día por la mañana y La Habana amaneció conmovida porque vino una lancha y, con un cañón, había bombardeado el teatro que ahora es el Karl Marx”.

Varios años después René conoció muy bien al autor de ese hecho, entonces convertido en un supuesto pacifista: José Basulto, fundador de Hermanos al Rescate. Pero aún nos falta recorrido para llegar hasta ahí…

¿Tanquista o aviador? Misionero

René González es amante de los procesos. Si se trata de construir, armar o desarmar, ahí está. No en vano, cuando niño, era el “reparador oficial de juguetes” en la cuadra. Luego creció y estos gustos se hicieron hábitos.

“Cuando entré en el servicio militar escogí precisamente ser conductor de tanques porque era yo mismo el mecánico. Aprendí mucho de esa experiencia”.

A punto de desmovilizarse, René se entera de la orden dada a uno de los batallones del regimiento para partir a Angola. Sin pensarlo dos veces le dice a su jefe que desea incorporarse.

Tenía 20 años y tuvo que escoger, “un poco como el Che”, entre la aviación o la caja de balas. “Me decidí por la caja de balas y hablé con el capitán Castillo para que me hiciera la gestión”. Pero esa vez no pudo ser, ya el batallón estaba lleno.

Al otro día llegó a la unidad para entregar una muda de ropa y unas botas. Castillo lo estaba esperando:

– “¿Tú no querías irte para Angola?”, le dice.

– “Yo sí, pero no me dejaron..”., le responde René.

– “Pues coge esa misma ropa, póntela y arranca para el batallón”.

Angola y algo más…

La aviación tuvo que esperar por él. Se incorporó al batallón y después de varios meses de entrenamiento en Candelaria, un pueblito de la actual provincia de Artemisa, fueron para Cabinda, Angola, donde cumplirían con la misión. Era marzo de 1977.

Aunque René se esforzaba para cumplir todas las órdenes, estar en perfecto estado, “limpiecito”; no le era fácil. Nunca le gustaron los uniformes, sin embargo, luego de vestir el distintivo traje verde olivo esa perspectiva cambió, entonces sintió orgullo al estar uniformado. Estuvo dos años en Angola y, aunque no participó en ninguna acción combativa debido a la cierta estabilidad que existía en Cabinda, asegura haber madurado mucho.

“Aprendí sobre la conducta de las personas en situaciones difíciles, sus debilidades, su capacidad de hacer cosas grandes, muy superiores a sí mismos. Me enseñó mucho sobre el colonialismo, la miseria en que podían llegar a vivir los angolanos y el maltrato que habían estado recibiendo durante tantos siglos”.

René llegó de Angola y se incorporó a la escuela de aviación civil “Carlos Ulloa” en Pinar del Río. Fue entonces cuando sucedió lo más parecido a un amor a primera vista, como él mismo dice. Larría, un instructor de la escuela, y su esposa Marisol, cual casamenteros, trataron de unir a René con Olga, quien era compañera de trabajo de Marisol.

De la aviación y otros amores

Su primer encuentro –preparado por los amigos– sería en una actividad en conmemoración al 14 de febrero de 1982. Todo parecía estar listo, pero las travesuras de René tumbando cocos impidieron que acudiese a la cita. Estuvo sin pases durante varias semanas. No fue hasta casi un mes después, el 10 de abril 1982, que conoció al gran amor de su vida, en la playa de Boca Ciega.

“Ese sábado lo pasamos en la playa y el domingo la invité a salir. Yo tenía que irme para la escuela de aviación y quedamos en vernos el próximo sábado 17 abril. Ese sábado nos hicimos novios”. Justo un año después se casaron. Ya son 40 años en los que Olga “ha demostrado una capacidad de amar, una fidelidad y un temple digno de admiración”.

Luego de graduarse de la escuela de aviación, se fue a trabajar para la Sociedad Patriótica Militar que en aquel momento era la que atendía el deporte aéreo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Ya estaba casado, con una hija y tenía una vida profesional activa, cuando de pronto, alguien vino y tocó a su puerta…

Un giro de 180 grados

Lugar abierto. Un compañero lo espera. René acude al llamado que le hicieron días atrás. Salen a caminar juntos. El desconocido le plantea una misión. Los nervios llegan hasta él.

¿Convertirme en contrarrevolucionario? Se preguntaba una y otra vez. “Yo siempre he sido muy abierto con mis principios y mi forma de ser, mis ideas, las he defendido donde sea, un revolucionario cien por ciento”.

Siempre quedó claro que la acción era totalmente voluntaria y que, si no aceptaba, seguiría su vida como hasta ese instante. Sin embargo, contrario a la lógica de su subconsciente: “Si ellos consideran que puedo hacerlo, yo digo que sí”. Ahí comienza un nuevo episodio en su vida.

Poco a poco lo fueron preparando. Lo inmediato fue bajarle a su actitud revolucionaria sin llegar a ser contrarrevolucionario, pero trasformando su conducta, mostrando ciertas insatisfacciones públicamente y dando criterios por aquí y por allá. Lo segundo fueron algunos entrenamientos militares. “Tardamos dos años en la creación de una imagen diferente”.

Pero la salida del país no podía ser común. Deciden entonces que se robe un avión. En el año 90, cuando la situación del país entraba en crisis y el deporte aéreo había sido afectado grandemente, René tuvo que efectuar la salida.

“Los últimos meses fueron muy difíciles. Hice varios intentos por llevármelo, pero en todos los casos tuve que regresar, porque una vez que se pasa esa línea ya no puedes volver. Te atrapan”.

El 8 de diciembre de 1990 se da la oportunidad. René logra llevarse un avión y aterrizar en la Florida. La familia no sabía nada, “fue un shock para ellos”.

Tal y como nos cuenta, las explicaciones vinieron después de estar en EE.UU. y, aunque fueron las típicas (carencias en Cuba, una vida mejor, harto del comunismo, no tenía futuro como piloto en Cuba, etc.), no todos quedaron satisfechos. “Olguita siempre sostuvo que, cuando me escuchó hablando en Radio Martí, ella dijo: “ese no es mi esposo, es otro tipo que pusieron ahí”.

La familia es la familia, como se dice por ahí. Bien lo sabía René. Asegura que ellos nunca creyeron del todo ese cambio repentino de imagen. Años después supieron la verdad.

Ya en Miami, estuvo cinco meses haciendo contactos, relacionándose con personas estratégicas. El presidente de la Cuban American Bar Association fue una de ellas. “Estábamos un día en su casa de verano, pues querían consultarnos sobre la idea de montar una plataforma acuática y colocar en una lancha un avión pequeño para lanzarlo por control remoto. Entonces recibe una llamada de José Basulto y lo invitan el próximo día a la fundación de Hermanos al Rescate”. Muchas personas se movilizaron para la actividad bajo la consigna de “ayuda humanitaria” para salvar a los balseros.

Era mayo de 1991. René hace entrada en el aeropuerto, donde luego trabajaría. Observa, ve caras conocidas:

– “¡René!”, le gritan, le toman de un brazo y lo conducen frente a un hombre.

– “Mira, ese es el muchacho que se robó el avión hace unos meses”, comentan señalándolo.

– “Este es Félix Rodríguez, el que mató al Che”, le dicen.

Cuando era niño, en la inauguración de la fábrica donde trabajaría su padre, había tenido la suerte de saludar al Che y ahora se encontraba frente a su asesino. René le dio la mano a Rodríguez y con entusiasmo comentó sobre lo famoso que era. “Todavía no me explico como pude reaccionar así. En ese momento me di cuenta que podía cumplir con la misión”, cuenta 30 años después con el mismo asombro. Es de los pocos que le dio la mano al Che y también a su verdugo.

Esa actividad sería el primer paso para laborar en la organización que recién se fundaba. Pero nada fue simple…

El entramado desde adentro

En los primeros momentos de la labor en Hermanos al Rescate se encargaron de buscar balseros y realizar propaganda anticomunista. ¿Realmente todo era pacífico?

“En el primer semestre de 1992, me contacta otra organización, el Partido Unidad Nacional Democrática (PUND). Un grupo que sí era terrorista y narcotraficante. Ellos habían adquirido un avión y le habían puesto un cartel que era la cara visible, linda, de la organización. Con ese avión participamos en varias infiltraciones dentro del territorio cubano”, dice René.

La mayoría de los miembros activos de ese grupo eran delincuentes y abiertamente terroristas. Se infiltraron en Cuba, asesinaron a un trabajador en Caibarién y participaron en los tiroteos a los hoteles en el norte de Varadero.

René cuenta que, en una infiltración en Cuba, estaba patrullando en el avión y cuando aterrizaron de vuelta les cayó la DEA en el International Fly Center. Era julio de 1992 y la DEA, como en las películas, desplegaba sus fuerzas en busca de droga. Por suerte no llevaban nada en el avión, la droga venía en los barcos. Él no participaba en eso.

Esto quizás fuera una advertencia. Un muchacho de Hermanos al Rescate observó todo el operativo y se lo comunicó a Basulto. La salida de René de la organización “pacífica” se hizo real.

En agosto de 1992 decidió buscar un trabajo en la aviación para poder sacar la licencia como Instructor. Entonces Basulto le propone introducir explosivos a Cuba para volar torres de alta tensión. Estudiaron varios lugares donde hacerlo. “Fue la primera vez que yo vi a Basulto generando actividades terroristas”. Basulto era terrorista, pero ¿y Hermanos al Rescate? Todo se destapa cuando la organización empieza a languidecer…

“Ya el tema migratorio había pasado la crisis de los balseros, y Basulto estaba pensando en las provocaciones dentro de Cuba. Entonces hicimos un vuelo que fue muy publicitado. La primera violación pública del espacio aéreo cubano tuvo lugar el 17 de abril de 1994. Hicimos un vuelo frente al malecón donde lanzamos bengalas y bombas de humo. Fue un espectáculo. Los aviones cubanos girando alrededor de nosotros y Basulto dándoles un discurso”, afirma René.

El 5 de agosto del 94 ocurrió el conocido Maleconazo. Esto inspiró a Basulto para seguir ideando planes terroristas contra Cuba. Ya Hermanos al Rescate estaba perdiendo su idea inicial de guerra psicológica. Las acciones eran mucho más fuertes.

El vuelo definitivo

Finales de agosto de 1994. Plena crisis de los balseros. Basulto llama a René y lo reincorpora a Hermanos al Rescate. Varias veces tuvo que volar antes de ese último día.

“Fue una jornada traumática porque cuando salimos al estrecho de la Florida se podía ver a los guardacostas norteamericanos rodeados de balsas. No daban abasto. Cuando salíamos normalmente, encontrábamos una balsa por aquí, otra por allá. Pero aquel día era un mar de balsas. Le tirábamos agua a una, después a la otra, pero perdíamos la cuenta. Ese día entendieron que se les había acabado el negocio”. La decisión de Fidel de que todo el que quisiera irse lo hiciera fue el golpe final.

“Llegamos al hangar de Hermanos al Rescate y aquello era un cementerio. Estaban de luto. Todos llegaron, organizaron sus cosas y se despidieron en silencio”. Durante un tiempo, el tema de los balseros había tenido auge, pues se hacía creer que el gobierno cubano salía en helicópteros con sacos de arena y hundían a los balseros.

Ahí terminó su tarea con Hermanos al Rescate. Siguió en el Movimiento de Democracia, el cual empezaba a tomar auge. Se dirigen entonces a la inserción en Cuba y las flotillas de democracia.

“En los años 1995 y 1996 Basulto empezó a probar unos artefactos explosivos que pensaba introducir en Cuba para que, si llegaban a ocurrir protestas masivas, la gente pudiera utilizarlos en contra de la policía. Era como una bengala, pero en lugar de tener un aparato pirotécnico, estaría llena de balines”.

“Basulto es un terrorista y Hermanos al Rescate, aunque muchas personas que estaban allí no tenían idea, también tuvo planes terroristas haciendo uso del dinero de otras entidades”.

Así se mantuvo la organización hasta el 24 de febrero de 1996, cuando el Gobierno cubano derriba la avioneta que traspasaba su espacio aéreo. Por suerte, en esta acción ya René no laboraba con Hermanos al Rescate.

Pasaron un par de años y llega septiembre de 1998. Todos duermen en la casa. Se siente un estruendo, tumban la puerta e irrumpen a gritos policías del FBI con pistolas. Lo toman a la fuerza y se lo llevan detenido.

¿Truco o trato?

Año 2000. Inicios de agosto. El chantaje y la manipulación a la vuelta de una hoja indigna. Para “salvarse” René González debía declararse culpable. La fiscalía ponía en conocimiento del acusado la intención de reducir su pena. Su libertad se reducía a la firma de un documento. La situación migratoria de su esposa Olga y una posible deportación sirvieron como anzuelo. René accede a “firmar” y entrega el archivo a su abogado.

Minutos antes de tomar la decisión…

– “Oye, necesito un favor”, le pide a Gerardo, reconocido por todos como el caricaturista del grupo. Gerardo se asombra ante el tono urgente y escucha atento.

– “Necesito que pongas la firma en este documento”, explica René

– “Pero ahí lo que tiene que ir es tu firma”, responde Gerardo, aún sin comprender

– “Me hace falta que firmes esto con el dibujo de una mano, pero que tenga el dedo del medio levantado, ¿puede ser?”.

Gerardo hace el esbozo y René entrega el documento “firmado” a su abogado. En la próxima visita advierte a Olga sobre el trato fallido, le pide que esté alerta y preparada para cualquier represalia. Poco demorarían en llegar las consecuencias.

16 de agosto de 2000. René despierta. Un día más en el centro de máxima seguridad de Marianna. Como de costumbre, se dispone a llamar a su esposa a primera hora del día, con la expectativa de saber que todo estaba bien. Para su sorpresa, no recibe respuesta. Decide intentar una vez más y otra y otra… Cambia el número al que llama, se comunica con el resto de su familia, tampoco saben nada.

No fue casi hasta el mediodía que tuvo noticias. Llama a su abuela en Sarasota y entre sollozos le dicen que la tienen presa, se la habían llevado. Contrario a todo lo que se podía esperar, René siente alivio: “No estaba muerta”.

Poco después lo sacan de la unidad. De inmediato deduce que lo llevarían a verla. Llega al edificio de la fiscalía. Lo trasladan hasta un salón con una puerta batiente de dos alas, las atraviesa y entra. Oficiales del FBI e inmigración por doquier.

“Abajo, con un overol anaranjado mugriento, lleno de manchas de pintura y churre, sola, allá abajo, estaba Olga”.

El escenario había sido preparado minuciosamente. Flaquear era lo fácil. Al verse, caminaron uno hacia el otro. Están a solo dos pasos de distancia. Él la toma por el brazo, le da una vuelta y la piropea: “¡Qué bien te queda el naranja!” Luego de haber roto la tensión del ambiente, los dos sonríen y se besan. Pudieron hablar unos 5 minutos. Cuando la fortaleza de ambos fue evidente, los separaron. Pasaron tres meses y una semana antes del juicio. Al final la deportaron para Cuba.

“Olguita fue un pilar fundamental en la lucha por Los Cinco, aun sabiendo que yo iba a ser el primero en salir. Ha pasado todas las pruebas habidas y por haber y las ha superado. Desde que me fui, sin decirle nada, hasta que cayó presa. Es una mujer excepcional, no porque sea mi esposa, lo es porque lo ha demostrado”, nos cuenta hoy René, 41 años después de haberla conocido.

Tras las rejas

“Cuba despierta en el gobierno americano la misma reacción que la luna llena en un hombre–lobo”, decía Wayne Smith, embajador de los EE.UU. Cuba rompe un esquema de dominio continental que, hasta el triunfo de la Revolución, no había podido ser cuestionado. De ahí la rabia. Los Cinco eran la máxima expresión de lo que Cuba significaba para el mundo. Lograr que claudicaran sería una estrella más para la bandera estadounidense.

Luego de 13 años y un mes en Marianna, lo vivido en prisión solo puede ser contado en primera persona:

«No se dieron las condiciones para sentir miedo. Nos detienen y nos aplican un castigo extra para quebrarnos, nos ponen en lo que se llama “El hueco”, cada uno en una celda, separados. Así estuvimos 4 meses, luego empezamos a apelar ese trato en la corte y deciden ponernos de dos en dos en un mismo hueco. Así estuvimos diecisiete meses, hasta que finalmente logran presionar para que nos pusieran en las celdas generales.

Estuvimos en el piso siete hasta que se produce el veredicto. Nunca tuvimos problemas con nadie, nos respetaban. En el sistema judicial norteamericano se respeta mucho al que va a juicio. Ellos tienen una manera de quebrar al acusado y todo el mundo “chivatea” o busca a quien “chivatear”, lo llaman la ruta 35.

Si estas en la cárcel y conoces a alguien que haya hecho algo indebido, tienes hasta un número para llamar, decirlo y que te rebajen la pena. Se convierte en una competencia para quitarse tiempo a costillas de otros. Tienes que tener mucho cuidado con lo que hablas, no puedes comentar de tu caso con nadie. Cuando la gente sabe que no chivateaste, sienten confianza y te respetan, te conviertes en una excepción de la regla.

René González, René González, René González… Mi nombre se repetía una y otra vez cuando el oficial repartía la correspondencia. Recibir la mitad de las cartas que llegaban a la unidad era un lujo dentro de tanta penuria. Los presos decían, coño este tipo es importante. Recibí cartas desde Gambia, de Alemania, de Bélgica…Se pensaban que yo era un general, un mariscal o alguna de esas cosas.

Algo que definitivamente ayudó mucho fue la solidaridad. Hubo unos meses en los que no paraban de llegar cartas. A una maestra de alguna escuela se le ocurrió que los niños escribieran mensajes para nosotros. En las cartas salía el sello con los rostros de cada uno, según el remitente. De pronto empiezan a llegar cartas con mi cara. Voy para mi celda con 70 cartas con el sello de mi rostro, me decían: oye dice el oficial que si le puedes mandar uno».

Tras 21 meses, finalmente llega el momento de ser juzgado.

El juicio: un montaje

Siete meses para un juicio es un desgaste fuerte. René nos cuenta que la comida era muy mala. Pasarse todo el día a la expectativa, desayunar, almorzar y comer lo mismo, frío y a veces en mal estado, era un martirio más. Pero, para su suerte, el cubano, donde esté, es siempre solidario. Quienes preparaban y guardaban la comida sobrante, eran colegas de isla, cubanos. Durante el tiempo que duró el juicio, hicieron mil malabares para poder guardar 5 pollos, todos los días, uno para cada uno. Gracias a eso pudieron comer caliente.

Es 8 de julio del 2000, día del juicio. La seguridad había sido reforzada en el juzgado. “Primera vez que nos movilizan para cuidar a los presos del público”, dice uno de los miembros de la organización federal de la policía, con quien René había coincidido tiempo atrás en prisión. “La jueza había preparado todo para que nos defendieran, se pensaba que si nos declaraban inocentes los que estaban en la sala nos iban a agredir”.

¡Culpables de todos los cargos! El veredicto ya estaba preparado. Falsos cargos rellenaban la sentencia. Los ojos al borde del llanto de la Marshall americana Rachel, la voz quebrantada de la secretaria de la jueza cuando leía los fallos y las disculpas que les pidió el Marshall que los escoltaba hasta sus celdas, mostraba que “todos los que presenciaron el acto y tenían vergüenza, lo sintieron. Nosotros tuvimos que mantener la calma, teníamos que hacerlo”, nos dice René.

Una vez terminado el juicio los suben para la prisión. Llegan al piso 7, se mantienen a la espera, el oficial de guardia debe abrirles la puerta. Están colocados en fila india. Gerardo era el más próximo a la puerta de casi 3 pies de alto y más de 6 pulgadas de ancho que los separa del resto de los reclusos. Detrás del cristal, a la derecha, una avalancha de presos se les venía encima.

Parecían eufóricos, exaltados. Podía ser un motín, un acto de repudio, cualquier cosa. Llega el guardia y abre. Un bullicio indescifrable los aturde, pero se distinguen aplausos, muchas alabanzas y aplausos. Nadie supo cómo reaccionar, ni ellos, ni el oficial. Los aplausos los siguieron hasta que entraron a sus celdas. A día de hoy, al contarlo, René todavía se emociona, lo enorgullece.

¿Agentes, espías o héroes?

«Si nos atenemos a la legalidad norteamericana todos cometimos un crimen: actuar como agentes extranjeros no registrados en EE.UU. Si se nos hubiera acusado de eso, lo más probable es que hubiéramos aceptado, nos hubiéramos declarado culpables y hubiésemos cumplido dos o tres años de cárcel.

Nos reímos del término espía. Era utilizado para dañar nuestra defensa. Nos parecía un poco ridículo apelar a una palabra, a un término, para enfrentar la evidencia abrumadora de que nuestro caso había sido una salvajada. Legalmente nosotros no cometimos el crimen de espionaje. Quienes utilizaron ese término lo hicieron de manera inteligente apelando a la interpretación más liberal y vulgar de la palabra espía.

Durante el juicio, nuestra prioridad fue siempre ir a la esencia del caso y demostrar que no estábamos interesados en ningún secreto ni en ninguna información clasificada del gobierno de los Estados Unidos. Por eso no cometimos el crimen de espionaje. Nuestra lucha iba mucho más allá de la superficialidad de utilizar la palabrita para derrumbar argumentos de esencia. Yo pienso que se demostró en el juicio y a lo largo de la lucha por nuestra liberación».

El regreso a casa

A la 4:30 de la madrugada del día 7 de octubre de 2011 René González fue liberado de la cárcel. Tuvo que permanecer en Estados Unidos bajo el régimen de libertad supervisada por tres años. En marzo de 2012 la jueza Joan Lenard, de la Corte del Distrito Sur de la Florida, autorizó como gesto humanitario y bajo determinadas condiciones, un viaje a Cuba para visitar a su hermano, el cual se encontraba gravemente enfermo.

El 30 de marzo René arribó a Cuba. El 3 de mayo de 2013, la jueza aceptó la solicitud presentada para modificar las condiciones de su libertad supervisada y permanecer en Cuba, a cambio de la renuncia a su ciudadanía estadounidense. Fue instado a presentar, en menos de un mes a la Corte o al tribunal norteamericano, un informe de su estado de renuncia y una copia certificada, de cualquier certificado emitido de pérdida de nacionalidad.

A las 2:00 pm del 9 de mayo de 2013, René González recibió en la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana el documento que certificaba su renuncia a la ciudadanía estadounidense. Desde ese momento se dedicaría incansablemente a la lucha por la liberación de Gerardo, Ramón, Fernando y Antonio, sin la cual, no lograría sentirse libre del todo.

Al regresar a Cuba, dice no haberse encontrado con muchas sorpresas. Durante sus años en prisión estuvieron muy bien informados sobre lo que pasaba. A través de lo que se les enviaba pudieron asimilar los cambios como si los hubiesen vivido. Si algo le impresionó sobremanera fue ver lo abrumador del cariño de la gente.

“Cuando llegué al país estaba bastante conectado con la realidad que me iba a encontrar. Vi al mismo país, con cambios, pero ninguno de esos cambios me sorprendió. En general, encontré al país que pensé que iba a encontrar”.

¿Cómo describiría a la juventud cubana de hoy?

«Los jóvenes cubanos de hoy son productos de una experiencia diferente y no podemos esperar que reaccionen con nuestros códigos. Cuando nosotros éramos jóvenes nos decían párense de cabeza, nos parábamos y después preguntábamos por qué. Nuestra experiencia fue otra y nuestra juventud vio en muy pocos años los resultados de anhelos que estaba pidiendo el pueblo cubano desde hacía décadas. Por eso creo que nuestros padres y nosotros tenemos una confianza ciega en la Revolución, porque la vivimos.

A veces tendemos a simplificar un poco las cosas, pero en Cuba se hizo muchísimo con el triunfo de la Revolución. Se crearon trabajos a lo largo y ancho del país, se dignificó al negro, al campesino, a las mujeres. También vimos los crímenes que cometieron los yanquis y contrarrevolucionarios contra los inocentes, los secuestros de los pescadores, los atentados…Es natural que todos nos pusiéramos de cabeza y después preguntáramos.

No podemos decirle eso a los jóvenes de ahora porque muchos vieron deshacerse algunos de esos resultados, por lo que todos sabemos: el período especial, la caída del campo socialista, el recrudecimiento del bloqueo por el gobierno norteamericano, etc. Tenemos que incorporarlos más a la construcción concreta, porque la conciencia se adquiere trabajando, con la experiencia. Ser menos paternalistas con ellos y dejar que se sientan protagonistas de su tiempo.

Nosotros tenemos una juventud que todavía se preocupa por lo que pasa más allá de sí mismos, por los problemas sociales. Se podrán equivocar. Algunos podrán creerse el discurso que, de pronto, en medio del 11 de julio, se creó en relación con la represión en el país. Pero muchos lo hacen también por un sentimiento de justicia que nosotros mismos les hemos inculcado. Tenemos que tener la capacidad de incorporarlos primero masivamente a la construcción del mundo real. Existe una juventud con la que podemos trabajar y lo ha demostrado de sobra.

Tenemos que tratar de que la gente haciendo se cambie a sí misma. Invitarlos a participar en todos los ámbitos de la vida y escucharlos también, escuchar las diferentes formas de ver la vida. Sueño con una Cuba en que la realización colectiva de la comunidad que somos todos implique la realización individual de sus miembros. Quiero una Cuba sin bloqueo en la que la diversidad pueda converger en una construcción colectiva más próspera, más democrática, donde la participación sea más activa en todos los ámbitos».