La guerra financiera de EEUU contra el mundo Por Ernesto Cazal | Misión Verdad, Venezuela

La guerra financiera de EEUU contra el mundo Por Ernesto Cazal | Misión Verdad, Venezuela

Con el paso de los años se advierte una mayor cantidad de vocerías que se unen al coro de criticar la política sancionatoria de los Estados Unidos desde ese mismo país, teniendo en cuenta varias razones además de las más criminales, a saber, su capacidad destructiva y violadora de los derechos humanos más fundamentales.

En Washington, por ejemplo, existe un sector esgrimiendo que las Medidas Coercitivas Unilaterales (MCU) son usadas de manera “excesiva para castigar y desaprobar” y, como consecuencia, socavan la hegemonía financiera estadounidense a mediano y largo plazo.

Al mismo tiempo, otros acusan recibo de la falta de compromiso y labor en la arista diplomática, tomando en cuenta que la Casa Blanca suele usar su arma financiera preferida para ejercer presión sobre otros países y entidades, privilegiando acciones duras por sobre la actitud conciliadora y de diálogo de acuerdo a los parámetros jurídicos internacionales.

En fin, el uso excesivo de “sanciones” es concebida por los sectores mencionados como una estrategia mal orientada, sin efectividad plena a los fines que mientan sus perpetradores. Podría decirse asimismo que el gobierno estadounidense se equivoca de estrategia, confundiéndola con el uso táctico, aunque frenético, de una herramienta financiera.

Decadencia imperial

Todo ello muestra un cuadro complejo en el que Estados Unidos parece estar sometido por su propia hybris en un momento de propia decadencia imperial luego de un unilaterialismo excepcionalista dispuesto a entrar en guerra contra el resto del mundo. Pero quizás el cuadro es mucho más complejo aún.

La presión de la que los principales analistas, periodistas y políticos atlantistas hablan sin cesar es un arma, sí, pero tal vez no esté siendo utilizada de manera incontrolada, como muchos pudieran concluir de lo dicho anteriormente. Si bien éstos ya no tienen la Hegemonía unilateral de todos los elementos y mecanismos de poder en el mundo, es cierto que mantienen el poder financiero dólar-céntrico y aún son efectivos en la propagandización de su poder blando a través de abarcantes industrias audiovisuales y social media, sin mencionar su fuerza militar ampliamente desplegada en todo el globo.

Teniendo en cuenta las investigaciones y análisis de Andrei Martyanov, Estados Unidos ya no es el número 1 en el ámbito militar, pero su poderío sigue siendo de temer. Rusia y China, e incluso India, han avanzado hacia un horizonte tecnológico de la guerra mucho más desarrollado que los angloamericanos, quienes cuentan con toda una infraestructura militar en sus cientos de bases instaladas fuera de Norteamérica.

Los informes del establishment militar estadounidense dan cuenta de la desventaja tecnológica-industrial en la que se haya con respecto a sus competidores más grandes en Eurasia. El pulso de la guerra comercial contra China iniciada en la era Trump estaba signado desde el principio por el factor técnico-industrial, siendo los asiáticos capaces de producir su propia industria de microprocesadores, chips y tecnología de última generación (IA, computación cuántica, etc.) y abriendo mercados donde hasta hace unos pocos años las compañías de Silicon Valley, en labor conjunta con el estado de seguridad nacional gringo, monopolizaban.

Esta mayor independencia tecnológica-industrial china ha estado siendo atacada por Estados Unidos mientras intenta avanzar en los ramos donde ya no es líder, y usando las armas más poderosas que le quedan.

Los objetivos de la coerción

Las MCU han sido tomadas, entonces, como cincel y piedra para la construcción de un nuevo paradigma de producción y asociación global, donde el planeta se encuentra dividido entre dos zonas de influencia en pugna, uno por el control total del sistema capitalista, el otro por impulsar una suerte de pluripolaridad.

Con las “sanciones” se busca destruir países con sus habitantes, aislar entidades y Estados del sistema financiero internacional y moldear los circuitos comerciales para redireccionar los capitales hacia sus bolsillos. Los hechos evidencian que el secuestro y robo de activos del clan Guaidó a la República Bolivariana de Venezuela no solo es mera corrupción y ansias de lucro, sino que también financia proyectos estadounidenses de “cambios de régimen”, narco-producción y de infraestructura semifeudal (el muro de Trump-Biden).

En su código genético pareciera estar inscrito que las MCU son incluso más mortales que las armas militares por su impacto, uno que pone a veces en aprietos los propios intereses estadounidenses, y son concebidas para que duren estratégicamente en el tiempo. Por ello es institucional y técnicamente difícil levantar “sanciones”, pues Estados Unidos suele disparar contra varios objetivos estatales y no estatales con influencia en el objetivo que no permiten desenredar la complejidad burocrática de los aparatos gringos de guerra financiera, sabiendo de antemano que la buena fe no existe en los pasillos políticos norteamericanos.

Tomemos el ejemplo de los supuestos acercamientos de la administración Biden con la República Islámica de Irán. Washington ha prometido levantar el bloqueo financiero relacionado con el programa nuclear iraní, como se prometió en el acuerdo de 2015, si Teherán, a su vez, revierte su decisión soberana de regular su propia industria nuclear a su antojo. Pero otras instituciones e individuos iraníes clave podrían seguir siendo “sancionadas” por razones secundarias, complicando los escenarios diplomáticos ya que Irán seguiría asediada económicamente.

Biden podría levantar las “sanciones” a la Compañía Nacional de Petróleo de Irán por lo que sea que alegue Estados Unidos que hace para financiar los programas de “armas de destrucción masiva”, pero seguiría en la lista negra de la OFAC por facilitar financieramente “el terrorismo orquestado por la Guardia Revolucionaria”. Y así sucesivamente con varias instituciones (Banco Central, navieras y empresas hidrocarburíferas). El mismo problema surge con Venezuela, donde bancos, instituciones y altos responsables estatales son bombardeados por “sanciones” cada pocas semanas.

Si bien la administración Biden tiene la autoridad para otorgar una exención temporal de MCU, éstas se mantendrían en vigor legalmente, aunque se anularían sus efectos hasta que el Departamento del Tesoro las revoque formalmente, una medida “enormemente impopular en los círculos internos de Estados Unidos” si se refiere a Irán, de acuerdo a un columnista del Atlantic Council. Es muy improbable que dicho gobierno, o cualquiera de ahora en adelante, avance en un desescalamiento de su propia guerra personal financiera contra el resto del mundo.

Y ahora, contra sus propias empresas

Nada de esto debe sorprendernos al leer la noticia de que el gobierno de Estados Unidos impuso una nueva regulación a las empresas de su país: exigirá a partir de mayo de 2021 que soliciten permiso para utilizar equipos y servicios de tecnología de la información de países considerados “adversarios”, una medida que podría afectar hasta a 4,5 millones de empresas.

¿Los “adversarios extranjeros”? China, Rusia, Corea del Norte, Irán, Venezuela y Cuba: lo que muchos de sus políticos gustan en llamar a veces el “Eje del Mal”.

Siendo Estados Unidos el líder mundial de lo que en Davos llaman el Gran Reseteo, una revolución tecnológica que comprende un nuevo paradigma del capitalismo tecnocrático, bien explicado por Alastair Crooke aquí, era de esperarse que reaccionara a su dependencia neoliberal de los demás talleres globales de manera agresiva, con una metralleta de “sanciones”.

Dichas reglas aplican a una amplia gama de tecnología, incluido el hardware y software utilizados en infraestructura crítica y redes de telecomunicaciones, así como inteligencia artificial y tecnología de computación cuántica, además de servicios que manejan información personal, junto con equipos de monitoreo como cámaras de vigilancia, sensores y drones habilitados para Internet: elementos clave para la producción del revolucionado paradigma tecnológico-económico que viene acelerándose con la pandemia.

Si despejamos el panorama, podemos ver claramente que Estados Unidos está intentando cortar de raíz toda influencia proveniente del bloque emergente promotor de la multipolaridad, empujando sus límites hasta los propios límites soberanos de sus “adversarios”, imponiéndoles frentes de guerra en varios flancos, aumentando las posibilidades de que China, Rusia, Corea del Norte, Irán, Venezuela y Cuba terminen por consolidar alternativas a las presiones atlantistas en su fase decadente mientras bombardea las economías de las sociedades que rechaza.

En un escenario de intensa y cotidiana guerra financiera contra el mundo se encuentra tanto la posibilidad de que haga erupción el volcán de Tucídides (el choque definitivo que muchos esperan entre las mayores potencias militares) como el hecho futuro de que habrá una o varias arquitecturas financieras adaptadas a nuevos tiempos. En el trasfondo, se escucha la carrera tecno-industrial que marcará los nuevos paradigmas de vida, sea de uno u otro bando, por las próximas décadas.

Estamos en el futuro, uno marcado por una batería de “sanciones” que tienen por orden destruir y construir, con un solo beneficiario a costa del resto. Las políticas antibloqueo del “Eje del Mal”, de manera separada o coordinada entre sus miembros, deberían tener un efecto totalmente contrario: el beneficio debe arroparnos a todos.