La matanza del pueblo en Brasil Por Frei Betto y Eric Nepomuceno

La matanza del pueblo en Brasil Por Frei Betto y Eric Nepomuceno

Tener como patrimonio una filosofía «fascista», y hacer de ella un regocijo en pleno siglo XXI, sentirse halagado cuando se le califica como el «Trump del trópico», desafiar la inteligencia humana y apostar por lo irracional, son cualidades del actual presidente brasileño, Jair Bolsonaro. Incluso, al referirse a la vacuna de Pfizer contra el Covid-19, que debe aplicarse en Brasil, dijo al pueblo que los vacunados «pueden convertirte en monos o en cocodrilos». Pero lo más grave de todo es que ese sea el presidente del mayor país de América Latina. Ha sido, como copia al carbón de Trump, un «convencido» de no usar mascarilla ni practicar el distanciamiento. Abrió la economía aun en pleno pico de la pandemia y en detrimento de sus conciudadanos. La lista de todas las decisiones irracionales concentradas en el ejercicio de la presidencia es muy larga.

Estos dos artículos revelan la naturaleza genocida de Bolsonaro

Crónica de un genocidio anunciado

Por Frei Betto, diario Granma Cuba

Todo indica que Brasil será el último país en tener una población inmunizada contra la Covid-19 y, dentro de poco, habrá de superar a EEUU en cantidad de muertos, debido a la inoperancia del Gobierno de Bolsonaro. En esta tercera semana de enero ya tenemos más de 215 000 víctimas fatales. Diariamente mueren más de mil personas contagiadas por coronavirus.

Bolsonaro sufre de tanatomanía, tendencia patológica a la satisfacción con la muerte ajena. Actualmente la situación se agrava por la falta de oxígeno y camas en los hospitales. Terrible paradoja: falta el oxígeno para los pacientes de Amazonas y de Pará, ambos en la Amazonía, que es tenida como el pulmón del planeta. Muchos mueren por asfixia. Y la ironía del destino: Maduro, despreciado por el Gobierno, reabastece el Amazonas de oxígeno…

Todo este cuadro necrófilo resulta de la inacción de un presidente y de un Gobierno genocidas. Brasil tiene Ministerio de Salud, pero no tiene Ministro. Desde la asunción de Bolsonaro, en enero de 2019, los dos médicos que ocuparon el cargo no permanecieron por no concordar con la indiferencia del presidente frente a la pandemia y por él recomendar medios preventivos carentes de base científica, como por ejemplo, la cloroquina. El actual ministro de Salud, el general Pazuello, no es médico, y poco después de ser puesto en el cargo admitió que, hasta ese momento, no conocía el sus (Sistema Único de Salud) que atiende gratuitamente a la población y es considerado ejemplar. Sin embargo, ahora el sus está atado de manos por falta de vacunas y de personal de la Salud.

En el inicio de la pandemia, mientras el mundo se alarmaba, Bolsonaro declaraba que se trataba de una «gripecita». Se rehusó a coordinar y movilizar a los brasileños para evitar la diseminación de la enfermedad. E incentivó, con su ejemplo, las aglomeraciones, criticó el uso de tapabocas (llegó a prohibir la entrada al Palacio de Gobierno a quien estuviese con tapabocas) y desaconsejó medidas, como el aislamiento preventivo, el lavado frecuente y cuidadoso de las manos y su sanitización con alcohol. Fue preciso que la Suprema Corte facultara a los gobernadores e intendentes municipales (jefe municipal) con el derecho de desempeñar esa coordinación.

Como Bolsonaro saborea el macabro perfume de la muerte, jamás se preocupó por la vacunación del pueblo brasileño. Dio a entender que la COVID-19 mata preferentemente a los pobres (lo que economizaría recursos de las políticas sociales), los portadores de comorbilidades y de los ancianos (lo que reduciría el déficit del SUS y los gastos del sistema de previsión social). Sin embargo, debido a la presión popular, el Gobierno tuvo que salir corriendo a buscar vacunas.

Las vacunas disponibles hasta ahora son producidas en India y China, países que desde hace meses han sido despreciados por la familia Bolsonaro. El canciller Ernesto Araújo, adepto del terraplanismo, declaró que China había producido intencionalmente el «comunavirus». Aliado a algunos países ricos, Brasil se rehusó a apoyar a la India en la OMC para liberar las patentes de las vacunas. En octubre de 2020 Bolsonaro declaró: «Aviso que no compraremos vacunas de la China». Su hijo, el diputado nacional Eduardo Bolsonaro, acusó al Gobierno chino de usar la tecnología 5G para espiar.

Las pocas vacunas que llegaron al país, menos de diez millones de dosis para una población de 212 millones, vinieron de China y fueron compradas por el Instituto Butantan, renombrada institución científica de San Pablo. La Fiocruz (Fundación Oswaldo Cruz), de Río de Janeiro, intenta comprar a China el IFA (Instituto Farmacéutico Activo), sin que haya hasta ahora confirmación de posibilidad de entrega.

Es necesario que todos sepan del genocidio promovido por el gobierno Bolsonaro. Más de 50 pedidos de impeachment del Presidente están encajonados en las oficinas del Congreso Nacional. Vivimos hoy en un país que no tiene Gobierno, ni política de Salud, sin suficientes vacunas, cilindros de oxígeno ni camas disponibles en los hospitales, tampoco tiene leyes favorables al lockdown y contrarias a las aglomeraciones. Es preciso que todos nos movilicemos para salvar al Brasil y a los brasileños.

Brasil, entre el caos y la tragedia

Por Eric Nepomuceno, diario Página/12 Argentina

Entre el 14 y el 20 de enero al menos 78 personas murieron literalmente sofocadas en los norteños estados brasileños de Amazonas y Pará: faltó oxígeno en las unidades de terapia intensiva. Otras casi mil murieron en la región gracias al colapso de los hospitales.

Las escenas de médicos tratando desesperadamente de ayudar sus pacientes a respirar coincidieron con la huida de docenas de internados que optaron por morir en casa antes que seguir padeciendo la agonía de ver gente sofocándose a su lado.

Seis días antes, el 8 de enero, el general Eduardo Pazuello, instalado por el ultraderechista Jair Bolsonaro en el sillón de ministro de Salud y supuestamente especializado en logística, fue informado, en carácter de urgencia, que en Manaos, capital del estado, el oxígeno destinado a los internados estaba colapsando. Y no hizo nada.

Sobran advertencias de médicos e investigadores altamente calificados: la tragedia vivida en Manaos puede extenderse por el país. Están colapsados o al borde del colapso los hospitales, tanto públicos como privados, de varios estados brasileños, Sao Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais, los tres principales entre ellos.

Las medidas de aislamiento tan duramente combatidas por Bolsonaro son decretadas a medias por gobernadores y alcaldes, y rigurosamente ignoradas por gran parte de la población. Digo “a medias” porque la fiscalización es ínfima, y la irresponsabilidad de la gente, infinita.

De los países con cierto peso en el escenario global, Brasil es el único que ha sido rigurosamente incapaz de buscar una coordinación para enfrentar la más mortal de las pandemias de los al menos últimos cien años.

Ahora, empiezan a aparecer datos concretos indicando que más allá de ineptitud, el gobierno militarizado encabezado por Bolsonaro actuó de manera directa para sabotear medidas que podrían atenuar la tragedia.

En abril del año pasado, Brasil fue formalmente invitado a integrar una alianza mundial de vacunas, que pretendía reunir 155 países para asegurar inmunizantes contra Covid-19. Se trata del “Covax” y, por las reglas del grupo, el país podría encargar más de 200 millones de vacunas, cantidad suficiente para la mitad de su población (considerándose dos dosis por cada habitante). Gracias al número de sus habitantes, Brasil estaría entre los cinco primeros a recibir vacunas. Bolsonaro se negó a sumarse al grupo.

En agosto pasado, la Pfizer entró en contacto con su gobierno ofreciendo 70 millones de dosis de su vacuna, que estarían disponibles en diciembre. Nunca hubo una respuesta formal del ministerio de Salud encabezado por un general activo del Ejército, cuya única función visible es obedecer de manera ciega a un capitán retirado.

La secuencia de absurdos es larga, larga. Y mortal, asesina. Genocida.

Bolsonaro se vanagloria de haber logrado importar dos millones de dosis de vacunas de India. Se olvida de dos cosas.

La primera: sigue negando la eficacia de vacunarse, sigue difundiendo informaciones ridículamente absurdas.

La segunda: dos millones de dosis no son nada en un país de poco más de 210 millones de habitantes.

Ah, sí, una tercera cosa: tanto tardó para moverse, que Brasil pagó por cada dosis de esa vacuna poco más del doble de lo que pagaron países europeos mucho más ricos, pero que tuvieron la prudencia de encargar la vacuna a mediados del año pasado.

La legislación brasileña define lo que son “crímenes de responsabilidad”, suficientes para catapultar mandatarios irresponsables. Jair Bolsonaro cometió al menos unas cuatro docenas de ellos.

En los últimos días crecen, de manera palpable, las presiones para que tanto el Congreso, en especial la Cámara de Diputados, y las instancias superiores de justicia muevan un juicio fulminante al presidente genocida.

Los sondeos de opinión pública muestran que la aprobación de su gobierno se derrite como una paleta al sol. Si ya era minoritaria desde hace mucho, ahora se hace mínima.

Pero sigue el caos, sigue la tragedia, sigue el peor presidente de la historia de la república brasileña, competidor directo de los dictadores que se turnaron en el poder entre 1964 y 1985, tan admirados por él, con sus torturadores sanguinarios, pero que no lograron producir semejante devastación como la que Bolsonaro impuso e impone a este pobre país.