Los grandes derrotados en Perú Por Víctor Caballero Martin | Otra Mirada, Perú

Los grandes derrotados en Perú Por Víctor Caballero Martin | Otra Mirada, Perú

Concluido el trabajo del Jurado Nacional de Elecciones, proclamado como ganador de la de las elecciones presidenciales de Perú al profesor Pedro Castillo, conviene reflexionar sobre los grandes derrotados.

No solo ha perdido por tercera vez Keiko Fujimori, le heredera de la dinastía fujimorista, sino también la gran coalición de derechas quienes amarraron su destino, sus principios y sus ideales tras el fujimorismo y lo que éstos representan.

De esta coalición de derechas derrotada, la que ha sido doblemente derrotada son los liberales peruanos, aquellos herederos del Movimiento Libertad que formara Mario Vargas Llosa (MVL) por la década de los ochenta, y que se presentaba como la expresión moderna de la política peruana, dispuestos a combatir al totalitarismo, el estatismo, el atraso y defender la libertad, sobre todo, la libertad económica.

Esta vez, los más lúcidos representantes del liberalismo peruano, dirigidos por su buque insignia MVL, hicieron un increíble traslape al sostener que defender al fujimorismo se defendía la democracia frente al comunismo. Lo dijeron sin pudor: el futuro de la democracia y la libertad en el Perú, dependía de que Keiko Fujimori gane, como sea, las elecciones.

No una, sino muchas derrotas

Reflexionemos. Hagamos un recuento de una historia corta. La tercera derrota de Keiko Fujimori es también la tercera derrota de la propuesta de los liberales peruanos, pero con una particularidad: la primera derrota al liberalismo dirigidos por MVL la propinó Alberto Fujimori. La segunda derrota fue en el periodo 2011 y 2016. La tercera, acaba de producirse.

La primera derrota

El más importante proyecto liberal que se gestó en el Perú fue obra de Mario Vargas Llosa y su partido Libertad. Se formó en 1986 como respuesta a la decisión del gobierno de Alan García de la estatización de la banca privada; a partir de ahí levantaron un programa y un ideario Libertario con el cual se trazaron como objetivo impulsar la más profunda revolución liberal. Se prepararon para gobernar, forjaron la alianza con los partidos AP – PPC – SODE y formaron el Frente Democrático FREDEMO con el cual emprendieron una gigantesca (y millonaria) cruzada para ganar el gobierno, pero perdió. Fue derrotado por Alberto Fujimori.

No fue solo una derrota electoral; fue, sobre todo, una derrota política y un descalabro orgánico porque sus principales ideólogos y entusiastas militantes terminaron pasándose con todo al gobierno de Alberto Fujimori incluso antes de que éste sea proclamado presidente.

MVL los acusó de tránsfugas y de traidores, pero, en estos asuntos, como diría Talleyrand, “la traición es una cuestión de la fecha”, porque antes de la segunda vuelta, fue el propio MVL quien en una reunión clandestina no autorizada por su partido y frente, le propuso a Alberto Fujimori renunciar a la segunda vuelta a condición de que Fujimori aplique o ejecute su programa económico (que, al parecer, era lo único que le interesaba) y le ofreció como Ministro de Economía a uno de sus principales cuadros técnicos, Raúl Salazar.

Este pasaje de la “abdicación” de MVL a participar en la segunda vuelta está minuciosamente narrado en su obra “El Pez en el Agua”. MVL se había percatado que ya no era posible imponer su ansiado programa liberal, que la “revolución liberal” o su “sueños libertarios” ya no era viable. Fue una decisión personalísima, no lo consultó con nadie; solo después de la reunión con Fujimori comunicó a los líderes del FREDEMO quienes sorprendidos e indignados no le aceptaron su posición. “Sólo Ghersi señaló que, en principio, no rechazaba la idea de una negociación con Fujimori si ella permitía rescatar algunos puntos claves del programa”.

Fujimori no aceptó la propuesta de MVL. Lo que vino después fue el descalabro: surgieron los tránsfugas como Hurtado Miller de Acción Popular (así lo calificó MVL) quien junto a “otros colaboradores y asesores míos –escribe– se instalaron en cargos públicos”.

El fracaso mayor para MVL fue cuando Alberto Fujimori dio un golpe militar, cerró el Congreso, intervino los diarios, el Poder Judicial, la Fiscalía. Para su sorpresa esta acción fue apoyada de manera entusiasta por militantes de Libertad y de los partidos del FREDEMO, quienes, sin reparos, se comprometieron con la dictadura y se olvidaron de la propuesta liberal.

Sus palabras fueron duras: “intelectuales baratos, de buena sintaxis y de estirpe liberal o conservadora esta vez —a la cabeza de ellos mis antiguos partidarios Enrique Chirinos Soto, Manuel d’Ornellas y Patricio Riketts— se apresuraron a producir las adecuadas justificaciones éticas y jurídicas para el golpe de Estado y a convertirse en los nuevos mastines periodísticos del gobierno de facto”. No todos se pasaron al otro lado del proyecto liberal. No todos se comprometieron con la corrupción fujimoristas, es verdad; hubo respetables intelectuales liberales que formaron parte de la oposición activa al fujimorismo, y trabajaron por derrotar el intento de perpetuación del dictador.

Pero el núcleo principal de los grupos de poder económico, y los consultoras económicas que estuvieron con MVL, participaron entusiastamente en la dictadura fujimorista; ellos fueron parte de la dictadura de Fujimori y Montesinos, comprometidos con la más espantosa y abominable corrupción (Mario Vargas Llosa dixit), pero lo hacían por dos razones: la primera: Fujimori estaba aplicando el programa económico neo liberal: privatización de las empresas públicas, eliminación de derechos laborales, liberación de trabas sociales a la inversión privada en los recursos naturales, todo ello concretado y consolidado en una Constitución Política elaborada a la medida de los intereses de los grupos empresariales privados. La segunda, el programa liberal se reduce precisamente a eso: libre mercado, reducción de la intervención del Estado en la economía, libertad económica, todo ello por encima de la demanda social de mejorar los derechos sociales, y, sobre todo, de la defensa de la democracia y del Estado de Derecho.

Así acabó la primera experiencia “libertaria”.

La segunda derrota

Con la derrota de la dictadura fujimorista, lo que venía era la reconstrucción de la institucionalidad democrática del país y la recuperación de la confianza ciudadana en sus autoridades. Desmontar el fujimorismo implicaba recuperar precisamente la confianza en el sistema político, pero, sobre todo, acabar con una década de corrupción en el Estado. Se requería cambiar la vieja correlación de fuerzas en el control del Estado manejado por los grupos de poder económico. Se requería construir un nuevo consenso donde los derechos sociales y colectivos de la población fueran respetados; se exigía una lucha más firme contra la corrupción enquistada en el Estado y promovido por los grupos empresariales; se esperaba que en democracia se podían hacer los cambios constitucionales que garanticen precisamente estas demandas populares.

Todo ello se frustró. Primero se produjo la gran desilusión con el gobierno de Alejandro Toledo que después se descubriría lo involucrado que estaba con la corrupción; y luego con Alan García, en donde las protestas sociales llegaron a los niveles más altos de violencia y muerte. Luego también se descubriría la gran red de corrupción que se había construido durante su gestión.

No hay que desconocer que en estas críticas tanto al gobierno de Toledo como el de García, destacados intelectuales liberales cumplieron un destacado papel. Criticaban la corrupción de ambos; cuestionaban abiertamente a García y su gobierno mafioso; no obstante, fueron poco entusiastas en construir una alternativa política que los representase como opción de gobierno. En esas condiciones que se produjo su segunda derrota.

La particularidad de esta segunda derrota es que se produjo en dos momentos. La primera en 2011, y la segunda en 2016.

En verdad pocos pensaban que el ex dictador Fujimori se iba a quedar a vivir tranquilo en Japón; pronto se descubrió que estaba tramado un plan de regreso al poder. Lo intentó para las elecciones de 2006 pero fue frustrado por su detención en Chile un año antes, deportado al Perú en 2007 y condenado en 2009 por delitos de corrupción y de lesa humanidad. Con ello se le cerró definitivamente su carrera política. Pero el proyecto fujimorista de recuperar el control se mantuvo activo. Para las elecciones de 2011, ya estaba preparado el retorno: Keiko era la elegida por la dinastía Fujimori para retomar el poder.

¿Cómo y en qué medida el fujimorismo volvió a recuperar el respaldo (y el financiamiento) de los grupos de poder económico, pero sobre todo de los partidos de la derecha con sus mentores ideológicos liberales? ¿Cómo así Keiko Fujimori logró reconstruir y presidir la coalición derechista?

La respuesta, indudablemente era el temor que les generó la candidatura de Ollanta Humala, a quien acusaban de castro – chavista, de querer aplicar el “socialismo del siglo XXI”. No les interesó investigar o analizar respecto de las simpatías populares que despertaba un candidato con un fuerte discurso antifujimorista y con una promesa de cambio social.

Keiko Fujimori perdió las elecciones de 2011 en la segunda vuelta. Pero el mensaje estaba dado: el fujimorismo se había recuperado bajo el liderazgo de Keiko. Ella había conseguido afianzar un núcleo partidario sólido, había logrado conformar una bancada parlamentaria bastante agresiva, pero, sobre todo, había logrado el respaldo de una coalición de partidos de las derechas y de los grupos empresariales que incluía, por supuesto, a los grupos de la corrupción empresarial que financiaron toda la campaña.

Es en esa coalición de alianzas de derechas que se sumaron economistas liberales; no así de Mario Vargas Llosa que, con reparos, apoyó a Ollanta Humala. En cierta medida, MVL –que a despecho de sus seguidores en la intelectualidad liberal– fue un factor determinante para que Humala abandone las promesas de cambio de la Constitución y de la aplicación de su programa original de la Gran Transformación.

Para las elecciones del 2016, la oportunidad parecía propicia, el campo parecía despejado para que Keiko Fujimori ganase las elecciones. A fin de cuentas, la izquierda estaba dividida, ya no había una amenaza real de ganar las elecciones. Esas elecciones habían dejado solo dos opciones de las derechas peruanas: Fuerza Popular con Keiko Fujimori y el partido de PPK. Si algo caracterizaba la improvisada candidatura de PPK era que no tenía ideas, carecía de un programa político coherente, peor aún, su partido era una suma improvisada de aliados ocasionales. En verdad, pocos lograban diferencias ambas candidaturas salvo por un pequeño hecho: la corrupción fujimorista, y porque en torno a Keiko se había nucleado la expresión más conservadora y corrupta de la derecha empresarial.

Keiko Fujimori volvió a perder en la segunda vuelta. Ella nunca reconoció su derrota ni supo entender quién lo venció. La victoria de PPK que, a fin de cuentas, era un improvisado, solo fue la alternativa ocasional del movimiento antifujimorista. El antifujimorismo, o el “antikeiko”, en esa segunda vuelta, era la expresión de la más amplia coalición de sentimientos que se solidificaba para cerrar el paso a todo intento de regreso del fujimorismo al poder. Nada más que eso. No había en esa coalición programa de gobierno que votaba a PPK por su plan de gobierno o ideario político que cautivara o emocionara a la población. PPK tuvo la fortuna y la habilidad de canalizar ese sentimiento popular que luchaba desde tiempo contra el regreso del fujimorismo al poder.

Que el gobierno de PPK haya sido un desastre es culpa no solo de PPK, sino fundamentalmente de Keiko Fujimori, su bancada y su partido. Como era de esperar la furia desatada por su derrota la pagamos todos los peruanos. Peor aún: en el quinquenio 2016 – 2020, el fujimorismo se empecinó en dejar en escombros la democracia peruana.

La tercera derrota

La campaña electoral de 2021 era propicia para que representantes del pensamiento liberal, construyan una alternativa política, viable, seria, que ayude a permita construir las bases de un verdadero sistema político de partidos. Pero no ha sido así. Quizá se deba a la impronta liberal de no estar sujeto a colectividades, de no estar contaminados del poder, de ser solo asesores o fiscalizadores del poder antes que actores políticos para la construcción de un sistema democrático. Quien expresó estas ideas fue Mario Ghibellini (periodista y empresario ultraderechista) en una entrevista a Desco. “Pienso que estamos relacionados con la política, pero ninguno desea ser un actor político. Más que querer acceder al poder, me parece que los liberales están preocupados por fiscalizar”.

Todos habíamos visto –y sufrido– la manera como Keiko Fujimori y la bancada fujimorista demolió lo poco que había de institucionalidad democrática en el país. Todos estaban pendientes del juicio a Keiko y a su partido por graves delitos de corrupción por la recepción de fondos ilegales provenientes de la corrupción. Pocos pensaban que Keiko era una opción de gobierno. Asimismo, pocos percibimos que el electorado peruano vivía una profunda decepción del sistema partidario y de las candidaturas.

Como sabemos, la derecha se presentó dividida; los partidos de la izquierda también. Esa no era la novedad. El problema real era que todos los partidos y candidatos no gozaban de las preferencias del electorado peruano. Pero la sorpresa fue el segundo lugar de Keiko Fujimori, seguida de Rafael López Aliaga que representaba la ultra derecha, cuyo partido, Renovación Popular, obtuvo cerca del 13%; seguido a continuación de Hernando de Soto que se decía, así mismo, como el representaba del pensamiento liberal peruano.

Decidida la segunda vuelta entre Pedro Castillo de Perú Libre y Keiko Fujimori de Fuerza Popular, las fuerzas políticas volvieron a reagruparse. Keiko Fujimori volvió a liderar la coalición de los partidos de la derecha, pero esta vez con posiciones muy conservadoras, reaccionarias y profundamente antidemocráticas. El fujimorismo, a pesar de todo el estropicio que causó a la institucionalidad democrática, a pesar de los graves cargos de corrupción volvió a recibir el respaldo unánime de los dueños de las grandes cadenas periodísticas (televisión – radio – prensa), canalizó el apoyo de los grupos de poder económico incluso de aquellos vinculados con la corrupción.

Lo sorprendente, no obstante, no era esa coalición conservadora tras el fujimorismo, sino que los más connotados representantes del liberalismo peruano, aquellos que se opusieron tenazmente al fujimorismo, a la corrupción que ella encarnada; aquellos que combatían al mercantilismo de los grupos empresariales que el fujimorismo promovía y defendía, terminaron por ceder sus principios, su prédica y su talante democrático para apoyar sin tapujos ni reparos… a Keiko Fujimori. Y perdieron, otra vez. Perdió Keiko. Perdieron los partidos de la derecha extrema, y con ello, arrastraron a los representantes de lo quedaba del liberalismo peruano. Pedro Cateriano (ex jefe de ministros durante dos gobiernos pasados) escribía poco antes de las elecciones: “El fujimorismo es uno de los causantes del colapso político del país. Además, es la agrupación que gestó la corrupción más escandalosa de nuestra historia republicana”.

Este descalabro de los liberales peruanos los ha llevado a situaciones límites, como justificar un golpe contra Pedro Castillo. Lo han manifestado sin ningún pudor y sin reparo Keiko Fujimori quien ya manifestó que no reconocerá el triunfo de Pedro Castillo. Lo repitió con todas sus consecuencias Rafael López Aliaga, líder del partido Renovación Popular quien proclamó la muerte de Pedro Castillo, y al comunismo y a los comunistas; le siguieron en ese desvarío el ex marino y ahora congresista Jorge Montoya, Lourdes Flores, Daniel Córdova, quienes afirman (sin pruebas) que Keiko ganó; y, por si fuera poco, a ellos se ha sumado Mario Vargas Llosa, nada menos, al sentenciar sin ningún rubor que “todo lo que se haga para frenar esa operación turbia (que Castillo asuma el gobierno) que va contra la legalidad, en contra de la democracia, está perfectamente justificado”. Se supone que justifica el golpe contra el Estado de Derecho, desconoce los resultados electorales y justifica con eso el derrocamiento de Pedro Castillo.

¿Cómo así, los que en un momento se declaraban adalides del liberalismo peruano y de la democracia y del respeto del Estado de Derecho, terminan no solo liderados por la expresión más corrupta de la política peruana, y parapetados detrás de líderes que sin reparo se declaran admiradores del fascismo español, de aquellos que enarbolaban por calles y plazas la cruz de borgoña, nada menos, en momento en que el país celebra el Bicentenario de la proclamación de la independencia peruana?

No solo Mario Vargas Llosa termina elaborando una narrativa que concluye con un llamado al golpe, sino que otros adalides del liberalismo como Enrique Ghersi, el autocalificado “pensador liberal” termina llamando a sus huestes a recoger firmas para un referéndum con el propósito de quitar el derecho ciudadano a producir cambios constitucionales. Alucinante. Que se sepa, los referéndums se convocan para conquistar derechos ciudadanos, no para quitarlos. Sabiendo, por lo demás, que la actual constitución considera improcedente toda iniciativa que recorte derechos consagrados en el Artículo 2 de la Constitución.

El naufragio liberal

Reducir la reforma liberal al funcionamiento del libre mercado ha sido para ellos el error fundamental. Exigir el retiro del Estado de toda forma de regulación de la economía, poner reparos a una mejor mayor redistribución de la riqueza hacia las poblaciones pobres y excluidas, minimizar los riesgos ambientales y los derechos territoriales de las comunidades originarias ha sido su peor error, su escasa comprensión de lo que pensaba las poblaciones de los sectores populares rurales y urbanos.

No lo entendieron así. Prefirieron enfrentarse a toda posibilidad de cambio del modelo económico, y de la intangibilidad de la constitución fujimorista. Por esa vía se fueron alineando poco tras la dinastía fujimorista encabezada por Keiko, le perdonaron toda su corrupción no la de su papá, sino la de ella y su grupo político; le aceptaron y toleraron los desmanes que hicieron hasta llevar al país a la más profunda crisis política en el periodo 2016 – 2021. A fin de cuentas, ella era preferible a un gobierno de Pedro Castillo.

Cuesta entender por qué los liberales llegaron a tal grado de sumisión al fujimorismo y a su lideresa Keiko.

Esta desventura de los liberales peruanos en estas últimas décadas requiere, ciertamente una explicación. ¿Qué pasó? O mejor ¿qué les pasó? ¿Por qué terminaron subsumidos por el fujimorismo? ¿por qué aceptaron el liderazgo ya no solo del fujimorismo sino del conservadurismo religioso reaccionario de Renovación Nacional, López Aliaga bajo las banderas de la cruz de borgoña, bandera imperial española?

Quizá quien explique mejor este naufragio sea el buque insignia del liberalismo peruano: Mario Vargas Llosa. Recordemos que él, con el movimiento Libertad, levantó un programa de gobierno de reformas económicas para el cual pedía un mandato expreso al pueblo peruano, programa con el cual se proponía un shock de ajuste fiscal que ocasionaría despidos en el Estado, abrir la economía peruana al mundo. Reformas que según MVL, se sustentaban en las propuestas económicas que su bienamado Friedrich Hayek “llamaba la trinidad inseparable: la legalidad, la libertad, la propiedad”.

Nótese que no cita en esa trilogía la democracia. Y eso es precisamente lo que pasó. Los liberales peruanos, aquellos que se cobijaron y crecieron a la sombra de Mario Vargas Llosa pusieron por delante no la democracia ni los derechos sociales de la población bastante castigada por tres décadas de neoliberalismo económico y dictadura del mercado, sino la defensa cerrada de la economía de mercado.

En ese aspecto, y solo en ese aspecto fueron fieles a Hayek, personaje que ni por asomo le interesaba la democracia y los derechos sociales. El propio Mario Vargas Llosa reconoce ese hecho en una anécdota de Hayek que hoy cobra actualidad: “una dictadura – decía Hayek –que practica una economía liberal es preferible a una democracia que no la hace”. Lo dijo dos veces cuando visitaba Chile. “llegó al extremo – dice MVL – de afirmar en dos ocasiones que bajo la dictadura militar de Pinochet había en Chile mucha más libertad que en el gobierno democrático populista y socializante de Allende.”

No es la primera vez en la historia que esto sucede. Al parecer, en circunstancias históricas muy concretas, los representantes del liberalismo político arriaron banderas de la democracia. Lo destacó José Carlos Mariátegui al analizar el ascenso del fascismo en Italia: “Las elecciones italianas –decía–, en verdad, significan más que una derrota de la revolución, una derrota del liberalismo y la democracia”. “La burguesía – continúa – armó y financió el fascismo. La prensa demo-liberal le concedió́ su favor y ternura”. “El liberalismo no quiso asumir la defensa de la legalidad”.

El parecido con nuestra realidad actual, no es mera coincidencia. Estamos frente a procesos políticos similares.

Siempre se reclamó – desde el lado de la derecha – que los partidos de izquierda deban modernizarse, que debían construir partidos que respetaran la democracia y las elecciones democráticas. Es hora de decir a los liberales peruanos que también ellos deben modernizarse, de construir verdaderos partidos democráticos y defender la democracia, y no plegarse apenas surja unas crisis políticas bajo las banderas del conservadurismo religioso extremo ni a agitar las banderas de la cruz de borgoña, banderas del fascismo español, menos en plenas celebraciones del Bicentenario de la Independencia peruana.