Sandino, la hoja del tallo que se hizo espada Managua. Por Salomón de la Selva y Pablo Neruda, Radio La Primerísima

Sandino, la hoja del tallo que se hizo espada Managua. Por Salomón de la Selva y Pablo Neruda, Radio La Primerísima

(Fragmento final del libro de Salomón de la Selva, «La guerra de Sandino o pueblo desnudo»)

En Managua hacía una noche espléndida. De las sierras soplaba un aire fresco que acariciaba a la ciudad indigna y rizaba la superficie plácida del lago. En los salones del Gran Club se daba fastuoso baile en honor de la señora de Feland, recién llegada. Charles E. Eberhardt (embajador de EEUU) no asistió.

En El Chipotón las veladas eran largas. Llovía noche y día. Cabrerita se hacía una sola pieza con su guitarra criolla de cuerpo esbelto:

¡Augusto César Sandino,
por los aires, tierra yagua,
con valor ha defendido
a su patria Nicaragua!

El pleito entre Eberhardt y Feland (mayor general Logan Feland, comandante en jefe

de las fuerzas norteamericanas en Nicaragua) se fue acentuando.

El Senador Burton K. Wheeler visitó Nicaragua

en cuestión de horas. A la prensa de su país hizo declaraciones: “Volé sobre Nicaragua y estuve en su ciudad capital. No vale todo ese país la vida de un solo marino americano. Nicaragua es lo peor y último de la tierra”.

Poco después Eberhardt fue trasladado a Costa Rica y Feland a San Diego, California. Llegó un nuevo ministro.

Llegó un nuevo comandante en jefe de marinos.

En El Chipotón no amainaba el diluvio.

– Veya, mi general –decía Altamirano– como los yanques comenzaron cortando cabezas, y como andan torturando a machetazos a nuestra gente, puej entonces ya yo perfeccioné la cosa: son dos golpes dados seguiditos en lo que uno parpadeya, y abajo cabeza con el tronco en punta. Con el primer jodido yanque que cojamos le enseño el corte de chaleco. ¡Es mi pura invención!

—Sí, general —respondió Sandino —. ¡Pero oiga esa lluvia! ¿No le parece que fuera una gran caballería? Como que de ultratumba vinieran con Bolívar al frente de los libertadores…

—¿Y si no, General?

Sandino agachó la cabeza y parecía que lloraba.

La hoja del tallo que se hizo espada

(Fragmento del “Canto a Costa Rica”, de Salomón de la Selva)

No fuera Nicaragua traicionada
por enconados odios fratricidas,
ni tiranuelo ruin, en maridaje
con extrañas legiones asesinas,
sembrara espanto, y corrompiera al pueblo,
y burlara el honor y la justicia.

Ni fuera soledad la de Sandino,
de la abyección de sus hermanos víctima:
Hombre sencillo que brotó del campo
como la caña que nos da la espiga
–hombre como tus hombres, sin alardes
de vana floración y sin espinas–
y ante el peligro que a la raza arrolla,
y ante el dolor que al continente hostiga,
cada hoja de su tallo se hizo espada
contra la iniquidad de la conquista:
Héroe digno de llamarse tuyo,
ínclita madre de héroes que prolífica
pudieras sola repoblar los cantos
de la epopeya griega si la Ilíada
se hundiera en el olvido: Que al llamado
tuyo supremo, fieros se erguirían
tus hijos todos de tu honor en torno:
Así surgió Sandino, maravilla
de cívica lealtad incorruptible:
En Roma fuera el vencedor de Aníbal:
Suya es la espada de los Macabeos
que flamea entre sombras en la Biblia,
y la honda de David el pastorcito
con que al Goliat impúdico derriba:
Virgilio en él reconociera a Eneas
el que a cuestas se echó la braseria
del santo hogar, y del troyano incendio
salvó cuanto la patria significa:
Ámalo tú que para amarlo tienes
derecho incontestable, porque vibra
la proclama de Mora en su lenguaje
de palabras aladas y flamígeras,
y porque, entre sus manos de hombre humilde,
arde la tea que encendiera en Rivas
el patriota más puro de América
No de admirarlo dejes porque brilla
apagada su estrella: Si se apaga,
es quizá porque nace el nuevo día,
o noche eterna envolverá a la América
enferma de cegueras infinitas.

Sandino, capitán de Nicaragua

Pablo Neruda

Fue cuando en tierra nuestra
se enterraron
las cruces, se gastaron
inválidas, profesionales.
Llegó el dólar de dientes agresivos
a morder territorio,
en la garganta pastoril de América.
Agarró Panamá con fauces duras,
hundió en la tierra fresca sus colmillos,
chapoteó en barro, whisky, sangre,
y juró un Presidente con levita:
«Sea con nosotros el soborno
de cada día.»
Luego, llegó el acero,
y el canal dividió las residencias,
aquí los amos, allí la servidumbre.
Corrieron hacia Nicaragua.
Bajaron, vestidos de blanco,
tirando dólares y tiros.
Pero allí surgió un capitán
que dijo: «No, aquí no pones
tus concesiones, tu botella.»
Le prometieron un retrato
de Presidente, con guantes,
banda terciada y zapatitos
de charol recién adquiridos.
Sandino se quitó las botas,
se hundió en los trémulos pantanos,
se terció la banda mojada
de la libertad en la selva,
y, tiro a tiro, respondió
a los «civilizadores.»
La furia norteamericana
fue indecible: documentados
embajadores convencieron
al mundo que su amor era
Nicaragua, que alguna vez
el orden debía llegar
a sus entrañas soñolientas.
Sandino colgó a los intrusos.
Los héroes de Wall Street
fueron comidos por la ciénaga,
un relámpago los mataba,
más de un machete los seguía,
una soga los despertaba
como una serpiente en la noche,
y colgando de un árbol eran
acarreados lentamente
por coleópteros azules
enredaderas devorantes.
Sandino estaba en el silencio,
en la Plaza del Pueblo, en todas
partes estaba Sandino,
matando norteamericanos,
ajusticiando invasores.
Y cuando vino la aviación,
la ofensiva de los ejércitos
acorazados, la incisión
de aplastadores poderíos,
Sandino, con sus guerrilleros,
como un espectro de la selva,
era un árbol que se enroscaba
o una tortuga que dormía
o un río que se deslizaba.
Pero árbol, tortuga, corriente
fueron la muerte vengadora,
fueron sistemas de la selva,
mortales síntomas de araña.
(En 1948
un guerrillero
de Grecia, columna de Esparta,
fue la urna de luz atacada
por los mercenarios del dólar.
Desde los montes echó fuego
sobre los pulpos de Chicago,
y como Sandino, el valiente
de Nicaragua, fue llamado
«bandolero de las montañas.»)
Pero cuando fuego, sangre
y dólar no destruyeron
la torre altiva de Sandino,
los guerreros de Wall Street
hicieron la paz, invitaron
a celebrarla al guerrillero,
y un traidor recién alquilado
le disparó su carabina.
Se llama Somoza. Hasta hoy
está reinando en Nicaragua:
los treinta dólares crecieron
y aumentaron en su barriga.
Ésta es la historia de Sandino,
capitán de Nicaragua,
encarnación desgarradora
de nuestra arena traicionada,
dividida y acometida,
martirizada y saqueada.