¿Por qué Israel y Occidente se desintegran a la vez? Beirut. Por Alastair Crooke, Strategic Culture Foundation

¿Por qué Israel y Occidente se desintegran a la vez? Beirut. Por Alastair Crooke, Strategic Culture Foundation

Alon Pinkas, ex alto diplomático israelí (bien enchufado en la Casa Blanca), dice en voz alta la «realidad» sobre Israel que, subraya, no puede ocultarse más:

«[Ahora hay] dos Estados [judíos] –con visiones contrapuestas de lo que debe ser la nación. Hay un elefante en la habitación israelí– y ‘no’: no es la ocupación, aunque sea su causa principal. El elefante en la habitación es Israel dividiéndose gradual pero inexorablemente [en un Estado de alta tecnología, secular y liberal] y una teocracia judeo-supremacista y ultranacionalista con tendencias mesiánicas y antidemocráticas que fomentan el aislamiento.

«El sionismo se ha transformado y mutado a través del movimiento de colonos y los fanáticos de extrema derecha en una cultura política similar a Masada, basada en el concepto de la redención del antiguo reino en la tierra ancestral». (Masada fue un culto sicarii en el año 73 de la era cristiana. Los Sicarii (Asesinos), llamados así por las dagas –sica– que portaban, surgieron hacia el 54 d.C., según Josefo, como un grupo de bandidos que secuestraban o asesinaban a quienes habían encontrado un modus vivendi con los romanos. Fueron ellos quienes se plantaron en la fortaleza de Masada, cerca del Mar Muerto, suicidándose antes que dejarse capturar por los romanos).

Israel vive una guerra civil

Pinkas continúa:

«En esencia, Israel vive una guerra civil. No ha alcanzado los niveles de Gettysburg, pero el profundo y amplio cisma se está haciendo evidente. Los dos sistemas de valores políticos no son conciliables. El único hilo conductor sigue siendo “luchamos contra los árabes (o Irán) por nuestra existencia”, pero se está debilitando. Se trata de una definición negativa de la identidad nacional: un enemigo y una amenaza comunes, pero muy poco de lo que nos une en cuanto al tipo de sociedad y país que queremos ser”. En esencia, en Israel se está librando una guerra civil. No ha alcanzado los niveles de Gettysburg (la batalla con más bajas en Estados Unidos, y está considerada como el punto de inflexión de la guerra civil, en la que triunfó el Ejército de la Unión), pero el profundo y amplio cisma se está haciendo evidente. Los dos sistemas de valores políticos no son conciliables. El único hilo conductor sigue siendo “luchamos contra los árabes (o Irán) por nuestra existencia”, pero se está debilitando. Esa es una definición negativa de la identidad nacional: un enemigo y una amenaza comunes, pero muy poco de lo que nos une en cuanto al tipo de sociedad y país que queremos ser. Incluso el relato común más fundamental, la Declaración de Independencia, se cuestiona ahora, y algunos de sus postulados básicos y principios rectores son fuente de controversia política».

Por supuesto, uno puede ver desde qué lado de la división Pinkas ve su mundo; sin embargo, «por encima y más allá de reflexionar sobre el 7 de octubre, hay una creciente comprensión de que la “unidad”, “un destino” y “no tenemos otra opción y ningún otro país” se han convertido en clichés vacíos y sin sentido. En su lugar, cada vez más israelíes de ambos lados de la división ven a su país esencialmente dividido en dos entidades distintas (no reconciliables)».

¿Le suena familiar, aunque en otro contexto? Debería. Porque también es una metáfora de la inexorable división en Occidente. La guerra de Gaza ha precipitado y agudizado los cismas latentes en Occidente. Esto tampoco puede ocultarse por más tiempo. Por un lado, existe un proyecto de ingeniería social (antiliberal) que se hace pasar por liberalismo. Y por otro, un proyecto de recuperación de los valores «eternos» (por imperfectos que sean) que antaño estaban detrás de la civilización europea.

Paralelismo con Occidente

El conflicto de Oriente Medio ha puesto de manifiesto los paralelismos entre ambas esferas en Occidente.

Una vez más, los paralelismos y similitudes son incómodos: Como dice Pinkas: «la brecha es real, se ensancha y se hace insalvable. Las diferencias y fisuras políticas, culturales y económicas son cada vez mayores, acompañadas de un vitriolo tóxico que se disfraza de discurso político. Incluso el relato común más fundamental, la Declaración de Independencia, se cuestiona ahora, y algunos de sus principios básicos y rectores son fuente de contención política».

Se refiere a Israel, pero lo mismo ocurre en EEUU, donde los principios básicos y rectores de la Constitución (por ejemplo, la libertad de expresión) son fuente de disputas políticas. Habla también de la afirmación de la derecha de que Tel Aviv “es una burbuja”, pero añade: «En cuanto a la afirmación de la burbuja, tienen razón, pero Nueva York es una burbuja, París y Londres son burbujas», tanto geográficas como ideológicas. Sin embargo, Pinkas no “entiende” la paradoja que crea: ¿No es ese el núcleo del problema? ¿Las “élites metropolitanas obsesionadas con la tecnología” de Estados Unidos frente al resto (es decir, la “América de las colinas”)? Las burbujas son el problema, no algo que pueda dejarse de lado.

Hoy, decenas de miles de estudiantes occidentales protestan contra la masacre de palestinos, mientras que los responsables institucionales apoyan plenamente la aniquilación de Hamas y de cualquier civil “cómplice” (lo que algunos amplían para incluir a todos los que viven en Gaza).

Las dos visiones del mundo no comparten ninguna percepción común. Representan visiones opuestas del futuro y de la esencia de sus naciones. El 7 de octubre hizo estallar el simulacro del statu quo en Israel y, al mismo tiempo, desentrañó el orden político en Occidente, al igual que en Israel.

Lo que es importante comprender es que ambas visiones polares –la de una “historia” nacional en disputa y la de un futuro común– son auténticas para cada comunidad. Las visiones tienen su propia legitimidad. Esto significa que los simples arreglos políticos no liquidarán los zeitgeist (el espíritu –Geist– del tiempo –Zeit–) calcificados. Para que la política sea posible, cada parte debe aceptar primero la legitimidad de “la otra” (sin dejar de estar en desacuerdo).

Pinkas –como metáfora– tiene una aplicación más amplia: tras decir que «hay un elefante en la habitación israelí y no, no es la ocupación aunque esa sea su causa principal», Pinkas añade más adelante en su artículo que «Israel no sólo está ocupando territorio, sino a aproximadamente 5 millones de palestinos».

Israel atrapado en la trampa sionista

En efecto, durante 57 años Israel ha vivido en un bucle recurrente del séptimo día de la Guerra de los Seis Días. Esa realidad, que en la década de 1970 se denominó “temporalidad prolongada”, se ha convertido en una característica permanente del ecosistema político y geopolítico de Israel. Es un marco que se ha convertido en la trampa de Israel.

Entonces, ¿por qué Israel y Occidente se están deshaciendo a la vez? En primer lugar, porque están tan interconectados a nivel de las estructuras de poder (tanto en EEUU como en Europa) que resulta difícil saber quién tiene más peso dentro de estas estructuras de poder y de los medios de comunicación: Tel Aviv o la Casa Blanca.

Esto significa interdependencia en términos de la posición internacional de cada uno y, por extensión, vulnerabilidad ante cualquier colapso de la posición global.

Así pues, aunque Occidente hoy en día evita ostensiblemente el colonialismo de asentamiento propiamente dicho (aparte del que practica Israel), desde la Segunda Guerra Mundial ha perseguido una forma de colonialismo financierizado en busca de rentas. Ese proceso también se ha convertido en un marco permanente del ecosistema político y geopolítico occidental.

La consecuencia es que, a medida que el colonialismo de los colonos en Gaza sale a la luz de forma descarnada y oscura, la mayoría mundial considera que tanto Israel como Occidente son explícitamente coloniales. No se hace ninguna distinción: el orden basado en reglas se considera una iteración más del ecosistema colonial.

Así pues, los acontecimientos de Gaza, entre otras cosas, han desencadenado una nueva oleada de sentimiento anticolonial en todo el mundo.

Constituye una dinámica que, al encontrar una fuerte resonancia entre los manifestantes estudiantiles occidentales (y entre muchos de sus mayores), está fracturando las estructuras de liderazgo occidentales, amenazando la cuidadosamente preparada antesala de las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre.

Por último, la estrecha integración de las dos “estructuras” vinculadas ha desbordado el zeitgeist de la política exterior de Occidente: Al igual que la respuesta de Israel al 7 de octubre ha sido arremeter contra Hamas y Gaza, Occidente, al ver su propio “ecosistema hegemónico” desafiado por Rusia y China, emula a Israel al considerar la fuerza militar como la clave de su propia disuasión y primacía mundial.

El presidente Putin –presagiando las actuales tensiones con Occidente– criticó en Munich en 2007 –en un discurso fundamental– lo que denominó el dominio monopolístico de Estados Unidos en las relaciones mundiales, y su «híper-uso casi incontenible de la fuerza en las relaciones internacionales».

Podría haber dicho lo mismo de Israel en el contexto regional.

(*) Alastair Crooke es un antiguo diplomático británico, fundador y director del “Foro sobre Conflictos”, con sede en Beirut.