Cuando Tomás Borge llegó clandestino a Perú Lima. Por Manuel Robles Sosa, Facebook

Cuando Tomás Borge llegó clandestino a Perú Lima. Por Manuel Robles Sosa, Facebook

Fue en el año 1970, cuando conocí a Tomás. Yo editaba páginas inactuales en el vespertino Extra, un exitoso tabloide vespertino que, junto a Expreso, había sido expropiado por el gobierno de Velasco y en cuya administración y manejo periodístico participaba nuestro Frente Único de Trabajadores, periodistas y gráficos, lo que abrió la información a nuevas ideas y nuevos temas a los que la prensa tradicional daba escasa o nula importancia.

Me lo presentó mi jefe de entonces y maestro y amigo de toda la vida, Juan Gargurevich, quien me indicó que eran opositores al dictador Somoza y que iban a publicar una serie de trabajos, de a página por día y durante una semana, sobre el héroe nacional nicaragüense Sandino.

El tema me entusiasmó mucho porque por mi padre, amigo de Esteban Pavletich, quien fue secretario de Sandino, me había hablado mucho desde niño de aquel luchador asesinado por el primer Somoza y había leído el libro “Sandino, general de hombres libres”, del argentino Gregorio Selser, quien años después, perseguido por la dictadura argentina, se refugió una temporada en Lima.

Alguien dijo que los nicaragüenses habían llegado en barco encubiertos como vaporinos y no recuerdo los nombres que me dieron o si me dieron alguno. Era obvio que se trataba de enviados del FSLN, pero solo años después me enteré que eran Tomás Borge y Henry Ruiz y que tenían como anfitrión al Partido Comunista Peruano (PCP).

Tomás en su disfraz clandestino. Foto que estaba en los archivos de la Seguridad de Somoza

Cuando pensando que, como ocurre muchas veces, me iban a dar los elementos para que yo escriba la historia, Tomás, hombre de pocas palabras y muy cuidadoso con las normas de clandestinidad, me dijo que no me moleste, que él se encargaba, lo que me sorprendió. Coordinamos fecha de entrega, extensión de cada capítulo y le di cuartillas con medidas, de las que se usaban en aquellos tiempos.

Cuando volvió el día acordado, trajo un texto muy bien escrito, ordenado por capítulos, ágil y adecuado al tipo de periódico al que estaba destinado, lo entregó en medio de aquel añorado tronar de las máquinas de escribir, y se despidió. La serie fue un éxito, a tono con los tiempos, en los que había hambre de saber de las luchas de otros pueblos.

Fui muy feliz cuando triunfaron los sandinistas y me sentí orgulloso de haber conocido a aquel comandante que se haría cargo de la revolución, aquel poeta hasta en la lucha y la victoria –es poesía pura incurrir en la grandeza de perdonar al esbirro que lo torturó en la cárcel– que se hizo cargo de la sacrificada tarea de cuidar a la revolución de sus enemigos de adentro y de afuera.

Cuando volvió a Lima como embajador, lamentablemente yo estaba trabajando como corresponsal en Bolivia, y solo lo volví a ver, saludar y conocer a su gran compañera, Marcela, en enero de 2006, en la celebración de la toma de posesión del Jefazo Evo Morales, en un Palacio Quemado colmado de pueblo, de fiesta y de victoria.

(*) Periodista peruano, corresponsal de la agencia cubana de noticias Prensa Latina.