El Día del Maestro Rivas. Por Marcos Antonio Casanova Fuertes, Radio La Primerísima

El Día del Maestro Rivas. Por Marcos Antonio Casanova Fuertes, Radio La Primerísima

Dedicado a mis maestros

Un polvoso y alegre día de mediados de febrero de un año de la primera mitad de la década de los 70 inicio la escuela primaria, en un centro educativo cercano a mi casa, el cual fue fundado en 1968, por un comité proconstrucción presidido por mis padres.

A estas aulas llego de un hogar en el cual, los libros ocupaban un lugar privilegiado y la lectura era una actividad preponderante; a cualquier hora del día y sobre todo por las noches era común ver a todos los miembros de la familia leyendo.

La escuela se denomina Eloy Canales Rodríguez, lugar donde también impartía clases mi mamá, Leda Fuertes de Casanova, quien ejerciera el magisterio por cuarenta años; esta pudiese ser la razón determinante para que la mayoría de sus doce hijos escogiesen la docencia como profesión.

Mi padre, Rafael Etanislao Casanova Morales, y mi madre Leda Rosalía Fuertes

A propuesta de mi madre se había escogido ponerle el nombre del insigne maestro rivense Eloy Canales Rodríguez a este centro de estudio, aunque el hecho de que, fuese el nombre de una persona en vida no fuese común. Aunque muchos fuesen los méritos para tal homenaje, uno de ellos pudo ser que Don Eloy Canales brindaba a la niñez del departamento conferencias de historia, en estas mencionaba el orgullo de ser originario de la ciudad cuna del teniente cívico y maestro, Héroe Nacional Enmanuel Mongalo y Rubio, poniéndonos en contacto desde temprana edad por medio de sus relatos con la derrota de la primera intervención yanqui en Nicaragua en 1855, en honor a lo cual cada 29 de junio se celebra el día del maestro nicaragüense. Asistiendo a uno de estos eventos fue que escuché en vez primera el nombre del General Sandino, cosa que mencionarlo en público con el respeto que lo hizo el conferencista en la época somocista puso en peligro su integridad física. El profesor Eloy Canales nos relató en esa ocasión, que siendo Él, Senador del Parlamento Nacional en la década de los años treinta del siglo pasado en representación del departamento de Rivas, fue el único miembro del Senado de la República que se opuso a votar en contra de la legitimación del asesinato de Sandino que, buscaba el fundador de la dinastía Somoza.

La maestra de primer grado

Marquitos, mañana me trae, la cartilla “Lector Nicaragüense”, dijo la profesora al finalizar el primer día de clases, iniciando así el camino de dos años lectivos de educación primaria; primero y segundo bajo la guía de la inolvidable maestra Teresa.

De los dos años en las aulas con doña Teresa, permanece el recuerdo: el aprendizaje de las primeras letras; enseñándome a contar y a dibujar los números hasta el infinito en versiones y formas posibles. Desde el primer grado de primaria, gracias a mí inolvidable maestra me convertí, talvez sin darme cuenta en fanático de la historia, y la geografía, me enseñó a leer en voz alta sin miedo y con debida entonación, desarrollando un hábito voraz por la lectura rápida, la facilidad de redactar y no memorizar cosas que no sirven de mucho, nunca aprendí cosas como: arte dramático, ni a bailar, ni cantar, ni a declamar por mucho empeño que ella puso en que lo hiciera, invirtiendo largas horas de ensayo, pero en ninguna ocasión la defraudé compensando al no negarme a elaborar breves textos que la curricula de educación primaria llamaba Composición, tampoco recuerdo haberme negado a salir en escena de cuanta función artística había en la escuela.

De las cosas que también recuerdo, es su paciencia para explicarme el porqué de la lluvia y sus fenómenos conexos, como la perfección de composiciones de los colores y belleza del arcoíris, la aparición y difuminación de la niebla, el rayo con: el espanto del trueno, la luz previa del relámpago y las fosforescentes y enormes rayas que dibujaba en el oscuro cielo del pequeño, sencillo y feliz mundo de la niñez; el cantar de las ranas, la llegada de las parvadas de golondrinas en noviembre, la caída de peces del cielo que nadaban en los grandes charcos de la calle que a diario recorría de casa a la escuela, en días de interminables vendavales de antaño.

Me convirtió en un niño experto en explicar los perjuicios en la salud humana del piojo, la pulga, la nigua, el zancudo, las lombrices y demás paracitos y fauna nociva que acosaban a las familias de niños más pobres de la escuela; me explicó la magia del mosquitero como medio de lucha contra la malaria y el daño al ambiente que causaba quemar hojas arrancadas a los árboles sobre todo de ciprés (que de hecho se extinguió de nuestro entorno local) y usarlas para producir humo y así ahuyentar las nubes de zancudos, vectores de la malaria; Pero debo decir que, reproducir sus explicaciones no quitó de mi recuerdo; el placer que sentía al hacer aquellos humeros en alegres atardeceres.

De sus clases aprendí el verdadero significado de los conceptos, imperio español, pirata y filibustero a través de conocer y amar, la resistencia de Nicarao y Diriangén, las gestas de Rafaela Herrera, José Dolores Estrada, Andrés Castro y Enmanuel Mongalo y Rubio por medio de bellos, coloridos y apasionados relatos, hablándonos en forma de cuentos para niños de nuestra edad, algo que hacía de forma perenne y sistemática y no solo en época de efemérides. Todo esto despertaba en mi cada día menos inocencia el profundo y gran orgullo de la identidad de ser nicaragüense.

En las explicaciones de los carteles de estudio y en las composiciones infantiles de las clases de Lenguaje y Estudios Sociales la profesora Teresa hacía prevaler con sencillas palabras la perenne reflexión, que en nuestra patria aún permanecían los descendientes de colonizadores y filibusteros y que solo se irían de nuestro territorio, cuando dignos hijos de Nicaragua estudiáramos la historia patria y aprendiéramos de sus lecciones, y que esta era, nomás que la historia del saqueo por manos extranjeras de nuestras riquezas naturales. De aquellas reflexiones jamás olvidé la siguiente: si Nicaragua estaba entre los países con una altísima producción per cápita de oro en el mundo, ¿porque seguía siendo un país tan empobrecido?

Por su empeño, a temprana edad iniciamos a conocer la obra de Darío; del estudio de su obra y de los muchos poemas leídos, logró entre otras cosas que memorizara “Lo Fatal” y “Del Trópico”, tal logro, al ser reacio por su influencia a memorizar, se debió tal vez a lo misterioso del contenido de los primeros versos o un resultado del amor a la naturaleza que ella despertó en mí, en el caso del segundo poema.

De aquellos años recuerdo que, en una esquina de cada salón de clases había un pequeño estante, en cada compartimento de dicho mueble estaban ordenados en número acorde a la cantidad de estudiantes los libros de las cinco asignaturas (Matemáticas, Estudios Sociales, Lenguaje, Ciencias Naturales y Agricultura); todos estos libros tenían en la contraportada de cartón de color amarillo el logotipo rojo y azul de la Alianza para el Progreso.

Este material didáctico era la base para el estudio, lo utilizábamos todos los días, según el horario de cada asignatura y eran cuidados con mucho esmero por nuestra profesora, Ella, nos inculcaba el respeto y cuido de aquel tesoro del saber, como le llamaba; enseñándonos la manera correcta de usarlo (no rayarlo, no doblar sus puntas y luego de usarlo colocarlo bien ordenados en su sitio), el buen estado en que se encontraban lo demostraba, aunque también ayudaba su cubierta de gruesa y flexible cartulina acompañado de material de igual calidad con el que estaba confeccionado sus páginas interiores; un papel bond grueso unido en su centro por grandes y fuertes grapas, todo un diamante de la época, tanto por lo bueno y colorido del contenido, como por la calidad del material de confección, si lo comparábamos con los reusados y deteriorados libros personales y los cuadernos de papel de envolver (editorial) confeccionados a mano zurcidos con hilo por el centro por dedicados padres de familia y uno que otro cuaderno de marca corona o mercurio de inalcanzable adquisición para la mayoría de alumnos, dadas las carencias de la época, producto de las desigualdades provocadas por las condiciones socioeconómicas que la dictadura somocista tenía inmerso a Nicaragua. Aún permanece en mi memoria la forma cómo mi madre, quien siendo profesora de la misma escuela se daba a la tarea de comprar o confeccionar cuadernos que luego repartía a sus alumnos de escasos recursos económicos, tarea en la cual siempre me involucró manteniéndome despierto en distraídas noches de aguja e hilo en mano, zurciendo y pegando aquellos improvisados y útiles cuadernos.

A propósito del mencionado programa gringo, (Alianza para el Progreso) la primera vez que asistí a un acto escolar departamental lo hice en primero o segundo grado, en ocasión de la visita al departamento de Rivas de una misión oficial extranjera que evaluaba la finalización de dicho programa; el acto se realizó en el centro de la ciudad, previo desfile por las principales calles rivenses, una tortura a la niñez, dado que se acostumbraba a realizarlos en el orden siguiente: largo recorrido desde la escuela a un punto de reunión en el centro de la ciudad, luego el desfile de estudiantes de colegios de todo el Departamento de Rivas con sus bandas rítmicas y por último, el acto, cuya agenda incluía participaciones culturales y oradores. La cantidad de niños desmayados en este tipo de actividades, por insolación y a causa de la baja ingesta de calorías de la niñez de la época llegaba a decenas.

En el caso mi aula de clases, los requisitos iniciales para asistir al acto y al desfile fueron flexibilizados en su mayoría, dado que, para las escuelas públicas de época de la Nicaragua de principios de la década de los 70 dichos requisitos de asistencia a veces eran severos, aun así, no asistimos todos los alumnos, porque entre los requerimientos estaban, que los niños que asistieran debían calzar zapatos, cosa que muchos no tenían.

Ya en el acto oficial, posiblemente por patrocinio del programa, a los niños se nos repartió helados (esquimos), valga decir que algunos lo comían por vez primera, recuerdo que al momento de repartir tal refrigerio se alteró el orden, esto sucedió, cuando los vehículos LAN Rover de la avanzada de la Misión se equivocaron de calle, saliendo por una avenida no prevista, provocando un gran molote; los agentes de seguridad –también extranjeros– dando señales de fatiga por el fulgurante sol quisieron abrirse paso gritando con ayuda de altavoces y con acento foráneo: “retrocedan, retrocedan, retrocedan”; por las razones que fueran la multitud hacía caso omiso al llamado, desde inicio del tumulto el Inspector Departamental del Ministerio de Educación, quiso ayudar a poner el orden y se dirigía con excesiva cortesía al que parecía ser el jefe de todos los agentes de seguridad de la misión extranjera pronunciando las siguientes palabras, permítame míster, permítame míster, permítame míster, hasta que al parecer el supuesto gringo ya cansado de no poder cumplir su objetivo, se da por vencido y le cede la batuta a la máxima autoridad educativa del departamento de Rivas, quien en un acto donde la realidad venció a la ficción, aprovecha la altura de una acera y aun sin la fuerza del altavoz, pronunció por varias veces con voz estremecedora las palabras siguientes: “Pero reculen hijos de la gran puta”.

No se dijo más, la gente obedeció; con tranquilidad y/o a regañadientes comenzó a ceder paso. Es de suponer que la no muy decente, pero oportuna intervención de nuestra autoridad educativa evitó que el agente internacional pidiera ayuda a la guardia nacional, quienes se hubieran abierto paso, como era su costumbre en tales circunstancias; bajo amenaza o uso de culatas de fusiles Garand, cuyo peso es de 2.5 kilogramos.

Entre saborear nuestro helado y contemplar a nuestra maestra que con su mirada y sufriendo vergüenza ajena nos decía, que tales palabras jamás debíamos pronunciarlas, aunque ya se hubiesen dicho por una persona de tal investidura, la actividad llegó al final.

Antes de enrumbarnos de regreso a nuestra escuela la profesora nos había indicado hacer fila nuevamente, para acceder a un segundo helado, los que fuimos colocando en un termo de poroplast que la profesora como por arte de magia había hecho aparecer. El gesto de no aprobación de quienes observaban el supuesto doblete de helados ella no le dio importancia.

Aquel día, desafiando la autoridad de mi maestra, creo que fui uno de los primeros alumnos en pronunciar en tono de burla por lo sucedido la palabra recular, luego repetida por todos los demás en la fila, no reculen, no reculen, no reculen; o también diciendo reculen, reculen, reculen; recuerdo que no hubo amonestación alguna durante el trayecto, fue al llegar a la escuela, en donde nos esperaban el resto de los alumnos que no habían asistido al acto por no llenar los requisitos, que me dijo, ‘’Marquitos, Marquitos, Marquitos como siempre habladorcito, ahora junto a otro niño cargue este termo y reparta los helados a sus compañeritos que no asistieron al acto’’. No sé si mirar los piecitos descalzos de todos los que alegremente agarraban su helado o el gesto de nuestra profesora de no olvidar a quienes no asistieron, estando clara que eran los que tenían mayores limitaciones, lo que hizo que yo no pidiera de vuelta los dos pares de zapatos que había dado prestado a dos compañeritos, para que asistieran al desfile; un obsequio que de seguro se me hubiese olvidado, si no fuese porque muchos años después al encontrarme a los benefactores de mi gesto, con sus hijos de la mano se detenían a decirles, saluden a Marquitos no olviden que él fue el que me obsequió mi primer par de zapatos.

De los juegos escolares infantiles había uno muy común, le llamábamos la pistola, consistía en hacer sonar muy cerca de la cara de otro compañerito un sonido producido por una hoja de papel armada de tal manera (pistola) que, la podías sostener con tus dedos pulgar e índice de un extremo y agitarla con fuerza, como si estuvieras golpeando algo con la mano, esto producía un sonido el que con sus salvedades para nosotros era similar a un disparo.

Producir el sonido más fuerte, era en la práctica tener el predominio del juego, lograr esto, no solo dependía de la fuerza de la mano de quien hacía “el disparo”, también jugaba un rol el arte de confeccionarla y sobre todo la calidad de la hoja de papel.

Las travesuras de los más avispados alumnos no pasaban de acceder a escondidas a cuadernos ajenos de mejor calidad para obtener buen material y hacer las pistolitas, las quejas a la profesora eran frecuentes, dado que los niños afectados recurrían a su autoridad para acusar el robo de páginas de sus cuadernos.

Ya avanzado el año escolar, entre los niños terremoteados (sobrenombre a los sobrevivientes del terremoto de Managua de 1972) que llegaron de Managua se matriculó un alumno un poco mayorcito, este de inmediato lidereó, entre otras cosas el tema de la confección de pistolitas de papel, al extremo de atreverse en complicidad con otro niño a arrancar en un descuido de la dueña, hojas del cuaderno (cuaderno universitario – tamaño carta, grande para nosotros en aquel entonces) de planeación de clases de la maestra, tanto el hecho como los causantes del mismo se descubrieron rápidamente, dado que entre las páginas arrancadas estaban la de la lista de asistencia. El castigo a los implicados fue restringir la salida del aula en horario de recreo, por varios días.

En uno de aquellos espacios de tiempo de castigo, es donde se le ocurrió al terremoteadito “la genial idea” de mejorar la materia prima para confeccionar las pistolitas utilizando las páginas de los libros de estudio que permanecían en el estante.

Por un breve lapso, la desaparición de páginas interiores de los libros paso un tanto desapercibida, no así, cuando se comenzó a utilizar la gruesa cartulina de las portadas. Fue imposible ocultarlo, no solo por lo obvio de la desaparición de las páginas exteriores, sino por el gran ruido que al hacerse los disparos la cuestión se fue delatando por sí misma.

El día que se evidenció definitivamente el hecho, fue cuando estando inmersos en el juego, nadie escuchó el timbre que anunció el fin del recreo, jugábamos a pistolazos; unos sobre las mesas y sillas, otros arrancando paginas para fabricar pistolitas, todo en un completo desorden y con cualquier cantidad de papeles que yacían sobre lo rojo de los ladrillos del piso.

Cada uno, conforme fue percibiendo la presencia de la maestra, quien había llegado sin ser percibida fue guardando silencio y trató de buscar su lugar; una vez amontonados de pie o sentaditos o acurrucados, como pollitos en canasto, los más de 50 alumnos quedamos en total silencio frente a la maestra, por los gestos de su cara me pareció como que quería llorar, de verdad fue la primera vez que quiso pegarnos, cosa que nunca hizo, el castigo corporal muy común y excesivo en mi escuela primaria no fue su práctica.

En cada aula había una regla de madera de un metro de longitud y de una pulgada de grueso destinada entre cosas para apoyarse en el dibujo de figuras geométricas en la pizarra y que algunos profesores utilizaban también, para corregir el mal comportamiento de los alumnos, en aquella ocasión tomando la regla con una mano y dándose golpecitos en la otra mano nos dijo: tienen que confesarme quienes son los responsables de lo que ha venido sucediendo con sus libros.

En total 20 alumnos fuimos los implicados, entre varias 5 niñas, aun con la regla en la mano dictó su sentencia; ponernos a lo inmediato a tratar de recuperar lo que se podía de los libros dañados, habría una reunión de padres de familia, los implicados quedábamos sin recreo por el resto del año escolar estando de pie con las manos en la cabeza.

Luego llamó de manera individual a cada uno de los veinte, en mi caso, cuando habló a solas, sin mirarme a los ojos, me dijo: Marcos Antonio Casanova Fuertes a partir de mañana me trae un cuaderno de 200 páginas doble raya (caligrafía) y cuando termine de escribir en ese lo que yo le diga, me trae otro y así sucesivamente; la verdad no recuerdo cuantas veces y en cuantos cuadernos escribí la frase: Yo debo cuidar la propiedad pública.

La reunión de padres de familia que, era a la que todos temíamos, resultó ser para buscar ayuda en los padres de los alumnos, para poner seguridad (hacerle una puerta, colocar aldaba y candado), a un estante de libros que personas ajenas a la escuela habían dañado, esto, según la versión de los hechos que la profesora narró a los padres de los niños del aula.

Tiempo después le pregunté porque no les había dicho a nuestros progenitores la verdad sobre lo ocurrido, al respecto me respondió: En Nicaragua no está lejano el día en que cambiaran las cosas y entre estos cambios deberá estar la prohibición del castigo corporal a los alumnos como medio de enseñanza escolar. Si yo les hubiese dicho a sus padres lo real de lo sucedido, a todos los niños sus padres los hubiesen castigado como barbaros en sus casas y tal vez, eso los hubiera alejado de la escuela y un niño siempre debe estar cerca de la escuela, porque si no lo está, es posible que hechos como el cambio social que le digo, nunca se hagan realidad.

Algo que también fue relevante sobre el acontecimiento de los libros dañados, fue cuando ya después de semanas de castigo; sin recreo y con las manos en la cabeza, nuestro rebelde amiguito terremoteado y creador de la idea de hacer las pistolas con las páginas de los libros, entre dientes con las manos en la cabeza dijo: y todo por unos libros que nos regalaron los filibusteros, los mismos que le dan armas a Somoza. Ocasión que la profesora aprovechó para decirnos, pero dirigiéndose al mismo niño; Sépalo que es verdad lo que dice, pero también usted y sus amiguitos han aprendido muchas cosas con esos libros incluyendo a leer, a escribir y a razonar críticamente como usted lo está haciendo al decir lo que dijo.

El niño terremoteado la miró de frente y sollozó, profesora, pero porque con las manos en cabeza, de tan rendidas, yo no siento mis manos cuando termina el recreo; la profesora también lo quedó viendo con ojos de compasión y le dijo, está bien desde hoy pueden bajar las manos, pero el resto del castigo sigue igual… y luego nuestra maestra continuó… lo de las manos en la cabeza espero que le sirva, para que no olviden que si ustedes colocan el saber que está en esos libros en su cabecita, sus manitos no empuñaran armas más que las del conocimiento adquirido y si de darse la ocasión de hacerlo nunca será de lado de filibustero alguno. Mi jovencito, si usted cuida sus libros y hace un hábito de la lectura tendrá la capacidad y facultad de discernir y decidir qué hacer con lo que otros ponen en su mano, a usted se le dio un libro y usted hizo producto de un mal razonamiento un arma de juguete, un día, y espero que ese día no llegue, los mismos que usted llama filibusteros podrían poner un arma en su mano y su mente debe estar preparada para una sabia decisión; para saber si la toma, o que hacer con ella o contra quien la use.

Otros hechos antes de 1979

Muchas cosas bonitas y otras también ingratas vivíamos en nuestra niñez que transcurría con nuestra asistencia a la escuela primaria, en ese andar nos envolvió el triunfo revolucionario del 19 de julio de 1979, rodeando nuestras aun inocentes vidas con grandes sentimientos encontrados, muy a pesar de nuestra todavía corta presencia en este mundo.

En el transcurso del tiempo hasta llegar a esa fecha, fue muy grato participar bajo la conducción de nuestros maestros en decenas de actividades de recolección de fondos, para lograr la construcción del muro perimetral de la escuela, también se construyó una cancha de baloncesto, se pintó con bonitos colores: el techó, las puertas, las paredes; se aseguró con portones metálicos las entradas del colegio, se sembraron árboles de acacia y limonarias y otras plantas ornamentales que pasaron a formar parte del paisaje escolar, junto a los ya existentes grandes y centenarios árboles de mangos, los que, con la bajada a pedradas de sus frutos, producían cualquier cantidad de rajados de cabeza en épocas de cosecha en aquellos alegres recreos de juegos de Handbol y torneos de baseball con bolas de calcetín y a bola pasada que se armaban en el amplio patio del colegio.

De las ingratas cosas vividas fue la muerte del niño Efraín Ibarra, compañerito de grado superior al mío, el cual fue asesinado a mansalva por la metralla disparada desde un avión de la fuerza aérea somocista, en septiembre de 1978, cuando junto a familiares realizaban el viaje de rutina de transportar desde San Juan de Sur a Rivas mariscos que luego comercializaban en la ciudad.

Cuando regresamos a clases, después de la insurrección, nuestros libros del programa alianza para el progreso ya no existían, en junio de 1979, la EEBI-guardia elite de Somoza- había asaltado la escuela, destruyéndola parcialmente e hizo con nuestros libros una gigantesca hoguera en el centro de la cancha deportiva escolar, poniendo en práctica la denominada por el somocismo operación limpieza. Ya en ese entonces para los miembros de la guardia somocista que, en su mayoría eran iletrados todo material didáctico estaba bajo la sospecha de ser material subversivo y ser joven era sinónimo de enemigo del sistema somocista, por ello en la lógica contrainsurgente de la guardia de Somoza; incineración y muerte fue el destino de nuestros libros y de varios compañeros de clases; todo esto sucedió en aquel mundo de la antilógica donde ser culto o aspirar a serlo o simplemente ser joven y mantenerse con vida fue un reto, del que por azares del destino gracias a Dios la mayoría salimos vivos.

Como lo es siempre, a los hechos y al padre tiempo no le importó que, todavía nadábamos en un mar de impúberes emociones como las de recibir y dar inocentes besos robados, el sudor de las manitos y temblor de pies con solo ver a niña que me gustaba y no encontrar el valor de decírselo.

Fue entonces, cuando sin darme cuenta mi cuerpo comenzó a no alcanzar en mi antigua ropa y con gran nostalgia recuerdo como los pantalones involuntariamente brinca charcos y mis lindas camisas de antaño, acompañantes de mis mil batallas de precoz adultez pasaron a ser cambiadas en un abrir y cerrar de ojos por el uniforme militar.

Había llegado la moda de cambiar con frecuencia el uniforme escolar azul y blanco por el verde olivo y la cotona típica de nuestro folclor símbolo de identidad y rebeldía nacional que, tanto vestí en mi niñez, por la Cotona Gris del uniforme del Ejército Popular de Alfabetización (EPA).

Contemplo todavía en la distancia del tiempo como mi ropa dominguera había pasado a otros cuerpos de niños más pequeños del barrio provocados no solo por naturaleza de crecer sino por la eterna nobleza del corazón de mi madre, a quien con el implacable tiempo le crecía su generosidad motivo por el cual fue donando incluso la ropa que todavía yo consideraba que me quedaba.

Así fue como nos acercamos al final de la escuela primaria, ya en quinto y sexto grado habíamos sobrevivido la Guerra de Liberación y la Cruzada Nacional de Alfabetización aconteció en ese lapso. Por ambos acontecimientos trascendentales el Ministerio de Educación reformó el calendario escolar, creo que, afectando dos años lectivos, lo anterior, entre otras cosas, sería una de las causas que, en sexto grado, estuviésemos mayorcitos o por lo menos todos los alumnos nos sentíamos así.

La maestra de sexto grado

La profesora Norma nos recibió el primer día de clases que la conocimos de la manera siguiente: cuando los alumnos entramos al aula, estaba bosquejada en la pizarra con tiza de colores, la letra de “Una Canción”, no hubo ni saludo ni presentación, simplemente pronunció la palabra, cantemos y alegremente entre risas y bromas a viva voz entonamos: quisiera cantar bonito… Al terminar de cantar, no hubo necesidad de que nos lo dijera, todos sin comentar nada comenzamos a llenar la primera página de uno de nuestros vírgenes cuadernos de inicio de año con los versos de aquella linda canción del cantautor nicaragüense, Otto Benjamín de la Rocha López. Y fue de esa práctica de hacernos cantar que a todos nos gustaba, que nos reveló, sin decírnoslo directamente su amor por nuestra identidad nacional y latinoamericana.

Otro día, cantamos la canción, solo digo compañero, de cuya letra generó de su parte una sencilla y excelente explicación académica de la historia de América Latina, tomando como referencia a Tupac Amaru y la forma como fue descuartizado y desmembrado por los colonialistas españoles.

Después de julio de 1979, el Ministerio de Educación entregó una dotación de nuevos libros a la escuela, procedían de una donación solidaria de la república de Estados Unidos Mexicanos, el entonces presidente de México José López Portillo, quien fuese el primer gobierno que rompiera relaciones diplomáticas con Somoza en abril del 1979, hizo entrega a la Nicaragua sandinista mucha ayuda solidaria, entre la que estaba aquellos excelentes libros de cubierta y letras de colores azul, rojizo y ocre. Digno de mencionar que al recién destruido por la guerra centro de la ciudad de Rivas, llegó el primer paquete de ayuda mejicana acompañado de una gigantesca compañía artística de folklor mejicano, quienes por vez primera según explicación del maestro de ceremonias, elenco de tan alto nivel y exclusividad se presentaba en tan rustico escenario, que no era sino el suelo de cemento del parque central abarrotado de centenares de personas, quien al mencionarlo dijo que esto lo hacían porque para ellos era lo mínimo que podían hacer en honor a los héroes nicaragüenses caídos en la guerra de liberación.

Los libros de texto eran los mismos de las escuelas de México, con la salvedad que a nuestra aula de educación primaria nos llegó, tal vez por omisión involuntaria un paquete de libros para la preparatoria del sistema de educación azteca, es decir para un nivel superior. Lo dicho anteriormente no fue ningún obstáculo, sino todo lo contrario; ya que salvando algunas lógicas circunstancias los libros se ajustaron a nosotros o viceversa. Para ello jugó un rol preponderante el empeño y la vocación pedagógica de nuestra maestra Norma.

El libro mejicano de historia y geografía de América, cuyo estudio bajo la conducción de la maestra se convirtió en un instrumento de compresión de lo que había sido el saqueo colonial de España del Cerro Rico de Potosí en Bolivia, la forma perversa como la política del destino manifiesto se inmiscuyó hasta desbaratar el sueño de la Patria Grande de Bolívar, el invento imperial gringo de creación de la república de Panamá, el descarado robo del imperio norteamericano de más de la mitad del territorio a Méjico y como la inescrupulosa ambición de los yanquis había convertido a Centroamérica en cuna del non grato concepto de república bananera, entre otras cosas.

Recuerdo también, como las clases de todas las asignaturas, nuestra profesora Norma las convirtió en debates que siempre llevaron a la conclusión de un análisis que nos mandaba a ser más curiosos sobre el contenido del tema en cuestión, de hecho, me inspiró siempre a conocer más allá de lo dicho en aquellos textos escritos por nuestros amigos mejicanos y que habían llegado a nuestras manos por la nobleza solidaria de tan gran y noble país.

Es corto el espacio, para relatar la magnífica forma como la maestra Norma condujo aquella nave repleta de varones y mujeres adolescentes de adultez y seriedad precoz, que con escaso sexto grado por aprobar, poseíamos ansias de independencia exacerbadas por sentimientos encontrados de una época, que al igual que todas es y será irrepetible, pero aquella etapa tuvo la particularidad de hacernos creer muy seriamente que podíamos cumplir en un futuro cercano el sueño de tomarnos el cielo por asalto, bajo la sana idea que lo lograríamos, siempre y cuando mantuviéramos la brújula del sano conocimiento crítico y el amor a la patria y a nuestros semejantes, por lo menos esa es mi parte de la percepción de las enseñanzas de aquella profesora.

Estudiamos con ella, temas como la reforma agraria somocista de los años 60, las nefastas consecuencias del monocultivo y la expansión algodonera, la forma como la Comisión Nacional de Renovación de Cafetales (CONARCA) acabó con los bosques bastante conservados de la meseta de Carazo, en lenguaje y literatura estudiamos entre otras cosas el modernismo y el movimiento de vanguardia y dimos el salto hacia la lectura analítica y a la mejora de expresión oral.

La promoción de sexto grado

Un mes de diciembre de inicio de la década de los años ochenta nos despidió de nuestra educación primaria, la despedimos acompañada con vientos que levantaban tolvaneras en las calles de nuestros barrios e ideas de grandes cambios en el entorno y en nuestras vidas, como realmente pasaron.

El acto de graduación de sexto grado fue bien emotivo y sencillo, el pequeño auditorio estaba engalanado por flores de pastoras (Euphorbia Pulcherrima), y ramas floreadas del Árbol Nacional Madroño, (Calycophyllum Candidissimum), de plantas corona del niño (Euphorbia Leucocephala); todo evocaba las fiestas navideñas.

Vestíamos orgullosamente traje de gala representativo y típico de nuestro folklor; una cotona confeccionada con manta cruda sin blanquearse, un lado de nuestro pecho lo adornaba un chote azul y de igual color era el pantalón de mezclilla confeccionado a la medida, por sastres de mi barrio.

No pudo faltar la Flor Nacional Sacuanjoche (Plumería Rubra) sobresaliendo en los embellecidos cabellos de las muchachas graduandos.

Hubo entrega de banderas a los sucesores que recién aprobaban quinto grado, creo que por vez primera se hizo entrega además de la azul y blanco de la bandera rojinegra, se pronunciaron palabras oficiales muy emotivas celebrando nuestra despedida.

La actividad finalizó con baile y comida y con sorbos escondidos de compuestos etílicos introducidos furtivamente por los más grandes del grupo, creo que hasta alguna profesora pecó haciéndose de la vista gorda y dándole gusto a su paladar con unos sorbitos.

Con aquella alegre velada clausuraba una feliz etapa de nuestra vida, habíamos recorrido en más de seis años la rectangular forma de los pabellones de la que se convirtió en nuestra segunda casa; cada año lectivo que pasó avanzamos un peldaño, iniciamos en las aulas ubicadas al lado de los baños y concluimos en las aulas cerca de la Dirección, como simulando subir una escalinata sin retorno, la cual nos llevó al portón de salida de nuestra casa de enseñanza que daba a la llamada Calle Real de la ciudad de Rivas, como real era lo que habíamos vivido bajo la guía de nuestros maestros y como también lo iba a ser lo que nos tocó vivir bajo el recuerdo de sus enseñanzas una vez fuera de nuestra inolvidable escuela primaria.

Despedidas en tiempos de guerra

La última vez que miré a la profesora Teresa fue en la puerta de su casa ubicada frente al portón del colegio Santo Domingo, ya para ese entonces, había sido electo presidente de la Federación de Estudiantes de Secundaria (FES) y dirigente de la Juventud Sandinista (JS19J) del departamento de Rivas y desde esa modesta responsabilidad recién había pronunciado un ferviente discurso en el auditorio del colegio Santo Domingo dirigido a jóvenes que íbamos movilizados, vestía yo un uniforme militar; camisa color marrón (chocolita) y pantalón verde olivo, me miró y me hizo señas y acudí a su llamado, me abrazó y luego centrando el slogan propagandístico del cintillo que cubría me frente, me dijo: Marquitos, Marquitos, Marquitos cuídate mucho, acuérdate lo que siempre te repetí: que si una gota de agua cae diariamente en una vasija ese recipiente se llenará y así se mantendrá́, pero si esa gota deja de caer un día el agua desaparecerá, así que cuando regreses, sigue estudiando y nunca dejes de hacerlo. En mi mente quedó el recuerdo que a pesar de mencionar tres veces mi nombre en diminutivo como la hacía con frecuencia, esa fue la única vez que me trató en segunda persona singular.

A la profesora Norma, por vez última la miré bajo el alero de su casa, ubicada en la calle de la iglesia San Francisco hacia el sur por la calle que daba al entonces rastro público, pero a diferencia de la profesora Teresa no me pude despedir. Debió ser un domingo, por el elegante vestido rosado que llevaba, al igual que sus pequeñas hijas que también vestían ropa festiva, serían las 8 p.m. Sucedió que, dada las circunstancias de la época, ese día participando en una actividad militar artillera había resultado lesionado junto a otros jóvenes, todos miembros de mi dotación, fuimos trasladados de emergencia de la frontera al hospital, una vez que recibimos atención médica a varios nos dieron de alta, indicándonos que podíamos irnos a nuestros hogares, fue en el trayecto hacia mi casa que miré a la profesora; éramos un grupo de bulliciosos jóvenes que íbamos en plena jodedera, con nuestras armas y sucios uniforme de fatiga, en mi caso, me apoyaba en unas muletas y con el pie enyesado, cerca de la casa de la profesora una ambulancia con ruido y luces de sirena se detuvo, indicándonos los paramédicos que venían dentro del vehículo que lo abordáramos.

Es de imaginar que, tanto nuestro aspecto, y el bullicio de la ambulancia causó alarma en los vecinos, lo que hizo que varios curiosos salieron de sus casas, entonces miré a mi inolvidable maestra Norma, entre las personas que salieron, posiblemente me haya reconocido, pero yo no pude saludarla.

A pesar de lo anterior y de lo tenue de la luz del entorno, pude observar cómo mi profesora Norma contemplaba a la vocinglera ambulancia en la cual, junto a mis compañeros me transportaba; vehículo que, en simulación de una gigante luciérnaga destellaba las paredes externas de las casas donde íbamos pasando. Recuerdo que imaginé la mirada de doña Norma la que, en mi mente era igual de contemplativa y resignada a la de la maestra Teresa en dos especiales ocasiones que recuerdo: una cuando me despidió frente a su casa y la otra en aquellas fatídicas fiestas patrias de septiembre del año 1978, cuando un grupo de alumnos en silencioso duelo lamentábamos el asesinato del niño Efraín Ibarra y de otros familiares a manos de la guardia somocista, en mi caso particular llorábamos en silencio la muerte en combate de mi tío Francisco Fuertes en la insurrección de septiembre de ese año.

En esa ocasión, al mirar cómo nos contemplaba en un ritual silencio, no pude dejar de imaginarme que, mi maestra Teresa debió estar convencida que, la biología era el mínimo obstáculo interpuesto para que aquellos niños tomáramos las armas contra Somoza.

Un último recuerdo

En los años ochenta, tuve la oportunidad de estar infinidades de veces sentado frente a un majestuoso mural en el auditorio de la Escuela Normal Ricardo Morales Avilés de la ciudad de Jinotepe, al centro del mural rodeado de otras imágenes alusivas a un futuro esplendido y luminoso estaba la del profesor y héroe Ricardo Morales Avilés, en la que sobresalían sus grandes ojos brillantes.

Una vertiente de encontrados sentimientos fluía en mi entonces joven corazón al contemplar aquella imagen, bajo la cual, a veces sentía la sensación de estar escuchando a mis inolvidables maestras de mi escuela primaria.

Por un lado, ardía en mi pecho el fuego patriótico de la antorcha de Enmanuel Mongalo y Rubio que me incitaba a continuar participando de forma activa en la defensa de nuestra patria agredida por los herederos de aquellos filibusteros a quien enfrentó nuestro héroe nacional y por otro lado, el sincero deseo de continuar estudiando; cosa difícil de hacer de forma normal en aquellas nefastas condiciones de guerra, al final la divina providencia y tal vez guiado por un instinto de sobrevivencia hizo que lograra combinar ambas cosas, esperando con ello haber hecho honor a quienes con su empeño y enseñanzas pusieron de su parte para lograrlo; mis maestras y maestros, a quien dedico lo escrito en las anteriores líneas.

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