Guillermo Rothschuh Tablada: amigo y maestro Managua. Por Jorge Eduardo Arellano

Guillermo Rothschuh Tablada: amigo y maestro Managua. Por Jorge Eduardo Arellano

En memoria de Guillermo Rothschuh Tablada (GRT), fallecido en su ciudad natal el 6 de noviembre de 2022, reproduzco este ensayo laudatorio, publicado en diversas oportunidades.

GRT ha sabido encender en nuestro idioma la rebeldía y la esperanza: dos movimientos que enriquecen, agitan y dan vida a la lengua. Y la suya es más nutrida por la savia más vivificadora y fecunda, que es la de la tierra, y oxigenada por el mejor aire, que es el de la justicia.
Pablo Antonio Cuadra (1970)

Puedo asegurar que no hubo en la Facultad de Ciencias de la Educación horas de clases más amenas, interesantes, eruditas, que las impartidas por el profesor, el maestro, escritor y poeta Guillermo Rothschuh Tablada.
Noel Rivas Bravo (2015)

Nacido En Juigalpa, Chontales el 27 de mayo de 1926, Guillermo Rothschuh Tablada cumplió 88 años de edad y sus amigos y discípulos le agradecimos su entusiasmo creador, enseñanzas de vida y cultura. Al mismo tiempo, le expresamos nuestra solidaridad con sus causas que compartimos y admiramos. Porque él siempre tuvo mucho que decirnos: fuerte, sincera, lapidariamente, sin perder nunca el humor; al contrario: desde hace varias décadas su contagiante humor.

Por eso no puedo ser imparcial. Otras razones llevaron al patriante Pablo Antonio Cuadra a sostener lo mismo cuando presentó Poemas chontaleños (León, Editorial Hospicio, 1960. 149 p.), título donde Rothschuh Tablada definía su voz. “Sobre esta poesía de tierra, con animales, lugares y dolores ciertos –señalaba PAC– yo soy parcial. El viento aquí es un caballo / de silla, no / cerrero y grave –cita a Rothschuh Tablada, prosiguiendo: “Hace tiempo cabalgo en él. Conozco el rodeo donde Rothschuh lanza sus crepúsculos. Amo sus bueyes que jalan su crujiente verano. He llegado en la noche al velorio de mi tristeza. Soy parcial”.

Había, pues, asimilado en Poemas chontaleños una fuente promovida por el movimiento de vanguardia: la tradición vernácula, a la cual infundió savia nueva a través de una medular intuición terrígena y de una irradiante, sensible vitalidad. De hecho, en ese poemario creaba el culto a la chontaleñidad que marcaría su vida y obra, partiendo de la emblemática “Oda a Juigalpa”, manifiesto de amor a su pueblo natal, incomprendido por la mayoría de sus coterráneos. Juigalpa es una vaca echada / en pleno llano, / a quien los perros ladran / sin lograr / levantarla […] Otros vendrán con sendos cuchillos / a rajar sus carnes palpitantes […] / Yo no, yo amo su extensión, / su pajonal, su baba, / su overa sombra que cubre / a blancos y jueranos […] Muchos nacieron, / todos la amaron: // Goyo, Aníbal, Cayetano / su piel redibujaron; es decir: Gregorio Aguilar Barea, entonces joven pintor (y luego maestro de educación), Aníbal Montiel Fernández, otro educador y dibujante, fallecido en 1948; y Cayetano Ruiz Ibargüen, pintor nacido en Acoyapa que impartió clases de pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes de México, fallecido el 11 de noviembre de 1953.

Y prosigue, aludiendo de nuevo a campistos locales muy queridos: Brillo a sus cuernos dieron / Villagras y Catarranes; / y los Gadeas –tal vez los mejores– / en muchas fincas sembraron / sus sangres y sus afanes […]. Es decir, los hermanos Concho, Margarito y Juan Albino, de la hacienda San José, de los Gómez; a Vicente Hurtado, sorteador famoso y trabajador de la hacienda La Auxiliadora, de Irma Mongrío; y a los hermanos Alejandro, Augusto César, Galileo, Juan Rafael, Luis Napoleón y Wenceslao Gadea, nacidos en la finca Cuernos de Oro. En suma, la oda de Rothschuh Tablada entraña la maternalidad mansa y nutricia del chontaleño, hijo de la ganadería; y abarca también el poema de amor integrado a su entorno “Amor invernal”:

Mi amada es tan dulce / y leve como el agua. // ¿Qué no la conoces? // Pues se llama María. / Vive en todos los remansos / y su voz, clara voz, / inunda mis canciones. // Discurre su sombra, a veces, / sobre albos manantiales, / y amor invernal trasciende / a nube, vendaval, tinaja, / a pasto remojado. // Su gracia es flor que flota. // Su ternura un rumor / que nunca desemboca.

En su segundo poemario, Cita con un árbol (Managua, Editorial Nicaragüense, 1965. 85 p.), subiría un peldaño poético en la misma línea, incorporando la experimentación epigramática y logrando un barroquismo lúcido, en el que cabe su homenaje a César Vallejo en París (1962) cuando frisaba en los 36 años. Uno de ellos, titulado “Para su tumba en Montrouge”, dice:

Ayer su cielo, su aire. Hoy su tierra,
su cóndor inscrito en una estrella,
su canto matinal, su flor minera,
su diente de oro, su ojo de cristal,
su mano de carne abriendo en cinco,
en diez, la roca entera,
su eco, lejos; su voz, más lejos;
su nombre, César; su luz, Vallejo.

Caben, además, destacarse un emotivo homenaje filial: “A mi madre en Juigalpa” y, a través de su enraizada afinidad equina, cuatro símbolos de la historia de la madre patria en “España sin caballos, pena”:

España de luces y de caballos
llena:
Caballo blanco
de humos y esfuminos,
muestra a Santiago su camino.
Ay.
Caballo negro
de calzas y de fierros,
cubre al Mío Cid en su destierro.
Ay, ay.
Caballo rojo
de crines y de huesos,
don Quijote le anima con su beso.
Ay, ay, ay.
Caballo blanco y negro y rojo
–caballo morado–
de Guernica y de Picasso,
para que César grite en los ocasos:
Ay, ay, ay.
España sin luces y sin caballos,
pena.

En su tercer poemario, Veinte elegías al cedro (León, Editorial Universitaria, 1973. 60 p.) prosiguió su formulación de una patria y una cultura agrarias, más precisamente una cosmogonía de la madera. Y en el cuarto, Quinteto a don José Lezama Lima (Managua, Ediciones Nacionales, febrero, 1978. 48 p.) prosigue su menester afilado, adquiriendo más aliento, un mayor grado de poder verbal y una buena dosis de oculto fuego mallarmeano; aquí un maestro del esplendor rinde tributo al gran cubiche (“Monstruo Antillano de la Naturaleza”, lo definió Beltrán Morales) con su misma riqueza deslumbrante.

En fin, recrea y retrata a Lezama Lima, autor de la “Rapsodia para el mulo”, como patrón y patrono literarios. Toda la mar de Cuba henchida / metiéndose de bruces entre sacos / camisas y corbatas, / y andándole el canto como a la grupa el viento. // Inflando de orgullo y de amor tropicales / lo vieron pasar. Yendo y viniendo / del diafragma a su pecho / y de su pecho al hondo Helespondo caribeño.

Cuatro rasgos de su personalidad

A continuación, señalaré cuatro rasgos suyos como el maestro por antonomasia que ha sido en los tres niveles de enseñanza: primaria, secundaria y universitaria, y recordando también que de 1961 a 1962 hizo estudios de Pedagogía en París y de Literatura en Montpellier, no sin antes reconocer al hijo del poeta Guillermo Rothschuh Cisneros (1899-1948), al poeta completo y padre de poetas (Guillermo, Jorge Eliécer y Vladimir); en fin al profesor, catedrático y escritor que conocemos, reconocemos y somos deudores (unos más, otros menos) de su amistad.

He aquí esos cuatro rasgos.

Primero: su formación de normalista, egresado en 1946 de la Escuela Normal Franklin D. Roosevelt bajo la tutela de republicanos españoles, como Ernesto Beltrán Díaz y Rafael Debuén; una formación laica, liberal y militantemente progresista.

Segundo: su liderazgo en el ámbito magisterial. No solo como director del instituto de su entrañable ciudad natal, sino del Ramírez Goyena, el mejor centro de enseñanza de secundaria en la Managua de los años 50 que tuvo en Rothschuh Tablada un verdadero conductor. Calidad y proyección nacional estaban, en el Ramírez Goyena, indisolublemente unidos. Al respecto, bastaría recordar la iniciativa de erigir una estatua al héroe Andrés Castro –ejecutada por Edith Gron– en San Jacinto –financiada por suscripciones de los alumnos goyenistas– con motivo del centenario de la primera derrota del esclavismo en el continente.

Tercero: su vocación polémica, a favor de sus convicciones, en el artículo del periódico y en el libro. Recordemos sus Escritos pedagógicos (Managua, Imprenta Nacional, 1968. 118 p.), prologados por Luis Alberto Cabrales. Una obra imprescindible como fuente para conocer a fondo el desarrollo educativo de la Nicaragua anterior a 1979.

Y cuarto: su trascendencia creativa, concentrada en los siguientes títulos.

Las relaciones literarias, tan poco estudiadas en Nicaragua, tienen un ejemplo efectivo en este ensayo. Leído en un homenaje de la UNAN a Neruda, se publicó con unas páginas más –significativas y complementarias– en la segunda época de la revista Encuentro de la Universidad Centroamericana (núm. 2, septiembre de 1973) y luego en separata. Pese a su actitud panegírica, Rothschuh Tablada valora justamente las dimensiones americanas de los tres cantores (el del Norte, el del Centro, y el del Sur) con su discursivo tono penetrante: citas oportunas y ciertos recursos piropoéticos, reveladores de un vasto conocimiento nerudiano. Profundo.

Cinco pioneros y una provincia

Este libro (Managua, Artes Gráficas, 1976. 98 p.) reúne cinco muestras de la poemática prosa de su autor, cuyo estilo vigoroso se impone una vez más, hundiéndose en sus propias raíces y llamando al pan pan y al vino vino. Así, reconoce a los gestores de su entrañable realidad chontaleña.

No a los políticos que han pasado, pasan y pasarán, sino a los hacedores de cultura. No al caudillo –Emiliano Chamorro– de quien trazó, en otras partes, el mejor retrato a pluma y la mayor diatriba en verso: un soneto; sino –en ensayos de una sólida unidad temática y estilística– a cinco pioneros enaltecedores de Chontales: al poeta que extrajo del departamento su inicial y fresca poesía nacional (Pablo Antonio Cuadra), al científico que se embebió de su naturaleza (Thomas Belt), al narrador que nos legó todo un auténtico mundo literario de la región (Carlos A. Bravo), al médico que realizó una sustancial inversión progresista para recreo de sus coterráneos (Germán Sandoval Jarquín) y al educador que fundó el Museo de Chontales (Gregorio Aguilar Barea). O sea, aludimos al primero de los numerosos hijos intelectuales de ese otro fecundo educador, creador y político que ha sido Rothschuh Tablada.

Rothschuh Tablada puebla Chontales con sus pensamientos y trasciende la prisión que es, en cierta manera, toda provincia. Rescate los duraderos valores del pasado. Y lo proyecta hacia el futuro con una visión humanista.

El retorno del Cisne

En los ensayos de El retorno del Cisne (Managua, Ministerio de Educación, 1983. 265 p.) este volumen, Rothschuh Tablada reúne una selección de sus ensayos literarios en revistas y suplementos, la mayoría escritos para ser leídos en actos conmemorativos y homenajes universitarios de los años 60. Y en sus configuraciones no se constata el menor rasgo de superficialidad ocasional; le asiste, más bien, una acertada intuición.

Sin duda, tal elemento definitorio obedece al ejercicio de la vocación magisterial del autor, a su vibrante abundancia proyectada con precisa y sólida erudición viva. Porque al poeta que vigila cada una de estas páginas solo le interesa la vitalidad, el esplendor de lo permanente. Y así, demostrando una completa asimilación de los creadores que pondera –Walt Whitman y Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias y Gabriela Mistral, Salomón de la Selva y Gabriel García Márquez, entre otros–, reconstruye exegética y metafóricamente un mapa personal que sentimos nuestro. Una geografía americana que hacemos –porque lo es en todo su ámbito– nuestra.

A estos trabajos heterogéneos, pero acabados, los unifica un hilo de Ariadna: la omnipresencia de Rubén Darío, es decir, del Cisne. Desde el primero, en el que trasciende las raíces de su Chontales natal, hasta el último –donde culmina el itinerario de su brújula guiada por la liberación– canta a Darío, enaltece su signo, refiere su vigencia. Por eso la constante alusión a su obra resulta, casi en todas sus páginas, ineludible.

Sin embargo, el mayor empeño del ensayista constituye en impartir una lección definitiva: que el Poeta preside la paideia de nuestros pueblos. Que el Cisne –sinónimo en Darío de belleza invulnerable y de rebelde figura sociopolítica– debe ser respetado por los rifles. Que su retorno debe ser nuestra consigna de cada día.

Letanías a Catarrán

En Letanías a Catarrán (Juigalpa, Asociación de Ganaderos de Chontales, 1985. 107 p.), Rothschuh Tablada entrega lo más íntimo de su ser, lo más auténtico de su entorno vital, creando y recreando a un personaje que representa, más que ningún otro, al pueblo chontaleño. Un prototipo y un mito que eleva a través de una madura y elaborada prosa –suelta y sabia–, desplegadora de incontables registros e inquisiciones, sentencias y aciertos de carácter social, político, religioso. Un mito construido a partir de un ámbito provinciano que el poeta trasciende.

¿Cómo? Transformando el rito y el drama, el paisaje y la alegría de la existencia; definiendo un héroe cuasianónimo, un modelo ético, el homo chontaleñus. Y sustentado, sobre todo, en la tradición. Porque “todo lo que no es tradición es plagio” –recordaba Eugenio D’Ors.

En Tela de cóndores (Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, 2005. 185 p.), más francés que alemán, pese a su primer apellido –Rothschuh–, fortalece en Nicaragua una tradición moderna iniciada por Charles Baudelaire (1821-1867): la exégesis de la pintura. Más americano que español, pese a su segundo apellido –Tablada–, el poeta de Chontales lee y recrea, comprende e interpreta a Oswaldo Guayasamín (1919-1999), pintor andino y universal. El maestro de letras tributa un elogio al maestro de colores. En este libro lo celebra y sus amigos y compañeros nos alegramos, compartiendo su intellecto d’amore.

Un nuevo discípulo: Wilfredo Espinoza Lazo

No puedo dejar de mencionar en este homenaje el del joven y activo discípulo de Rothschuh Tablada, Wilfredo Espinoza Lazo, a quien se le debe la monografía Un pionero nacional de una provincia (Santo Tomás, Chontales, agosto, 2014. 148 p.). Se trata del más completo ensayo sobre el autor de Los guerrilleros vencen a los generalesHomenaje a Carlos Fonseca (1980, 1983); de Las uvas están verdes (1998) y de Mitos y mitotes (2002), los dos últimos nutridos de útiles datos biográficos y de chontaleñidad, pero inorgánicos, editados por la Academia Nicaragüense de la Lengua. Aludiendo a la mayoría de los artículos y ensayos del último libro, Francisco Arellano Oviedo anotó que “ya sin el valor político e irónico de la época, conservan la gracia, el nervio y el ingenio de una prosa culta y de buen gusto”.

Agradecimiento final

Cuando era director de extensión cultural del Ministerio de Educación Pública, Guillermo Rothschuh Tablada propició la edición de mi primer libro: Panorama de la Literatura Nicaragüense / De Colón a finales de la Colonia (Managua, Ediciones del Centenario de Rubén Darío, 1966. 180 p.), en el contexto del cincuentenario de la muerte de Rubén Darío, es decir, en 1966. A mis veinte años, ese hecho constituyó un estímulo decisivo y oportuno para mi inmediata carrera literaria. Por esta otra razón no puedo ser también imparcial al perfilar su personalidad.

No fui alumno del poeta y profesor de la Escuela de Ciencias de la Educación de la UNAN en Managua. Sin embargo, me invitó a impartir charlas sobre El Güegüense, la Vanguardia, Luis Alberto Cabrales y Fernando Silva en su cátedra de literatura nicaragüense.

¡Gracias, amigo y maestro!