La libertad de Assange no es algo que debamos celebrar Rabat. Por Martin Jay, Strategic Culture Foundation

La libertad de Assange no es algo que debamos celebrar Rabat. Por Martin Jay, Strategic Culture Foundation

“Julian Assange está libre y nosotros somos libres”, dijo el presentador de RT Peter Lavelle. Era un sentimiento entrañable, pero lamentablemente no era en absoluto cierto. La liberación de Assange no es algo que merezca la pena celebrar, ya que se ha conseguido lo que Occidente –en particular Washington– quería conseguir.

Assange fue utilizado para mostrar a cientos, si no miles de periodistas que se adentran en el corrupto mundo del trabajo sucio de Occidente, que esto es lo que te pasa si intentas destapar los trapos sucios de Estados Unidos.

Assange fue detenido hace unos 14 años. Comenzó con un caso de violación escenificado que la CIA fabricó en agosto de 2010 en el que estaban implicadas dos mujeres en Suecia y que mucho más tarde se transformó en acusaciones de espionaje. Para muchos, Assange será un héroe que fue encarcelado por decir la verdad sobre cómo opera Estados Unidos en zonas de guerra y el espantoso nivel de asesinatos indiscriminados y sin sentido.

Pero para el ejército de Estados Unidos y muchos de sus políticos más destacados, “indignados” porque ayudó a Chelsea Manning a descifrar un código para acceder a un tesoro de documentos militares comprometedores, es el peor tipo de trabajador de los medios de comunicación al que no se puede permitir que dé ejemplo a los demás y, por tanto, debe ser tratado como un enemigo extranjero o un agente de otro país preparado para golpear a Estados Unidos en su blando vientre y exponer al mundo entero cómo lleva a cabo su traicionero oficio de espionaje. Guerras sucias. Informes sucios.

La decisión de Biden de liberarlo fue inteligente. Envió el mensaje correcto a los votantes, pero también desinfló la oportunidad de que Trump lo hiciera más tarde (aunque podría argumentarse que este pensamiento es cómicamente autodespreciativo).

Pero 14 años de tortura lenta, con siete años atrapado en la embajada ecuatoriana en Londres seguidos de la prisión de alta seguridad de Belmarsh en el Reino Unido, que tuvo un efecto perjudicial en su salud, fue un precio muy alto a pagar para que Estados Unidos dejara claro su punto de vista.

Lo más triste es, por supuesto, que los motivos de Estados Unidos continúan vigentes y que la liberación de Assange en nada daña ni a Estados Unidos ni a la Unión Europea en lo que respecta a despojar a los periodistas de su derecho a la libertad de expresión. Desde el día en que Assange entró en la embajada ecuatoriana hasta que fue liberado en un indescriptible día de junio en el Reino Unido, debe haber contemplado el deterioro de los derechos de los periodistas en Occidente, lo que, irónicamente, da a WikiLeaks aún más razones para mantener su buzón de expedientes anónimos bien vivo y en funcionamiento.

El editor estadounidense de RT Robert Bridge, al igual que muchos analistas, argumenta con razón que es un día triste para los periodistas de investigación que Assange haya tenido que tragarse una acusación de espionaje, como parte de un acuerdo de culpabilidad.

“Julian Assange, el cofundador de WikiLeaks, ha aceptado declararse culpable de un cargo de violación de la Ley de Espionaje por su papel en la recopilación y publicación de documentos militares y diplomáticos de alto secreto entre 2009 y 2011. ¿Qué significa este veredicto para la libertad de prensa en todo el mundo?”, escribe Bridge en un artículo de opinión para la emisora rusa. Pero no responde a su propia y conmovedora pregunta, centrándose en cómo afectará la decisión a los periodistas occidentales cuyo celo se verá coartado, en lugar del impacto en los periodistas de todo el mundo, en particular en la periferia de la Unión Europea.

“Aunque sin duda es una noticia positiva que el Departamento de Justicia de Estados Unidos esté aparentemente cerrando el libro sobre la trágica saga de Assange, resulta chocante que la administración del presidente Joe Biden exigiera una declaración de culpabilidad por el presunto delito de obtener y publicar secretos gubernamentales. Después de todo, esta es la tarea crucial que los periodistas de investigación realizan de forma habitual”, afirma Bridge.

Desde hace al menos una década, los regímenes de la región de Oriente Medio y Norte de África observan cómo los gobiernos europeos toman medidas drásticas contra los periodistas que investigan a la vieja usanza, pidiéndoles cuentas sobre los sobornos. Han visto cómo la erosión de las libertades civiles y la libertad de prensa van de la mano de un lento declive de la gobernabilidad en general: los líderes europeos renunciaron hace décadas a predicar a los regímenes de la región MENA (una región geográfica, acrónimo de las siglas en inglés de Oriente Medio y África del Norte, también conocida como Asia Occidental y África del Norte o bien Asia Sudoccidental y África del Norte) o de África sobre los derechos humanos.

El caso Assange ha empujado a estos regímenes aún más lejos, ya que los países del norte de África y Oriente Medio llevan años cometiendo los abusos más atroces contra los derechos humanos de los periodistas, con países como Egipto y Turquía, en particular, ocupando los titulares casi semanalmente por los cientos de periodistas que meten en la cárcel por el simple hecho de atreverse a salir de la línea establecida de temas de historias que deben autocensurar.

En Marruecos, un país que se retrasó un poco en seguir este modelo que aplican sin piedad los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) –cero absoluto de reportajes sobre cualquier cosa relacionada con el Estado o su élite, por constructiva que sea– sólo quedan literalmente cinco periodistas en todo el país, todos ellos encarcelados por cargos falsos (a menudo basados en fatuas acusaciones de índole sexual) y algunos activistas temen que nunca salgan en libertad.

Para quienes en estos países creen que la reforma podría llegarles pronto, el caso Assange los hace retroceder décadas, ya que no sólo –como ocurre en Marruecos– se destruye a los periodistas y su trabajo, sino que se intensifica la oposición imprevisible a permitir que los periodistas occidentales trabajen libremente en estos países. Si los estadounidenses y los británicos pueden hacer eso a un “periodista” australiano, ¿por qué deberíamos permitir que este género de “piratas” de la investigación vivan y trabajen en nuestros países?

El periodismo tal y como lo conocíamos está muriendo a un ritmo vertiginoso y mientras vemos cómo la UE adopta medidas aún más draconianas para controlar los últimos vestigios en su forma más cruda, los países de Oriente Medio y Norte de África han conseguido destruirlo por completo. Y no es difícil verlo. Cualquiera puede verlo en las fatuas y vacías historias que se presentan cada día en lugar de cualquier cosa que pueda oler a abordar los verdaderos temas que los periodistas nos ofrecían cada día hace 30 años. Basta con encender cualquier canal de noticias en un país del CCG para ver que la noticia principal del día es un tuit de un miembro de la realeza sobre un tema que parece tener poca o ninguna importancia para nadie.

Cuando se despoja a los periodistas de su libertad de trabajo, los pseudoperiodistas tienen que levantar el polvo y trabajar como prestidigitadores de circo barato. Es una distracción. El caso Assange, ya cerrado, ha hecho tal daño incremental al periodismo que lo que pronto tendremos será una generación de teleadictos que ni siquiera sabían lo que era el periodismo y cuál era su papel. El caso Assange fomentará aún más el pseudoperiodismo tanto en la UE como en sus fronteras, en países que literalmente están convirtiendo la profesión en un delito.

(*) Martin Jay es un galardonado periodista británico afincado en Marruecos, donde es corresponsal de The Daily Mail (Reino Unido). De 2012 a 2019 estuvo afincado en Beirut, donde trabajó para varios medios de comunicación internacionales. Su carrera le ha llevado a trabajar en casi 50 países de África, Oriente Próximo y Europa para un gran número de grandes medios de comunicación. Ha vivido y trabajado en Marruecos, Bélgica, Kenia y Líbano.

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