Managua 45/19: En San Judas, lluvia de rockets Managua. Por Enrique Beteta Acevedo, Radio La Primerísima.

Managua 45/19: En San Judas, lluvia de rockets Managua. Por Enrique Beteta Acevedo, Radio La Primerísima.

En memoria de José Iván Beteta Rodríguez

Siempre que se mencione al Barrio San Judas de Managua, la referencia es que es un barrio popular, aguerrido, luchador, combativo, entusiasta, lleno de energía deportiva y cultural, rebelde, insurrecto, no se deja vencer, no hay forma de vencerlo, lleno de patriotismo, su adalguía nace de el origen de su gente.

Comentaba que tuvimos la oportunidad de crecer en un barrio popular, crecimos entre las llantas quemadas de manera espontáneas, las manifestaciones relámpagos con un hermano lanzándose un discurso en una esquina avivando y animando la Fogata, no teníamos idea de la dimensión de lo que pasaba, menos de lo que vendría después en nuestras vidas, en nuestro querido barrio con los vecinos y con nosotros mismos.

Imposible olvidar la imagen de los BECATS transitando las calles a veces muy lentamente con miradas impenetrables llenas de odio, o con ligereza intimidando a los jóvenes sin importar la herencia para los más pequeños, vendiendo amenazas gratis, asegurando exportar el terror a todas las generaciones del pueblo y todos los sexos, en todas las direcciones.

Ahí estaba el sello del dictador lleno de odio, cultivándolo en la tropa de la Guardia nacional, el fin era llevar actos de represión hacia los humildes esa fue la orden, la tortura, las desapariciones, los encarcelamientos gratuitos, por la edad temprana, por el pensamiento libre, por el colectivo organizado, por la injusticia imperante.

Todavía están frescos en nuestros oídos los rumores de la noche del sábado del 16 de junio del 79, las cazuelas sonando el aviso de la llegada de la ola represiva, la orden del frente estaba dada, todos los jóvenes debían de salir para salvar sus vidas, pero también para organizarse masivamente para detener al tirano y su patrulla de caníbales en todo el país, el viento, la noche, la luna, las estrellas conspiraron para salvar vidas, para evitar masacres y así se animaron a caminar hacia las haciendas del vapor, Miraflores, entre otras, buscando el crucero, amparados en el respiro de todas y todos, acompañados por los grillos y los silbidos ocultos de la noche llena de júbilo pensando en la libertad y vida de todos.

Días atrás del 16 de Junio del 79, los combatientes del frente entraron casa a casa, calle por calle, tramo a tramo, milímetro a milímetro del barrio, pues andaban tras la búsqueda de dos criminales de la GN expertos en captura, tortura y desapariciones de jóvenes conocidos estos genocidas como el Plis y el Canoso, los muchachos pasaron por nuestra casa armados hasta los dientes, dejando la noticia de a quienes buscaban y porque era apremiante capturarlos, brindando la esperanza detener los asesinatos por parte dicha basura humana.

El 17 de junio del 79, años después tuve noción que había sido domingo, las iglesias solas, también azotadas por la dictadura, sin acto litúrgico en la mayoría de las ciudades, los campanarios mudos, silenciados, callados, sin eco, los coros ocultos, sin voces, sin articular un himno u alabanza, sin las beatas domando las bancas con sus rezos.

Ese Domingo de junio nos levantamos con la intención de compartir, seguir disfrutando de la vida juntos, deleitarnos de nuestra rutina de encierro por la realidad, sometidos por la guerra, desayunamos en tiempo todos en casa, Filadelfo nuestro Padre, Blanquita nuestra madre, la Esperancita, Leticia, mi abuela Isabel, Socorro, Chepe y este servidor, no sabíamos lo que se avecinaba, no teníamos idea.

Después de las 11:00 am de la mañana con mi hermano nos ubicamos en el cuarto de nuestro padre, ahí jugábamos chibolas, teníamos una colección de ellas, era de nuestros juegos favoritos, competíamos a nuestra manera, no era necesario pelear para eso, aceptábamos en buena ley nuestra derrota. Sentimos un estruendo inicial, uno solo, la reacción inmediata fue agarrar las chibolas y buscar como salir del cuarto, el tiempo no se congelo, al contrario, avanzo indetenible. Caminamos por la sala y escuchamos el siguiente sonido ensordecedor nos pareció en el patio, aceleramos la marcha y dimos al lugar de nuestros animados juegos (patio).

No me detuve, avance para alcanzar mi cuarto y justo casi entrar a la puerta, se hizo sentir otro rocket, tan agresivo y ensordecedor como los anteriores, la onda expansiva me hizo estrellar en mi ropero, cuando reaccioné aturdido ya tenía frente a mi a mi madre Blanquita, herida de su brazo, brotando sangre incontenible, solamente pude reaccionar a ponerle una toalla en su herida y después en estado de shock. El tiempo avanzo entre una y otra realidad, mientras yo estaba revolcado frente al ropero, José se regresó a la sala y ahí el siguiente rocket lo fulminó, directo a la cabeza, dejo heridos a mi padre y a mi madre, la abuela que ya con más de un siglo encima se preparó para bañarse y las bombas la tomaron dándose su baño, los charneles cruzaron las paredes de madera del baño, pero ninguno rozó su piel, solamente la bujía arriba cayo sobre su piel del brazo derecho, es decir la abuela Isabel salió intacta.

Después de tres horas en el refugio improvisado al fondo de los cuartos, logramos abrir la puerta para pasar a la sala, el olor era una mezcla de quemado con sangre en el ambiente, es un olor característico de la guerra, combinado con dolor profuso por el duelo de perder a un ser querido, vimos la posa de sangre donde cayó José en la sala, nos encontramos con el conocido Flaco Napoleón que andaba buscando le vendieran gaseosa, hoy reflexiono y digo ese acto del Flaco de llegar a buscar ese artículo entre los escombros de nuestra pulpería llena de humo, sangre, tragedia única era inconcebible pero lo tengo fresco en la memoria.

Mi padre y mi madre fueron salvados por los vecinos junto con la abuela Isabel, Don Adán de la esquina y Don Oscar de la otra esquina fueron quienes lograron romper las puertas para sacarlos con vida a ellos y llevarlos al hospital general del Zumen (hoy Bertha Calderón), la abuela fue llevada al Refugio del Melania Morales, horas después estaríamos con ella. Mi hermano José fue enterrado en lo que era la acera de la casa.

Ese 17 de Junio del 79 nos marcó a todos, pues todo el barrio fue bombardeado desde las Lomas de San Judas con saña, cobardía y aliento genocida, la guardia nacional deseaba desaparecernos a todos, ese día mi hermano José Iván Beteta Rodríguez fue mártir de la Revolución y vivirá presente en cada niño y niña lleno de alegría en los parques que construye la Revolución, cada centro de salud dónde se asegura salud gratuita para todos y todas, hoy la sonrisa de “Chepe” está en todos esos niños con oportunidades de escuela, alegría, paz, esperanza y armonía.

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