La legitimidad en EEUU es una farsa Por Gary Leupp | CounterPunch

El pasado mes de diciembre, la jueza del Tribunal Supremo de Estados Unidos Sonia Sotomayor se preguntó si esa entidad mantendría su legitimidad si anulaba el caso Roe v. Wade, el litigio judicial ocurrido en 1973 en el que Corte Suprema de los Estados Unidos dictaminó que la Constitución de Estados Unidos protege la libertad de una mujer embarazada para elegir abortar sin excesivas restricciones gubernamentales.

“¿Sobrevivirá esta institución al hedor que esto crea en la percepción pública de que la Constitución y su lectura son sólo actos políticos?”, preguntó, y añadió: “No veo cómo es posible”.

No llamó mucho la atención en su momento, pero sí, una jueza del Tribunal Supremo en activo dijo que no veía cómo era posible que la institución que ella ha percibido durante toda su vida, como la roca de la legitimidad misma, mantuviera la legitimidad cuando la gente percibe a ese Tribunal como algo podrido y apestoso.

¡Qué tiempos tan emocionantes vivimos! Después de haber pasado mucho tiempo tratando de desmitificar las instituciones capitalistas, sé lo difícil que puede ser atravesar las anteojeras ideológicas. Al fin y al cabo, éstas son impuestas por el proceso educativo habitual, incluso antes de que los niños empiecen a descender a sus túneles de medios sociales auto-seleccionados.

Es muy difícil remodelar los procesos de pensamiento de la gente, formados como están por una mezcla de falsedades oficiales reiteradas que martillean en las mentes de los jóvenes (comenzando con la falsedad histérica de que Estados Unidos representa “la libertad y la justicia para todos”) mediante burdos métodos de propaganda (replicando lo peor que la máquina de propaganda soviética tenía que ofrecer), pero también mediante técnicas infinitamente sutiles que arman la cultura popular.

Así que es preferible que el sistema haga la mayor parte del trabajo por sí mismo, hasta que su evolución normal contradiga tanto sus propias premisas que se vuelva vergonzosamente llamativa. Entonces la gente empieza a ver al sistema como el enemigo, lo que significa que piensa con más claridad.

La definición de legitimidad es “conformidad con la ley o las normas”. ¿Qué ocurre cuando los que establecen las normas las rompen, o son percibidos por la gente a la que juzgan como infractores de las normas? En este caso, los guardianes últimos del sistema, que le dan su legitimidad, han quedado expuestos como un nido de mentirosos y –dejando a un lado las pretensiones de distanciamiento político– incluso involucrados con grupos nacionalistas blancos. Clarence Thomas (juez del Tribunal) y su despiadada esposa Gini (abogada ultraderechista) habían desacreditado al tribunal antes de que éste revocara el caso Roe contra Wade.

Los engañados abren los ojos

Muchos se engañaron con la idea de que el caso Roe contra Wade estaba “constitucionalmente garantizado”, es decir, que el Tribunal Supremo había dictaminado que el derecho al aborto estaba garantizado por la Constitución. De alguna manera, pensaban que ahora era la ley del país porque los jueces lo habían dictaminado así. Y que eso era algo bueno, porque la Constitución es algo bueno, o mejor dicho, algo muy, muy bueno, porque los Padres Fundadores fueron tan brillantes que crearon un documento cuya principal virtud es su supuesta durabilidad, y su presunto impacto positivo en otros pueblos del mundo que se animan a escribir sus propias constituciones a modo de imitación.

¿Qué sucede cuando este muy incuestionable texto clásico del siglo XVIII, punto de supuesta referencia moral, queda expuesto, repentina y escandalosamente, como una farsa? La Constitución, la presidencia que estableció, el poder legislativo que legitimó y el poder judicial que creó, todo ello expuesto, especialmente a los ojos de los jóvenes, no como fuente de inspiración, sino del hedor que Sotomayor observa que flota en su despacho. ¿Qué sucede cuando la gente deja de contener el vómito?

Siempre se pide a los asistentes a un tribunal que se levanten cuando entra el juez. Esto es para mostrar respeto. ¿Qué pasa si estas personas han demostrado que no merecen ese respeto, y esos gestos feudales de defensa? O –la pregunta más importante– ¿se convertirá este golpe (¡legal!) al pueblo en un golpe al propio sistema? ¿Será esta la chispa que socava el sistema en las mentes de las masas de tal manera que finalmente rompan conceptualmente con él?

¿Cuánta provocación se necesita antes de que la masa crítica abandone la noción de que cuando se recibe un golpe como el que le ha infligido el Tribunal Supremo, se vuelve a marchar tenazmente a las urnas para elegir (¡legítimamente!) a personas mejores para hacer una política mejor? En algún momento. Pacíficamente, por supuesto. La “Larga Marcha a través de las instituciones” que preconizaba en 1968 Rudi Dutschke (sociólogo alemán que se opuso rotundamente a la guerra de Vietnam e impulsó muy creativamente la deserción de soldados estadounidenses afincados en sus cuarteles en Alemania) y que al ritmo actual se espera que tenga éxito durante el período de la Onda de Choque de Star Trek.

Tal vez se le ocurrió a algún empleado, en el despacho de algún juez, filtrar la decisión del tribunal con antelación, precisamente para exponer, si no la quiebra de todo el sistema, su ilegitimidad a nivel supremo. Quienquiera que lo haya hecho ha sido acusado por los fieles seguidores del sistema al menos de socavar la confianza en el mismo. Pero, ¿no deberíamos felicitar al anónimo agente de la ilustración?

“Gracias por su servicio”. Normalmente eso significa: “Gracias por ser miembro del ejército de Estados Unidos, no importa dónde hayas estado o qué hayas hecho, sólo gracias por defender nuestras libertades”. Aquí queremos decir: “Gracias por exponer el culo del máximo órgano legal de la clase dominante, y dar a las masas documentación útil de su ilegitimidad. Aunque sigas creyendo en el sistema –o intentes seguir creyendo– has hecho un buen trabajo advirtiéndonos. Gracias por servir al pueblo”.

¿Qué hacer?

Ahora sería apropiado que la mencionada Sotomayor anuncie que ella renunciará en protesta, en lugar de servir en un organismo político diseñado específicamente para legitimar el capitalismo estadounidense, que es decir el gobierno, al final del día, del uno por ciento del uno por ciento (0.01%), hecho tanto más eficiente a través de la competencia partidista manejable (entre los partidos políticos capitalistas) y el “estado de derecho” mantenido a través del aparato de seguridad del Estado que en todos los niveles comparte convicciones de tipo religioso sobre la Libertad y las armas.

Sí, imagínese. En lugar de sentarse con jueces nombrados de por vida por viles presidentes, responsables ante los sectores más reaccionarios de la burguesía y empeñados en hacer retroceder los avances sociales que se han producido desde los años sesenta, Sotomayor debería reconocer con desprecio lo que muchos hemos sabido desde siempre: “¡Todo es una farsa!”.

Si el Tribunal Supremo está perdiendo legitimidad, ¡excelente! A veces se oye decir que, mientras la presidencia se ha hundido hasta lo más bajo de la percepción popular, y el Congreso es el viejo objeto del desprecio universal, el Tribunal Supremo, al menos, como esa colectividad de sabios que interpreta las leyes cuando surgen los grandes asuntos, de forma objetiva y justa. Como esto no es en absoluto cierto, no en el mundo real al menos, es bueno que la gente deje de creerlo. Si me repito es porque la verdad merece ser repetida constantemente.

¿Qué dicen los demócratas –dirigidos por un presidente históricamente opuesto al derecho al aborto (hasta 2008)– sobre el esperado vuelco?

“Ahora estamos viviendo una pesadilla distópica”, dice la senadora Elizabeth Warren, añadiendo inmediatamente: “Estos extremistas no tendrán la última palabra. Los demócratas tienen herramientas para contraatacar, desde la legislación en el Congreso hasta las órdenes ejecutivas del Presidente y las iniciativas a nivel estatal y local; sólo tenemos que utilizarlas. Estamos enfadados. Enfadados y decididos. No vamos a retroceder. No lo haremos ahora. Nunca”.

Muy bien. ¿Herramientas para defenderse? ¡Las leyes, hechas por los legisladores! ¡Así que todos, salgan a votar por los demócratas proaborto! ¡Asegúrense de que mantengan el aborto legal en su estado! (En otras palabras, vuelvan al punto de partida).

O bien “Órdenes ejecutivas del presidente”. ¿Cómo qué? ¿Órdenes ejecutivas para mantener abiertas las clínicas de aborto en los estados cuyos legisladores, elegidos “legítimamente”, han prohibido el aborto? ¿Órdenes ejecutivas para reeducar las mentes de las propias unidades de legitimidad de esta sociedad, que en gran parte del país están sumidas en la idiotez religiosa?

¿Quién les va a decir a dichos idiotas que no, que son libres de creer que un cigoto es un humano, a imagen y semejanza del Ser Supremo, y que, por tanto, impedir su correcta eclosión es un asesinato; pero que no pueden actuar sobre esa creencia, en su calidad de legisladores, y criminalizarla? ¿Y qué autoridad moral tiene el presidente para obligar a cumplir sus propias órdenes ejecutivas?

¿Acaso Joe Biden, con su cultivada personalidad de clase trabajadora católica irlandesa, no apoyó la Enmienda Hyde que prohibía la ayuda federal para los abortos (1976) e incluso fue autor de la “Enmienda Biden” de 1981 que prohibía la ayuda exterior de Estados Unidos a la investigación biomédica con fetos abortados? Biden dice algunas cosas correctas (un signo seguro de personas carentes de principios), pero no proyecta ni inspira ninguna energía positiva. ¿Por qué animar a la gente a esperar eso?

“Iniciativas a nivel estatal y local”. Sí. Puedo imaginar algunas: transporte coordinado de estado a estado para prestar servicios, lo que requiere una lucha contra las nuevas leyes que hacen precisamente eso ilegal. Recaudación de fondos para las mujeres que necesitan ayuda mientras faltan al trabajo. Luchar contra las nuevas leyes que prohíben precisamente esa recaudación de fondos. Más política, más compensaciones. Asegurarse de que todos los demócratas estén a favor del aborto, poner todo de su parte para que sean elegidos. En otras palabras, afrontar este nuevo reto como todos los anteriores, a través del sistema.

La verdadera alternativa

Otra opción es celebrar el colapso de la legitimidad de la más alta institución judicial del país, que nunca ha sido un líder del cambio social positivo, sino una fuerza retrógrada. La sentencia Dred Scott (el fallo en el que la Suprema Corte de los Estados Unidos resolvió en favor de la esclavitud el 6 de marzo de 1857, es considerada la más infame de la historia constitucional de EEUU) precedió largamente a la 13ª Enmienda de 1865 (la cual reza: “Ni en los Estados Unidos ni en ningún lugar sujeto a su jurisdicción habrá esclavitud ni trabajo forzado, excepto como castigo de un delito del que el responsable haya quedado debidamente convicto. El Congreso estará facultado para hacer cumplir este artículo por medio de leyes apropiadas”), enmienda ganada no por las interminables deliberaciones de los jueces sino debido a una sangrienta Guerra Civil.

La presidencia está desacreditada desde hace mucho tiempo, por distintas razones, entre diferentes circunscripciones, desde al menos la época del Watergate (1972-1973). También el Congreso, plagado de idiotas, oportunistas e incompetentes que, en conjunto, nunca consiguen nada positivo. También el sistema judicial ha quedado expuesto en repetidas ocasiones; el juicio de los Siete de Chicago (acusados de conspiración, incitación a los disturbios y otros cargos relacionados con las protestas y violenta represión que tuvieron lugar en Chicago, Illinois, en relación con la Convención Nacional Demócrata de 1968 y que fueron declarados inocentes en 1970) no fue más escandaloso que el de Kyle Rittenhouse (un adolescente blanco que el año pasado fue exonerado de todos los cargos por matar a dos y herir gravemente a un tercero la noche del 25 de agosto de 2020). Black Lives Matter ha surgido como una poderosa crítica a todo el sistema de “justicia” del que la policía racista es una parte crucial.

Pero nunca antes como ahora se había desacreditado el farsante sistema al más alto nivel. La decisión se produce tras las revelaciones sobre las enfermizas asociaciones supremacistas blancas de Ginni Thomas (ya saben, esa desagradable señora que dejó un mensaje de voz a Anita Hill en 2010 para exigirle que se disculpara por sus comentarios de 1991 en el Congreso acusando de acoso a su marido, el juez Thomas). Ahora sabemos que ella estuvo involucrada en el complot para anular los resultados de las elecciones y que Thomas ya ha participado en casos de los que debería haberse recusado. Es ilegítimo en su puesto. Los jueces de Trump que dijeron al Congreso bajo juramento que Roe v. Wade seguiría siendo ley estatutaria mintieron. Cometieron perjurio. Son ilegítimos.

El mensaje de que más de lo mismo –la misma concesión de legitimidad a las instituciones existentes, y la misma confianza en los antiguos hábitos de protesta ritualista que el sistema está feliz de permitir como válvulas de seguridad y testamentos de la persistencia de la “democracia” estadounidense– producirá de alguna manera un resultado diferente. Me recuerda al filósofo chino de la antigüedad Hanfeizi (uno de los más grandes filósofos legistas de China, que también fue emperador) quien alrededor del año 220 a.C., en el estado de Qin, criticó a quienes en su época se apoyaban en los viejos modelos e ideología confucianos, resistiéndose a los cambios revolucionarios introducidos por Qin Shihuang (el “primer emperador de China”, 221 a. C. al 210 a. C.).

Hanfeizi los compara con un campesino en cuyo campo “había un tocón (parte del tronco de un árbol que queda en el suelo). Un día, un conejo que corría por el campo chocó con el tocón, se rompió el cuello y murió. Entonces el campesino dejó el arado y se puso a vigilar junto al tocón, con la esperanza de conseguir otro conejo de la misma manera. Pero no consiguió más conejos y se convirtió en el hazmerreír de la comunidad Song. Aquellos que creen que pueden tomar las costumbres de los antiguos reyes y utilizarlas para gobernar a la gente de hoy, pertenecen a la categoría de observadores de tocones”.

¡Bien dicho! Hanfeizi debería ser una lectura obligatoria en nuestros institutos.

Los principios determinan la estrategia

Pero ahí está el reverendo William J. Barber, de la Campaña de los Pobres, en la CNN: “Hay que pensar en el juego a largo plazo…”. Siete años menor que yo, suena como el alemán Dutschke hace más de 50 años. Sigamos adelante, marchando por el túnel de barro de las instituciones, con la seguridad de que habrá luz al final. ¡Todos los que no se dejan caer en el ínterin la verán!

La figura “más legítima” de todas, Joe Biden –líder del mundo libre, por lo tanto, el lugar mismo y depositario de la legitimidad planetaria– es como siempre “clara e inequívoca”. Ahora predica: “La única manera de asegurar el derecho de las mujeres a elegir, [y restaurar…] el equilibrio que existía, es que el Congreso restablezca las protecciones de Roe v. Wade como ley federal. Ninguna acción ejecutiva del presidente puede hacerlo”.

En otras palabras: La “administración de Biden utilizará todos sus poderes legales apropiados” para ayudar, pero oye, no depende de él. Así que todos, ¡hagan que sus amigos voten a los demócratas!

Planned Parenthood (Planificación Familiar) en Texas promete hacer “todo lo que esté dentro de la ley” para ayudar a las mujeres que necesitan abortar. No se puede esperar menos. Pero, ¿por qué no jurar rechazar e ignorar todas las leyes emitidas por tribunales ilegítimos? ¿No debería ser el objetivo exponer la ilegitimidad y promover el rechazo masivo? ¿Qué? ¿Planned Parenthood no está en el negocio de hacer la revolución? ¿Entonces qué? ¿Trabajar dentro de la ley para proporcionar lo que la ley, en su santidad mística, ahora niega?

No estoy en posición de defender la estrategia de resistencia a este último y masivo ataque. La estrategia surgirá de un gran número de personas, aplicando mucho pensamiento a lo que se debe hacer, ahora, a raíz de la decisión del tribunal. Pero la estrategia viene determinada por los principios. Los que se han aplicado hasta la fecha (en “la izquierda”) han incluido casi invariablemente los principios de trabajar dentro de la ley, mantener la paz y restringir las acciones “ilegales” a las acciones rituales en las que se arresta a personas seleccionadas por violar alguna ley, de manera que se puede invocar a Thoreau (que en 1846 se negó a pagar impuestos por estar en contra de la guerra contra México y porque el Gobierno aprobaba la esclavitud; fue encarcelado y de ahí su ensayo «Desobediencia civil»), y a Mahatma Gandhi a favor de sus acciones.

Así, Warren y la Campaña de los Pobres y Padres Planificados, que representan al movimiento “progresista”, no tienen por el momento otra cosa que ofrecer que más de lo mismo. Un movimiento revolucionario se distinguiría por rechazar los principios desgastados y la desobediencia civil ritualista, o al menos la dependencia de tales tácticas, en favor de un asalto sistemático a las premisas del propio sistema, incluida la noción de que la Constitución es un texto sagrado que debe guiar siempre a EEUU, es decir, a la clase dominante de EEUU.

Hasta que no nos desengañemos del concepto de que la Constitución “amenazada” no es otra cosa que un documento del siglo XVIII, un producto de la Ilustración, como el Espíritu de las Leyes de Montesquieu y los Dos Tratados sobre el Gobierno de John Locke, actuaremos con anteojeras. La decisión del Tribunal Supremo (ilegítimo) de anular la decisión de un Tribunal Supremo anterior (ilegítimo) de permitir el aborto no tiene nada que ver con la Constitución redactada por los propietarios de esclavos en la década de 1780.

Ese documento no hace ninguna alusión a la interrupción del embarazo. Aunque es probable que los “Padres Fundadores” se opusieran al aborto por motivos religiosos, sus opiniones sólo importan hoy en día entre quienes se inclinan por la reverencia religiosa hacia esos propietarios de esclavos y misóginos como creadores del excepcionalismo americano. Todo el caso del “literalismo de la constitución” se basa en la suposición de que la nación se gobierna mejor cuando se observa a través de la mente imaginaria de George Washington, o al menos a través de la lente de la década de 1780.

Una nueva constitución

Necesitamos una nueva constitución, no una reverencia por la existente, ni rituales de duelo por el ataque imaginario del Tribunal a un documento sagrado. Necesitamos nuevas instituciones, adecuadas al sistema que sustituya a la podredumbre existente, que seguramente heredarán nuestros hijos a menos que haya una revolución que se base en la desilusión de las masas y la pérdida de legitimidad. Pero antes de hablar de cómo hacerlo, deberíamos romper con quienes no pueden ni quieren liderar un cambio real, y cuya respuesta inevitable a cada ataque es instar a las víctimas a redoblar esfuerzos para elegir más demócratas.

Así que la legitimidad de los tribunales se ha disparado a sí misma, para todos los que tienen el sentido común de verlo. Mientras tanto, algo que ya sabíamos, la certeza que la institución de la presidencia y su proceso de elección son una farsa, se incrementa diariamente por las audiencias sobre los eventos del 6 de enero de 2021 (la rebelión de Trump), y desafiado por los legisladores que describen las acciones de Trump como una desviación de la norma democrática. Y en esta “roca” de la Democracia Excepcionalista Americana se nos enseña a confiar, no habiendo otra alternativa que las fuerzas del fascismo o el caos en las calles.

Así se cierra el círculo del debate. Las audiencias –”dramáticas” no tanto para los que han prestado atención, sino para los chiflados de Trump que no mirarán– no se presentan para condenar al sistema (aunque las audiencias lo hacen) sino para presentar a Trump y al Partido Republicano en general como amenazas a la “democracia” que los legisladores siguen vendiendo, ajenos al hedor de la propia farsa.

Hace tiempo que las pruebas son claras de que Donald Trump animó a sus seguidores a rechazar los resultados electorales, operando con la práctica tradicional en la política estadounidense de mentir directamente para conseguir un trabajo. Por ejemplo: si quieres invadir Irak, le dices a tu gente que Irak amenaza con hacer explotar un dispositivo nuclear sobre la ciudad de Nueva York. La gente es crédula y funciona bien, y los mentirosos nunca son culpables. George W. Bush, el presidente que ordenó la matanza de medio millón de personas en Irak basándose en mentiras y que debería ser encarcelado de por vida como criminal de guerra, es tratado con respeto por los medios de comunicación burgueses de Estados Unidos. Así que sí, mentir está a la orden del día, y el comportamiento de Trump, aunque inusualmente imprudente y estúpido, fue bastante normativo en su mendacidad básica.

También está claro que, si Biden no le robó la elección a Trump, sí se la robó a Bernie Sanders. O más bien la facción dominante de Wall Street en el Partido Demócrata, que controla el DNC, se la robó a Sanders adjudicándosela al que había sido el candidato demócrata menos prometedor. Y ahora estos incondicionales defensores de la (falsa) democracia bajo ataque, que nunca pensaron en impulsar una ley federal que garantizara el derecho al aborto, exigen que sus ovejas se queden en el redil.

La alternativa, repiten, es un segundo mandato de Trump, o la elección alguien comparable, definidos como “amenazas para nuestra democracia”.

Los chiflados y lameculos de Trump

Las audiencias del Caso 6 de enero establecen con suficiente firmeza que hubo elementos de conspiración en el “levantamiento”. Es decir, han podido establecer de forma más definitiva lo que muchos ya habían interpretado: que hubo cierto grado de coordinación entre los asesores de la Casa Blanca, incluido Mark Meadows; los abogados de Trump, incluido Rudolf Giuliani; los congresistas republicanos y las milicias nacionalistas blancas y supremacistas para organizar el motín del 6 de enero, con el fin de forzar a la Cámara de Representantes a rechazar la votación o impedir de alguna forma la transición de poder.

Entre los principales conspiradores se encuentran el vampiro chiflado y amado héroe del 11 de Septiembre Rudy Giuliani (que esa fecha era alcalde de New York); el sediento de poder, amoral y completamente estúpido Mike Meadows; el rabiosamente loco y profundamente enfadado general Mike Flynn; el adorable vendedor de almohadas Mike Lindell; los líderes de los Proud Boys (Chicos Orgullosos), Oath Keepers (Guardianes del Juramento) y Three Percenters (Tres por ciento) y algunos otros que estoy omitiendo. Una galería de pícaros lameculos que apenas compensa la falta de un núcleo ejecutivo disciplinado capaz de dar un golpe “fascista”.

Fue un evento descoordinado e indisciplinado, la mayoría de la turba en el edificio se fue pacíficamente, orgullosos de lo que habían hecho al final de la tarde. La estupidez de los que se tomaron selfies en el Capitolio y los publicaron en las redes sociales ha dado lugar a cientos de procesamientos e, inevitablemente, a confesiones y acusaciones contra Trump por haberlos engañado.

El 6 de enero no fue un golpe que “casi triunfó” como dicen algunos demócratas. Eso es una exageración destinada a asustar a las masas para que apoyen hasta el fin de los tiempos el sistema de democracia burguesa deformada que sólo funciona bien para la corriente principal de la clase dominante. Se supone que debemos estar molestos, no tanto por la naturaleza de los rompe-cristales como por el rompe-cristales en sí mismo.

Pero no cabe duda de que al DNC se le ha ocurrido que en algún momento el Capitolio podría ser asaltado de nuevo, no por una turba caótica de cultistas nacionalistas blancos que intentan desesperadamente mantener a un vil presidente en el poder, sino por personas totalmente decentes y razonables con valores por los que luchar, incluyendo la igualdad de género y racial, la separación de la Iglesia y el Estado, y la destrucción del dominio que el Uno por Ciento del Uno ejerce sobre la vida económica. Hay precedentes, inspiradores y heroicos, como la toma de la Bastilla o el Palacio de Invierno. No dejemos que la mafia de Trump dé un mal nombre al asalto.

Las revoluciones reales ocurren cuando la gente no puede aceptar el statu quo, que ya es débil y está en crisis, y hay suficiente liderazgo para dirigir la ira en la dirección correcta, en lugar de simplemente “pensar en el juego largo” de las manifestaciones pacíficas, las peticiones, las campañas de presión y el despliegue de toda la (estrecha) gama de opciones que ofrece Warren.

Los más recientes tiroteos masivos encabezan las noticias, un alivio casi bienvenido de la incesante regurgitación de la propaganda de la Guerra Fría y la apologética imperialista que rodea la cobertura de la guerra interimperialista por poderes en Ucrania. Sea lo que sea lo que pasa por la cabeza de los tiradores, debe parecerle a gran parte del mundo que este país irremediablemente mendaz y moralmente en bancarrota –que a lo largo de la historia se ha presentado como el parangón de la democracia– está en proceso de cometer un lento suicidio en masa, incluso mientras impone más sufrimiento a la gente a la que se le pide que espere un poco más por lo que se le ha quitado.

Que esos observadores externos procedan entonces a reducir los lazos con lo que ahora ha quedado expuesto como una farsa, y especialmente a abandonar la pertenencia a la OTAN, el corazón de la máquina de guerra del imperio en autodestrucción. La ruptura de la legitimidad de Estados Unidos es algo bueno y necesario, la premisa para un momento revolucionario de masas aún por nacer.

(*) Gary Leupp historiador estadounidense de 66 años, especialista en Japón; profesor de Historia en la Universidad de Tufts (Massachusetts), y tiene un nombramiento secundario en el Departamento de Religión.