Todos los imperios han sido derrotados en Asia Por Patricia Lee Wynne | Sputnik, Rusia

Todos los imperios han sido derrotados en Asia Por Patricia Lee Wynne | Sputnik, Rusia

A 20 años de los atentados del 11S, estamos ante un giro cualitativo de la situación mundial. EEUU cierra con una espectacular derrota dos décadas de “guerras eternas” y su política exterior abandona la estrategia de ‘nation-building’: intervenir militarmente en rincones del mundo para cambiar regímenes y construir naciones a su imagen y semejanza.

La derrota en Afganistán abre muchos interrogantes sobre la presencia militar de EEUU en otros países y profundiza la retracción iniciada por Donald Trump. Es hora de dedicarse a su propio proceso de nation building, es decir, a resolver los graves problemas sociales y económicos del país norteamericano.

Sin embargo, este repliegue de EEUU también es para concentrar sus fuerzas en lo que considera sus amenazas: China y Rusia.

Se estrecha el imperio

Con la excepción de la península de Corea, donde siguen apostados más de 30.000 soldados de EEUU, la retirada de Afganistán marca un antes y un después en el continente asiático: desde que los imperios coloniales –Gran Bretaña, Francia, Alemania, EEEUU, Japón– pusieron sus garras en Asia en los siglos pasados, hoy estos imperios se han retirado. El Reino Unido terminó entregando su último bastión en China, Hong Kong, en 1997; Francia se retiró de Vietnam en los años 50; Japón fue expulsado tras invadir China en la II Guerra Mundial; y EEUU fue derrotado en Vietnam en 1975 y en Afganistán en 2021 y terminará su retirada de Irak este año.

A diferencia de Vietnam, ubicado en el extremo sureste del continente, ahora se trata de una derrota en el corazón de Asia, destrozando la capacidad de Washington de influir en una región clave del mundo. Aunque las bajas de soldados de EEUU fueron 2,500 en Afganistán contra las casi 60 mil de Vietnam, el golpe destruye lo que ha sido el centro de la política exterior de EEUU en este siglo.

La retirada significa que de ahora en más serán las potencias regionales –Rusia, India, China, Pakistán, Irán– las que definan lo que sucede en esta parte del mundo, pero en medio de un tembladeral político y de un triunfo de los talibanes –proscritos en Rusia– que estimulará otras resistencias.

Los imperios en Asia hasta el siglo 19

Adiós a las «guerras eternas»

El discurso del presidente Joe Biden del 31 de agosto anunciando el retiro de Afganistán completa un giro de 180 grados de la política exterior de la potencia norteamericana.

“Estamos dando vuelta a la página de la política exterior que guio a nuestra nación en las últimas dos décadas”, dijo Biden, y aclaró: “La decisión sobre Afganistán no es solo sobre Afganistán. Es terminar una era de grandes operaciones militares para rehacer otros países. Vimos cómo una misión contraterrorista en Afganistán… se convirtió en una misión de contrainsurgencia, de nation-building, tratando de crear un Afganistán democrático, cohesionado y unido”.

Biden pone punto final a una época, retirándose de todos los escenarios de guerra del Medio Oriente y África: ya firmó con Irak la terminación formal de 18 años de ocupación para diciembre, en Siria solo se mantiene un grupo de militares, y se ha rehusado a comprometerse con la nociva guerra adelantada por Arabia Saudí en Yemen.

El retroceso se había iniciado desde que Biden se posesionó en enero de este año. Según un artículo de la revista Foreign Policy, desde entonces cayeron dramáticamente los ataques con drones, porque el presidente impuso una moratoria parcial y ordenó una revisión de la política contra el terrorismo que restringió la capacidad de los comandantes de campo de tomar decisiones independientes.

De acuerdo con la revista diplomática, Jonathan Finer, actual vice asesor de seguridad nacional de Biden, escribió un memo en agosto de 2020, titulado “Terminar las guerras eternas”, en el cual detallaba un programa para sacar a EEUU de las dos décadas de “guerra contra el terrorismo”.

Una de las recomendaciones es elevar las exigencias para el uso de la fuerza, lo cual incluye “eliminar ataques contra individuos cuyas entidades específicas no se conocen” y que no se han identificado claramente como una amenaza para EEUU. Además, las operaciones que requieran el uso de fuerza, “deben ser consideradas extraordinarias, requerir aprobación a los más altos niveles y ser realizadas solo cuando sea absolutamente necesario”.

Bajo las nuevas reglas, “los militares y la CIA deben obtener permiso de la Casa Blanca para atacar sospechosos de terrorismo”. Hasta hace poco, los militares tenían amplia discrecionalidad para atacar a supuestos terroristas en cualquier lugar del mundo sin rendir cuentas ni avisar a nadie.

Esto ha llevado a una reducción significativa de los ataques de EEUU contra posibles terroristas, según un informe de la organización Airwars de Londres, que verifica los ataques contra civiles en el mundo en conflictos armados, citado por Foreign Policy: “EEUU parece estar en suspenso en la mayoría de teatros de conflicto donde todavía tiene presencia, sin ataques en Yemen, Libia, Pakistán o Somalia desde la posesión de Biden”.

«Nation-building»: rehacer el propio país

Lejos de romper, la política exterior de Biden es una continuidad de la de su antecesor Donald Trump, porque refleja las debilidades estructurales de EEUU. No se puede pelear una guerra ni extenderse por todo el mundo si los cimientos andan flojos. Por eso, aunque la cantidad de muertos fue más de 20 veces superior en Vietnam, la derrota en Afganistán lo encuentra con problemas internos mucho más dramáticos que los de hace 45 años.

En primer lugar, su propio Ejército. Como consecuencia de la masiva protesta juvenil contra la guerra de Vietnam, y de las masivas deserciones, EEUU eliminó en 1973 el servicio militar obligatorio. La profunda herida causada por Vietnam llevó a una reformulación de las operaciones militares en el exterior, apelando cada vez más a soldados contratistas (mercenarios), enviados a cualquier lugar del mundo a pelear una guerra por dinero.

Las guerras se convirtieron en un negocio privado. No se sabe cuánto de los dos billones de dólares gastados en la oscuridad y sin rendir cuentas en Afganistán fueron a las empresas contratadas por el Pentágono.

En 2012, el número de contratistas privados en Afganistán era de más de 117.000 individuos, comparado con 88.000 soldados, y a comienzos de 2016 dicha proporción era de tres contratistas por soldado, de los cuales, 70% no eran ciudadanos de EEUU, según un informe del Congreso citado por Military Times.

Pero los contratistas no ganan guerras, pelean por dinero, sin moral ni convicciones. EEUU está imposibilitado de reclutar a sus jóvenes para combatir y morir al servicio de causas ajenas en lejanas tierras y tiene problemas sociales internos tan serios, que no se puede permitir gastar más y más puntos de su PBI para renovar sus Fuerzas Armadas.

Esto, agravado por la crisis social y económica generada por el COVID-19 en EEUU, el país del mundo más afectado por la pandemia, y por las enormes desigualdades sociales, raciales y de género que saltaron a la palestra en 2020. No se puede ser un imperio si crujen los cimientos en los cuales se apoya.

Como escribió Francis Fukuyama en The Economist, las razones de largo plazo de la debilidad y declinación de EEUU “son más domésticas que internacionales”, y su capacidad de influenciar los asuntos globales dependerá “de su habilidad de resolver sus problemas internos”.

¿Qué pasará ahora?

Se cumplen también 30 años de la disolución de la Unión Soviética, que fue leída, por los analistas e historiadores del Pentágono, como el triunfo del bien sobre el mal. En plena euforia, EEUU volvió a intervenir militarmente con un despliegue como no había tenido desde la derrota de Vietnam en 1975, invadiendo Afganistán e Irak, atacando Libia y asesinando a Muamar Gaddafi en 2011, metiéndose en Siria, entre otras intervenciones. Pero su paseo militar por el mundo terminó mal en todas partes.

Su retirada de Afganistán deja un enorme vacío desde el Asia Central hasta el África, pero tiene consecuencias globales. La debilidad del imperio será notada en América Latina, en Colombia y en México. Muchos miembros de la OTAN desconfían de su aliado y se preguntan si los respaldará en momentos difíciles. ¿Qué pasará con las tropas de EEUU en la Península de Corea, con Guantánamo en Cuba, por ejemplo?

Nada de esto es para decir que la primera potencia militar del mundo ha desaparecido. Por el contrario, sigue siendo, de lejos, el líder en investigación, en avances tecnológicos y domina las finanzas mundiales. Si se repliega es para ganar impulso: concentrarse en ataques focalizados contra el terrorismo sin desplegar grandes cantidades de hombres a largas distancias y para dedicarse a lo que considera sus principales amenazas: China y Rusia.

Así lo dijo Biden en su discurso del 31 de agosto: “El mundo está cambiando. Estamos en una seria competencia con China. Tenemos que lidiar con los desafíos de Rusia en múltiples frentes. Tenemos los ciberataques y la proliferación nuclear. Debemos mejorar la competitividad de EEUU para enfrentar esos desafíos y la competencia por el siglo XXI”.

Pero lo que marca definitivamente este aniversario del 11S es el final del mundo unipolar al que nos habíamos acostumbrado estas décadas. EE UU retrocede en desorden, y los efectos de este repliegue se harán sentir desde Kabul hasta la Patagonia.