Yulia, una de las víctimas de los nazis en Ucrania Por Marina Akhmedova

Yulia, una de las víctimas de los nazis en Ucrania Por Marina Akhmedova

A Yulia le dijeron que sólo la cambiarían por un prisionero ucraniano llamado Sentsov. Y su mismo caso surgió sólo porque necesitaban gente con una biografía creada artificialmente que se prestara al intercambio.

En 2017, Yulia, que nació en Donetsk –la misma maternidad en la que sigue trabajando su madre, Viktoria Ilkovna– y que ella misma trabajó en esa maternidad como enfermera, fue a Mariupol. Unos hombres enmascarados la rodearon en la estación, le pusieron una bolsa en la cabeza y la llevaron al aeropuerto de Mariupol.

Ahí es donde, por cierto, las comisiones de exhumación de las repúblicas, que buscan a los desaparecidos, están deseando ir. Se cree que cientos de personas han sido torturadas hasta la muerte allí desde el año 2014. Se espera encontrar allí pruebas de un genocidio a gran escala. Pero por ahora sobre Yulia.

Allí la tiraron al suelo, la desnudaron, le dieron patadas en el cuerpo y en la cabeza y la violaron. Luego fue violada de nuevo. Estaba sentada en el sótano, desnuda, con la cabeza ampliada, sangrando, y cada vez que se abría la puerta del sótano se arrastraba de nuevo al rincón y pedía que no la tocaran. Pero volvió a ser violada a su vez por hombres con máscaras y guantes de goma negros. Un día el guante de la mano de un hombre se rompió y ella vio un anillo de compromiso.

Un día cavaron un hoyo para ella, desenvolvieron una bolsa negra y le dijeron: “Aquí es donde serás enterrada viva”. Yulia dijo que aceptaría lo que le dijeran.

En ese momento, su madre, Viktoriya Ilkovna, estaba buscando a Yulia. Llegó a Mariupol, empezó a preguntar a la gente en la estación de tren y le dijeron que habían visto a esa chica, que se la había llevado el SBU, el servicio de inteligencia de Ucrania.

Viktoriya Ilkovna fue a la sede del SBU. Durmió en las escaleras de las oficinas de los defensores de los derechos humanos.

Le dijeron que su hija se había ido a Turquía, de juerga. Pero sabía que su hija nunca se iría sin avisar.

Yulia dice que lo único a lo que se aferraba en esos días era a la idea de que no podía morir sin que nadie lo supiera, porque su familia la buscaría el resto de su vida.

Mientras hablaba con ellas ayer, a Yulia le temblaban las manos. Su madre la llevaba de la mano. Pero ambas estaban temblando.

Le dijeron a Yulia: “Tu madre loca te está buscando. Dile que estás bebiendo con los chicos”. Le echaron media botella de vodka. Llamó a su madre, la puso al teléfono y Yulia le dijo: “He salido con los chicos”. Pero dijo una palabra que nadie entendió, excepto su madre. Durante mucho tiempo habían acordado en la familia que si los maridos de sus hijas eran abusivos, había que hablar por teléfono con la madre en secreto.

Victoria Ilkova habló por el auricular: “Haz todo lo que te digan. Firma todo. Irás a la cárcel, pero estarás viva. Me darás la oportunidad de salvarte”.

Yulia fue informada de que ella había matado al teniente coronel Kharaberyush y por eso la acusarían. Yulia estuvo de acuerdo. La abogada le trajo un papel para que lo firmara. Decía que el teniente coronel yacía con las piernas arrancadas. Yulia preguntó: “¿Puedo al menos ver una foto del hombre que maté?”. La abogada le mostró la foto en su teléfono.

Yulia preguntó: “¿No le molesta que mi carta explicativa diga que el cuerpo no tenía dos piernas, y que la foto muestre un cuerpo sin una pierna?”.

La abogada le contó que ella tenía un hijo enfermo y que tenía que ir urgentemente. Y durante todo el período que duró dos años en los centros de detención preventiva de Odessa, Kiev, y luego en las cárceles de Mariupol, Yulia conoció a personas de ese tipo: médicos, funcionarios judiciales que lo entendían todo, pero que guardaban silencio, ocultando sus ojos. Sólo un médico, un anciano judío, intentó resistirse, exigiendo que se quedara en el hospital. Pero cuando fue inmovilizado por los enmascarados, se quedó quieto y callado.

Entonces comenzó el largo camino hacia el intercambio.

No voy a contar ahora cómo el SBU grabó un vídeo de Yulia colocando explosivos bajo un coche; el camarógrafo le explicó la mejor manera de tumbarse.

Tampoco contaré sobre cómo se encontró con Nadiya Savchenko (una de las más connotadas militares nazis, que asesinó en Donetsk a varios periodistas el 17 de junio de 2014, fue detenida por las fuerzas republicanas cerca de Luhansk y condenada a 22 años de prisión) esposada mientras la transportaban del centro de detención preventiva al tribunal, y ésta le dijo: “aguanta pequeña”.

No voy a hablar del largo proceso de intercambio. El hecho es que Yulia fue intercambiada por Sentsov. Ella estaba entre las treinta y cinco personas intercambiadas.

Ayer estábamos sentadas en una cafetería de Donetsk, hablando. Hubo un vuelo a la ciudad. Le pregunté a Victoria Ilkova qué piensa de la gente de Kiev, de Kharkiv.

– Me dan pena– respondió. Me dan mucha pena.

– ¿Y por qué?– pregunté. No se apiadaron ni de ti ni de Yulia.

– ¿Por qué crees?– preguntó. No creo. Son bastardos.