De patria y cultura en tiempos de Revolución Por Ernesto Limia Díaz | La Jiribilla, Cuba

Los espacios de concertación multilateral del tercer mundo durante la década de 1960 y principios de la de 1970 se constituyeron en una amenaza a la transnacionalización del capital. Los círculos financieros necesitaban fabricar símbolos y codificarlos para atraer la atención de los circuitos académicos; los dos paradigmas de la doctrina neoliberal recibieron el Premio Nobel de Economía: Friedrich A. Hayek, en 1974, y Milton Friedman, en 1976.

Con el asalto al poder por parte de generales sanguinarios, la privatización extrema de las riquezas de nuestros pueblos se extendió a todo el cono sur bajo el amparo de la operación Cóndor, que, con el protagonismo regional de Augusto Pinochet y la supervisión de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), desapareció a decenas de miles de jóvenes de la izquierda. Comenzaba una nueva era que apenas demoraría una década en llegar: el neoliberalismo.

En Estados Unidos el neoconservador Ronald Reagan escaló en 1981 a la Casa Blanca. Su alianza con Margaret Thatcher, quien desde hacía un año aplicaba recetas neoliberales en Gran Bretaña, sepultó la idea del Estado de bienestar preconizada por John Maynard Keynes después de la Gran Depresión de 1929. Reagan calificó a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) como el imperio del mal, e instrumentó en 1983 el Proyecto Democracia, concebido para socavar el socialismo.

La NED, el nuevo brazo de la CÍA

Su resultado de mayor alcance fue la creación de la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés), a la que la CIA –sin desentenderse de su responsabilidad– entregó la atención y financiamiento públicos de partidos, sindicatos, grupos de negocios, agencias de prensa y organizaciones no gubernamentales afines a los intereses de Estados Unidos. Sus programas se concibieron en dos líneas: la subversión política y el aseguramiento a los procesos de transición –o sea de cambio de régimen.

La NED les permitió evitar el estigma de las operaciones de influencia antes ejecutadas por la CIA y el ya trillado principio de la negación plausible. Solo en sus primeros diez años distribuyó más de doscientos millones de dólares en Latinoamérica; una parte de ellos fueron proporcionados desde Langley sin supervisión del Congreso. El cambio conceptual en el trabajo de subversión confirió mayor protagonismo a la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), que junto a la NED se encargó en lo delante de cubrir las operaciones de influencia. La USAID asumió el entrenamiento de los cuerpos de seguridad pública y los programas de intercambio entre policías de Estados Unidos y Latinoamérica. Los beneficiarios de los fondos ya no necesitarían de disfraz…

¿Abandonó Reagan la carrera armamentista? Por el contrario, asoció el tema de la democracia a las concepciones de seguridad nacional de Estados Unidos y reavivó la visión geopolítica de la guerra fría. Con el maletín nuclear en su mano izquierda, y en la derecha el libro de Milton Friedman: Capitalismo y libertad, comandó una cruzada sin cuartel contra la URSS y el bloque socialista.

La batalla se extendió a todo el planeta y salió al espacio celeste con la Iniciativa de Defensa Estratégica, multimillonario programa que proyectó crear un escudo espacial para destruir en el aire los misiles estratégicos soviéticos. Consciente de que esta nueva carrera implicaba gastos que la URSS no se podía permitir, impulsó una campaña que persuadió al adversario de que lo proyectado tenía base científica real, y contrarrestó las críticas internas suscitadas por la Guerra de las Galaxias.

Los traidores revestidos de «socialistas»

En esta cruzada arrastró a la izquierda de Europa Occidental, utilizando como caballo de Troya a un joven político a quien la CIA y el servicio de Inteligencia franquista ayudaron a hacerse del poder durante la transición española: el socialdemócrata Felipe González, hombre falso que formó parte de la maniobra para aniquilar la izquierda radical y que en 1979, durante el XXVIII Congreso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) –fundado en el siglo XIX por Pablo Lafargue–, como secretario general impuso sacar de los estatutos el término “marxismo”. En 1983, en su primera visita a Bonn, González se declaró solidario con la estrategia de Reagan de instalar misiles en Europa; tres años más tarde traicionó la promesa de campaña que lo llevó a la presidencia en 1982 y movilizó la opinión pública para garantizar la permanencia de España en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

A Mijaíl S. Gorbachov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y presidente del Soviet Supremo de la URSS, se le veía desorientado: la prensa occidental no paraba de elogiarlo, pero en la Casa Blanca lo ignoraban. Le chocaba que mientras el intercambio cultural con la URSS generaba una reacción magnífica en Estados Unidos, el Buró Federal de Investigaciones (FBI) continuaba la persecución implacable contra los suscriptores de Sovietskaya Zhizn.

Resulta difícil evaluar el comportamiento de Gorbachov. Uno no llega a saber si es solo un hombre enfermo de vanidad, un esquizofrénico que alucinó, un desvergonzado embaucador que arrastró a su pueblo hacia el abismo –como luego afirmó– o simplemente las tres. Hablaba mirando a la izquierda, pero lo mismo en política exterior que interna, caminaba hacia la derecha sin que nadie lo contuviera por la confusión que generó. Eran tales la elocuencia de sus expresiones y la aparente ingenuidad, que todos quedaban perplejos sin saber qué pensar. Reagan y la premier británica Margaret Thatcher lo percibieron y, conocedores de cómo inspirarlo, lo condujeron hacia las posiciones de su interés.

En 1987 nombró a Yegor T. Gaidar redactor jefe de la sección de economía de la revista Kommunist, uno de los órganos oficiales del PCUS, y ya se hizo evidente el curso que se proponía transitar. Graduado de Economía en la Universidad Estatal de Moscú y doctorado en Lomonosov en 1980, Gaidar estuvo entre los fundadores del club Amigos de la Perestroika, conformado por académicos e intelectuales de diferentes disciplinas. Se autoproclamaban revolucionarios y tildaban de ortodoxo a todo el que rechazara tomar como paradigmas a Friedrich A. Hayek, Karl Popper y Milton Friedman, cuyos textos convirtieron en base teórica de los cambios económicos; primero entre sus alumnos, hasta que poco a poco se posicionaron en lugares clave para reproducir la ideología neoliberal.

En el propio año 1987 la revista Time presentó a Gorbachov como el hombre del año y le dedicó su portada del número correspondiente al 4 de enero de 1988. Con el Proyecto Democracia cobraron protagonismo otros actores, pues concibió una línea de trabajo de influencia a través de organizaciones no gubernamentales encargadas de promover la alternativa privada al socialismo sin vínculo aparente con los servicios de Inteligencia. Se trataba de aprovechar la filantropía y la buena voluntad que despierta, y en ese propósito las fundaciones de los partidos políticos de Alemania occidental tendrían un rol protagónico.

Las fundaciones alemanas

Philip B. Agee, un oficial que sirvió en la CIA entre 1957 y 1968, declaró en 1987: Dentro del Programa Democracia, elaborado por la Agencia, se cuida con especial atención las fundaciones de los partidos políticos alemanes, principalmente la Friedrich Ebert Stiftung, del Partido Socialdemócrata, y la Konrad Adenauer Stiftung, de los democristianos. Estas fundaciones habían sido establecidas por los partidos alemanes en los años cincuenta y se utilizaron para canalizar el dinero de la CIA hacia esas organizaciones, como parte de las operaciones de “construcción de la democracia”, tras la Segunda Guerra Mundial. (…) Hacia 1980 (…) tienen programas en funcionamiento en unos sesenta países y están gastando cerca de 150 millones de dólares. (Grimaldos, 2007: 150).

Detrás del nombre de la Fundación Friedrich Ebert se esconde el culto al político socialdemócrata que al llegar a la presidencia de Alemania dio luz verde para el asesinato despiadado –los golpearon hasta dejarlos muertos– de las dos principales figuras de la Liga Espartaquista e iconos históricos de la revolución alemana de 1918-1919: Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.

Otro “filántropo” incorporado fue George Soros, un húngaro que nació en Budapest en 1930 con el nombre de Gyorgy Schwartz. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial su padre colaboró con la Inteligencia estadounidense, y en 1947 le consiguió una beca en el London School of Economics and Political Science, donde tuvo como preceptor a Karl R. Popper, un filósofo austriaco vinculado a Friedrich A. Hayek desde la participación de ambos en el Círculo de Viena, en el que se reunió una élite intelectual resentida tras la desintegración del Imperio Austrohúngaro, que hizo causa común con el clero para asestar el golpe de Estado contra la República y promulgó la constitución fascista en Austria.

Popper terminó de escribir en Inglaterra su obra más importante, The Open Society and its Enemies (La sociedad abierta y sus enemigos), texto plagado de falsedades que publicó en dos tomos en 1944, en el que –al igual que Hayek con Camino de servidumbre, publicado ese año en Londres– aprovechó el rechazo al nacionalsocialismo hitleriano para equiparar el fascismo con el socialismo y el marxismo.

En su primera parte Popper arremetió contra Platón y su tesis de La República, consistente en que la verdadera felicidad solo se alcanza mediante la justicia; lo acusó por ello de “totalitario”. Fue en su capítulo diez en el que expuso su tesis central: la idea de una “sociedad abierta” (open society) en contraposición a la “sociedad cerrada”, “colectivista”. Cargó contra Aristóteles, Hegel y Marx –el verdadero blanco de su ataque. A su juicio el marxismo aboga por la igualdad y limita las libertades, y las sociedades abiertas ponderan la libertad individual por encima de la igualdad; la discusión entre igualdad y libertad tiene un filtro: los derechos. Y cuando se prioriza un sistema de iguales derechos para todos, se coaptan la libertad individual y las oportunidades. Este sería el fundamento filosófico de la doctrina neoliberal, sustentada en la preponderancia del individualismo extremo –apela a los instintos primarios de la naturaleza humana– con un marco de actuación social desregulado.

Banqueros, Soros y la compra de intelectuales

El año que Soros llegó al aula de Popper, su maestro fundó junto a Hayek y Friedman la Sociedad de Mont-Pèlerin, una corporación financiada por bancos suizos y estadounidenses para propagar la doctrina neoliberal. Los tildaban de locos debido a que abogaban por entregar Europa al capital financiero. Durante su reunión fundacional Hayek advirtió que la batalla por las ideas iba a ser determinante y tardarían en ganarla, al menos, una generación. No bastaba con producir libros en una época en que tenían como contrincante a Keynes. Para propagar sus concepciones necesitaban identificar buenos comunicadores entre los medios de prensa, la academia y la universidad. Dos instituciones escogieron como plataforma: el London School of Economics and Political Science y la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Chicago.

Soros se graduó del London School of Economics and Political Science en 1952 y se estableció en el sector de las finanzas en Estados Unidos, donde alcanzó éxito hasta convertirse en millonario. En 1984 creó la Open Society Foundation, que se unió a la CIA y la NED en el financiamiento a la oposición antisocialista en Europa del Este. En los próximos cinco años aportó treinta millones de dólares a los programas de sostenimiento de grupos opositores y a la formación de líderes entre el sector intelectual de Hungría, Checoslovaquia, Polonia y la URSS.

El derrumbe del socialismo real

Con fuerza arrolladora la ideología neoliberal se extendió por los países del Pacto de Varsovia.

► En agosto de 1989 la oposición acabó de hacerse del gobierno en Polonia; en octubre, en Hungría; en noviembre, en Checoslovaquia.

► Ese propio mes fue derrumbado el Muro de Berlín.

► En diciembre la oposición rumana sacó de su casa por la fuerza al presidente Nicolae Çeauçescu y a su esposa, y los ejecutaron en la calle, a plena luz del día.

► La proclamación de independencia lituana, también en diciembre, marcó el principio del fin de la URSS.

► El 3 de octubre de 1990 se reunificó Alemania y en agosto de 1991 un fallido intento de golpe de Estado en Moscú dio el tiro de gracia a la existencia soviética.

► El 25 de diciembre Gorbachov renunció ante las cámaras. Ese día fue arriada la bandera roja del Kremlin. El pueblo soviético se alarmó, pero se comportó pacíficamente; la gente estaba extenuada de tanto discurso vacío.

El desmoronamiento del campo socialista puso fin a la confrontación Este-Oeste en los términos de la guerra fría. A la distancia de casi 30 años puede concluirse que, más allá del innegable impacto de la subversión ideológica y las políticas de desestabilización, el efecto dominó del derrumbe estuvo signado por la corrupción, la burocratización del trabajo político y la falta de honestidad –germen extendido a todos los estratos sociales.

La sombra del estalinismo contribuyó esencialmente a que cuadros y funcionarios del Partido y el Gobierno no comprendieran las bases de la democracia socialista. Y frente a la trampa tendida por Estados Unidos, el deterioro de la autoridad moral de su dirigencia –dado el distanciamiento con las bases populares– propició que los oportunistas se abrieran paso articulados en torno a los intereses de Occidente.

El embrujo neoliberal

Como ministro de Economía del nuevo gobierno ruso, el doctor Yegor Gaidar se convirtió en el líder intelectual del tránsito relámpago hacia una economía de mercado. Casi todo el espacio postsoviético imitó a Gaidar. La frase “terapia de choque” fue vendida por los gurús de la comunicación política occidental como sinónimo de eficiencia y progreso. Pocos escaparon del embrujo…

Partidario al igual que su maestro de poner las ciencias sociales al servicio de la globalización neoliberal, Soros invirtió 300 millones de dólares en inversiones educativas, científicas y de comunicación política como motor de transformación de las sociedades postsoviéticas. Según la herencia reivindicada por él, la ingeniería social neoliberal requiere de una transformación progresiva en el campo de la conciencia, para que las medidas económicas y financieras promulgadas dentro de las terapias de choque hagan su parte sin convulsiones populares

Constituía un imperativo de primer orden superar la tradición marxista de lucha de clases en favor de un reformismo tecnocrático; al tiempo que desmontaban del imaginario popular la idea del Estado como fuente de legitimidad institucional –o sea, primero desvalijaron al Estado de sus activos; luego al propio Estado. “La problemática fundamental que esconden todas estas iniciativas filantrópicas es que se desvanece la política, si esta se entiende como expresión de la voluntad popular. El concepto democracia se diluye al tiempo que lo reivindican gestores privados que solo tratan de avanzar en los intereses de una clase global cada vez más reducida”, advierte el periodista español Ekaitz Cancela (Cancela, 2018).

Open Society contribuyó a desbrozar el camino del capital trasnacional tanto en Europa del Este como en las antiguas repúblicas soviéticas, cercó a Rusia en el plano económico y acercó la OTAN hasta sus fronteras.

Hasta aquel instante Estados Unidos justificó la beligerancia contra Cuba por su presencia en África, el apoyo a los movimientos revolucionarios del tercer mundo, la relación con la URSS y la supuesta violación de los derechos humanos. En 1988 se firmó la paz que preservó la independencia de Angola, conquistó la de Namibia y provocó el colapso del apartheid en Sudáfrica; Cuba no estaba involucrada ya en el apoyo a ningún movimiento guerrillero; la URSS estaba al borde del colapso y su dirigente estaba de luna de miel con el presidente George H. W. Bush. En materia de derechos humanos, el gobierno cubano había excarcelado a la mayoría de los presos contrarrevolucionarios, abrió los centros penitenciarios a la Cruz Roja internacional y mejoró las relaciones con la jerarquía de la Iglesia Católica. El Departamento de Estado registró en su informe sobre derechos humanos de 1988 que la situación en la Isla había mejorado.

A Bush no le bastó y promulgó la Ley Torricelli para prohibir el comercio con Cuba a subsidiarias en terceros países de los consorcios estadounidenses –vendían 700 millones de dólares en alimentos y medicinas a la Isla– y la entrada a sus puertos por espacio de 180 días a los barcos que pasaran por ella con fines comerciales. Nació así el “riesgo Cuba”, con recargos de hasta el 22 % sobre las tasas de interés y los precios del mercado mundial.

Cinco años después de que Reagan abandonara la Casa Blanca, el demócrata William J. Clinton desmanteló el último despojo de los mecanismos regulatorios financieros y dejó el planeta bajo absoluto dominio de las grandes transnacionales. Ello acentuó los rasgos predatorios de un capitalismo cuyas normas de rentabilidad imponen la sobre-explotación de la mano de obra y los recursos naturales, y generó una crisis de legitimidad a la democracia representativa.

La dominación cultural

Las grandes transnacionales se dieron a la tarea de perfeccionar los instrumentos de la dominación cultural. Entre sus prioridades estuvieron la privatización de la enseñanza y los programas exportados por universidades y academias de Estados Unidos, mientras una campaña diseñada sobre la base del marketing, la neurociencia y métodos de guerra psicológica intentaba hacer creer que se habían acabado las alternativas y la globalización neoliberal no tenía vuelta atrás; no quedaba más opción que comulgar con su ideología.

La socialdemocracia –que tanto insistió en una tercera vía– comulgó con la doctrina neoliberal y facilitó el desmontaje en el viejo continente del Estado de bienestar social, una vieja revancha de los discípulos de Hayek, Friedman y Popper contra el legado de Keynes. Surgió la corriente “socioliberal” –fenómeno que trastocó los cimientos ideológicos de Europa cuando socialdemócratas y neoliberales se fundieron en cuerpo y alma. El pesimismo se apoderó de la izquierda. Hollywood, las compañías publicitarias, la prensa, los intelectuales orgánicos del capital y la izquierda arrepentida se aliaron para enterrar el espíritu revolucionario. El progreso de las comunicaciones les abrió una oportunidad, dado el alcance en tiempo real de los medios actuales sobre un consumidor cautivo.

Después de pulverizar los sindicatos comenzó el desmontaje de los Estados de bienestar social. Palabras como “dignidad” y “soberanía” se presentaron como caducas; “derechos humanos”, “democracia” y “libertad” se prostituyeron. “Marx quedó encasillado como el inspirador del terror y del Gulag, y los comunistas básicamente como defensores, si no partícipes, del terror y de la KGB” (Hobsbawn, 2015: 404). Entró en crisis la apoteosis de la razón inaugurada por la Ilustración en el siglo XVIII. Las terapias de choque se extendieron por todo el orbe. Los gobiernos manejaban la economía como los conductores de un tren descarrillado, sin saber hasta dónde llegarían ni cómo terminaría todo. Se acentuó la crisis de la ética en el ejercicio de la política.

Fue al propio Clinton a quien tocó instrumentar la Ley Torricelli, concebida para transitar por dos carriles: uno de reforzamiento del bloqueo; otro de intercambio “pueblo a pueblo” con el que aspiraron a diseminar los ideales democráticos definidos por Samuel P. Huntington, uno de los artífices teóricos del Proyecto Democracia. “El capitalismo de libre mercado, basado en el modelo neoliberal, es un requisito previo para la democracia, y cuestionar el modelo neoliberal significa cuestionar la democracia misma” (Robinson, 1996: 23).

La ofensiva contra Cuba

Hacia 1995 a la ultraderecha le pareció que no era suficiente. El senador Jesse Helms y el representante Dan Burton presentaron una nueva iniciativa, que aprobó el Congreso el 1ero. de marzo de 1996. Doce días más tarde Clinton refrendó la Ley Helms-Burton. Más allá de su carácter extraterritorial –posibilitó a ciudadanos y empresas demandar en tribunales norteños a compañías de terceros países que invirtieran en propiedades confiscadas por la Revolución- confiere a la Casa Blanca la facultad de decidir el ordenamiento político que deben darse los cubanos.

De acuerdo con su letra (sección 203, inciso c), corresponde al presidente decidir si existe en Cuba un gobierno democrático. Otro acápite (sección 206, inciso c) establece que para su certificación antes debe realizar significativos progresos encaminados a devolver las propiedades expropiadas a partir del 1ero. de enero de 1959 o aportar una compensación absoluta. Esta última medida –violatoria de preceptos consagrados en la práctica jurídica internacional en materia de nacionalizaciones por utilidad pública e interés social– no solo beneficia a los 5911 dueños que hasta la Ley Helms-Burton constituían los sujetos del reclamo.

La nueva ley añadió a todo ciudadano de Estados Unidos, con independencia de que lo hubiese sido o no en el momento en que su propiedad fue expropiada por la Revolución, con la evidente intención de beneficiar a los hijos y nietos de los malversadores y carniceros del régimen de Batista, y a toda aquella primera oleada migratoria que a las órdenes de la CIA se incorporó de manera masiva a la cruzada contra el socialismo y los movimientos de liberación nacional, y hoy detentan el poder en el enclave de Miami.

Su sección 109 (incisos a y b), dirigida a fomentar una quinta columna al servicio de Estados Unidos y a establecer con la Organización de los Estados Americanos un fondo de emergencia para su participación como garante de las elecciones si consiguieran derrocar la Revolución, facultó al presidente para crear el Programa Cuba de la USAID, que tuvo como primer beneficiario a Freedom House (775 000 dólares), institución ultraconservadora a la que se integró Frank Calzón, un cubano reclutado por la CIA mientras estudiaba en la Universidad de Georgetown, vinculado luego a las organizaciones terroristas Alpha-66 y Abdala, y cofundador de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), de la que fue secretario ejecutivo hasta su ingreso a Freedom House como director del Proyecto Transición. Un año más tarde Calzón creó el Centro para una Cuba Libre, beneficiario de 900 000 dólares de la USAID para el descrédito internacional de la Revolución.

La USAID elevó a dieciocho la cifra de sus contratistas para los programas de cambio de régimen (quince organizaciones no gubernamentales y tres universidades), a los cuales destinó once millones de dólares hasta el fin del mandato de Clinton en 2000. George W. Bush llegó a la Casa Blanca en 2001. En medio de su cruzada antiterrorista anunció que las Fuerzas Armadas de Estados Unidos estaban en condiciones de atacar a sesenta o más “rincones oscuros” del planeta, y desde el enclave de Miami se intentó conseguir una declaración que ubicara a la Mayor de las Antillas en esa lista. Fidel lo conminó a pronunciarse y prefirió callar; su equipo de política exterior diseñaba ya un plan para derrocar la Revolución.

En 2002 Bush nombró como administrador asistente del Buró de Latinoamérica y el Caribe de la USAID al cubano Adolfo Franco, y multiplicó los fondos a dieciséis millones de dólares entre 2001 y 2003; luego constituyó la Comisión para la Asistencia a una Cuba Libre, que en 2005 creó la figura del “coordinador para la Transición en Cuba” y nombró en el cargo a Caleb McCarry, excoordinador de proyectos de la USAID. El Plan Bush implicó un recrudecimiento del bloqueo, la intensificación de la subversión ideológica y un reforzamiento de la ofensiva de diplomacia pública. El anuncio de que contenía un anexo secreto puso de manifiesto que en su diseño podría estarse fraguando una operación militar.

Objetivo político: adoctrinar a la juventud cubana

Durante el 2005 la USAID proyectó su trabajo para el período 2006-2008 y dedicó un punto a la influencia sobre la juventud cubana. El documento aprobado estableció someter a chequeo de seguridad las personas encargadas de trabajar en los proyectos, condición requerida para instituciones con acceso a información sensible y al personal de Inteligencia. “El chequeo de seguridad será coordinado por la Oficina de Seguridad de la propia USAID con el Servicio de Seguridad de Defensa” (García, 2009: 104).

Dos años más tarde, en agosto de 2007 fue designada al frente del Programa Cuba la Dra. Elaine Grigsby, economista con un doctorado en la Universidad de la Florida, que entró a la USAID en la administración Reagan para centralizar los programas contra Nicaragua entre 1988-1993. Entre 1997-2001 dirigió la Oficina de Política Económica de la USAID en Rusia y en 2005 fue enviada a recibir formación en el Colegio Nacional de Guerra de Washington, donde se graduó en 2007; tras un mes de vacaciones se incorporó a la nueva misión. Bush se obsesionó con destruir la Revolución antes de culminar su mandato y militarizó el trabajo de la USAID; al tiempo que casi cuadruplicaba los fondos del Programa Cuba de 13,3 millones de dólares en 2007 a 45 millones en 2008.

Tras un escándalo por la malversación de 65,4 millones de dólares de los fondos de la USAID en Miami, Adolfo Franco debió renunciar y lo sustituyó con carácter interino el colombiano José R. Cárdenas, exdirectivo de la FNCA que desde el Consejo de Seguridad Nacional estuvo entre los redactores del Plan Bush. El 14 de mayo de 2008 Cárdenas y Elaine Grigsby convocaron a una reunión en la sede de la USAID con contratistas interesados en aplicar a los fondos de 2008. Grigsby hizo énfasis en el carácter secreto de los proyectos: ante una eventual desclasificación de documentos se mantendría la confidencialidad.

No concretaron el más sensible: el Programa de Planificación de Contingencias para la Democracia en Cuba (CDCPP), dirigido a establecer en la Isla tres terminales de comunicación portátil por satélite, conocidas como BGAN. Funcionarían como un punto wifi de acceso inalámbrico a Internet para sortear los servidores cubanos.

El 14 de agosto de 2008 Cárdenas y Grigsby convocaron a los directivos de Development Alternatives, Inc. (DAI) –desde 2005 contratista operativa de la USAID. Les ofrecieron 4,5 millones de dólares por ejecutar el CDCPP, solo debían elaborar un plan de ejecución con resultados inmediatos. Los instaron a reforzar las medidas de seguridad: “CDCPP no es un proyecto analítico, es una actividad operativa. Se necesita la aprobación de USAID para todo. No podemos trabajar por cuenta propia”, les precisaron (DAI, 2008: 1).

DAI subcontrató por 590,608 dólares a Alan P. Gross, un judío de Maryland, propietario de JBDC Inc. –una firma especializada en conexiones a Internet en teatros de operaciones con presencia del Ejército de Estados Unidos, como Irak y Afganistán. Gross proyectó reclutar judíos que viajaran a Cuba con licencia de grupos humanitarios para introducir el equipamiento necesario pieza por pieza: computadoras, discos duros y equipos de telecomunicaciones; el más comprometedor, un chip no comercial suministrado a la CIA, el Pentágono y el Departamento de Estado para eludir el rastreo de señales satelitales.

La administración Obama

Mientras en Estados Unidos se ponían a punto los preparativos para la ejecución de este proyecto, pese a los enormes prejuicios raciales de la sociedad estadounidense, el 4 de noviembre se impuso en las elecciones presidenciales el senador demócrata Barack H. Obama. El candidato republicano John McCain debió pagar las secuelas del fracaso de la “guerra contra el terror” y la desastrosa gestión de Bush para enfrentar el devastador paso del huracán Katrina.

Durante sus años en el Senado, Obama se mostró como un hombre idealista, partidario de promover un cambio en Estados Unidos. Con ese espíritu se lanzó a la carrera por la Casa Blanca, asistido por un núcleo intelectual al que preocupaba el declive del liderazgo global como resultado del manejo demente de la administración Bush en materia de política exterior y su lenta reacción ante la crisis de 2008. Tres personalidades tendieron la mano a Obama: Zbigniew Brzezinski, compañero de claustro en la Universidad de Columbia; Joseph S. Nye, director para América del Norte de la Comisión Trilateral y teórico del soft power (poder blando); y George Soros; los tres defendían un replanteamiento de las concepciones de Estados Unidos tanto en política externa como doméstica.

En su discurso de investidura Obama prometió la salida ordenada de las tropas en Iraq y encomió los métodos de la Guerra Fría. Cuatro años antes de asumir la presidencia, abogó por levantar el bloqueo contra la Isla; pero una vez asentado en el Despacho Oval no tocó el tema y continuaron en curso los proyectos del “Programa Cuba” de la USAID diseñados por su predecesor.

En el primer semestre de 2009 Gross instaló las terminales proyectadas por la USAID (La Habana, Camagüey y Santiago de Cuba). Fue arrestado el 3 de diciembre en su quinto y último viaje, cuando intentó instalar una nueva tarjeta de seguridad al centro capitalino. Lo sentenciaron a 15 años de prisión por el delito de “Actos contra la independencia o la integridad territorial del Estado”.

Entretanto, operativos de la USAID al margen de Gross introducían BGAN para crear nuevos “puntos calientes” con terminales wifi fuera de control. También estaba en curso una operación de Inteligencia encaminada a multiplicar la capacidad de identificación y control del potencial de sus actividades de influencia en el país –uno de los puntos del “Anexo Secreto” del Plan Bush–.

El día de la detención de Gross se hallaba en La Habana un importante contratista de la USAID: el peruano-norteamericano Marc Wachtenheim, operativo conectado con la CIA y sectores de línea dura de la emigración cubana en Washington. Con el ascenso de Bush en enero de 2001, Wachtenheim fue llamado a dirigir la “Iniciativa de Desarrollo para Cuba” de la Fundación Panamericana para el Desarrollo, institución creada por la OEA en 1962 para administrar un programa multimillonario de democracia, derechos humanos y gobernabilidad en interés del gobierno de Estados Unidos con fondos de la USAID, la NED, el Banco Mundial, Chevron Corporation, Citigroup y Phillip Morris International.

Wachtenheim salió del país a la carrera. Años atrás había subcontratado a Gross para dos misiones de abastecimiento y temió correr su suerte. Otro peligro mayor lo acechaba: tenía como responsabilidad atender en La Habana a dos agentes reclutados por la CIA y a uno de ellos le entregó un BGAN para garantizar la seguridad de las comunicaciones. No imaginó que ambos casos trabajaban para la Contrainteligencia cubana. Entre sus prioridades estaba sostener al contrarrevolucionario Dagoberto Valdés y su revista Vitral; y potenciar a Gorky Águila, líder del grupo de música punk Porno para Ricardo, clave –según decía– para movilizar a un segmento juvenil en un diseño de “golpe blando”.

Penetrar el universo intelectual cubano

Tenía como obsesión organizar un programa de influencia para académicos y universitarios –sobre todo en el área de ciencias sociales– mediante becas de pre y posgrado. Querían identificar a los descontentos, trabajar sobre los errores de las instituciones cubanas para avivar la inconformidad y sembrar la duda. Los becarios pasarían de 6 meses a un año en universidades de Estados Unidos, con la exigencia de regresar a Cuba al concluir su formación. “Hay mucha gente interesada en que ese proyecto funcione, mucha plata por medio […], confesó un miembro del equipo de Wachtenheim en la FPD (Capote, 2011: 144 y 169).

Frente al descalabro sufrido por la USAID en La Habana se desató un debate acerca de los programas de cambio de régimen y se detuvo la introducción de los BGAN. En el Congreso se abogó por crear un puesto de “asistencia” en el Consejo de Seguridad Nacional y un nuevo departamento no adscripto al Departamento de Estado, que integrara los programas comprendidos en el campo de acción de la USAID, la NED y de otros departamentos del ejecutivo. No faltó quien sugiriera regresar esta responsabilidad al aparato clandestino de la CIA.

El 10 de febrero de 2010 Wachtenheim publicó el artículo: “La verdadera revolución en América Latina”, en el que ponderó el empleo de las redes sociales de Internet. Narró una conversación suya con Jack Dorsey, creador de Twitter, a quien preguntó si en algún instante había imaginado que su invento contribuiría “a tumbar regímenes políticos”. Y apuntó: “su respuesta fue igual de breve: ¿¡Sí!?”. Resaltó la Alliance of Youth Movements (Alianza de Movimientos Juveniles), iniciativa generada por Jared Cohen, el miembro más joven del equipo de planeamiento de políticas del Departamento de Estado. Precisó que los teléfonos móviles se habían convertido en portales al mundo de la red global y creaban sus propios lazos de interconexión.

En Venezuela los opositores se organizaban por Blackberry Messenger; en Cuba Yoani Sánchez –a quien presentó como una activista sin compromiso con Estados Unidos y la ultraderecha– con su blog Generación Y había conseguido “…desarticular la antigua política oficial de censura estatal de su gobierno, encapsulada en la ahora célebre frase de Fidel Castro: ¡Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada!”. ¿Qué significa todo esto para el libre flujo de información en el futuro?, se preguntó: …seremos testigos de un cambio histórico en el posicionamiento del campo de la batalla. […]. También se preservarán los viejos campos de batalla: la plaza pública, la imprenta y la torre de emisión. Pero en los próximos años, cuando en América Latina haya más cuentas de Youtube que cuentas bancarias, serán el proveedor de internet, el personal digital assistant y la red de minúsculos cables de fibra óptica los que mejor simbolizarán el teatro de operaciones de la batalla por venir (Wachtenheim, 2010).

¿Era la activista cubana independiente? La propia tergiversación por parte de Wachtenheim de la frase de Fidel –lo que en verdad dijo fue: “Dentro de la revolución, todo; contra la revolución, nada”)– pone de manifiesto qué había detrás del personaje: Yoani Sánchez creó en 2007 el blog Generación Y con servidor alojado en Alemania a nombre de Josep Biechele, proveedor de Cronos AG Regensburg, una firma denunciada por el partido de Los Verdes debido a que también alojaba páginas web de ultraderecha y neonazis. El patrocinador fue IGFM, empresa que recibió asistencia millonaria por parte de Estados Unidos en la administración Bush. Registró su dominio a través de la empresa estadounidense GoDady y dispuso de copyright: “© 2009 Generación Y – All Rights Reserved”, privilegios vedados al resto de la blogosfera de la Mayor de las Antillas por causa de la Ley Helms-Burton; sus artículos estaban disponibles en 19 idiomas (inglés, francés, español, italiano, alemán, portugués, ruso, esloveno, polaco, chino, japonés, lituano, checo, búlgaro, holandés, finlandés, húngaro, coreano y griego).

Corporaciones mediáticas al ataque

Con un año de existencia y nada novedoso que mostrar, en 2008 recibió el Premio de Periodismo Ortega y Gasset (15 mil euros) otorgado por el Grupo Prisa; Generación Y fue incluido en la lista de los 25 mejores del mundo por la cadena televisiva CNN y la revista Time la presentó como una de las 100 personas más influyentes del planeta, junto a George W. Bush, el Dalai Lama y Hu Jintao. Para no quedarse atrás, El País la incluyó en su lista de las 100 personalidades hispanoamericanas más influyentes del año y Foreign Policy entre los 10 intelectuales más importantes del año.

Dos meses después del artículo de Marc Wachtenheim, la Universidad de Columbia le confirió una mención especial del Premio María Moors Cabot, cuya Medalla de Oro ganaron tres articulistas de USA Today, The New York Times y O Globo. Fue el camino escogido por el gobierno de Estados Unidos para encubrir el financiamiento; en total recibió 250 mil euros en metálico –sin contar el salario devengado como corresponsal de El País y como vicepresidenta regional de la Sociedad Interamericana de Prensa, una organización conservadora bajo control de Estados Unidos.

El 19 de abril de 2010 el Centro Presidencial George W. Bush organizó la conferencia “Ciberdisidentes: éxitos y desafíos”, copatrocinada por Freedom House, cuyo “Programa para fortalecer a los líderes de la oposición cubana dentro de los artistas, músicos, blogueros y comunidad negra” dispuso de 900 mil dólares de la USAID ese año. Se celebró en el Southern Methodist de la Universidad de Dallas y acompañaron a Bush en la presidencia Daniel B. Baer, subsecretario de Estado adjunto del Buró de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo; Stephen Hadley, exasesor de Seguridad Nacional durante las administraciones de George H. W. Bush y George W. Bush; Jeffrey Gedmin, director ejecutivo de Radio Europa Libre/Radio Libertad; Jennifer L. Windsor, directora ejecutiva de Freedom House y exdirectora del Centro para la Gobernación de la USAID durante la administración Clinton; y varios embajadores.

Esta élite acudió para discutir con seis “grandes voces antigubernamentales” de China, Rusia, Irán, Siria, Venezuela y Cuba, acerca del uso de la web en “aras de la libertad”. ¿Quién fue el “tenor” cubano? Ernesto Hernández Busto, un bloguero residente en Cataluña que el 30 de agosto de 2008 –con Bush desesperado porque en febrero Fidel anunció que no regresaría a la dirección del país y no conseguía doblegar la Revolución– escribió en su bitácora Penúltimos días que la intervención militar de Estados Unidos “…sería la manera más rápida y productiva de acabar con el castrismo. Pero esa es una certeza personal, y no intento obligar a nadie a que la comparta” (Pérez, 2010).

Internet, el campo de batalla

Durante el debate se enmarcó “…a Internet no como el generador automático de libertad que una vez prometió ser, sino como otro campo de batalla en la lucha contra la tiranía”. Bush declaró que no se trataba solo de intercambiar historias de guerra, “sino de trazar un plan de acción”. No podían perder tiempo: “Una de las cosas que me pone nervioso acerca de un grupo de expertos es que todo lo que hacemos es que la gente venga aquí y se siente a pensar. Creo que es importante no solo que la gente se acerque y piense, y que los expertos escriban y opinen, sino también que descubran cómo actuar”, proclamó; mientras Jennifer Windsor se manifestó ” … «muy decepcionada» por el enfoque tímido del sector privado hacia la libertad en línea contra los gobiernos autoritarios” (Michels, 2010).

La embestida iba en serio y el 15 de junio de 2010 Obama nombró como administrador asistente del Buró de Latinoamérica y el Caribe de la USAID a Mark Feierstein. Tenía una hoja de servicios impecable: coordinador de programas de la NED para derrocar al Frente Sandinista en 1990 y asesor del embajador en la OEA durante la administración Clinton; experto en guerra de cuarta generación (desinformación) y propietario de la consultora Greenberg Quinlan Rosner, que asesoró la campaña de Gonzalo Sánchez de Lozada –hoy prófugo de la justicia– en las elecciones a la presidencia de Bolivia en 2002.

Poco después, en septiembre, Marc Wachtenheim abandonó la Fundación Panamericana para el Desarrollo y creó la firma consultora W International, LLC, que durante el próximo año asesoraría al Centro Presidencial George W. Bush en materia de iniciativas de “libertad humana” para América Latina, y comenzó a impartir conferencias a jóvenes de todo el mundo dentro del Programa de Liderazgo para la Competitividad Global en la Universidad de Georgetown.

¿Podría contar el mundo con un libre flujo de información? ¿Estaba Estados Unidos en disposición de favorecer la democratización de la gobernanza global? ¿Tomaría distancia Obama de las políticas de su predecesor?

En octubre de 2010 se constituyó el Cibercomando de Fort Meade, Maryland, con unos cien mil efectivos y un presupuesto de 90 mil millones de dólares. Al frente fue nombrado el jefe de la NSA, el general Keith Alexander. Meses más tarde entró en ejercicio la estación en Luisiana del Comando del Ciberespacio de la Fuerza Aérea. “El cambio cultural es que vamos a tratar a Internet como un campo de guerra y vamos a concentrarnos en él y darle prioridad para acciones en el ciberespacio y acompañarlas, si es necesario, con acciones en el espacio aéreo y terrestre. Vamos a desarrollar, junto con las universidades, guerreros ciberespaciales […]”, declaró el general (retirado) Robert J. Elder Jr., experto en Inteligencia y profesor de la Universidad George Mason (Francis, 2011).

Mientras la USAID alimentaba a la contrarrevolución cubana, en octubre de 2011 la secretaria de Estado Hillary Clinton intentó que el director general de Unicef le hiciera un desaire a “La Colmenita” durante su visita a Nueva York.

Contrasta esa actitud con la operación de relaciones públicas montada por la NED en 2013, para presentar a Yoani Sánchez como celebridad mundial. Ni lauros ni propaganda lograron hacerla creíble; menos convertirla en líder en Cuba. Visitó una decena de países en un periplo de 80 días, que terminó por desinflarla. Todas las pompas las recibió de sectores de ultraderecha. Desde el inicio en Brasil mostró no tener nada que decir y el globo estalló; donde quiera fue rechazada por la izquierda. En Estados Unidos la cortejaron Ileana Ros-Lehtinen, Marcos Rubio y Lincoln Díaz-Balart. Bochornoso resultó el banquete en la Torre de la Libertad de Coral Gables, en el corazón de Miami, en el que la FNCA cobró a 100 dólares el cubierto. Allí fue vitoreada por una jauría en la que resaltaron connotados terroristas y mercenarios de la Brigada 2506. “Se nos dijo que los cubanos que se habían ido eran los enemigos. En este viaje he aprendido que no. Siento en el aire y en la gente un montón de respeto y libertad. Me siento como en Cuba, pero libre. Esto es como Cuba, pero con democracia”, dijo (BBC News, 2013).

La apuesta por “intervenciones limitadas” de cambio de régimen por parte de Obama devinieron graves complicaciones para su administración. A 13 años de la invasión a Afganistán, permanecían allí 54 mil soldados y las bajas se elevaban a 21,477 (2,143 muertos y 19,334 heridos); entre ese conflicto y la guerra en Iraq, el Pentágono había gastado dos billones de dólares. La incursión en Libia puso en práctica la concepción del smart power (poder inteligente) –definido por Hillary Clinton como la combinación del hard power (poder duro o uso de la fuerza) y el soft power–, lo que incluyó el asesinato de Muammar Al Gadafi y generó una conmoción tal en esa nación árabe, que aún hoy resulta ingobernable. Hacia el otoño de 2014, con un índice de popularidad que no rebasaba el 40% y un 65% de desaprobación de su gestión, las principales encuestadoras nacionales lo ubicaban entre los presidentes con peor imagen después de la II Guerra Mundial.

Obama y Cuba

Ávido de mostrar un resultado que le diera un respiro interno y le permitiera acercarse a su “patio trasero” –donde el influjo del ALBA amenazaba los intereses geopolíticos yanquis en la región–, tras dos años de negociaciones secretas Obama optó por un nuevo curso en las relaciones con Cuba, iniciado tras el anuncio simultáneo de la apertura de relaciones diplomáticas y de un proceso gradual tendente a la normalización.

Poco después –demasiado poco para que fuese casual– declaró a la República Bolivariana de Venezuela como una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos. Con todo lo que dijo o hizo en lo adelante, puso de manifiesto que se trataba de un cambio de táctica y continuó sobre la premisa de socavar las bases que sostienen el socialismo cubano desde su seno. Para ello resultaba vital liquidar a la Revolución Venezolana; al tiempo que trabajaban en la subversión del Cono Sur a través de la Alianza para el Pacífico, que serviría para relanzar la derecha neoliberal al poder.

Diversos sectores de la sociedad estadounidense abogaban –y abogan– por avanzar hacia un intercambio con Cuba y la eliminación del bloqueo para incorporar el capital norteamericano a la dinámica de desarrollo de la Isla, pero entre el establishment se mantuvo el rechazo al sistema político cubano; apostaron a demolerlo por implosión. “Nuestro anterior enfoque a las relaciones con Cuba, de hace más de medio siglo, aunque enraizado en la mejor de las intenciones, fracasó al no empoderar al pueblo cubano y nos aisló a nosotros de nuestros asociados democráticos en este hemisferio y en el mundo. […]”, declaró el 3 de febrero de 2015 ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado la secretaria de Estado adjunta para el Hemisferio Occidental, Roberta S. Jacobson. “Las iniciativas del presidente miran adelante y están diseñadas para impulsar cambios […] que impulsen nuestros intereses nacionales” (Jacobson, 2015).

A tres semanas de que John Kerry presidiera en La Habana la ceremonia oficial de inauguración de la embajada, en Madrid el subsecretario de Estado, Anthony Blinken –Biden lo nominó ahora como secretario de Estado–, fue más explícito: “El embargo tenía buena intención. […]. Pero no ha sido eficaz en lograr sus objetivos. Lo lógico es intentar algo diferente. Creemos que abrir la relación es la mejor manera de alcanzar los objetivos que tenían aquellos que apoyaban el embargo. Esto permitirá al pueblo cubano, a la clase media, tener más contacto con el mundo y con Estados Unidos. Esto nos permitirá extender nuestros contactos en la sociedad cubana” (Blinken, 2015).

El inicio de un curso tendente a la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos generó gran acogida en Cuba, justificada en la práctica con la directiva presidencial emitida por Obama durante el proceso (PPD-43). Por primera vez un documento oficial de la Casa Blanca reconoció la independencia, soberanía y autodeterminación de Cuba, y la legitimidad de su gobierno; al tiempo que conceptuó el bloqueo como una herramienta obsoleta y abogó por una mayor interconexión económica que permitiera a las compañías norteñas acceder a los mercados cubanos. La PPD-43 instituyó los acuerdos no vinculantes alcanzados –en un clima de respeto e igualdad de condiciones– por la Comisión Bilateral que trabajó en temas medioambientales, áreas marinas protegidas, salud pública e investigación biomédica, agricultura, hidrografía, enfrentamiento al narcotráfico, seguridad de los viajes y el comercio, aviación civil y transporte directo de correo, cuyos resultados llenaron de optimismo al más escéptico de los analistas políticos.

Otra vez, EEUU se equivoca con Cuba

La PPD-43, sin embargo, no eludió el carácter injerencista que la condicionó. Con Obama se concertaron los primeros acuerdos comerciales en más de cinco décadas, pero su directiva interpretó los cambios promovidos por Cuba para perfeccionar el modelo de desarrollo socialista como una oportunidad para hacer avanzar los intereses hegemónicos de Estados Unidos. Y en la consecución de ese propósito implementó un programa de cambio de régimen que apostó al mejoramiento de las comunicaciones y acceso a Internet –bajo control de transnacionales norteamericanas–, con la manipulación del denominado intercambio “pueblo a pueblo”; mientras trabajaba en la formación y estructuración de un segmento neoplattista entre los sectores intelectuales y maquinaba el crecimiento como clase media –y aliado táctico– de un empresariado privado, dos ejes esenciales del Caballo de Troya que buscaron plantar en el seno de la Revolución para socavar su ordenamiento político, económico y social.

En su visita a La Habana, Obama borró cualquier duda que pudiera quedar al respecto: llamó a olvidar la historia y apostó a un nuevo curso signado por la confrontación de ideas, que opera en el campo de la lucha ideológica –el “abrazo de la muerte”– mientras las instituciones de la subversión proyectaban operaciones de influencia sobre ciertos sectores del país, que se consideraron capaces de movilizar hacia los intereses políticos de Estados Unidos.

Este nuevo contexto significó un desafío crucial: a lo largo de la historia no pocos cubanos miraron hacia el Norte en la concreción de sus aspiraciones individuales, y el anexionismo –derrotado como corriente ideológica en el siglo XIX– siempre ha contado con adeptos. Y no me refiero a quienes portan la bandera de Estados Unidos o alguno de sus símbolos en prendas de vestir o autos, sino a otros que velan su rostro con máscaras y exhiben el retrato del Apóstol dibujado durante la República burguesa por una élite antinacional que nunca honró su memoria. No tienen reparo en descontextualizar el pensamiento del hombre que echó su suerte con los pobres de la tierra e hizo profesión de fe del antimperialismo, como confesó a su amigo Manuel Mercado en vísperas de su caída en combate.

Perdió entonces primacía la oposición interna organizada en grupúsculos, por carecer de proyecciones y respaldo popular. El 15 de abril de 2009 Jonathan D. Farrar, jefe de la Sección de Intereses (2008-2011), se había quejado al Departamento de Estado sobre el mercenarismo y la división prevalecientes entre ella: “Con la búsqueda de recursos como principal preocupación, su siguiente prioridad parece limitarse a marginar de las actividades a sus antiguos aliados, para preservar así el poder y los escasos recursos”. ¿Qué solución presentó en este memorándum con copias a la CIA, el Comando Sur, el Consejo de Seguridad Nacional y la Oficina de Inteligencia Naval de la base en Guantánamo?: “…tendremos que buscar en otra parte, incluso dentro del propio gobierno, para identificar a los sucesores más probables del régimen de Castro” (Farrar, 2009).

No era una novedad para el artífice intelectual del nuevo diseño: Ricardo Zúñiga, un diplomático de carrera nacido en Honduras que trabajó en la Sección de Intereses en La Habana (2002 y 2004) y Obama designó como asesor para América Latina del Consejo de Seguridad Nacional. Para Zúñiga lo más importante era mostrar que la administración estaba enfocada en el bienestar del cubano de a pie, y no completamente enfocada en castigar a su gobierno. Y en una axiomática jugada de control de daños, dimitió Rajiv Shah, administrador general de la USAID entre 2009 y 2015 –como adelantó a la prensa el mismo 17 de diciembre luego que Obama anunciara el cambio de política.

¿Cómo encarar el problema del financiamiento? Hasta en el Comité de Asignaciones de la Cámara de Representantes se sugirió transferir a la NED la mayor parte de los fondos destinados a los programas de cambio de régimen. Vale subrayar que muchas de las figuras del aparato clandestino de la CIA han formado parte en algún momento del Consejo Administrativo o la directiva de la NED –se reclamaba esa pericia en el trabajo encubierto– mientras que las instituciones comprometidas con la NED en las operaciones de influencia tenían ya sobrada experiencia en escenarios de desestabilización.

El manual Sharp

Lo experimentado en Yugoslavia les dejó una metodología. La OTAN pugnaba por Los Balcanes y en 2000 Estados Unidos consideró que el impacto del bloqueo y la propaganda tenían al presidente Slobodan Milosevic contra las cuerdas. Como preparación artillera resolvieron aplicar las concepciones de guerra blanda recogidas en el manual de Gene Sharp. Caballo de Troya fue utilizada Otpor (Resistencia), una organización constituida espontáneamente en 1998 por estudiantes universitarios, que tras un incidente de brutalidad policial tenía inflamada a una parte de la masa juvenil inconforme con el gobierno.

La NED junto a Open Society, Freedom House, el Instituto Nacional Demócrata, el Instituto Nacional Republicano y el Committee on the Present Danger (ligado a José María Aznar y Vaclav Havel), canalizaron más de tres mil millones de dólares para desatar el caos. El embajador Juan Sánchez Monroe narra cómo estos fondos se emplearon para movilizar y adiestrar en centros clandestinos de entrenamiento a una masa de jóvenes y adolescentes pobres –sin posibilidad de estudios o desempleados–. Y cuando tras el bombardeo de la OTAN cayó Milosevic, Otpor asistió la creación de “Pora”, en Ucrania; “Kmara”, en Georgia; y “Zubr”, en Bielorrusia. Luego se extendió a Zimbabue y Venezuela, donde en 2002 –año del golpe de Estado contra Chávez– organizó el movimiento JAVU, del que procede Juan Guaidó. ¿Cuál fue el resultado de esta metodología?

La Yugoslavia donde nació Otpor no existe: Montenegro se separó de Serbia y a esta le arrancaron Kosovo, cuna de su identidad. Tampoco existe la Ucrania de “Pora”, pues devorada por los conflictos étnicos perdió Crimea y aún se mantiene en guerra con sus regiones del este; ni la Georgia de “Kmara”, pues la guerra de 2008 le separó Abjasia y Osetia del Norte. En ninguno de los espacios donde triunfaron las llamadas revoluciones de color ha vuelto a reinar la paz y la estabilidad (Monroe, 2020).

Resulta válido reconocer que el diálogo gubernamental entre Cuba y Estados Unidos estuvo signado por el respeto y se abordaron los más diversos temas de forma recíproca y en pie de igualdad soberana. Este clima bilateral condicionó que la conjunción de recursos a favor del cambio de régimen, tuviera que sumergirse en una narrativa menos beligerante y métodos más creativos. “Las medidas que estamos tomando reforzarán a la clase media de Cuba. Este es el mejor instrumento para obtener lo que todos queremos […]”, confesó en la citada entrevista en Madrid el subsecretario de Estado, Anthony Blinken (Blinken, 2015).

Los acuerdos EEUU-Cuba

Entre 2015 y 2016 primó un nuevo enfoque en las proyecciones de Estados Unidos hacia Cuba:

► Se le excluyó de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo

► Se restablecieron las relaciones diplomáticas con embajadas en ambas capitales

► Se firmó una declaración conjunta para garantizar la migración regular, segura y ordenada, que puso fin a la política de “pies secos, pies mojados” y al programa de admisión para profesionales cubanos de la salud

► Se reanudó el correo postal directo y se restituyeron los vuelos comerciales de aerolíneas estadounidenses

► Se firmaron acuerdos de telecomunicaciones y contratos con una compañía norteamericana para la gestión de dos hoteles en La Habana

► Se concretaron más de 1 200 acciones de intercambio cultural, científico, académico y deportivo

► Más de 230 delegaciones empresariales y 284 000 turistas estadounidenses visitaron la Isla en 2016 (crecimiento del 74 % respecto a 2015), y ese mismo año se concluyeron 23 acuerdos comerciales.

No obstante, se “mantuvo sin variaciones esenciales la proyección geopolítica de Estados Unidos sobre Cuba, de promover cambios en el orden político, económico y social, con un enfoque más sutil y en correspondencia con la concepción estratégica del denominado ‘poder inteligente'” (González, 2017).

Ejecutan el Plan Bush

El nuevo diseño de subversión ideológica apostó por convertir el sector privado en un adversario de la Revolución a mediano plazo. Tal proyección tenía un precedente: el trabajo del Cuba Study Group, presidido por Carlos Saladrigas, cubanoamericano de rancia estirpe batistiana, que llevaba una década abogando por generar un “embrión de alternativa moderada y centrista” para socavar las concepciones antimperialistas de nuestro pueblo y los fundamentos clasistas que llevaron a la Generación del Centenario hasta la Sierra Maestra.

En ese curso pretendió fomentar la microeconomía del país mediante la creación de un fondo de 300 millones de dólares para conceder créditos al sector privado. No se trataba de diversificar los actores económicos, por el contrario, formaba parte del diseño del Plan Bush. “Esta organización confía en que de la microempresa se llegue a la pequeña empresa y, de este modo, nazcan grandes empresas”, admitió Saladrigas en Madrid en octubre de 2007 (Peraita, 2007) en una entrevista en la que declaró como paradigma teórico de su proyecto al economista neoliberal Hernando de Soto, presidente del ultraconservador Instituto Libertad y Democracia, y asesor presidencial del corrupto y asesino Alberto Fujimori.

La meta no era fomentar las Pymes (pequeñas y medianas empresas) en la Isla, que forman parte de la concepción del modelo de desarrollo del socialismo cubano. En el plan de Saladrigas estas solo constituyen un punto de partida, y del resto se encargarían los programas de intercambio y formación de liderazgo que toman como paradigmas a Friedrich A. Hayek y Milton Friedman –marco teórico de la mayoría de los estudios de economía en Estados Unidos. La aspiración es abrir las compuertas de la conciencia cubana a la doctrina neoliberal –inclemente adversaria de las Pymes.

Bajo esta lógica estimularon la creación de una élite dentro del sector privado que, para convertir en demandas políticas las aspiraciones económicas que pretenden inculcarle, necesitaba de un núcleo intelectual y un espacio de legitimidad para la corriente socioliberal en un país en que la inmensa mayoría del pueblo –y de su vanguardia artística e intelectual– es leal a la Revolución y a su proyecto social. Todo apunta a que no perdieron tiempo durante los 18 meses que se extendieron las negociaciones secretas bilaterales. En ese lapso emergió una plataforma de articulación de esos intereses alimentada desde la administración Bush.

Raúl Antonio Capote, profesor y escritor cubano reclutado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en 2004, reveló las acciones al respecto de Kelly Keiderling, oficial de caso ubicada como jefa de la Oficina de Prensa y Cultura de la Sección de Intereses en La Habana, graduada por la Universidad de Georgetown –de donde salen la mayoría de los oficiales de la CIA y los funcionarios del Departamento de Estado– y con estudios de posgrado en el Colegio Nacional de Guerra de Washington. Kelly trabajó para formar grupos de debate, principalmente entre intelectuales y escritores afectados por la censura o con posiciones de distanciamiento hacia la Revolución. Capote ubica al principal gestor del “laboratorio” Cuba Posible como asiduo concurrente a las tertulias en la residencia de Kelly, que “no dieron el fruto esperado por la baja asistencia de los invitados y por lo comprometedor del lugar” (Capote, 2017).

Su espíritu, empero, estuvo en los debates teóricos promovidos por la revista Espacio Laical, que legitimaron la presencia de agentes enemigos pagados por Estados Unidos dentro de la oposición interna, junto a todas las corrientes ideológicas dentro y fuera de la Isla. Se trataba de confraternizar para derruir las barreras políticas de una Revolución radical, mientras Estados Unidos arreciaba el bloqueo y no abandonaba los epítetos de la guerra fría.

El 21 de marzo de 2012 Saladrigas participó en la conferencia “Cuba necesita una revolución tecnológica. Cómo la Internet puede descongelar una isla congelada en el tiempo” –presidida por Marco Rubio y Mauricio Claver-Carone en la ultraconservadora The Heritage Foundation–, y ocho días más tarde Espacio Laical le organizó una disertación en la Isla; al final –estaba en el guion– posó radiante para las cámaras junto a contrarrevolucionarios del auditorio.

El diseño de los «influencers»

A las tertulias de Kelly también asistió una condiscípula suya en Georgetown: Katrin Hansing, profesora de Antropología del Baruch College en Nueva York y experta en el tema Cuba dentro de la vertiente menos beligerante del diseño de influencia. El 10 de febrero de 2013 –mientras su compañero de claustro, Ted Henken, se preparaba para acompañar a Yoani Sánchez en su gira por Estados Unidos–, Katrin envió a Soros un informe con un título revelador: “Documento de antecedentes: Cuba”, que concluía: “El actual período de cambio es un momento oportuno para tender la mano y trabajar con Cuba y los cubanos, para apoyarlos a convertirse en una sociedad más abierta” (Hansing, 2013).

Cuando en 2014 la iglesia pidió a los editores de Espacio Laical cesar su trabajo en la revista, crearon Cuba Posible. El 21 de noviembre ya alcanzaron presencia en The New York Times: “La pareja refleja un colapso de la política binaria de los cubanos pro y anticastristas que dominaron durante décadas”, apuntó la corresponsal en México antes de indicar que pondrían “a prueba el umbral del gobierno para el debate, así como el apetito de los cubanos por encontrar una tercera vía” –lo mismo que intentó Eisenhower cuando se hizo evidente que Batista estaba derrotado. “Consultada” por la periodista, Katrin Hansing los calificó de “reflexivos y valientes” (Burnett, 2014). Al producirse el disparo de arrancada el 17 de diciembre, les tendieron una alfombra roja en el Departamento de Estado y les crearon una cuenta en un banco en el exterior.

Varios intelectuales con una obra aportadora creyeron en sus buenas intenciones. Comenzaron a retirarse al apreciar su entusiasmo desmedido por los nexos con la administración Obama y salir a la luz el patrocinio de Open Society, en cuya sede en Nueva York llegaron hasta a organizar un evento con un experto en transición de la Fundación Friedrich Ebert. Estaban haciendo carrera política e intentaron patentar el eufemístico y trillado término de “centrismo” para legitimar un proyecto de base neoplattista.

Ganaron atención –uno de ellos incluso fue acogido como miembro de Diálogo Interamericano– y asistencia financiera, no por sus tesis para perfeccionar el modelo de desarrollo escogido por el pueblo cubano, sino por declararse a favor del pluripartidismo y de establecer una socialdemocracia “tropical” –a solo 90 millas de Estados Unidos y, por supuesto, con un modelo neoliberal–, como si este pueblo no estuviera suficientemente “escamado”. Toda la retórica no consiguió velar sus intenciones de pulsear por el gobierno.

Ya entonces un grupo de jóvenes periodistas y profesores universitarios activos en las redes sociales disfrutaba de becas en Estados Unidos, Holanda y Alemania. Habían sido identificados por Ted Henken, profesor de Sociología en el Baruch College y uno de los expertos en “transición” de las conferencias académicas que nutrieron el Plan Bush, quien viajó a la Isla en 2011 para caracterizar este fenómeno desde el terreno.

En su informe-artículo publicado en una revista financiada por la Fundación Friedrich Ebert, Henken reconoció que la administración Obama concebía Internet y la expansión de las comunicaciones con la Isla como herramientas clave de su propia política contra el gobierno cubano. Subrayó una idea “esperanzadora” que llamó la atención: “En los últimos años la extensión de la blogósfera cubana ha sido capaz (…) de construir algunos puentes y espacios que buscan salir de los ‘monólogos’ tanto oficialistas como opositores. Todo ello en un contexto en el que tanto para el gobierno cubano como para el de Estados Unidos la web forma parte de una batalla política de mayores dimensiones” (Henken, 2011: 90).

Becas y vanidad

Poco después fue destacado como segundo jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana Conrad Tribble, oficial del Servicio de Inteligencia del Departamento de Estado con una maestría en el Colegio Nacional de Guerra de Washington, aficionado al canto, la música y activo en Twitter; por tanto, capaz de atraer la simpatía de jóvenes blogueros. Ello, unido a un agresivo programa de becas –35 millones de dólares destinó la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) en 2015 a un nuevo plan de educación superior para América Latina– y los 40 millones de dólares para los programas de cambio de régimen administrados por contratistas de la USAID y la Fundación Nacional para la Democracia (NED) entre 2015 y 2016 –recibieron 304 millones desde 1996; el 90 % a partir de 2004–, le permitió a la administración Obama crear y articular una red de sitios web proclamados “independientes” –calificativo que no se reduce a Cuba y se extiende a los sitios creados contra la izquierda mundial– con alcance a todos los sectores de nuestra sociedad y la emigración.

Una hornada procedente de facultades de humanidades de las universidades cubanas se unió a los propósitos de la contrarrevolución. La mayoría emigró entre 2010 y 2015. Sufrían los efectos de la crisis global de 2008 y los contratos de la USAID y la NED les garantizaron estabilidad financiera. Otros en el país, críticos de la política editorial de nuestros medios, quizás en un principio tuvieron la ilusión de hacer un periodismo diferente. Entre los de mayor protagonismo en esa nueva plataforma mediática anticubana –dentro y fuera de la Isla– resaltan 14ymedio, ADN Cuba, Cibercuba, Rialta, El Toque y El Estornudo.

La era de Trump

Obama concluyó su mandato el 20 de enero de 2017. Cuatro meses después Donald J. Trump ya había sellado una alianza con Marco Rubio y seleccionado como director de la CIA a Mike Pompeo –más adelante lo elevó a secretario de Estado– quien tras titularse en la Academia de West Point patrulló el telón de acero hasta la caída del Muro de Berlín. Miembro del Tea Party, Pompeo tendría un papel protagónico en la revisión de los programas de subversión contra Cuba.

El 16 de junio de 2017, en el teatro Manuel Artime Buesa de Miami, y frente a un auditorio que anhelaba detener el proceso de normalización de las relaciones bilaterales, Trump cambió las reglas del juego: rodeado de politiqueros, esbirros y mercenarios calificó de equivocada la PPD-43 y la derogó. Para exaltar los ánimos rememoró Bahía de Cochinos, la Crisis de Octubre, la operación Peter Pan y el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate, mientras un multipremiado grupo de terroristas deliraba de entusiasmo. Ninguno llevó una bandera cubana. “¡USA! ¡USA! ¡USA!” clamaban agitando banderitas de Estados Unidos. Y en las postrimerías del acto, hombres y mujeres con la mano derecha en el pecho escucharon sobrexcitados la versión de “The Star-Spangled Banner” mal tocada por un violinista cuyo mérito –según dijo Trump– era ser el hijo de Benigno Haza, quien participó junto a José María Salas Cañizares en el asesinato de Frank País, Raúl Pujol y otros jóvenes santiagueros durante la tiranía de Batista.

Trump dio un vuelco a las relaciones bilaterales: tendió una alfombra roja en el despacho oval a la brigada 2506 y puso la gestión de la política hacia Cuba en manos de una nueva generación dentro de la órbita reaccionaria y revanchista que impera en la Florida. Nombró a Mauricio Claver-Carone como director del Hemisferio Occidental en el Consejo de Seguridad Nacional –funcionario de más alto rango en la Casa Blanca para los asuntos de América Latina y el Caribe–; a Yleem Poblette, subsecretaria de Estado para Control de Armas, Verificación y Cumplimiento, y a Mercedes Viana-Schlaap, consejera principal para comunicaciones estratégicas. Como administrador asistente del Buró de Latinoamérica y el Caribe de la USAID fue designado John Barsa, ex-asesor en la Cámara de Representantes de Lincoln Díaz-Balart y, en el momento de su nominación, funcionario del Departamento de Seguridad Nacional.

Apuestan por el caos en Cuba

Convencidos de que la lucha por hacerse del poder político en Cuba está signada por la lucha de clases, y que –más allá de legítimas insatisfacciones– la orientación popular de la democracia en Cuba cuenta con el respaldo mayoritario de su gente, los teóricos de la subversión en Estados Unidos apostaron por generar el caos en un pueblo condenado a la asfixia económica. Mientras, intentaban fomentar ínfulas de millonarios entre una clase media alta que necesitaría barrer el socialismo para satisfacer sus aspiraciones personales, y una cifra creciente de nuestros graduados universitarios recibían de manera directa formación neoliberal en becas de maestrías y doctorados concedidas por prestigiosas instituciones de enseñanza superior en Estados Unidos, Europa y Latinoamérica.

En medio de carencias inducidas e insuficiencias del modelo económico cubano y de su gestión –incluida la resistencia silenciosa de quienes rechazan los cambios demandados por las circunstancias– la revolución de las comunicaciones se encargó de acrecentar el espejismo del “sueño americano” renovado por la industria del entretenimiento. El consumo como supuesta esencia de la vida llega hoy por canales mucho más eficientes que Hollywood: Instagram, Facebook y WhatsApp, tres redes sociales de Internet que propician una necesaria cercanía familiar con esos jóvenes cuya elevada instrucción les concedió una ventaja determinante en los países de su asentamiento, luego de recibir ofertas laborales al concluir estudios de posgrado.

Paradójicamente, nuestra televisión difunde esos modelos replicados en películas, novelas y series extranjeras, y hasta en la programación para niños y jóvenes, lo que completa el veneno en quienes no tienen acceso a medios digitales, por lo general familias con bajos recursos.

Esa clase media alta que pretenden desarraigar necesita de un núcleo intelectual encargado de subvertir los símbolos construidos a lo largo de 150 años, y capaz de sembrar en el imaginario popular, mediante malabares lingüísticos, la imagen de una Cuba enferma de cáncer con metástasis en su institucionalidad revolucionaria como consecuencia de la genética social –o sea, nada tienen que ver la guerra genocida de Estados Unidos ni las incapacidades o pifias internas; el problema es estructural: el socialismo es inviable.

Durante 2019 el clima bilateral entre Estados Unidos y Cuba experimentó un deterioro sustancial. Las medidas coercitivas y las acciones de subversión ideológica generaron un escenario de confrontación acelerada. Ante la situación atravesada por Venezuela y el complejo escenario socioeconómico interno, quienes se hallaban al frente de los planes de desestabilización asumieron el momento como una oportunidad sin precedentes para forzar los cambios.

Sin luz al final del túnel subversivo

El núcleo intelectual a cargo de los programas de cambio de régimen, pese a todo, no lograban ver la luz al final del túnel. “¿Piensan los miembros del Partido Comunista y los miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba (FAR) que podrán mantener la estabilidad política y la paz social en medio de un estancamiento económico que puede agravarse cuando el régimen venezolano colapse completamente?”, se preguntaron en un artículo publicado el 2 de mayo de 2019 en openDemocracy –sitio británico financiado por Open Society y la Fundación Ford– las politólogas Laura Tedesco, vicedecana de Artes y Ciencias en Sant Louis University-Madrid Campus, y Rut Diamint, profesora de la Universidad Torcuato di Tella en Buenos Aires. Para ellas el entusiasmo originado “con el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos, la visita de Barack y Michelle Obama, los Rolling Stones y el desfile de Chanel hoy es un sueño irrepetible. Solo el deteriorado gobierno venezolano mantiene un respeto inmaculado por el poder cubano”.

Y apuntaron otra intencionada idea: Miguel Díaz-Canel apuesta por el inmovilismo. Para este cubano sin carisma, anodino y fácilmente olvidable sería impensable promover cambios que pudiesen desestabilizar el poder de las FAR y al supuestamente todopoderoso General de Brigada Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, director del Grupo de Administración Empresarial, S.A. y exyerno de Raúl Castro. Y, sin embargo, el cambio será inevitable. No sabemos cuándo, ni cómo, ni quién lo impulsará o lo llevará a cabo. La paciencia de los cubanos no es eterna. Por ahora, el poderío de la burocracia cubana suena inquebrantable y su autoridad indiscutible, pero vale recordar que la revolución es un producto de condiciones históricas y esas condiciones no son inmutables.

Las autoridades no parecen atentas a cómo preservar los logros, si un cambio se avecinara. La sobrevivencia eterna de la revolución es una utopía que ni los propios generales de las FAR pueden creerse. Es posible que no sepan cómo salir. Ni cómo protegerse a sí mismos en un proceso de cambio. Y lo más inquietante, del otro lado de la vereda no hay nadie que asuma la responsabilidad de transformar Cuba. La disidencia, los grupos opositores, los cubanoamericanos, no han mostrado, hasta ahora, capacidad para articular una propuesta de gobierno o movilizar a los cubanos descontentos por las penurias cotidianas.

(…) Díaz-Canel podría ir ya preparando su transformación a reformista o su discurso de despedida (Tedesco y Diamint, 2019).

Tedesco y Diamint coordinan desde 2016 el proyecto Diálogos sobre Cuba, como parte del programa de formación de liderazgo de la NED –antes Tedesco coordinó por cuatro años un proyecto sobre liderazgo en Argentina, Venezuela, Ecuador, Uruguay y Colombia con dinero de Open Society.

La beligerancia ganó en perfidia

Con más incertidumbre que certezas, en julio convocaron a un taller los días 12 y 14 de septiembre de 2019 en Sant Louis University-Madrid Campus, institución jesuita estadounidense vinculada al ejército, en la que se enseña en inglés y completan estudios los soldados acantonados en Madrid. Querían evaluar el papel de las Fuerzas Armadas en los cambios que pretenden promover; y también adiestrar. Los participantes tenían que realizar una lectura previa a su concurrencia al evento, asistir a todas las actividades previstas y, muy importante, regresar a Cuba una vez finalizado el programa. ¿Sus figuras principales? El expresidente español Felipe González y el británico Richard Youngs, viejo contratista de la NED que preparó una conferencia sobre el poder transformador del activismo político.

Asistieron al taller dos agentes enemigos pagados por sucesivas administraciones de Estados Unidos: Manuel Silvestre Cuesta Morúa y Reynaldo Escobar (esposo de Yoani Sánchez), y una de reciente incorporación a la plantilla: Yanelis Núñez Leyva. También un dramaturgo, autor de varias obras llevadas a las tablas durante los últimos años sin sombra de censura. ¿De qué podría aleccionar González, un hombre que asumió la dirección del Partido Socialista Obrero Español gracias al auxilio de la CIA y la Inteligencia franquista, y luego de asumir la presidencia del país creó en octubre de 1983, y dirigió con el seudónimo X –como revelan documentos desclasificados por la CIA–, los Grupos Antiterroristas de Liberación que por cuatro años secuestraron, torturaron, asesinaron y enterraron en cal viva a 27 presuntos militantes etarras en territorio de Francia? ¿De qué hablaría un hombre que se hizo millonario con la política y hoy se ha unido a José María Aznar para vender en Europa a Juan Guaidó, un producto made in USA? ¿Qué hacía un dramaturgo en este taller sobre cómo aniquilar a las Fuerzas Armadas Revolucionarias, símbolo del más profundo patriotismo mambí, para derrocar la Revolución?

La beligerancia ganó en perfidia. El reverdecer del discurso de una progenie de estirpe terrorista alimentó un segmento de la emigración que llegó después de 2010 y no halla el “sueño americano”. Para no culparse, desahogan su furia en la Revolución y en Fidel. Sus esfuerzos se articularon con fondos de la USAID, la NED y parte del dinero que puso a correr en la Florida el grupo supremacista Proud Boys, que dirige Enrique Tarrio, hijo de cubanos nacido en Miami hace 34 años, que mantiene vínculos con la ultraderecha y la maquinaria republicana local. Florecieron el fascismo y la xenofobia, y la guerra psicológica adquirió una dimensión rayana en el terror. Auxiliado por el desarrollo de las comunicaciones, el corro adaptó los mensajes a una audiencia que ha encontrado en las redes sociales de Internet el canal para proyectar sus propios reveses y rabias.

Sale Trump, pero sigue su política

Así se llegó al 3 de noviembre de 2020, el martes negro en la carrera política de Donald J. Trump, único presidente de Estados Unidos no reelecto para un segundo mandato en los últimos treinta años.

El pueblo de Cuba fue capaz de resistir al acoso y de sobrevivir al nudo gordiano con que intentaron estrangularlo en medio de la Covid-19 –200 medidas en cuatro años, incluida la inédita implementación de los títulos III y IV de la Ley Helms-Burton. A Eliot Abraham, experto en guerra sucia con rol protagónico en el Irangate, buscado por Trump en la reserva de hienas, debía ocurrírsele algo. Tenían lo necesario dentro del equipo anticubano del gabinete, reforzado con varias promociones: Josh Hodges, protegido de Mauricio Claver-Carone, pasó de subdirector para el manejo de información en el Directorado de Comunicaciones Estratégicas del Consejo de Seguridad Nacional, a director para el Hemisferio Occidental; Carlos Trujillo, de embajador ante la Organización de los Estados Americanos, a subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental, mientras John Barsa fue nombrado administrador general de la USAID.

Timothy Zúñiga-Brown, encargado de negocios en La Habana, disponía en el populoso barrio de San Isidro de un grupito dado a “las groserías manieristas y fascistoides” –como apuntó un escritor y crítico cubano– que había proclamado a Trump como su presidente y hasta uno de sus integrantes demandó a viva voz una intervención militar yanqui contra Cuba. Crear una situación de contingencia no les sería difícil y la orden llegó: “Sin piedad, es hora de escalar hasta la cima”.

El 26 de noviembre de 2020 la oposición contrarrevolucionaria adiestrada en base al manual de Gene Sharp, esa –al decir de Rolando Pérez Betancourt– más escolarizada, y no menos soberbia, lanzó una convocatoria para lanzarse a la calle sin importar las demandas de San Isidro o la liberación del marginal preso por desacato, cuya actitud ante la autoridad policial probablemente lo hubiese conducido a la muerte en el país de sus sueños. Un artista visual dentro de la Isla proclamó en su muro de Facebook que lidiaban con gente torpe del lado gubernamental, que cometían los errores básicos de quien no sabe cómo actuar y asustados porque podían perder la gallina de los huevos de oro en caso de portarse mal –en referencia a la promesa de campaña de Joe Biden de restablecer el curso bilateral de la Administración Obama–; sus “contrincantes” no querían desperdiciar un minuto más, pues la brecha abierta por Luis Manuel Otero Alcántara no iba a ser eterna. Desde un perfil falso, uno de sus vínculos en el exterior anunció la inminencia de una “sentada” de jóvenes con guitarras y canciones para neutralizar el uso de la fuerza, como se hizo –fue él quien lo subrayó– en la “revolución de colores” que derrocó al Gobierno de Eslovenia; tendría un “efecto dominó irrevocable”.

Pueden verificarse en ambos llamados algunas claves del apoyo a las acciones de San Isidro por un segmento sin escrúpulos que aboga por desligar la estética de la ética. Detrás de un supuesto posicionamiento artístico, se encubren intenciones de otro signo. No constituye un fenómeno autóctono: constituyen corrientes que prevalecen cuando la doctrina neoliberal se empeña en extender el “todo vale” como plataforma de la política y el deterioro global de la ética genera el debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de la responsabilidad, en una marcha por derroteros esencialmente anticulturales, que nada tienen que ver con el carácter transformador del arte.

Guerra de símbolos

Las nuevas formas de colonización cultural están signadas por un deconstruccionismo que aboga por un sujeto vacío, a quien solo importe consumir. Poner al ser humano de rodillas ante el mercado exige vaciar de contenido la historia y los símbolos de cada nación. Han avanzado en ese camino por todo el orbe; mas para hacerlo en Cuba necesitan desmantelar una espiritualidad de hondas raíces patrióticas.

En una guerra de símbolos en la que el conocimiento y la razón sacan la peor parte y se legitima el divorcio entre la ética y el arte, y –lo que tiene una mayor connotación– entre la ética y el ejercicio de la política, son presentados como paradigmas quienes juegan dentro de las reglas del mercado y sus pautas de socialización, marcadas por el individualismo desenfrenado. En nombre de un modelo de democracia política que preconiza la ley de la jungla, se avasallan la democracia económica y la justicia social. La doble moral y el hedonismo se erigen en menoscabo de la conciencia social.

Hasta el presente la vanguardia artística e intelectual cubana constituye un referente popular de gran significado, lo cual le permite a la Revolución enfrentar esas tendencias degradantes. Ello condiciona que la política de subversión ideológica de Estados Unidos apunte a abatir nuestra institucionalidad: “Desmantelarla equivaldría a liquidar la política cultural y a dejar en manos del mercado el establecimiento de jerarquías y modelos” (Prieto, 2017: 169), de ahí que la USAID, la NED y Open Society marchen de la mano.

“…Los pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica y política”, advierte el Papa Francisco: Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción (Papa Francisco, 2020: 5).

La operación «San Isidro»

El grupito de San Isidro fue evacuado en la noche del 26 de noviembre a instituciones de salud, como medida de prevención por el Covid-19. ¿Dejaría la Administración Trump escapar la oportunidad?, ¿la operación articulada en Washington se desinflaba?, ¿lo dejarían todo así? Para conocer lo que determinó el gabinete de crisis tendríamos que leer un informe desclasificado por la CIA o quizás Elliot Abraham lo confiese en sus memorias, ¿quién sabe? Pero no deja de llamar la atención que a la mañana siguiente –o sea, el 27 de noviembre– apareciera en la sede del Ministerio de Cultura una docena de artistas para exigir una reunión inmediata con el ministro, sin agenda. ¿Quién los encabezaba? Ah, cosas del destino: el dramaturgo que asistió al taller de Sant Louis University.

Una vez instalados supieron qué teclas marcar. Poco a poco se nutrió el grupo hasta llegar a una concurrencia de trescientas personas: se sumaron el ya citado artista visual con su gente y los “disidentes empresariales ávidos de desembolso en efectivo”, como los califica Fulton Armstrong, excoordinador de Inteligencia Nacional para América Latina de Estados Unidos. También –los iniciadores sabían cuánta legitimidad brindarían a la maniobra– jóvenes inconformes con la gestión de las instituciones culturales, que reclaman mayor intercambio acerca de temas controversiales no agotados, así como artistas y escritores –jóvenes y no tan jóvenes– interesados en dialogar sobre aspectos que Abel Prieto definió en un artículo publicado en Granma: “…cómo consolidar los vínculos entre creadores e instituciones, sobre manifestaciones experimentales del arte que aún no han sido suficientemente comprendidas, sobre la imprescindible función crítica de la creación artística, sobre el «todo vale» de la visión postmoderna, sobre la libertad de expresión y otros muchos temas” (Prieto, 2020: 8).

Ya en la tarde estos dos grupos –o sea, los jóvenes inconformes y los artistas y escritores interesados en un mayor diapasón del diálogo con las instituciones– eran la gran mayoría de los congregados. A ellos habrían de añadirse los curiosos por lo que acontecía y algún que otro de agenda socio-liberal a la caza de una oportunidad. A uno de estos últimos no le fue posible controlar el exceso de entusiasmo y escribió que esto apenas comenzaba; no había antiguas zonas de confort a las que agarrarse, mucho menos consignas. Poco le faltó para decir que el futuro anunciado en los años 90 del siglo pasado por la contagiosa canción de Willi Chirino: “Ya viene llegando”, por fin aparecía, el día menos pensado: 27 de noviembre, una fecha que en la tradición juvenil revolucionaria se dedica a honrar a los ocho estudiantes de Medicina. Tradujo al inglés en su muro de Facebook lo observado y sus apreciaciones, en tiempo real. ¿A quién le reportaba? Él sabrá.

La guerra cibernética

Durante varios meses se gestó un clima enrarecido en Internet, con una intensa carga emocional. Se trataba de quebrar la confianza que ha cohesionado a la sociedad cubana; poner a la defensiva a nuestra gente. Una narrativa desintegradora pretendía establecer en el imaginario popular la existencia de dos lados yuxtapuestos: “ustedes”, esbozado mediante una retórica corrosiva hacia los cuadros, funcionarios y directivos del Partido, el Gobierno, las instituciones gubernamentales y la sociedad civil que se ha dado la Revolución. Del otro: “nosotros”, circunscrito a la contrarrevolución externa e interna; un segmento de académicos e intelectuales decepcionados del socialismo, la mayoría asentada en el exterior; otro dentro de esos dos mismos sectores que reside en la Isla y se manifiesta agotado por el esfuerzo que implica nadar a contracorriente –algunos de ellos en su defensa acuden a la marchita tesis de la “revolución traicionada”–; lo más importante, todo el que quisiera sumarse a los legítimos –según la matriz tendenciosa– exponentes de la sociedad civil.

Facebook, Twitter, WhatsApp y Telegram maximizaron el eco de la campaña a un nivel sin precedentes. En la nube se pierden las fronteras y se torna difícil –no imposible– establecer de quiénes en verdad parten los reclamos y dónde se hallan. Nada novedoso.

Esa ingeniería mediática como soporte de las acciones desestabilizadoras la ensayó Estados Unidos en las “revoluciones de colores” este-europeas en la década de 1990 y en los levantamientos de Asia y Medio Oriente tras la crisis global de 2008. “…todos los post que salían al abrir la aplicación de Facebook en mi celular mostraban indignación, rabia, desespero, impotencia. En menos de media hora ya se habían creado tres grupos de WhatsApp y dos de Telegram donde decenas de amigos y colegas se conectaban para canalizar voluntad e indignación y «hacer algo»; de eso se trataba, «hay que hacer algo», decían”, escribió para El Universal de México una periodista pagada por la NED, cofundadora de 14yMedio (Escobar, 2020). Exacerbar los ánimos hasta el extremo forma parte del guion.

Un experto en este tipo de guerra, Manuel Castells, lo describe. Por su valor ilustrativo, cito en extenso:

Desde el punto de vista de los individuos, los movimientos sociales son movimientos emocionales. La insurgencia no empieza con un programa ni una estrategia política. Esto puede surgir después, cuando aparecen líderes dentro o fuera del movimiento para promover los programas políticos, ideológicos y personales que pueden o no relacionarse con el origen y las motivaciones de los participantes en el movimiento. Pero el big bang de un movimiento social empieza con la transformación de la emoción en acción. Según la teoría de la inteligencia afectiva, las emociones más importantes para la movilización social y el comportamiento político son el miedo (una emoción negativa) y el entusiasmo (una emoción positiva). […] para que surja el entusiasmo y la esperanza, los individuos tienen que superar la emoción negativa resultado del sistema de la evitación: la ansiedad. La ansiedad es una respuesta a una amenaza externa sobre la que la persona amenazada no tiene control. Por lo tanto, la ansiedad lleva al miedo y tiene un efecto paralizante. La superación de la ansiedad en un comportamiento sociopolítico a menudo es resultado de otra emoción negativa: la ira. La ira aumenta con la percepción de una acción injusta y con la identificación del agente responsable de ella. Las investigaciones neurocientíficas han demostrado que la ira está asociada a un comportamiento que asume riesgos. Cuando el individuo supera el miedo, las emociones positivas se imponen a medida que el entusiasmo activa la acción […].

No obstante, para que se forme un movimiento social la activación emocional de los individuos debe conectar con otros individuos. Para ello requiere un proceso de comunicación de una experiencia individual a los demás. Para que un proceso de comunicación funcione, hay dos requisitos: la consonancia cognitiva entre emisores y receptores del mensaje y un canal de comunicación eficaz. La empatía en el proceso de comunicación está determinada por experiencias similares a las que motivaron el estallido emocional original. En concreto: si muchos individuos se sienten humillados, explotados, ignorados o mal representados, estarán dispuestos a transformar su ira en acción en cuanto superen el miedo. Este miedo lo superan mediante la manifestación extrema de la ira en forma de indignación cuando tienen noticia de que alguien con quien se identifican ha sufrido algo insoportable (Castells, 2013: 30-32).

Contrarrevolución sin descanso

En 62 años los adversarios de Cuba no se han dado un día de vacaciones como difusores de la confusión y la mentira. Estados Unidos ha invertido fondos multimillonarios para articular una plataforma entre los medios tradicionales y las nuevas formas de comunicación en las redes sociales de Internet. Resulta poco coherente minimizar el efecto de sus campañas, es por eso difícil de explicar que hasta el 28 de noviembre no se produjera una respuesta adecuada en materia de comunicación a lo que ocurrió en San Isidro.

Faltó oportunidad en la denuncia de los personajes de la piyamada: la vulgaridad que condiciona las actividades de muchos de ellos, su proyección anexionista y afiliación a la agenda neofascista de Trump, el vínculo del marginal procesado penalmente con individuos que organizan actos terroristas contra la Isla desde el territorio de Estados Unidos, el llamado de uno de sus integrantes a la intervención militar del ejército yanqui y la conducción desde el terreno por Timothy Zúñiga-Brown –en franca violación de los preceptos de la Convención de Viena para las relaciones diplomáticas.

Frente a la campaña desatada por el equipo anticubano del gabinete de Trump, la ausencia de una respuesta pronta y convincente en el orden de la comunicación política generó cierta confusión entre no pocos tanto al interior de la Isla como en el exterior. Al no disponer de todos los elementos, algunos artistas e intelectuales honestos llegaron a sensibilizarse con los mercenarios victimizados. Y –como ya se apuntó en este texto– algún que otro personajillo enajenado llegó a proclamar que el Gobierno Revolucionario se hallaba atolondrado.

A mi modesto juicio, ello pudo propiciar que Elliot Abraham y su gabinete de crisis tomaran como un gesto de debilidad la decisión de las máximas autoridades del Ministerio de Cultura –junto a directivos de la Uneac y la AHS– de conversar durante cuatro horas con una representación diversa de los congregados en las afueras del edificio; por el contrario, la institucionalidad revolucionaria brindó una muestra de fortaleza y sabiduría, lo que unido a la buena voluntad de prestigiosos creadores presentes en el lugar neutralizó la maniobra enemiga. Allí se acordó dar continuidad a un diálogo aportador en ambas direcciones.

Las enseñanzas de San Isidro

De lo ocurrido en la sede del Ministerio de Cultura pueden sacarse varias enseñanzas. La primera –y a mi juicio la más importante–, es que existe una franja de artistas y escritores, jóvenes y no tan jóvenes, insatisfechos con la administración de la política cultural por parte de varias de las instituciones del sector. Desde hace tres o cuatro años, entre no pocos creadores se ha hecho recurrente la idea de un eventual retroceso al clima del “quinquenio gris”. Evitarlo constituye un imperativo y demandan para eso una mayor participación en el proceso de toma de decisiones en el campo de la cultura y una mayor democratización de la dimensión política del hecho cultural.

Entiendo legítimas sus preocupaciones. “Lo que no resulta legítimo es el irrespeto a la ley, la pretensión de emplear el chantaje contra las instituciones, ultrajar los símbolos de la patria, buscar notoriedad mediante la provocación, participar en acciones pagadas por los enemigos de la nación, colaborar con quienes trabajan para destruirla, mentir para sumarse al coro anticubano en las redes, atizar el odio”, apuntó Abel en su citado artículo (Prieto, 2020: 8).

Pronto reaccionaron los que pretendían capitalizar lo acontecido a su favor, a quienes solo les interesa oír su voz. El 3 de diciembre enviaron un correo de tono arrogante al Ministerio de Cultura para demandar la presencia en la próxima conversación del presidente de la República junto a agentes pagados por el gobierno de Estados Unidos y varios medios de la plataforma mediática financiada con los programas de cambio de régimen. Incluyeron en su lista a un representante legal, un abogado que lleva años capitalizando el cierre de su contrato en la Universidad de La Habana para velar el alcance de sus actos: se sumó conscientemente a la probeta de tinte neoplattista inducida u orientada –solo ellos pueden saberlo– mucho antes del anuncio por parte de Obama del cambio de política; ahora se une a un episodio en el que aparecen anexionistas y hasta partidarios de Trump. Y también esta vez se asoma el dramaturgo: ¿ingenuidad o aspiraciones de Václav Havel tropical?

El presidente de Cuba tiene como método de trabajo intercambiar con intelectuales cubanos sistemáticamente –investigadores científicos, médicos, académicos, artistas y escritores, historiadores, profesores de todos los niveles, periodistas y comunicadores, entre tantos– incluso, en medio de la pandemia de COVID-19. Tiene una virtud digna de encomio en un país con tantas mujeres y hombres de ciencias, y alto nivel de instrucción: sabe escuchar.

No tengo duda de que, más temprano que tarde, se reunirá con el presidente electo de Estados Unidos, pero jamás con sus agentes. No es una condición negociable. Resulta doloroso leer en esa lista el nombre de personalidades y jóvenes del mundo de la creación artística, que nada tienen que ver con el mercenarismo. Es obvio que albergan una preocupación atendible, legítima, sobre los problemas del sector y el país, y entre encuentros y desencuentros con funcionarios de las instituciones culturales, posiblemente los hayan traicionado sus emociones.

La manipulación de José Martí

Se acude para legitimar esta mezcolanza al Apóstol y su muy citado discurso “¡Con todos y para el bien de todos!” –pareciera que la mayoría de quienes lo toman como referente nunca se han detenido a leerlo– pronunciado en Tampa el 26 de noviembre de 1891, cuando se disponía a fundar el partido de la unidad. Aquel hombre en el que latía el corazón de su tiempo, proclamó “¡Con todos y para el bien de todos!” como una máxima frente a la élite dentro de la Isla, conformada por autonomistas y anexionistas, que intentaba erigirse en gurú de los destinos del país; frente a los oficiales de la Guerra Grande que desdeñaban la opinión de los jóvenes y los emigrados; frente a la discriminación de negros y mulatos en los clubes revolucionarios; frente a los que hablaban en nombre de la libertad para desviarla en beneficio propio.

Mal los conocía quien no se percatara de cómo brotaba “una concordia tan íntima, venida del dolor común, entre los cubanos de derecho natural, sin historia y sin libros, y los cubanos que han puesto en el estudio la pasión que no podían poner en la elaboración de la patria nueva”, nacida al calor de “este amor unánime y abrasante de justicia”, de “este ardor de humanidad”. Por esa patria en que se reunían “con iguales sueños, y con igual honradez” hombres que podía divorciar el diverso estado de su cultura, “…sujetará nuestra Cuba, libre en la armonía de la equidad, la mano de la colonia que no dejará a su hora de venírsenos encima, disfrazada con el guante de la república. ¡Y cuidado, cubanos, que hay guantes tan bien imitados que no se diferencian de la mano natural! A todo el que venga a pedir poder, cubanos, hay que decirle a la luz, donde se vea la mano bien: ¿mano o guante?”, advirtió para entonces y la posteridad (Martí, t. 4, 1975: 275).

Martí quería la igualdad bajo la ley y también la igualdad de todos los cubanos bajo el techo en que vivían. Por ello habló de revolución social y de justicia, y de la mejor manera que pudo, para no espantar a la fiera, del peligro que afrontaban en una nación codiciosa “que nos acecha y nos divide”. No hubo en su concepto unitario y descolonizado, como nuestros adversarios intentan hacer creer, espacio para anhelos anexionistas: “Y con letras de luz se ha de leer que no buscamos, en este nuevo sacrificio, meras formas, ni la perpetuación del alma colonial en nuestra vida, con novedades de uniforme yankee […]”, expresó, antes de acentuar:

¿Y temeremos a la nieve extranjera? Los que no saben bregar con sus manos en la vida, o miden el corazón de los demás por su corazón espantadizo, o creen que los pueblos son meros tableros de ajedrez, o están tan criados en la esclavitud que necesitan quien les sujete el estribo para salir de ella, esos buscarán en un pueblo de componentes extraños y hostiles la república que sólo asegura el bienestar cuando se le administra en acuerdo con el carácter propio, y de modo que se acendre y realce. A quien crea que falta a los cubanos coraje y capacidad para vivir por sí en la tierra creada por su valor, le decimos: “Mienten” (Martí, t. 4, 1975: 277).

Cuando envió como emisario a Cuba a Gerardo Castellanos para conectar a los revolucionarios de la Isla con el Partido, le indicó transmitir dos mensajes: el movimiento tenía un carácter nacional y debía comprender a todos los sectores sociales, incluidos los autonomistas que mostraran interés en incorporarse; aunque a ellos no les pedía compromiso, solo que al estallar la guerra el Partido Liberal estuviese disuelto o presto a disolverse.

No hay arreglo con los anexionistas

Dejó así abierto el portón a una franja ligada a ese ideal más por lazos emocionales que ideológicos, como probó la vida cuando Valeriano Weyler bestializó los métodos de enfrentamiento a la insurgencia y no pocos de ellos se incorporaron a la manigua. Con los anexionistas, en cambio, no había arreglo alguno. Solo sugirió no confrontarlos, para evitar que Estados Unidos se negara a reconocer la beligerancia. Debían conquistar la simpatía del gobierno estadounidense “…sin la cual la independencia sería muy difícil de lograr y muy difícil de mantener” (Castellanos, 2009: 110).

En vísperas de su muerte en Dos Ríos, le escribió a Manuel Mercado que sabía a España derrotada y no le preocupaban los autonomistas, a quienes solo importaba “…un amo, yanqui o español, que les mantenga o les cree, en premio de oficios de celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante, –la masa mestiza, hábil y conmovedora del país– la masa inteligente y creadora de blancos y de negros”. El gran desafío de la revolución estaba en “…impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”. Y esa máxima se convirtió en el sentido de su vida, por ella lo afrontó todo: “Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”, confesó (Martí, t. 4, 1975: 167-168).

Para el Gobierno Revolucionario debe constituirse en una prioridad generar un clima de intercambio sistemático, que involucre –con su obra y palabra– a artistas, escritores e intelectuales en general. También es necesaria la participación de cuadros y funcionarios de las instituciones responsabilizadas con el proceso de toma de decisiones en asuntos que nos conciernen a todos y casi nunca concurren a los espacios de debate.

La Revolución necesita crear cada día nuevas formas de participación a una intelectualidad “incómoda”, que se bañe de Sol y que también se fije en las manchas. “…el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos”, apuntó con sabiduría el papa Francisco (2020: 4).

La mutilación del análisis social crítico y el enajenarse de su compromiso ciudadano incapacitaron a la intelectualidad de la URSS y Europa del Este para derrotar en el plano teórico a la doctrina neoliberal. Esa es una lección para no olvidar, como tampoco puede ignorarse que la academia occidental ultra-fragmentó el campo temático de las ciencias sociales para neutralizar su poder revolucionario. Cuba no está ajena al influjo de ambas corrientes.

Se necesita de un clima que estimule el debate y el análisis social crítico, transformador, y también se necesita de mucha responsabilidad con nuestra historia y nuestras bases populares. “El pueblo es la meta principal. En el pueblo hay que pensar primero que en nosotros mismos. Y esa es la única actitud que puede definirse como una actitud verdaderamente revolucionaria”, definió hace 60 años Fidel en la reunión con los intelectuales en la Biblioteca Nacional (Castro, 2016: 19).

A vencer en la batalla ideológica

La subversión y el desarrollo de las comunicaciones alimentan y dan soporte a la más formidable batalla ideológica que ha debido librar el país. No se puede vencer con sectarismos ni consignas. Se requiere audacia y la articulación de todo el arsenal forjado por la Revolución en sus universidades y escuelas, sin importar en qué confín del planeta se halle. A ese propósito debemos sumar a todos nuestros aliados de izquierda que asumen a Cuba como un asunto personal.

No hay margen a la ingenuidad. La reacción socio-liberal se extiende entre un segmento no despreciable de profesionales graduados en universidades cubanas que hoy residen en el exterior y también cuenta con expresión en la Isla. Intenta envolvernos en un escepticismo inducido sobre nuestras posibilidades de salir adelante y vencer los colosales desafíos que afrontamos. Se nos trata de persuadir de que resulta quimérico pretender un camino propio; fue este el halo que cubrió el pensamiento colonial y neocolonial durante cinco siglos.

Los socio-liberales criollos rechazan el Partido de la unidad y abogan por un capitalismo al estilo de Suecia. Nos necesitan fragmentados para derruir la barrera histórica e ideológica, porque ¿de qué otra forma someter el espíritu de un pueblo fundido en su ideal independentista? Tampoco quieren un Estado ni la institucionalidad que se dio la nación, porque así lo exige un poder global para quien nada resulta suficiente; menos, una Revolución que cristalizó los sueños de justicia e igualdad social de muchas generaciones y se ha erigido símbolo universal por la entereza con que enfrenta demonios ajenos y propios.

A 90 millas de Estados Unidos no es posible un “nacionalismo de derecha”, como denominó Fernando Martínez Heredia a la fábula narrada por quienes nos creen tontos. La burguesía en la República mediatizada fue antinacional. Un retroceso expondría el país a la voracidad de su vecino y, al igual que en 1902, nuestras bases populares quedarían a merced de lobos y cerdos. Ellas lo saben. El problema no es la forma de pensar de la nueva hornada o su inclinación política: se han propuesto hacerse del poder y está en curso una operación de lavado de imagen de los programas de cambio de régimen financiados por la Usaid, la NED y Open Society, para encubrir su carácter antinacional.

Debo volver a la historia. En 1900 la Asamblea Constituyente se quebró ante las presiones de Estados Unidos y asumió la Enmienda Platt como apéndice constitucional; lo hizo a puertas cerradas, a espaldas del pueblo. Tras un debate liderado desde el campo independentista por Juan Gualberto Gómez y Salvador Cisneros Betancourt, la balanza se inclinó cuando cambió su voto Manuel Sanguily. No se sabía que su hermano, el general Julio –por quien Manuel sentía un cariño con lástima: era adicto al alcohol y al juego– había vendido el levantamiento del 24 de Febrero y andaba con una maleta de dólares del gobierno interventor para adquirir almas patrióticas. No compró a Manuel; pero no tengo duda de que influyó en él hasta hacerle creer que no existía otra opción para que las tropas yanquis abandonaran la Isla. Instaurada la República el 20 de mayo de 1902, asumió su presidencia Tomás Estrada Palma, el hombre que hizo del anexionismo el sentido de su vida, y no más asumir la dirección del Partido lo desconectó de sus bases. Muertos Martí y Maceo, la gente humilde del país no contaba con una vanguardia política e intelectual. Se necesitaron otros 60 años, y derramar mucha sangre sagrada, para levantar la nación. La Revolución forjó varias generaciones determinadas a correr su suerte con los pobres de la tierra; dispuestas a entregar su vida por esos ideales, lo mismo en la lucha ideológica que con un fusil. A estas alturas, eso debieran saberlo nuestros adversarios. No entregaremos de rodillas la patria que nos legaron de pie.